miércoles, 27 de mayo de 2009

Los Dones del Espíritu Santo


1. “Si conocieras el DON de DIOS” le dijo Jesús a la Samaritana, y te lo dice hoy otra vez a vos, aquí y ahora. Frase curiosa y sugerente, ¿qué habrá que conocer ahí? Ese misterioso “Don de Dios” es un RIO de AGUA VIVA que se llama Espíritu Santo y que nos viene por Jesucristo. Para que quien conozca ese DON de DIOS nunca mas vuelva a tener sed… (cfr. Jn 4, 10-15 y Jn 7, 37-39).
Iniciando la Novena de Pentecostés, donde con toda la Iglesia imploramos y esperamos en oración confiada el Don del Espíritu Santo, es bueno meditar unos instantes sobre los “siete dones” que éste Espíritu de Dios nos regala y que ya se nos ha dado en el Bautismo y la Confirmación. Que este próximo Pentecostés sea para nosotros una profunda renovación en nosotros del “Don de Dios” que es el Espíritu Santo en nuestras almas.

2. Necesidad de los dones:
Estamos llamados a ser santos, pero nuestra naturaleza humana a veces no nos ayuda y hasta muchas veces nos es un obstáculo para llegar a esa cumbre que es la santidad. Es el pecado original...
Santo Tomas de Aquino (en la Suma Teológica I-II, q. 85, a 3) nos explica que aunque el pecado original haya sido borrado el dia de nuestro bautismo, sin embargo permanecen en nuestra naturaleza sus heridas o efectos que nos afectan en cuatro niveles: a) la inteligencia (la verdad no nos es evidente siempre y podemos equivocarnos); b) la voluntad (no siempre elegimos el bien sino que a veces podemos caer en la malicia); c) el apetito irascible (muchas veces somos débiles frente a los bienes arduos) y d) el apetito concupiscible (no siempre dejamos que la razón modere los bienes deleitables). Nuestra naturaleza está herida y por lo tanto es deficiente para alcanzar su vocación que es la SANTIDAD.
Es por eso que Dios nos DA los siete dones del Espíritu Santo, para darle a la naturaleza herida por el pecado original los auxilios necesarios para llegar a la SANTIDAD.

3. Naturaleza de los Dones del Espíritu Santo.
El Catecismo de la Iglesia Católica (CEC) dice que los Dones del Espíritu Santo son: “disposiciones permanentes que hacen al hombre dócil para seguir los impulsos del Espíritu Santo” (CEC 1830), “completan y llevan a su perfección las virtud de quienes los reciben. Hacen a los fieles dóciles para obedecer con prontitud a las inspiraciones divinas” (CEC 1831). Es decir estos siete dones son capacitaciones extraordinarias para subsanar nuestras heridas de la naturaleza, y en nuestras vidas cumplen la función de “deificarnos”, es decir que es como si recibiéramos una transfusión de sangre directamente de Dios, y esa sangre en nosotros nos va convirtiendo en seres semejantes a Él. Todo Don del Espíritu Santo es Dios mismo actuando en una región determinada de nuestras almas.

3. Los “siete dones” del Espíritu Santo.
Desde siempre la tradición reconoce que son siete los dones del Espíritu Santo. El antiguo himno latino “Veni Creator Spiritus" dice en una de sus estrofas: “Tu septiformis munere” que podríamos traducir libremente como: “Tú que repartes tu don de siete formas”. Y la Secuencia de Pentecostés canta: “Da tuis fidelibus in te confidentibus sacrum septenarium” (da a tus fieles que confían en Ti, tus siete sagrados dones).
Además de la tradición el Catecismo de la Iglesia Católica dice: “Los siete dones del Espíritu Santo son: sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios. Pertenecen en plenitud a Cristo, Hijo de David (cf Is 11,1-2).” (CEC 1831).

Tratemos de ahondar en estos días de la Novena de Pentecostés en cada uno de estos siete dones, que nos van preparando el alma para recibir el verdadero DON de DIOS, que es el mismo Espíritu Santo y que viene a completarnos para nunca mas tengamos sed.

lunes, 25 de mayo de 2009

La vida es vocación


La vida es vocación y por eso toda vocación es absolutamente personal y singular, porque como la vida, no existe en abstracto sino que es una realidad que se da en cada viviente de modo único, así también la vocación es la realidad de ser llamados de modo individual y personal por Dios para construir el mundo y la historia desde la propia existencia según su designio salvífico.
Existen tanas vocaciones como personas, y por eso la búsqueda de la vocación ha de ser una aventura necesariamente personal, por caminos aún no explorados, y que nadie puede recorrer en lugar de uno.
Si buscáramos una definición podríamos decir que la vocación es la vida que Dios ha pensado para un hombre, que Dios desea para un hombre concreto. Pero ese deseo de Dios no es una arbitrariedad suya, una especie de capricho divino que reparte roles, identidades y “tareas” a mansalva y al azar, sino que es un “pro-yecto” (en sentido de lanzar hacia adelante) de su Amor a partir de mi realidad personal. La vocación no nace de una necesidad de Dios a la cual el hombre esté llamado a paliar, sino que tiene su origen en su conocimiento amoroso de cada persona. Como Dios me conoce, sabe lo mejor para mí: he ahí el misterio de la vocación. “Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” dice la Escritura. Como cada hombre es persona, uno en sí mismo (per se unum según una de las posibles etimologías de persona), ese conocimiento y esa salvación se realizan de modo personal, y la vocación no es otra cosa que la tendencia del corazón del hombre que lo mueve a la salvación y a la verdad.
Como Dios me conoce mejor que nadie, y como además El conoce el mundo como nadie, vocación, entonces es lo que Dios desea para alguien porque el conoce cuál es el punto de la historia y del mundo de máxima posibilidad de plenitud para ese hombre concreto. Podríamos decir la vocación más que un mandato de Dios es el modo de vida donde mas yo mismo puedo ser, donde tengo mayor posibilidad de felicidad y plenitud, el modo de vida que mas se adecúa a mi.
Vocación es nuestra identidad, es nuestra historia, es nuestra realidad. Siendo que la plenitud está en juego, cada hombre ha de cuestionarse constantemente por su vocación, ya que no se trata de una cuestión que se ha de abordar sólo en la juventud a la hora de elegir caminos más o menos definitorios, sino constantemente, porque la vocación existe en el hoy de cada hombre. Vale decir que Dios desea algo para el hoy concreto del hombre, y el hombre esta llamado a escuchar ese deseo de Dios cada día.
De lo dicho se desprende entonces que la vocación en cristiano se entiende como un misterio personal de fe: un proyecto de Dios para un hombre concreto que partir del modo de ser de ese hombre, de su identidad; proyecto de Dios para que ese hombre pueda alcanzar el máximo desarrollo posible de su fidelidad y amor a Dios y a los hermanos, y por ende, su máxima posibilidad de plenitud y felicidad. Y que además de ser personal es siempre presente, se realiza en el presente que es siempre el tiempo propicio de la vocación.

Algunas pistas para el llamado personal:
• Para conocer la propia vocación es necesario conocer a Dios, conocerse a uno mismo y conocer la realidad del mundo.
• Sólo Dios conoce los caminos de cada uno. Se necesita estar en profunda comunión con Él (Eucaristía y Sacramentos, oración, vivir en Gracia)
• La vocación está siempre al servicio de Dios, de la Iglesia, de la Patria y del mundo
• La vocación ha de preguntarse:
1) qué necesidades hay a mi alrededor.
2) qué cosas me atraen y me hacen feliz.
3) qué cosas me salen bien (aptitudes).
4) para qué cosas me buscan los demás.
• Tratar de tener el hábito de escuchar los llamados cotidianos del Espíritu de Dios en nuestra vida