sábado, 27 de junio de 2009

Homilía del Domingo XIII - Ciclo B

Sabiduría 1,13-15; 2,23-24
2 Corintios 8,7-9.13-15
Marcos 5,21-43

Las lecturas que en este fin de semana nos propone la Iglesia, nos ponen de manifiesto esta verdad profunda: Dios se compromete e involucra con la vida del hombre, lo que le pasa al hombre le importa a Dios. Esto implica un modo de concebir la realidad divina totalmente novedosa, concebir a Dios como “Alguien” que, además de ejercer su poder sobre lo creado, se compadece e involucra: se hace cargo.

En la primera lectura del libro de la Sabiduría la Escritura nos pone de manifiesto cómo Dios ama la vida, ya que Él creó la vida para la “subsistencia”. Es decir, que todo lo creado está creado para ser lo que es. Y esto que parece algo tan simple es la verdad de la cual depende la paz: somos creados para coincidir con lo que somos. Dios ha creado las cosas para que las cosas sean lo que son. Así de simple, así de profundo.

En la segunda lectura San Pablo introduce otra novedad: el criterio de la igualdad. La abundancia de unos en simultáneo con la carencia de otros es detrimento para todos. A la larga todos pierden cuando unos ganan a costa de otros. La igualdad de los hombres es criterio novedoso que introduce el Evangelio, cuyo fundamento último es en definitiva la dignidad “crística” del hombre. Esta “igualdad” de la que habla San Pablo es novedad del cristianismo.
Me pregunto ¿es pensable Carlos Marx en una cultura no cristiana? Quizás sólo en una cultura cristiana pueda surgir el anhelo marxista de la igualdad, la utopía de un reino de justicia y verdad terrenal. El problema es erradicar el fundamento mismo que es trascendente: Jesucristo, ya que sin Jesucristo no puede subsistir el valor, del cual el Señor es “último fundamento”.
El Papa Benedicto decía en Aparecida, Brasil, en el contexto de la Inauguración de la Asamblea del CELAM, el 13 de mayo de 2007: “La utopía de volver a dar vida a las religiones precolombinas, separándolas de Cristo y de la Iglesia universal, no sería un progreso, sino un retroceso. En realidad sería una involución hacia un momento histórico anclado en el pasado.” Y esto es así porque es el Evangelio el que propugna la vida, es Cristo el fundamento último de la justicia, de la dignidad humana y de todos los derechos humanos. El Dios que nos revela Jesucristo es el que se ocupa y se hace cargo de la vida del hombre y quiere que las cosas coincidan con lo que son y esto es novedad del Evangelio en América Latina y en la historia de la humanidad.

Y Jesucristo en el Evangelio pone de manifiesto cómo Dios se involucra para revertir la carencia de vida y de ser en la vida del hombre a través de estos dos episodios de curación. En ambos Jesús se encuentra con pobrezas extremas. Dos mujeres, marginadas por el sólo hecho de ser mujeres: una, enferma de hemorragia, tan impura a los ojos de los hombres que se veía obligada por eso a vivir relegada aún del culto en Israel. Pero además pobre económicamente porque “todo lo había gastado en médicos” para nada, pobre también en esperanza. Una mujer en el colmo de la marginación. Y esa mujer que ni siquiera se podía acercar al Templo por estar impura, se atreve a tocar a Dios. Sin duda movida por la acción del Espíritu ella toma la decisión de ir y tocar su manto, como si algo dentro suyo le dijera: “no puede ser verdad, no puede ser verdad que Dios me considere impura” y movida por ese impulso que viene de lo alto va y toca a Jesús. Y queda curada.
Y por otro lado la niña que muerta vuelve a la vida. Significativa escena: la habitación de la niña signo de la historia; la niña y los que la lloran, signo de la humanidad sufriente por la falta de vida, por no ser lo que se es, signo de la impotencia absoluta; los Apóstoles, signo de la Iglesia pobre pero confiada, sin fuerza propia pero expectante, la Iglesia que se hace presente en medio del dolor de los hombres sin más que su fe en ese Alguien que puede marcar diferencia en la vida de los hombres; y en el centro de todo el Señor, el Dios de la Vida, que con su palabra devuelve la vida y se ocupa de que le den comer, signo de su interés por la subsistencia de la vida. Dios no solo resuelve sino que además acompaña nuestros procesos.

Pidamos al Señor que él nos enseñe a ser Iglesia, como lo hizo con los Apóstoles allí en ese cuarto junto a una niña muerta, para que sea absolutamente claro para la Iglesia cuál es su verdadero poder y de dónde le viene.
Pensemos en aquellos tiempos en que el Papado perdió su jurisdicción temporal sobre los Estados Pontificios, en una vorágine de hechos que se sucedieron en la segunda mitad del Siglo XIX. Después de diez siglos de Estados Pontificios, los hombres de la Iglesia sintieron que se perdía todo. Era inconcebible que el Papa no fuera un “señor temporal” además de Vicario de Cristo. Pero, ¿qué pasó entonces? No pasó nada… Sólo paso que desde entonces hasta hoy todos los Papas o son santos o están en proceso de santidad, ha habido una gran santidad en la cabeza de la Iglesia. Pidamos al Señor que nos de la convicción íntima cuál es el verdadero y único poder de la Iglesia:JESUCRISTO, el Señor. Él es lo único que tiene la Iglesia, Jesucristo, a quien le importan los hombres porque, hombre como nosotros, comparte en todo nuestra condición menos el pecado.
Que Jesucristo nos enseñe, como a los Apóstoles en el texto del Evangelio de hoy, a estar parados frente al mundo, frente a la historia, frente a nosotros mismos y frente a Dios.

El don del santo Temor de Dios


El Don de Temor es un hábito sobrenatural por el cual el justo, bajo el instinto del Espíritu Santo, adquiere docilidad especial para someterse totalmente a la voluntad divina por reverencia a la excelencia y a la bondad de Dios.

Lo primero para entender este santo temor de Dios es distinguirlo del miedo. Dice el diccionario que el miedo es una “perturbación angustiosa del ánimo por un riesgo o daño real o imaginario; recelo o aprensión que uno tiene que le suceda una cosa contraria a lo que desea”.

Es decir que se tiene miedo de algo que nos puede hacer mal. Entonces ¿se puede tener miedo a Dios? ¿El Don de Temor es tenerle miedo a Dios? Ya Santo Tomás de Aquino se lo plantea: “El temor puede tener doble objeto: el mal mismo del que huye el hombre, y aquello de lo que puede provenir el mal. Pues bien, Dios, que es la bondad misma, no puede ser objeto de temor del primer modo. Del segundo, en cambio, puede serlo, en cuanto que de El o con respecto a El nos puede amenazar algún mal” (Suma Teológica, II-II, q 19, art 1).

Dios es bondad pura y por eso mismo no puede ser objeto de temor para nosotros. El Santo Temor de Dios es un Don que nos hace amar muchísimo su voluntad, amar lo que Él quiere y tener un cierto “miedo” de no serle fiel, ya que cada vez q nos alejamos de Dios nos alejamos de nosotros mismos y de nuestra felicidad.

Y San Hilario de Poitiers (Padre de la Iglesia del Siglo IV) escribe: “Para nosotros, el temor de Dios radica en el amor, y en el amor halla su perfección. Y la prueba de nuestro amor a Dios está en la obediencia a sus consejos, en la sumisión a sus mandatos, en la confianza en sus promesas. Oigamos lo que nos dice la Escritura: Ahora, Israel, ¿qué es lo que te exige el Señor tu Dios? Que temas al Señor tu Dios, que sigas sus caminos y lo ames, que guardes sus preceptos con todo el corazón y con toda el alma, para tu bien”.

El Temor de Dios es el temor de alejarse de Dios, el temor de no ser felices, el temor de errar el camino de felicidad que Él nos propone.
Este Don nos regala un sentimiento vivo de la grandeza de Dios, y ese sentimiento suele abrir al alma el “espíritu de adoración profunda” y de humildad ante su belleza, su bondad y su amor.

El Santo Temor de Dios nos hace no querer pecar, porque entendemos que siempre pecar nos deja heridas aunque Dios siempre perdone, siempre el pecado deja secuelas y este Don nos hace verlo claramente.

Pidamos el Don del Santo Temor de Dios para que siempre amemos la voluntad de Dios, para que seamos conscientes de lo que nos pasa cada vez que nos alejamos de Dios y de sus cosas. Pidamos el Don del Temor de Dios para amarlo mucho y vivir constantemente en espíritu de humilde y confiada adoración…

viernes, 26 de junio de 2009

Sobre el Amor de Dios...


Del texto de la Adoración Joven en Esclavas el 24 de junio:
Dice Jesús: “… el que beba de agua que Yo le daré, nunca más volverá a tener sed.” Jn 4,14)

Santa Teresita dijo una vez cuando era chiquita: “yo elijo todo”. Sí, así son los niños. Sí, cuando vemos un chiquito en un kiosco o en una juguetería generalmente lo vemos indeciso… Ve, mira, duda, le gustaría esto, pero también aquello. El chiquito lo quiere todo, y si fuera por él se llevaría todo. Pero su madre o padre siempre terminan diciendo: “Dale, elegí; todo no se puede”…

Cuando somos chiquitos queremos todo, soñamos con todo, ¡deseamos tantas cosas…!

Poco a poco, la sociedad nos va “recortando” los sueños, nos va “tranquilizando”, nos va haciendo caer en la “realidad”. Poco a poco, de algún modo, el mundo, las personas que nos rodean, incluso las que más nos quieren, nos dicen algo así: “Dejá de volar y poné los pies sobre la tierra”, o también, “hay hacer esto, hay que hacer aquello”, etc.

Así, nuestras ansias y deseos más grandes y profundos se van tapando, aplacando… Y el mundo nos da los suyos a cambio de los nuestros… Un celular nuevo, un iPod, una computadora más rápida, un auto? Más! Un viajecito, y más adelante, una casa, obvio. Comprá, pagá en cuotas, pedí un préstamo, llevá dos por uno. Llevate más, más, más. Y esto… ¿hasta cuándo? Y decís: “No sé, yo quiero… quiero algo más…algo… pero no sé qué es… me falta algo…”

¡Lo que querés es a DIOS! Nada más, ni nada menos… Querés TODO! Dios es TODO. Y el único que te puede dar todo es Él! Y Él, “que se hizo pobre para enriquecernos”, ya te dio TODO… Pero todo en serio, sin límites. Dios te dio todo en Jesús, el Cristo, el Ungido, el Enviado por el Padre, su Hijo Único. Dios te dio todo lo que Él es, toda su Vida, para siempre, todo su Amor, para siempre.

Sí!!! Dios ya te regaló todo en su Hijo, Jesús! Es más, para que no lo dudes, hizo un “contrato”, firmó con su Sangre…La Sangre de Cristo, algo más grande que un contrato… Selló una Alianza con la Sangre de su propio Hijo. Una Alianza eterna, con vos! Una Alianza que lo comprometió para siempre… Una Alianza eterna de amor con vos. Una Alianza que nada ni nadie pueden romper…

Ya sé, el mundo dice: ‘Nada es para siempre’. ¡Mentira! El Amor que Dios tiene por vos es para siempre. Es un amor que se entregó totalmente, para siempre, y que se te ofrece en cada segundo de tu vida… Permanentemente está a tu alcance…

Sí, el Amor de Dios, el Amor que es capaz de realizar tus sueños más grandes; el Amor que es capaz de colmar tus aspiraciones más profundas; el Amor que fue y es fiel hasta la muerte, y para siempre; el Amor que nunca te va desilusionar; el Amor que es gratis, que pide nada a cambio; el Amor que es siempre sincero, verdadero, tierno; el Amor que sana todas, todas tus heridas; el Amor que es capaz de darte una alegría que nada ni nadie te puede sacar; el Amor que te espera, te banca, que sabe quién sos, que te conoce… El Amor de Dios que sostiene toda tu vida, aunque no lo sepas, aunque no lo tengas presente; el Amor que te da vida cada mañana; el Amor que te envuelve cada noche; el Amor que te cuida cuando salís, que guarda tus entradas y salidas; el Amor que vela por vos, día y noche; el Amor que está cuando tenés la sensación de que no hay nadie…El Amor de Dios que conoce, sabe y mira con pasión cada segundo de tu vida…

Sí, este Amor que es TODO. Todo. El Amor de Dios y su proyecto para vos, su invitación a ser y a vivir como hijito amado, no es una oferta entre otras que se te presentan en esta vida… En realidad, este Amor insuperable, inimaginable, es verdaderamente ‘EL’ sentido de tu vida…

miércoles, 24 de junio de 2009

"Mi vida tiene sed de Dios" - Adoración Joven en Esclavas

Adoracion Joven en Las Esclavas - 24 de junio, 19:30. Habrá confesiones.

Dice Jesús: “Tengo sed.”(Jn 19, 28)

Sí, Jesús tiene sed de vos, de estar con vos. Tiene sed de darte todo, TODO. Tiene sed de que seas inmensamente feliz, de que estés contento posta. Tiene sed de darte su PAZ. Tiene sed de acompañarte en tus luchas. Tiene sed estar siempre, siempre al lado tuyo. Jesús tiene sed de creas en su Corazón, de que creas realmente que su Corazón es tuyo… Jesús tiene sed que tu corazón sea grande como el suyo; tiene sed de que tu corazón unido al de Él en la Eucaristía, ame mucho. Jesús tiene sed de que sueñes con cosas grandes, tiene sed de que te animes a confiar ciegamente en Él… En realidad, tu sed de ser feliz, tu sed de Dios, es su sed, es su sed de que seas feliz, es su sed de amarte hasta la muerte. Tu sed es la de Jesús! Él tiene sed realmente de que tu corazón lata para siempre con el tuyo…

Dice Jesús: “El que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día.” (Jn 6, 54)

¿Qué esperás para abandonarte totalmente en Áquel que te dio todo, todo, hasta su propia Vida? No te digo que no tengas dudas o miedos, sino que lo mirés siempre a Él, que lo busques siempre a Él, que te apoyes siempre en Él, que te agarres bien fuerte de Él en la Eucaristía. Cada segundo, cada latido de tu corazón, dáselo, ofrecéselo, confiá… Él VIVE! Está enfrente tuyo, dejate tomar, envolver completamente por su Presencia real en la Eucaristía… Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Cristo, el Señor, entregados para vos. Hasta la última gota, fue, y es para vos… Cristo es tuyo… Él se te dio, porque quiso, quiso y quiere seguir siendo tuyo… Ahí está. Alabémoslo, bendigámoslo, porque quiere hacer maravillas en nosotros…


“Bendito sea Dios,
Padre de Nuestro Señor Jesucristo,
que nos ha bendecido en Cristo
con toda clase de bienes espirituales en el cielo,
y nos ha elegido en Él,
desde antes de la creación del mundo,
para que fuéramos santos e irreprochables
en su Presencia, por el amor.” (Ef 1,3)

domingo, 21 de junio de 2009

Domingo XII - La fe, el miedo y el Amor...


Del Evangelio según san Marcos (4, 35-41)
Al atardecer de ese mismo día, Jesús dijo a sus discípulos: «Crucemos a la otra orilla.» Ellos, dejando a la multitud, lo llevaron a la barca, así como estaba. Había otras barcas junto a la suya.
Entonces se desató un fuerte vendaval, y las olas entraban en la barca, que se iba llenando de agua. Jesús estaba en la popa, durmiendo sobre el cabezal. Lo despertaron y le dijeron: «¡Maestro! ¿No te importa que nos ahoguemos?»
Despertándose, él increpó al viento y dijo al mar: «¡Silencio! ¡Cállate!» El viento se aplacó y sobrevino una gran calma.
Después les dijo: «¿Por qué tienen miedo? ¿Cómo no tienen fe?»
Entonces quedaron atemorizados y se decían unos a otros: «¿Quién es este, que hasta el viento y el mar le obedecen.»


Nuestra distancia con Dios, nuestra distancia de naturaleza, hace que no podamos conocer a Dios desde la sola experiencia. Lo que vivimos suscita distintas reacciones y situaciones subjetivas interiores. Si nuestro conocimiento de Dios dependiera tan sólo de nuestra experiencia quizás nuestra imagen de Dios sería totalmente distinta a la imagen del Dios revelado por y en Jesucristo. Porque ciertamente en la vida hay muchas situaciones donde podemos sentir que la realidad nos es hostil, y esto nos sumerge en una muy profunda soledad.
Y por eso es que los existencialistas ateos tienen razón: la vida es un absurdo, somos una pasión inútil, simples seres arrojados sin sentido alguno a la existencia, los otros son un infierno, la vida es una náusea, la muerte de Dios. Y digo que tienen razón porque estas afirmaciones que provienen de filósofos contemporáneos más o menos conocidos por todos, no nacen de un laboratorio intelectual, de la sola elucubración racional, sino que provienen de la experiencia de la vida mirada sin fe. Es verdad, todo eso es la vida sin Dios… La vida mirada sin fe es un devenir azaroso, y nunca se sabe de dónde venimos, hacia donde vamos ni siquiera dónde estamos. No hay sentido, y por eso no hay futuro.
Ante la experiencia del mal, del desconcierto, de lo inexplicable podemos comprender con facilidad la vivencia de los apóstoles en este texto que acabamos de proclamar: Jesús se duerme en medio de la tormenta… Este dormirse del Señor es muy significativo. Es muy difícil, casi imposible que alguien pueda dormirse en una barca zarandeada por las olas, con agua que entra, con gritos y movimiento de los que van en ella… El dormirse del Señor es más inexplicable aún que la tormenta. El mismo Papa Benedicto decía en Auschwitz: “¡Cuántas preguntas se nos imponen en este lugar! Siempre surge de nuevo la pregunta: ¿Dónde estaba Dios en esos días? ¿Por qué permaneció callado? ¿Cómo pudo tolerar este exceso de destrucción, este triunfo del mal? Nos vienen a la mente las palabras del salmo 44, la lamentación del Israel doliente: “Tú nos arrojaste a un lugar de chacales y nos cubriste de tinieblas. (...) Por tu causa nos degüellan cada día, nos tratan como a ovejas de matanza. Despierta, Señor, ¿por qué duermes? Levántate, no nos rechaces más. ¿Por qué nos escondes tu rostro y olvidas nuestra desgracia y nuestra opresión? Nuestro aliento se hunde en el polvo, nuestro vientre está pegado al suelo. Levántate a socorrernos, redímenos por tu misericordia”
Las preguntas que nacen del sufrimiento. Y Jesús se despierta en esa barca en peligro e increpa a la realidad hostil y todo se calma. Ese increpar de Jesús actúa especialmente en el corazón del hombre. Este grito imperativo de Jesús manda al corazón y a la razón del sufriente a que tengan fe y confianza en su Amor y su bondad. Y entonces hasta el corazón atravesado por el dolor o la razón llena de desazón, desconcierto y duda, ante el grito del Señor pueden arrojarse y creer en Él. ¿Quién es éste que hace que yo pueda creer y confiar aún en medio de tanto sufrimiento, de tanta adversidad, de tanto sin sentido aparente?
La aparente ausencia de Dios es parte de la vida y de la experiencia del hombre, y está recogida ya desde los salmos, o Job y tantos gritos bíblicos que llegan al culmen en las palabras del Salmo dichas por Cristo en la cruz: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado…”
El Señor nos invita a vivir en la fe para no tener miedo. Y la fe es un modo de interpretar la realidad, aunque la experiencia me diga algo distinto, yo le creo a la Palabra de Dios, que me dice que Dios es Amor, que está detrás de todo, que nos busca nos perdona y nos salva.... Para confiar en Dios es necesaria la fe.
Todo, absolutamente todo lo que acontece brota del Amor de Dios. Todo viene de Dios, porque como dice San Pablo: “Dios dispone de todas las cosas para el bien de los que lo aman”. Por la fe somos capaces de atravesar las tormentas de la vida, por la fe somos capaces de confiar en que nunca estaremos solos, porque Cristo vive para siempre en la barca de la historia y de cada una de nuestras vidas.
La fe nos convence con íntima certeza que la vida no está arrojada al absurdo, no es una náusea, y que nuestra identidad no es ser una pasión inútil, sino que la vida es vocación, es llamado que viene del amor infinito y bueno de Dios que hacia ese Amor infinito nos conduce. Dios es Amor y todo lo que vivimos proviene del Amor.
Que el Señor nos conceda hoy la gracia de la fe confiada que no dude del amor de Dios en las vicisitudes de la vida.
Que la Virgen Madre nos alcance de su Divino Hijo esa fe y confianza que brota del corazón que ama a Dios.

miércoles, 17 de junio de 2009

El don de Sabiduría



Uno de los siete dones que nos da el Espíritu Santo es el Don de SABIDURÍA. La clásica definición dice que “el don de SABIDURÍA es un hábito sobrenatural inseparable de la caridad por el cual juzgamos rectamente de Dios y de las cosas divinas por sus últimas y altísimas causas (es decir Dios mismo) bajo el instinto especial del Espíritu Santo, que nos las hace saborear con cierta connaturalidad y empatía.”
Es una acción directa del Espíritu Santo que actúa (como todos los dones) en las almas en estado de gracia. ¿Y que hace en nosotros este Don del Espíritu? Nos enseña a mirar a Dios y a todo según el mismo Espíritu de Dios, y quien conoce bien a Dios mira y juzga todas las cosas rectamente. Dice Santo Tomás de Aquino: “quien conoce de manera absoluta la causa, que es Dios, se considera sabio en absoluto, por cuanto puede juzgar y ordenar todo por las reglas divinas. Pues bien, el hombre alcanza ese tipo de juicio por el Espíritu Santo” (Suma Teologica, II-II, q 45, art 1)
Podríamos decir entonces que por el Don de Sabiduría comprendemos las cosas desde Dios ya que es una asistencia especial del Espíritu Santo que nos hace comprender según comprende el mismo Dios las cosas. Por este don el hombre puede mirar todo con sentido divino, de eternidad, y así juzgar rectamente las cosas.
También este Don produce en el alma una cierta “experiencia” de Dios, de algún modo nos hace “gustar” de Él. San Isidoro de Sevilla dice: “el nombre de sabiduría viene de sabor; como el gusto sirve para conocer el sabor de los alimentos, lo mismo la sabiduría, es decir, el conocimiento que se tiene de las criaturas por el primer principio, y de las causas segundas por la causa primera, es una regla segura para juzgar bien de cada cosa.”
La Sabiduría nos hace experimentar a Dios y todas las cosas desde Dios. Por ejemplo: es tan difícil perseverar, elegir bien, saber privilegiar, pero gracias a este Don el alma tiene un auxilio interior que le presta una ayuda indispensable a la hora de elegir ya que le enseña primero a a mirar bien las cosas. Para ser santos entonces es necesario este Don, que es un hábito de conocer las cosas tal como las conoce Dios.
Y si conocemos las cosas así, entonces pondremos toda nuestra vida subordinada a su sentido y su fin verdadero que es Dios mismo.
Es necesaria la SABIDURIA, Don del Espíritu, para vivir la caridad y vivirla incluso hasta llegar al grado heroico. Porque con la Sabiduría Don vemos como evidente que siempre es mejor el amor antes que cualquier cosa.
Como todos los dones del Espíritu Santo la SABIDURIA es un don que se nos da para que podamos ser santos. Nadie puede recibir el DON de la SANTIDAD sin el auxilio del Don de Sabiduría que nos enseña a comprender y experimentar las cosas desde Dios.
Pidamos el DON de SABIDURIA para poder comprender y amar a Dios como Él quiere ser conocido y amado por nosotros.

Ven, Espíritu Santo, y llename de Ti... Ven y sopla sobre mí, cambia la faz de la tierra. ¡Ven Espírtu Santo!

lunes, 15 de junio de 2009

27. Sumérgeme en el río de tu Espíritu


SOL
CANSADO DEL CAMINO
SI m
SEDIENTO DE TI
DO
UN DESIERTO HE CRUZADO
LAm
SIN FUERZAS HE QUEDADO
RE7
VENGO A TI

SOL
LUCHE COMO UN SOLDADO
SI m
Y AVECES SUFRI
DO
Y AUNQUE LA LUCHA HE GANADO
LAm
MI ARMADURA HE DESGASTADO
RE7
VENGO ATI

SOL
SUMERGEME
SIm
EN EL RIO DE TU ESPIRITU
DO
NECESITO REFRESCAR
LAm RE7
ESTE SECO CORAZON SEDIENTO DE TI

/Y SE REPITE OTRA VEZ/

sábado, 13 de junio de 2009

¡Sólo Dios! - del Beato Rafael


Ave María
La paz del Señor sea contigo.
Sólo Dios... Cuánto cuesta llegar a comprender y a vivir estas palabras, pero una vez, aunque sea sólo un instante; una vez de que el alma se ha percatado de que es de Dios, posesión de Dios; de que Jesús vive en ella, a pesar de sus miserias y flaquezas... Una vez abiertos los ojos a la luz de la fe y de la esperanza. Una vez comprendida la razón de vivir, y que vivir es para Dios y sólo para Él, nada hay en el mundo capaz de turbar al alma, y aún la ansiosa espera del que no poseyendo nada lo espera todo, se hace serena. Una paz inmensa llena el corazón del que sólo es para Dios, y paz sólo la posee el que sólo a Dios desea...
¡Sólo Dios! ¡Qué dulce es vivir así!

No se para qué me he puesto a escribir... Realmente no lo sé; no hay necesidad y no tengo nada que decir. Solamente hay una razón, aunque muy pequeña, y esa razón es un deseo mío..., aún los tengo..., es el deseo de hablar de Él.
Nadie en el mundo escucha con paciencia las locuras que se le pueden ocurrir al que vislumbrando un poquito la grandeza de Dios se atonta, y dando de lado la nada y vanidad de las cosas de la tierra, se le ocurre gritar: necios, insensatos... ¿qué buscáis? daros prisa..., sólo Dios ¿qué hay fuera de Él?
¿Cómo es posible que nos podamos ocupar en tantas cosas, en reir, en llorar, en hablar, en discutir y, en cambio, para Dios nada?
(...)
No sé decir más... me he cortado, y con la pluma en la mano y mirando este cielo tan claro de Castilla, me he quedado pensando..., sólo Dios..., sólo Dios..., sólo Dios.

Fray María Rafael

(De la carta a su tío Leopoldo, Duque de Maqueda, desde Burgos, el 27 de septiembre de 1937, a sus 26 años, ocho meses antes de su muerte)

miércoles, 10 de junio de 2009

Miércoles 10 de junio, ADORACION JOVEN en Las Esclavas

Habrá confesiones

Ésta es la PROMESA de Jesús: “YO ESTARE SIEMPRE CON USTEDES!”
Sabemos que es así. Jesús está para siempre con nosotros en la Eucaristía.

¿Qué podemos decir de la Eucaristía? Más convendría callar, para oír lo que el mismo Jesús presente en ella nos dice… Y es que su presencia dice más que mil palabras.
Aunque nuestros sentidos no vean más que pan, Él está acá verdaderamente, verdadero Dios, verdadero hombre, verdadero amor que se entrega, verdadero milagro.
Está acá y quiere que lo descubras… está acá diciéndote “Soy yo” me quedo con vos para siempre, hay un lugar donde siempre vas a encontrarme.
Está acá hecho pan que se pone en tus manos, hecho pequeño para que no tengas vergüenza ante Él de tu pequeñez, indefenso para que no le tengas miedo.
Está en silencio para escucharte, pero también tiene mucho para decirte… Por eso quédate con Él, hablále, ¿Qué le podemos decir? Contále tus cosas, lo que te alegra, lo que te pesa o simplemente mirálo y alegrate de su presencia. Él está acá y está feliz de que vos también estés…

sábado, 6 de junio de 2009

En la oscuridad de un hospital, por Nacho Bagattini

Un rayo de Luz, en medio de la oscuridad del dolor

El hospital, un ámbito en donde circula la alegría y la esperanza, pero muchas veces, y en mayor medida el dolor.

El hospital es lugar de nacimiento de muchas vidas, de recuperación de personas, es lugar de sanación…, pero muchas veces es también lugar de dolor, de abandono, de soledad, de desesperanza, de miedo, de angustia, de interrogantes, de vacío, y de tantas sensaciones más…
El hospital es el lugar donde las vidas se encienden, y también donde se apagan. Es lugar de luz y es lugar de oscuridad, esta última muchas veces profunda y sin salida.

Pero es en medio de esa luz y oscuridad, en medio de tanto dolor que clama compañía y amor, en donde una Luz potente quiere brillar. En el corazón del hospital, en una pequeña y humilde capilla, un pequeño sagrario contiene a quien desea ser Luz para la oscuridad de tantas personas. Esta Luz quiere irradiar esperanza, cariño, y mucho amor, para poder sanar las heridas más profundas que son las del corazón. Una Luz que desea sanar tantas soledades, preocupaciones, y miedos.

Esta luz desea recibir como el posadero a tantos enfermos, heridos y golpeados por la vida, en particular por el egoísmo, enfermedades, y sobre todo por la falta de amor. Pero esta Luz, quiere y desea como instrumentos, a “buenos samaritanos” que se animen a cargar sobre sí a tan grande y seria responsabilidad, que son las personas.

En medio de la noche del hospital, Jesús sueña, quizás, con jóvenes adoradores que hagan propagar la Luz del Santísimo y sus gracias a tantos corazones necesitados de Dios. Jóvenes que entreguen parte de su noche para acompañar a gente que quizás no posee nada. Jóvenes que en silencio y delante de Jesús sean luz y esperanza para tantos argentinos que están agotados y sin ganas de luchar ante las contrariedades que vivimos cotidianamente. Jóvenes que piensan que no pueden hacer nada y no sirven para nada, y que ahora, a través de la Luz de Jesús se sientan antorchas de paz, y sostén del que está cansado y abatido, pero porque ellos mismos se sienten reconfortados por esa Luz. Jóvenes que no se dejen robar la esperanza y quieran, con Jesús delante, acrecentar más el sueño de amar y hacer amar a quien llama a esta vocación cargada de misterio, pero al mismo tiempo de ilimitado amor. Jóvenes que no se dejen seducir por la “oscuridad” de la noche y no le teman a esa oscuridad, por la fe en un Jesús vivo que late en medio de tanto dolor, y pecado. Jóvenes y no tan jóvenes que se hacen cargo por amor a Jesús de sus hermanos experimentándose débiles y frágiles, como vasijas de barro, pero concientes de que en la debilidad triunfa el poder de Dios. Jesús sueña, quizás, con jóvenes corazones que se animen a latir junto a su Sagrado Corazón eternamente joven, en la loca idea de dar esperanza aún sin decir palabra. Jóvenes que empiecen a sentir que desde su pequeño aporte eucarístico, pueden hacer un aporte grande a su propia Patria, que tantas veces es vista sin horizontes...

Así, en medio de la “oscuridad” de la noche, irrumpe un rayo de fuerza que es gozo para tantos corazones abatidos.

Con el gesto de acompañar a Jesús, somos pequeñas lámparas encendidas que irradian calor y paz de quien nos ama con ternura de Padre.
Acompañando a Jesús, acompañamos a quienes están durmiendo en la oscuridad, pero que se despiertan con la sonrisa y la certeza de que a pesar de que están solos en su sala, y sin tener a alguien cercano, sienten que esa noche fueron acompañados.

¡Bendito y Alabado seas Jesús! por haber puesto este sueño en el corazón de tus amados sacerdotes, y volcarlo también al corazón de tus pequeñas lámparas encendidas los seminaristas, los laicos, los jovenes de tu Iglesia.

¡Somos instrumentos tuyos Señor!, y deseamos que este sueño que has puesto en nuestros corazones, sea pronto “hecho carne”, y a través del cual bendigas a muchos…

Vos estás llamado a ser santo, por Quique Carriquiri


¡Vos estás llamado a ser santo!

¿Te diste cuenta que estás llamado a ser muy, pero muy fecundo en manos de Dios? Jesús hoy te dice: “Yo soy la vid, ustedes los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él da mucho fruto (…)” ¿Te das una idea de lo que significa esto?

¿Sabías que sos una semilla chiquita que está llamada a ser un gran árbol?

Capaz no lo pensamos mucho, pero Dios hace las cosas bien, y nosotros venimos de sus manos y todavía no estamos terminados… Si nos ponemos en sus manos Él va hacer cosas muy grosas en nosotros y a través nuestro…

¿Te pusiste a ver el efecto que produce un santo en el mundo? Un santo es un despelote, un terremoto, ¡un tsunami! Un santo es como una nubecita que se va agradando con el Amor de Dios, y que se va convirtiendo en una tormenta enorme. Así, riega la tierra seca de tantos corazones que necesitan a Dios…

¡El Espíritu Santo nos hace santos!

Un santo tiene un fuego prendido, un fuego que no es propio, es fuego de Dios, fuerza de Dios, que es el Espíritu Santo. El Espíritu Santo que es luz y calor para el corazón del santo, pero que va siendo luz y calor para muchísimas personas.

Un santo, una vida iluminada y encendida, una vida en manos del que es la Vida. Por eso, la vida de un santo engendra vida, da Vida. Enciende, ilumina, estimula, nos hace confiar en Dios, en su amor incondicional, desbordante.

Un santo le deja al mundo otros santos… ¡Muchos! Tantos que ni el mismo santo lo sabe.

¿Cómo mira un santo?

Un santo mira al mundo de otra forma, no porque él sea “recopado”, sino porque mira al mundo entero con los ojos, con la mirada de Jesús. Mira a cada persona con los ojos del Señor Jesús. Alcanza a ver lo que el mundo no ve. Mirando al hermano sabe cómo está, lee su corazón… Y mirando transmite a Dios, transmite la ternura de Dios, la paz. Con la esperanza en la mirada inspira a otros confianza en Dios, la alegría que solo viene de Jesús.

¿Cómo habla un santo?

Cuando un santo habla parece que todo siguiera igual por fuera, pero los corazones que lo escuchan vibran… A veces, vibran despacito, y otras, hasta el punto de estremecerse. Un santo lleva la espada de la Palabra de Dios, que atraviesa los corazones, que llega hasta lo más hondo de cada ser humano.

¿Hacia dónde camina un santo?

Un santo camina igual que cualquier persona, pero sus pasos, cada paso que da está guiado por el Espíritu Santo. Ninguno de sus pasos es en vano. Camina por la vida para amar… Hasta el movimiento más insignificante es ofrenda, aroma para Dios. Pero, ¿cómo? ¿Cuándo va a la cocina, al baño, glorifica a Dios y su vida es fecunda? ¡¡¡ Sí !!! Cada suspiro de un santo es para Dios un pequeño regalo que hace que se derrita de amor por sus hijos.

¿Un santo es perfecto?

¡No! Un santo no es perfecto, al revés… ¡Es muy pobre! ¿Tiene talentos, dones? ¡Eso no importa! De nada sirven los talentos y capacidades si no están movidas, animadas por el fuego del Espíritu Santo, del Amor de Dios. Pocos o muchos talentos no es lo importante, sino ponerlos en manos de Aquel que los puso en nosotros.

¿Un santo hace todo bien?

¡No! De hecho, tiene las mismas metidas de pata que todos nosotros. Entonces, ¿qué es lo que hace que un santo sea un santo?

“El” Santo

Un santo, en realidad, mira, respira, siente, gusta, escucha al único Santo: ¡Jesús! Jesús es el “Santo de Dios” (Mc 1, 24)

Un santo, como cualquier persona, pone su mirada en todo lo que va pasando alrededor… Pero, al menos una vez al día, mira al SANTO. Lo contempla en la Eucaristía. Dios te quiere terminar de hacer, quiere terminar la obra de sus manos, y lo quiere hacer en Jesús, por medio de Jesús, en Jesús… Dios quiere que seas su hijo en Jesús, su Hijo.

Un santo, como cualquier persona, siente aromas, los aromas del mundo, algunos muy ricos y seductores, otros feos, otros aromas agradables y sencillos. Los aromas que se desprenden de los corazones de las personas. Pero, un santo reconoce el aroma de Dios en las cosas, los lugares, las personas, los proyectos, el aroma de Dios en las decisiones…

Un santo, como vos y como yo, siente las alegrías y tristezas de la vida. Un santo no busca dejar de sufrir, no busca un estado “alfa”, no le alcanza con el “american dream” (casita, autito, confort, tranquilidad). Un santo siente más. Siente el Amor del que es SANTO de verdad, se deja abrazar por el amor de un Dios que le entrega la propia vida de su Hijo Jesús.

Un santo gusta de las cosas simples de la vida: amigos, familia, artes, deportes… y gusta de estas cosas a fondo, sabiendo que son un anticipo que nos da el Santo de los Santos. Sí, Jesús nos regala la Vida Eterna (Jn 10,10), y todos los momentos lindos de esta vida son un anticipo de ella.

Un santo no es un cerrado o un aislado que no escucha a nadie… Un santo, al revés de esto, escucha a TODOS. Un santo escucha mucho. Calla, da de su tiempo y escucha. Y así, en las distintas voces va reconociendo la voz del Santo, de Jesús, que es la Palabra de Dios hecha carne (Jn 1, 17). Entonces, un santo escucha todo, pero sus oídos buscan sobre todo la Palabra de Dios, buscan al Maestro, al que dice de sí mismo: “Yo soy la Verdad”.

¿Un santo se hace? ¿Qué tengo que hacer?

Bueno… lo que hay que hacer es, básicamente, nada. Un santo no se hace, un santo ES. Santo es el que se maravilla de Dios, de lo que Dios es, de las obras que Dios mismo hace. Santo es el que se va maravillando creación permanente de Dios, con la Salvación permanente de Dios.

Santo no es el intachable, sino el que tiene la certeza, por gracia del Espíritu, de que existe un intachable…JESÚS.

Santo no es el fuerte, sino el que confía en la fuerza de Dios, que es el Evangelio.

Santo no es el que puede ser fiel, sino el que ve, el que goza profundamente de la fidelidad inconmovible de Dios.

Santo no es el que hace muchas cosas… sino el que deja que Dios haga cosas grandes en su propio corazón y en los demás…

Santo es a quien el Padre en el Hijo y por el Espíritu, le va haciendo saber, gustar, experimentar su Santidad infinita y gloriosa, desbordante… Él es EL Santo que vino a este mundo, que El mismo hizo, para seamos santos como ÉL es santo. Para que seamos hijos como Él es Hijo.

Sí… Vos estás llamado a ser un santo. ¿Sabés por qué? Porque Dios te ama con locura, y desde la Eucaristía de derrite de amor por vos… Quiere que te sientas tan Hijo de Dios como El…

Quiere hacer grandes cosas con vos…

¡Quiere llenar el mundo de su amor a través tuyo! ¡Quiere dar Vida eterna a través tuyo! Quiere invitar a que otros vivan su amor a través tuyo…

¿Sabías que podés ser un santo? El único requisito es… ¿Vos querés? ¿Deseas ser santo hoy?

Ese deseo lo inspira, lo pone Dios. Y Dios no pone deseos en el corazón que Él mismo no sea capaz de realizar…

Un santo, una bolsa enorme, llena de semillas, sembrador… Un santo… una lluvia que riega kilómetros y kilómetros de tierras de corazones áridos, secos…

Un santo, pobre, silencioso… Camina por el mundo, pero va prendiendo fuego del Reino de Dios que viene… Un santo va dejando Vida en lugares estériles, va generando una movida insospechada…

Un santo entrega al mundo otros santos… ¡Dios quiere que seas santo! Si vos querés, nada, ni nadie va poder impedir que Dios haga de vos un gran regalo para nuestro mundo!

Miralo en la Eucaristía y pedile que te haga santo porque Él es santo. Miralo en la Eucaristía y decile que sos pobre, que no terminas de creer en su Amor, pero que te haga confiar, abandonarte. Miralo en la Eucaristía, y pedile que de descubra su gloria, su luz, su resplandor… MIralo en la Eucaristía y decile cuánto necesitas su abrazo, su cercanía, sus palabras… Miralo en la Eucaristía, y pedile que te ayude a alabarlo, a bendecirlo… Miralo en la Eucaristía y pedile que te haga sentir que Él no te va soltar nunca… MIralo en la Eucaristía, miralo solo a Él… Solo a Él, solo a Jesús… La tierra entera se llena de su Presencia… Dale gracias, bendecilo, solo Jesús… Miralo en la Eucaristía y pronuncia su Nombre en tus labios… Jesús… Solo Él alcanza, basta y sobra…

jueves, 4 de junio de 2009

Andá a la Eucaristía


Si tuviera que elegir de entre todos los consejos posibles un solo consejo para darle a una persona, si tuviera ocasión de decirle una sola cosa a alguien, o acaso una última recomendación o mensaje final, sin dudarlo, le diría simplemente esto: “andá a la Eucaristía”.
En la Eucaristía está todo. Porque es el TODO hecho Presencia. Si supiéramos de verdad Quién vive en el Sagrario y lo supiéramos con íntima y absoluta convicción, no dudaríamos en pasar el mayor tiempo posible en la capilla, junto al Sagrario.
Andá a la Eucaristía porque es el Señor. Es el mismo Señor que está a la derecha del Padre en la Gloria y que trae esa Gloria a nuestras capillas, a nuestras casas de oración. Ninguno de nosotros puede llegar al Cielo, pero el Cielo sí puede llegar a nosotros. Y eso es la Eucaristía, la puerta del Cielo en esta tierra, la puerta de la Gloria; la puerta del amor del Padre; la puerta del Espíritu Santo. Todo eso es la Eucaristía. Porque la Eucaristía es Cristo
Hay tanta gloria, tanta luz, tanto poder en la Eucaristía que nuestra conciencia no lo puede ver. Es como cuando recién nos despertamos y encendemos de golpe una fuerte luz o abrimos las ventanas: tanta luz nos enceguece y no vemos nada, incluso menos que en la oscuridad a la que ya estábamos acostumbrados. Lo mismo sucede con el alma que empieza a adorar la Eucaristía. No puede ver al instante tanta gloria que tiene frente a sí, y su corazón no se derrite de gozo, y su mente se distrae, y su cuerpo se incomoda… Es porque no puede ver de golpe tanta luz, el que vive en la oscuridad de esta vida, donde las cosas mas importantes no se ven. Pero de a poco, si somos fieles al “deseo de Eucaristía” que Dios pone en nuestras almas, vamos viendo con más claridad, y nos vamos dando cuenta de verdad lo que creíamos y deseábamos, y de repente un día surge como un grito interior: “¡Es verdad! ¡Es el Señor! ¡Ha resucitado!” Y entonces va creciendo el deseo de estar con Él en el Sagrario, va creciendo el gozo interior (que no siempre es a nivel del sentimiento aunque muchas veces sí), y hasta el cuerpo se serena y muchas veces nos lleva él solo hasta la capilla aunque sea unos instantes nomás.
Si tuviera que darte un consejo, uno solo, sin dudarlo te diría: andá a la Eucaristía. Porque como es Cristo, el Señor, y está vivo de verdad, y te ama con un amor que ni podemos imaginar, Él mismo se encarga de hacerte saber todo lo que necesitas, Él mismo se encarga allí de quitarte las cosas que te sobrecargan, de limpiar lo que no te deja estar en paz, de sembrarte sueños y deseos, de volver llamarte a la vida.
Quien va a la Eucaristía aprende de a poco a escuchar la voz del Señor que llama a la vida, y vida en abundancia. Si supiéramos todos los bienes que salen de la Eucaristía no dejaríamos de visitarla ni un solo día de nuestras vidas.
Por eso: te aconsejo que tengas la buena costumbre de visitar a Jesús en el Sagrario, todos los días. No importa que sea sólo un ratito, aunque sea muy poco tiempo, no importa; pero sí hacelo todos los días, y vas a ver como el mismo Señor se va encargando de llevarte cada día, de ir poniéndote el deseo de seguirlo y de estar a solas con Él…
Nunca me cansaría de hablar de la Eucaristía, porque es Jesús. Porque es fuente increíble e infinita de bienes y bendiciones. Porque ni te imaginás el bien que le hace tu adoración a tu alma, a tu familia, a tu novio/a, a tus amigos, y a todo el mundo. Cada vez que te arrodillas frente a Jesús Eucaristía viene del cielo una bendición divina para el mundo. Y cuanto más adoración, más bendición; y cuanto más adoradores, más bendición…
Por eso es que insisto y aún a riesgo de ser repetitivo quiero decírtelo una vez más:
Si tuviera que darte sólo un consejo, el más importante de todos, diría sin dudarlo: andá a la Eucaristía.
¿Qué esperás...?

martes, 2 de junio de 2009

Benedicto XVI: "El Espíritu Santo vence al miedo"



De la Homilía del Papa Benedicto XVI el Domingo de Pentecostés:

"Igual que el aire para la vida biológica, es el Espíritu Santo para la vida espiritual; e igual que existe una contaminación atmosférica que envenena el ambiente y los seres vivos, igual existe una...
Igual que el aire para la vida biológica, es el Espíritu Santo para la vida espiritual; e igual que existe una contaminación atmosférica que envenena el ambiente y los seres vivos, igual existe una contaminación del corazón y del espíritu que mortifica y envenena la existencia espiritual...
Es necesario que la Iglesia esté menos obsesionada por las actividades y más dedicada a la oración..."

lunes, 1 de junio de 2009

Homilía de Pentecostés


Hoy celebramos el Domingo de Pentecostés, la Fiesta de la efusión del Espíritu Santo sobre la Iglesia, sobre los creyentes y sobre el mundo. Y en este acontecimiento litúrgico le pedimos a Dios que renueve en nosotros la gracia del Espíritu.

El Catecismo de la Iglesia Católica dice en el nº 236 lo siguiente: “Los Padres de la Iglesia distinguen entre la "Theologia" y la "Oikonomia", designando con el primer término el misterio de la vida íntima del Dios-Trinidad, con el segundo todas las obras de Dios por las que se revela y comunica su vida. Por la "Oikonomia" nos es revelada la "Theologia"; pero inversamente, es la "Theologia", quien esclarece toda la "Oikonomia". Las obras de Dios revelan quién es en sí mismo; e inversamente, el misterio de su Ser íntimo ilumina la inteligencia de todas sus obras. Así sucede, analógicamente, entre las personas humanas. La persona se muestra en su obrar y a medida que conocemos mejor a una persona, mejor comprendemos su obrar.”
Nuestra inteligencia humana se halla limitada a la hora de conocer y comprender a Dios. Por eso si bien es posible para la razón humana conocer a Dios, es conveniente, hasta necesario, que Dios se revele a Sí mismo a través de su obrar para poder conocer el ser de Dios. Lo mismo nos pasa con las personas humanas, no podemos conocer más que lo que el obrar muestra, aunque a partir de ese conocimiento podamos conocer la interioridad y el ser del otro.
Y así es como la Iglesia a través del obrar del Espíritu puede conocer quién es. Dios se ha revelado como Uno y Trino: Padre, Hijo y Espíritu Santo. A Dios Padre podemos entender con cierta lucidez, ya que tenemos una imagen concreta de padre, ya tengamos una buena o mala imagen o experiencia de paternidad, tenemos una referencia tangible para nosotros, un parámetro. Lo mismo sucede con Dios Hijo, ya que además de comprender la categoría filiación, tenemos a Jescuristo, el hombre Dios, que es uno como nosotros, como diría San Pablo “uno como cualquiera” que nos hace accesible la idea de Dios Hijo. Pero cuando hablamos del Espíritu Santo necesitamos representaciones que nos den una idea pero no tenemos parámetro para su identidad como si lo tenemos para el Padre y el Hijo.
La Iglesia en estas lecturas que nos propone en este día nos da a contemplar ciertas imágenes que nos pueden ayudar a comprender la identidad del Espíritu Santo. Hablaremos de su “oikonomía” es decir de su obrar en nosotros.
En la lectura de los Hechos donde se nos narra el acontecimiento de la efusión del Espíritu Santo sobre María Santísima y los Apóstoles. Estando reunidos en oración el Espíritu Santo los une con lazos de profundidad inimaginable. Es el que convierte a los “Once” y se convierten en Iglesia. De otra manera no podrían estar unidos a ese nivel de darles una misma identidad. Pero además hay otro signo prodigioso de unidad. Los Apóstoles salen a predicar inmediatamente ante un auditorio sumamente dispar ya que es la Fiesta judía de Pentecostés y hay gente de todas las nacionalidades en Jerusalén, donde cada uno habla su propia lengua. Y cada uno escucha a los Apóstoles en su propio idioma. Una maravillosa y simple respuesta de Dios al episodio de Babel que se narra en Génesis 11 donde la ambición desmedida del hombre provocó la ruptura y la incomprensión mutua, signo de lo cual es la división en lenguas de la humanidad. Pentecostés es la respuesta: el Espíritu Santo une lo separado, lo distinto, lo que no podría unirse con la sola fuerza humana.
Hermosa imagen del Espíritu que une y que tanto necesitamos nosotros. En estos tiempos de cambios culturales vertiginosos sucede a veces que el hermano mayor no entiende al mas chico, quizás hay pocos años de diferencia pero ya hablan otro idioma. Ni que hablar los hijos con los padres o con los abuelos… Entonces a veces en una familia pueden ser cuatro personas que conviven en una casa y son cuatro idiomas diferentes que no pueden llegar a entenderse y por lo cual tampoco unirse, lo que a veces da lugar a situaciones dolorosas de conflictos y divisiones. Lo único que puede unir verdaderamente a nuestras familias es el Espíritu Santo que une con lazos muchísimo más profundo que los lazos de la carne y de la sangre. “La familia que reza unida permanece unida” y esto sigue siendo necesario, porque es así como nos abrimos a la acción del Espíritu, es rezando como nos abrimos a poner la unidad de nuestras familias en un fundamento que no se rompa, mucho mas estable que la propia voluntad o deseo, ya que estos son volubles, pueden cambiar.
El Espíritu Santo es el único que puede unir a la Iglesia. A veces vemos tantas diferencias que enfrentan y dividen, posturas, ideologías… Sólo el Espíritu Santo puede dar profunda unidad a la Iglesia.
También nuestra Patria necesita una unidad que venga del Espíritu. Nuestra historia marcada por la violencia, agresiones a causa de la mutua incomprensión. Violencia que genera resentimiento y este resentimiento que genera odio, y el odio que genera más violencia, y este a su vez un resentimiento aún mayor… Un circulo vicioso del que aparentemente no hay manera de salir. Sólo el Espíritu Santo puede unirnos. Llega un punto en que la fuerza humana no alcanza ya que no se trata en nuestra Patria solamente de llegar a acuerdos entre la dirigencia de todos los niveles y ámbitos. Se trata de un cambio interior donde todos estemos dispuestos a dejar de lado lo particular en orden a lo común. Apostar siempre a un bien mas grande que la propia idea, la propia parte, el propio beneficio. El problema social de nuestra Patria no pueden solucionarlo ni la política ni la economía. Sólo Dios…
Sólo Dios puede sanar y unir lo que está tan separado. En la oración colecta de esta Misa le pedíamos al Padre que el Espíritu Santo realice en nosotros grandes prodigios como al comienzo de la predicación apostólica.
Otra obra del Espíritu es la apertura de lo que está cerrado. Cerrarnos es la tentación que nos viene sobre todo cuando nos agreden o sentimos miedo u hostilidad. Pero replegarse siempre es peor. Sólo el Espíritu de Dios puede darnos la confianza y la fuerza para permanecer abiertos al mundo, aunque piense y jzgue distinto que nosotros. Cristo nos envía al mundo, a entregarnos por él, a ser luz de las gentes, de los pueblos. Sabemos que la Luz del mundo es el mismo Jesucristo. Si estamos cerrados esa luz nunca llegará a donde Dios envía a llevar. El cristiano no puede replegarse y cerrarse en sus miedos, en sus posturas, ni en sus ideas ni siquiera en sus creencias. Nunca ha de cerrarse porque es abierto como se sale al encuentro del otro. Y para abrirse necesitamos el Espíritu Santo
Este es el Espíritu de Dios el que une y abre. Y podemos entonces decir que Él mismo es como la unidad y la apertura en Dios
En su obrar une lo que está separado, abre e impulsa a salir de nuestras cárceles interiores. Pidamos este Don de Dios que es el Espíritu Santo, para que podamos unirnos y abrirnos en nuestras vidas, en nuestras familias, en nuestra Patria, en la Iglesia y en el mundo.
Que podamos experimentar esta obra que nos transforme interiormente y nos configure así con Jesucristo; como la Santísima Virgen y los Apóstoles que desde el día de Pentecostés se supieron Iglesia, sacramento de unidad y de salvación para el mundo.