martes, 9 de noviembre de 2010

30 - EL SOL QUE BAILA


Natividad de San Juan Bautista, 24 de junio de 1994.
Querido padre Tomás:
Esta carta es tan importante que la voy a hacer muy breve. Trataré de "disminuir" la cantidad de palabras para aumentar "el impacto".
Nuestra función con respecto a Cristo en el Santísimo Sacramento debería ser como la que tuvo San Juan Bautista con respecto a Cristo.
... En medio de vosotros está uno a quien no conocéis... a quien yo no soy digno de desatarle la correa de su sandalia... 'He ahí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo'... pero he venido... para que Él sea manifestado... 'He ahí el Cordero de Dios" Jn 1, 26-36).
Lo que proclamamos en la consagración debería ser el propósito y el centro de todo nuestro ministerio: hacer conocer a Jesús en el Santísimo Sacramento, a quien muchos no lo reconocen.
Tal como mi joven amigo Patrick Barry me dijo hace poco: "Analiza el Evangelio y verás como, entonces, la gente era llevada directamente a Jesús. Hoy también deberíamos hacer esto: llevar a la gente, directamente a Jesús en el Santísimo Sacramento. Actualmente Él sigue haciendo por cada uno de nosotros las mismas cosas maravillosas que hizo por la gente en el tiempo del Evangelio".
Así como Juan Bautista señalaba al Cordero de Dios, así la Iglesia entera debería señalar al Santísimo Sacramento. Como él, nosotros debemos "disminuirnos" para que Él pueda “crecer" y establecer su reino.
Por eso, la primera aparición de la Santísima Virgen en Medjugorje fue el 24 de junio, fiesta de San Juan Bautista. Como el precursor, la Virgen está señalando a su Hijo en el Santísimo Sacramento y quiere que hagamos lo mismo, porque Ella expresamente pidió la adoración perpetua del Santísimo Sacramento.
Esto se debe, querido Tomás, a que el sol en el cielo baila. ¿Y por qué es que muchos lo ven como una hostia? El sol señala al Hijo, porque todo en la creación nos llama para que nos acerquemos a Jesús en el Santísimo Sacramento. El sol también señala al Hijo porque Su gloria viene pronto. Su gloria en la Eucaristía está por irrumpir y cuando lo haga: "Dichosos los que no han visto y han creído" (Jn 20,29).
Fraternalmente tuyo en Su Amo Eucarístico, Mons. Pepe.

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