lunes, 14 de marzo de 2011

NUESTRA AMISTAD CON DIOS



Nuestro Señor, aquel que es la Palabra de Dios, primero nos ganó como siervos de Dios, mas para liberarnos después, tal como dice a sus discípulo!!: Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; os he llamado amigos, porque todo cuanto me ha comunicado el Padre os lo he dado a conocer. Y la amistad divina es causa de inmortalidad para todos los que entran en ella.
Así, pues, en el principia Dios plasmó a Adán, no porque tuviese necesidad del hombre, sino para tener en quien depositar sus beneficios. Pues no sólo antes de la creación de Adán, sino antes de toda creación, el que es la Palabra glorificaba a su Padre, permaneciendo en él, y él, a su vez, era glorificado por el Padre, como afirma él mismo: Glorifícame tú, Padre, con la gloria que tenía junto a ti antes que el mundo existiese.
Y si nos mandó seguirlo no es porque necesite de nuestros servicios, sino para que nosotros alcancemos así la salvación. Seguir al Salvador, en efecto, es beneficiarse de la salvación, y seguir a la Luz es recibir la luz. Pues los que están en la luz no son los que iluminan a la luz, sino que la luz los ilumina y esclarece a ellos, ya que ellos nada le añaden, sino que son ellos los que se benefician de la luz.
Del mismo modo, el servir a Dios nada le añade a Dios, ni tiene Dios necesidad alguna de nuestra sumisión; es él, por el contrario, quien da la vida, la incorrupción y la gloria eterna a los que lo siguen y sirven, beneficiándolos por el hecho de seguirlo y servirlo, sin recibir de ellos beneficio alguno, ya que es en sí mismo rico, perfecto, sin que nada le falte.
La razón, pues, por la que Dios desea que los hombres lo sirvan es su bondad y misericordia, por las que quiere beneficiar a los que perseveran en su servicio, pues, si Dios no necesita de nadie, el hombre, en cambio, necesita de la comunión con Dios.
En esto consiste la gloria del hombre, en perseverar y permanecer en el servicio de Dios. Por esto el Señor decía a sus discípulos: No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros, queriendo indicar que no eran ellos los que lo glorificaban al seguirlo, sino que, siguiendo al Hijo de Dios, él los glorificaba a ellos. Por esto añade: Quiero que ellos estén conmigo allí donde yo esté, para que contemplen mi gloria.

Del Tratado de san Ireneo, obispo, Contra las herejías

viernes, 11 de marzo de 2011

LA ORACIÓN ES LUZ DEL ALMA - San Juan Crisóstomo


De las Homilías de san Juan Crisóstomo, obispo

Nada hay mejor que la oración y coloquio con Dios, ya que por ella nos ponemos en contacto inmediato con él; y, del mismo modo que nuestros ojos corporales son iluminados al recibir la luz, así también nuestro espíritu, al fijar su atención en Dios, es iluminado con su luz inefable. Me refiero, claro está, a aquella oración que no se hace por rutina, sino de corazón; que no queda circunscrita a unos determinados momentos, sino que se prolonga sin cesar día y noche.
Conviene, en efecto, que la atención de nuestra mente no se limite a concentrarse en Dios de modo repentino, en el momento en que nos decidimos a orar, sino que hay que procurar también que cuando está ocupada
en otros menesteres, como el cuidado de los pobres o las obras útiles de beneficencia u otros cuidados cualesquiera, no prescinda del deseo y el recuerdo de Dios, de modo que nuestras obras, como condimentadas con la sal del amor de Dios, se conviertan en un manjar suavísimo para el Señor de todas las cosas. Y también nosotros podremos gozar, en lodo momento de nuestra vida, de las ventajas que de ahí resultan, si dedicamos mucho tiempo al Señor.
La oración es luz del alma, verdadero conocimiento de Dios, mediadora entre Dios y los hombres. Por ella nuestro espíritu, elevado hasta el cielo, abraza a Dios con abrazos inefables, deseando la leche divina, como un niño que, llorando, llama a su madre; por ella nuestro espíritu espera el cumplimiento de sus propios anhelos y recibe unos bienes que superan todo lo natural y visible.
La oración viene a ser una venerable mensajera nuestra ante Dios, alegra nuestro espíritu, aquieta nuestro ánimo. Me refiero, en efecto, a aquella oración que no consiste en palabras, sino más bien en el deseo de Dios, en una piedad inefable, que no procede de los hombres, sino de la gracia divina, acerca de la cual dice el Apóstol: Nosotros no sabemos pedir como conviene, pero el Espíritu mismo aboga por nosotros con gemidos que no pueden ser expresados en palabras.
Semejante oración, si nos la concede Dios, es de gran valor y no ha de ser despreciada; es un manjar celestial que satisface al alma; el que lo ha gustado, se inflama en el deseo eterno de Dios, como en un fuego ardentísimo que inflama su espíritu.
Para que alcance en ti su perfección, pinta lu casa interior con la moderación y la humildad, hazla resplandeciente con la luz de la justicia, adórnala con buenas obras, como con excelentes láminas de metal, y decórala con la fe y la grandeza de ánimo, a manera de paredes y mosaicos; por encima de todo coloca la oración, como el techo que corona y pone fin al edificio, para disponer así una mansión acabada para el Señor y poderlo recibir como en una casa regia y espléndida, poseyéndolo por la gracia como una imagen colocada en el templo del alma.

viernes, 4 de marzo de 2011

Sobre la Eucaristía, del "Tratado sobre los Misterios" de san Ambrosio, obispo


INSTRUCCIÓN DE LOS RECIÉN BAUTIZADOS SOBRE LA EUCARISTÍA
(Del Oficio de Lecturas de hoy, viernes VIII del tiempo Ordinario)
"Los recién bautizados, enriquecidos con tales distintivos, se dirigen al altar de Cristo, diciendo: Me acercaré al altar de Dios, al Dios que alegra mi juventud. En efecto, despojados ya de todo resto de sus antiguos errores, renovada su juventud como un águila, se apresuran a participar del convite celestial. Llegan, pues, y al ver preparado el sagrado altar, exclaman: Preparas una mesa ante mí. A ellos se aplican aquellas palabras del salmista: El Señor es mi pastor, nada me falta: en verdes praderas me hace recostar; me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas. Y más adelante: Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo: tu vara y tu cayado me sosiegan. Preparas una mesa ante mí enfrente de mis enemigos; me unges la cabeza con perfume, y mi copa rebosa.
Es ciertamente admirable el hecho de que Dios hiciera llover el maná para los padres y los alimentase cada día con aquel manjar celestial, del que dice el salmo: El hombre comió pan de ángeles. Pero los que comieron aquel pan murieron todos en el desierto; en cambio, el alimento que tú recibes, este pan vivo que ha bajado del cielo, comunica el sostén de la vida eterna, y todo el que coma de él no morirá para siempre, porque es el' cuerpo de Cristo.
Considera, pues, ahora qué es más excelente, si aquel pan de ángeles o la carne de Cristo, que es el cuerpo de vida. Aquel maná caía del cielo, éste está por encima del cielo; aquél era del cielo, éste del Señor de los cielos; aquél se corrompía si se guardaba para el día siguiente, éste no sólo es ajeno a toda corrupción, sino que comunica la incorrupción a todos los que lo comen con reverencia. A ellos les manó agua de la roca, a ti sangre del mismo Cristo; a ellos el agua los sació momentáneamente, a ti la sangre que mana de Cristo te lava para siempre. Los judíos bebieron y volvieron a tener sed, pero tú, si bebes, ya no puedes volver a sentir sed, porque aquello era la sombra, esto la realidad.
Si te admira aquello que no era más que una sombra, mucho más debe admirarte la realidad.

Escucha cómo no era más que una sombra lo que acontecía con los padres: Bebían -dice el Apóstol- de la roca que los seguía, y la roca era Cristo; pero Dios no se agradó de la mayor parte de ellos, pues fueron postrados en el desierto. Todas estas cosas acontecían en figura para nosotros. Los dones que tú posees son mucho más excelentes, porque la luz es más que la sombra, la realidad más que la figura, el cuerpo del Creador más que el maná del cielo."

martes, 1 de marzo de 2011

Oculto… - Por San Rafael Arnáiz

Uno de los encantos, mejor dicho, consuelos de mi vida monacal, es el estar oculto a las miradas del mundo. Esto lo comprenderá quien guste meditar en la vida de Cristo.
Para dedicarse a un arte…, para profundizar en una ciencia, el espíritu necesita soledad y aislamiento, necesita recogimiento y silencio. Ahora bien, para el alma enamorada de Dios, para el alma que ya no ve más arte ni más ciencia que la vida de Jesús, para el alma que ha encontrado en la tierra el tesoro escondido, el silencio no le basta, ni su recogimiento en soledad. Le es necesario ocultarse a todos, le es necesario ocultarse con Cristo, buscar un rincón de la tierra donde no lleguen las profanas miradas del mundo, y allí estarse a solas con su Dios.
El secreto del rey se mancha y pierde brillo al publicarse. Ese secreto del rey es el que hay que ocultar para que nadie lo vea. Ese secreto que muchos creerán son comunicaciones divinas y consuelos sobre- naturales…, ese secreto del rey que envidiamos en los santos, se reduce muchas veces a una cruz.
No pongamos la luz bajo el celemín, nos dice Jesús en el evangelio. Publiquemos las grandezas de Dios. Hagamos llegar al corazón de nuestros hermanos los tesoros de gracias que Dios derrama a manos llenas sobre nosotros. Publiquemos a los cuatro vientos nuestra fe, llenemos el mundo de gritos de entusiasmo por tener un Dios tan bueno. No nos cansemos de predicar su evangelio y decir a todo el que nos quiera oír, que Cristo murió amando a los hombres, clavado en un madero… Que murió por mí, por ti, por aquel… Y si nosotros de veras le amamos, no lo ocultemos… no pongamos la luz que puede alumbrar a otros, debajo de un celemín.
Mas en cambio, bendito Jesús, llevemos allá adentro y sin que nadie se entere, ese divino secreto… Ese secreto que Tú das a las almas que más te quieren… Esa partecita de tu Cruz, de tu sed, de tus espinas.
Ocultemos en el último rincón de la tierra nuestras lágrimas, nuestras penas y nuestros desconsuelos… No llenemos el mundo de tristes gemidos, ni hagamos llegar a nadie la más pequeña parte de nuestras aflicciones.
Seamos egoístas para sufrir, y generosos en la alegría. Hagamos la felicidad de los que nos rodean, y no enturbiemos el ambiente con caras tristes, cuando Dios nos mande alguna prueba.
Ocultémonos para estar con Jesús en la Cruz; no busquemos mitigación al dolor, en el consuelo de las criaturas, pues haremos dos cosas que no son malas, pero que no son perfectas. Primero, al dejar a Dios por lo que no es Dios, pues no es consuelo suyo lo que de Él no viene, y si Él no quiere darlo, al buscarlo fuera de Él, le perdemos a Él, y también perdemos muchas veces el mérito del sufrimiento. Segundo, hacemos nuestro egoísmo, o por lo menos queremos hacer participar a los demás, de lo nuestro, para así descargarnos, y conseguimos con esto, alivio ficticio y falso, pues si te duele una muela, te seguirá doliendo lo digas o no.
En resumidas cuentas, casi siempre es un acto de egoísmo y también falta de humildad, dando importancia a lo tuyo, como si por ser tuyo fuera importante. En cambio, no buscando nada en las criaturas y sí todo de Dios, se llega a amar la Cruz a solas y en escondido…, la Cruz oculto con Dios y lejos de los hombres.
Ocultemos nuestra vida, si nuestra vida es penar. Ocultemos el sufrir, si el sufrir nos causa pena.
Ocultémonos con Cristo para sólo a Él hacerle partícipe de lo que, mirándolo bien, sólo es tuyo: el secreto de la Cruz.
Aprendamos de una vez, meditando en su vida, en su pasión y en su muerte que sólo hay un camino para llegar a Él…, el camino de la santa Cruz.
Hermano Rafael
14 de diciembre de 1935,
a sus 25 años
En sus escritos personales "Mi cuaderno"