martes, 17 de septiembre de 2013

El Papa Francisco, un nuevo modelo de liderazgo

  
“La única verdad es la realidad” dice el clásico adagio peronista que seduce con la belleza de su misma lógica. Y si la frase quizás tenga un origen en la cosmovisión aristótelica del mundo, en Perón significaba un modo de concebir la historia, el mundo, la política y por ende la praxis: más que los “relatos” y la imagen, lo que cuenta es el conocimiento de lo real, es decir, de las cosas tal como son.
En estos tiempos que corren, tanto en política como en liderazgo en general, este clásico axioma es más expresado que creído, más postulado que tomado en serio. Hoy en día lo que cuenta es la imagen, las encuestas, los gestos en tanto que vistos. Hoy en día el adagio sería: la única verdad es lo que se ve, o mejor aún, cómo se ve lo que se ve.
Y aunque me fascinaría aquí ponerme a pensar sobre la relación del sujeto y el objeto en la dinámica del conocimiento, sin embargo paso por alto ese tema de verdad interesante para tratar de pensar en los límites a los que nos lleva esta hermenéutica del mundo, y de sus consecuencias sociales, específicamente en la praxis política.
También en la política pareciera que “la imagen lo es todo”, quizás por eso percibimos a tantos actores de la vida pública nacional demasiado preocupados por su imagen, por su nivel de aceptación en las encuestas, por cómo miden y los vemos a veces lejanos de la realidad en sí. Se alejan a tal punto de la sociedad que sorprenden cada tanto con declaraciones o actitudes que parecen surrealistas o sacadas de alguna película grotesca, pero que no son otra cosa que la consecuencia de su percepción de las cosas. Francisco es un fenómeno que fascina, quizás entre muchos factores porque entiende que la realidad es lo verdadero, pero también porque sabe mostrar que lo entiende.

El Papa asume su cargo de jefe de la Iglesia en un momento crítico de la institución, aquejada por un envejecimiento progresivo y notable. Llegó a una estructura gobernada, al menos hace veinte años por hombres muy ancianos y con evidentes e importantes limitaciones a causa de la vejez, como fue el caso de Juan Pablo II desde los años 90 y de Benedicto XVI que ya asumió el Papado a los 77 años y luego de haber sufrido un accidente cerebro vascular. En ese contexto de “envejecimiento” llega Bergoglio, un hombre que pese a ser ya casi anciano (“nosotros los viejos” dijo en más de un discurso papal) comprendió inmediatamente que la Iglesia necesitaba un liderazgo carismático y joven. Y se animó entonces a realizar al principio algunos pequeños cambios que sacudieron en el bimilenario protocolo eclesiástico y hasta escandalizaron a más de uno. Pero el mensaje era claro: vamos a cambiar, no le vamos a tener miedo a los cambios, no le vamos a tener miedo al miedo de los demás. Y fue el primero que asumió ese riesgo desde el primer minuto como Papa al salir al balcón con su vieja cruz de metal negro y la sencilla sotana blanca. Y luego empezó a “bombardear” a la opinión pública mundial con actitudes, palabras y gestos que mostraban claro una cosa: éste hombre conoce en carne propia la vida de los hombres. ¿Por qué puede hacer todo esto? Porque se dio cuenta del problema real de la Iglesia y quiere actuar en consecuencia.

Fue a Lampedusa, según sus propias palabras, “a llorar por los inmigrantes ilegales que mueren” tratando de entrar a Italia, y dio un grito revolucionario a Europa y al mundo. Allí, mientras él celebraba la Misa sobre una vieja barca de madera que usaron unos refugiados para llegar a la tierra, se veía un cartel que decía “tú eres uno de nosotros”. Era una tela grande, estaba pintada con aerosol, colgaba de una de las casas de la isla, era un cartel “casero” no preparado por ningún asesor de imagen sino la confirmación del éxito de su capacidad de comunicación: a todos les queda claro, el Papa es uno de nosotros.

El nuevo liderazgo de Francisco consiste en buscar entender la realidad -aunque dé miedo o desagrade-, enfrentarla -aunque moleste e incomode-, y tener la valentía y la libertad para querer transformarla.

De eso se trata la novedad del liderazgo de Francisco, un hombre que no se preocupa sólo de su imagen, ni sólo de hacer lo correcto, sino de ambas cosas, que si no se dan simultáneamente, corroen y aíslan a quien ejerce el liderazgo. Estas dos lecciones debieran aprender todos los líderes de nuestro tiempo.