- Para rezar es necesario estar enamorado, o al menos querer estarlo. La oración sin amor es un trámite estéril e innecesario. No es oración.
- Cuando rezás te sumergís en un mar desconocido. No entendés nada, no sabés ni dónde estás ni a dónde vas. Sólo sabés -por algunos pequeñísimos signos- que algo nuevo está pasando en el mundo, y que eso nuevo misteriosamente tiene que ver con la pobreza de tu oración.
- En el fondo del corazón habita una especie de luz. Muy brillante y muy tenue a la vez. Eso le pasa al hombre de oración.
- Muchas veces Dios te da la gracia de no ver esa luz fulgurante que arde en tu alma. Para vos es una especie de “punto ciego”... Pero los hombres que tienen “corazón de hermano” (no cualquier hombre) sí ven esa luz, la reconocen en tu vida y sienten el calor y el brillo de tu oración.
- Al que reza le pasan cosas. Cosas que no entiende. Dios te libre de la tentación de querer entender las cosas que no tenés que entender.
- El hombre que reza en serio tiene corazón de hermano. Dios regala ese corazón a quien quiere darlo, según le place a Él. Pero nunca se lo niega al que consagra su vida a la oración.
- La oración nos instala en el corazón bueno de Jesús. El corazón humano del Señor donde está la fuente de nuestra salvación.
- Rezar es buscar el corazón bueno de Jesús para que nos arranque el corazón de piedra y nos regale el único corazón de carne que Dios le dio al mundo: el Sagrado Corazón de Jesús.
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