lunes, 30 de noviembre de 2009

Del discurso del Papa Benedicto XVI, al inaugurar la Conferencia de Aparecida


En América Latina, la mayoría de la población está formada por jóvenes. Tenemos que recordarles que su vocación consiste en ser amigos de Cristo, sus discípulos. Los jóvenes no tienen miedo del sacrificio, sino de una vida sin sentido. Son sensibles a la llamada de Cristo que les invita a seguirle. Pueden responder a esa llamada como sacerdotes, como consagrados y consagradas, o como padres y madres de familia, entregados totalmente a servir a sus hermanos con todo su tiempo y capacidad de entrega, con toda su vida. Los jóvenes tienen que afrontar la vida como un descubrimiento continuo, sin dejarse llevar por las modas o las mentalidades en boga, sino procediendo con una profunda curiosidad sobre el sentido de la vida y sobre el misterio de Dios, Padre creador, y de su Hijo, nuestro redentor, dentro de la familia humana. Tienen que comprometerse también en una continua renovación del mundo a la luz del Evangelio. Es más, tienen que oponerse a los fáciles espejismos de la felicidad inmediata y a los paraísos engañosos de la droga, del placer, del alcohol, así como a todo tipo de violencia.

"Quédate con nosotros"
Los trabajos de esta V Conferencia General nos llevan a hacer nuestra la súplica de los discípulos de Emaús: "Quédate con nosotros, porque atardece y el día ya ha declinado" (Lc 24, 29).

Quédate con nosotros, Señor, acompáñanos aunque no siempre hayamos sabido reconocerte. Quédate con nosotros, porque en torno a nosotros se van haciendo más densas las sombras, y tú eres la Luz; en nuestros corazones se insinúa la desesperanza, y tú los haces arder con la certeza de la Pascua. Estamos cansados del camino, pero tú nos confortas en la fracción del pan para anunciar a nuestros hermanos que en verdad tú has resucitado y que nos has dado la misión de ser testigos de tu resurrección.

Quédate con nosotros, Señor, cuando en torno a nuestra fe católica surgen las nieblas de la duda, del cansancio o de la dificultad: tú, que eres la Verdad misma como revelador del Padre, ilumina nuestras mentes con tu Palabra; ayúdanos a sentir la belleza de creer en ti.

Quédate en nuestras familias, ilumínalas en sus dudas, sostenlas en sus dificultades, consuélalas en sus sufrimientos y en la fatiga de cada día, cuando en torno a ellas se acumulan sombras que amenazan su unidad y su naturaleza. Tú que eres la Vida, quédate en nuestros hogares, para que sigan siendo nidos donde nazca la vida humana abundante y generosamente, donde se acoja, se ame, se respete la vida desde su concepción hasta su término natural.

Quédate, Señor, con aquéllos que en nuestras sociedades son más vulnerables; quédate con los pobres y humildes, con los indígenas y afro-americanos, que no siempre han encontrado espacios y apoyo para expresar la riqueza de su cultura y la sabiduría de su identidad. Quédate, Señor, con nuestros niños y con nuestros jóvenes, que son la esperanza y la riqueza de nuestro Continente, protégelos de tantas insidias que atentan contra su inocencia y contra sus legítimas esperanzas.¡Oh buen Pastor, quédate con nuestros ancianos y con nuestros enfermos. ¡Fortalece a todos en su fe para que sean tus discípulos y misioneros!

domingo, 29 de noviembre de 2009

Domingo I de Adviento - Ciclo C


Jeremías 33,14-16
1 Tesalonicenses 3,12-4,2
Lucas 21,25-28.34-36


La verdad fundamental de nuestra fe es la Encarnación, es lo que hace distinta a nuestra fe de toda otra concepción religiosa, ya que concebir a Cristo, Dios y hombre, implica para el hombre un quiebre de toda su capacidad de razonamiento lógico, porque tiene que aceptar que lo eterno se haga parte del tiempo, que el Absoluto de vuelva relativo, que lo infinito se limite a sí mismo, que lo perfecto esté sujeto a las imperfecciones. La Encarnación nos presenta la realidad de la UNION de dos extremos aparentemente opuestos, y para la sola lógica del hombre, inconciliables. Dios nos creó para santificarnos y hacernos parte de su Vida por eso cuando el Verbo se encarna la obra de la creación empieza a llegar a su plenitud, que será consumada plenamente en la Resurrección. Es que en la Encarnación lo creado se une de manera insospechada con el Creador a través del amor de Dios que salta todas las distancias y, en Cristo, une la naturaleza creada a su misma naturaleza divina.
Ahora bien, para que el hombre pudiera acoger este misterio y contemplarlo, fue necesario un camino, una historia de salvación. Dios se preparó a Israel a través larga pedagogía que fue disponiendo al corazón del pueblo para que pudiera aceptar y acoger ese don de Dios que, de suyo, supera toda capacidad de reflexión meramente racional. Dios mismo fue preparando el corazón del hombre para que pudiera contemplar en estupor de fe un misterio que nunca habría de comprender totalmente, pero que paradójicamente se hacia accesible. Esto es el Antiguo Testamento, la elección de Israel, los profetas, la historia de salvación… Un camino que Dios en su providencia traza para el hombre para que pudiera prepararse a contemplar maravillado esta Suma Belleza: Dios ama al hombre: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que el mundo se salve por Él…” (Jn 3, 16-17), y tanto lo ama que, en Cristo, vence para siempre toda distancia entre Él y su creatura.

Y el tiempo de Adviento nos recuerda ese tiempo de preparación que Dios le hizo a Israel durante muchos siglos para que pudiera acoger el Don de Dios. El Adviento nos recuerda año a año que necesitamos un corazón nuevo para contemplar de verdad el pesebre. El hombre necesita disponerse y acercarse con actitud de fe para poder contemplar como hijo la maravilla del Dios encarnado. Para esto es necesario un cierto “impacto”.
El Papa Benedicto hace algunos días se reunión en la Capilla Sixtina con artistas de todo el mundo sobre la importancia del arte y la belleza. Y les decía el Papa: “…una función esencial de la verdadera belleza, de hecho, ya expuesta por Platón, consiste en provocar en el hombre una saludable "sacudida", que le haga salir de sí mismo, le arranque de la resignación, de la comodidad de lo cotidiano, le haga también sufrir, como un dardo que lo hiere pero que le "despierta", abriéndole nuevamente los ojos del corazón y de la mente, poniéndole alas, empujándole hacia lo alto” (Benedicto XVI, Discurso a los artistas, 21.11.2009)
Esta salida de lo superficial y del encierro capacita al hombre para poder contemplar lo que está allí en la realidad pero que no se percibe sin una actitud contemplativa. El impacto de la belleza hace que el hombre pueda entrar en el misterio y así el misterio entra en el hombre. El hombre en el misterio y el misterio en el hombre, y así Dios se va haciendo cada vez mas cercano a la vida y a la experiencia del hombre. La distancia se va superando.
Esto hace el Adviento, nos “sacude saludablemente” para que podamos detenernos a contemplar el misterio, la gran maravilla que significa la Encarnación y el nacimiento del Hijo de Dios.

Las lecturas que hoy nos propone la Iglesia nos iluminan para esta reflexión.
Primero el profeta Jeremías nos recuerda que Dios cumplirá sus promesas. Nos vuelve a la esperanza de que toda promesa se hará realidad plenamente y ya no habrá distancias con Dios. Es que la distancia es el obstáculo de los que se aman, la distancia física, interior, de cualquier tipo. La distancia hace doloroso al amor. Y siempre habrá distancia. Aún en el abrazo de los que se aman permanece una cierta distancia que es nuestra propia soledad. Es la distancia la herida del amor y es también así entre Dios y el hombre, la distancia de no ser aquello a lo que estamos llamados. Pero Dios promete que esa distancia se acabará. Por eso el amor siempre sigue hacia adelante y nada puede detenerlo, busca y busca romper toda distancia y dar pasos de acercamiento, que sólo se detiene como diría San Juan de la Cruz ante “la tela deste dulce encuentro”. Esa distancia sólo se supera en Cristo que, en Él, nos hace de algún modo parte de la Encarnación de Dios. Dice el Concilio Vaticano II: “El Hijo de Dios con su Encarnación se ha unido, en cierto modo, con todo hombre” (GS 22): en Cristo de alguna manera todos somos parte de la Encarnación de Dios. Dios es fiel y cumplirá sus promesas y la promesa de Dios es que ya no habrá distancias en el amor, Él estará con nosotros. La promesa de Dios es en definitiva unirse íntimamente con el hombre. Eso es la santidad, la unión transformante de Dios con el hombre. El plan de Dios es la santidad, por eso no ser santos es perderse de la vida, no ser santos es no saber vivir. Y el profeta Jeremías viene a recordarnos que Dios es fiel a sus promesas.

En la Segunda Lectura el Apóstol San Pablo nos recuerda que el modo de ir preparando el corazón para ese encuentro final es permanecer en el día a día en el amor y en hacer crecer el amor, porque el amor necesita crecer, ya que no es una realidad estática sino que nos compromete a amar cada día más con el dinamismo de la vida.
El bautizado que no ama más cada día está desconociendo su propia identidad. San Pablo recuerda que esa es la actividad de la espera, amar y hacer crecer el amor mutuo.

Por ultimo está el Evangelio que no tiende a satisfacernos la curiosidad sobre lo que va a pasar el día del Hijo del hombre, sino que en un lenguaje metafórico como lo es el apocalíptico, nos invita a estar atentos y prevenidos para no dejarnos aturdir por los problemas cotidianos, por los deseos y necesidades cotidianas que por otra parte nos van haciendo cada día mas consumistas, necesitados de cosas, superficiales… No dejarnos aturdir por esas cosas, para estar preparados para ver la acción de Dios.
Esto es lo que le pasa por ejemplo a nuestra sociedad especialmente con la llegada de la Navidad, que suele ser la época en que más aturdidos vivimos, porque se termina el año, hay muchas cosas para hacer, por planificar… Todos nos vamos aturdidos y mas cerca de la fiesta de la Navidad más aún, con las compras, los regalos, y nos puede pasar que por dejarnos aturdir nos perdimos del misterio que en realidad íbamos a celebrar: Dios nos ama; tanto nos ama que quiere quitar toda distancia entre Él y nosotros, y eso es el pesebre.
El pesebre es un grito misterioso que no se percibe a simple vista sino que exige detenerse para poder captarlo. Es un grito silencioso que dice que Dios quiere vencer toda distancia para con nosotros dando ese gran paso que es la Encarnación.
Qué hermoso es contemplar el pesebre y rezar allí, donde hay un Dios que tiene deseos de encontrarse con nosotros.
Qué hermoso es hablar con alguien que tiene ganas de escucharme, de hablar conmigo. Y por el contrario que duro es no sentirse escuchado, recibido.
Por eso Dios se hace niño, se hace frágil para que yo pueda estar con Él, y que yo pueda creer que Él se goza de mi presencia. La Navidad es eso, un recuerdo de que hay un amor que nos espera. Dios en su amor quiere eliminar todas las distancias de nuestra vida, y curar las heridas de la distancia, las heridas del amor, porque, como bien dice San Juan de la Cruz: “las heridas del amor sólo las cura aquel que las hace…”
Y el Adviento será el camino que prepare nuestro corazón para contmeplar y experimentar aquel “dulce encuentro” que se realiza en el pesebre.

sábado, 28 de noviembre de 2009

Acto de amor a Dios, del Santo Cura de Ars


Acto de amor a Dios
Santo Cura de Ars
.

"Yo te amo, Dios mío
y mi único deseo es amarte
hasta el último momento de mi vida.
Te amo, Dios infinitamente amable
y prefiero morir amándote
a vivir un solo instante sin amarte.
Te amo, Señor, y la gracia que Te pido
es la de amarte eternamente.
Te amo, Dios mío, y deseo el cielo
sólo para poder tener la felicidad de amarte
con todas mis potencias.
Te amo, Dios mío, infinitamente bueno
y temo el infierno sólo porque ahí
no tendría jamás el dulce consuelo de amarte.
Dios mío, si mis labios no pueden decirte
a cada instante que Te amo,
quiero que mi corazón Te lo repita
cuantas veces yo respire.
Dios mío, dame la gracia
de que sufra por Tu amor
y de amarte en mi sufrimiento.
Te amo, mi Divino Salvador,
porque Tú has sido crucificado por mí.
Te amo, Dios mío,
porque me tienes crucificado
para acercarme a Ti.
Amar a un hombre Dios
crucificado por nosotros,
es amor de gratitud.
Amar a un Dios que nos crucifica
es amor generoso.
Dios mío, concédeme que muera por tu amor
y conociendo que Te amo.
A medida que me acerque a la muerte,
dame la gracia de aumentar mi amor
y de perfeccionarlo. Amén."

La vocación del Hermano Rafael

MISA de Acción de Gracias
por la CANONIZACIÓN del Hermano RAFAEL
Miércoles 2 de diciembre
a las 20:15
en la Iglesia del PILAR


Hace un mes el Hermano Rafael es ya san Rafael Arnáiz Barón: un potente foco de luz para la Iglesia y para la Humanidad de comienzos del siglo XXI, como lo han sido y lo siguen siendo san Ignacio de Loyola, santa Teresa de Jesús o san Juan de la Cruz.
Rafael es conocido por sus escritos. No ha sido fundador ni reformador; pero su pluma transmite el secreto de la mística cristiana de todos los tiempos con las palabras de un joven, muerto a los 27 años, cuando el siglo XX se acercaba al culmen de su tragedia. Su breve vida tiene un antes y un después en el 25 de mayo de 1934. No fue ése el día en que decidió hacerse monje, ni el de su entrada en el monasterio cisterciense de San Isidro de Dueñas. Fue el momento en el que la enfermedad que acabará por llevarle a la muerte, cambió el signo de la fuerza por el de la debilidad en el horizonte de su existencia.
Rafael tiene éxito en los estudios. Toca el violín y el piano. Conduce su coche por los valles y las costas de Asturias y patea las cumbres de los Picos de Europa, interpretándolas en sus acuarelas. Lee a san Juan de la Cruz, hace Ejercicios espirituales, se alista en la Adoración Nocturna y en las Conferencias de San Vicente Paúl. En 1932 escoge pensión en el edificio más alto de Madrid en la Plaza de Callao; frecuenta las clases de Arquitectura; conciertos, los domingos; cultiva la amistad de sus amigos y también, de modo especial, la de sus confidentes espirituales en Ávila, sus tíos María y Polín; hace el servicio militar montando guardias en el Palacio de Oriente y esquiando en el Guadarrama. Un torbellino de actividad y de fuerza, que culmina en la conquista de su proyecto más deseado: ser monje. Desde que, en 1930, visitara el monasterio y se enamorara del silencio, de la salmodia, de aquella comunidad de hombres de blanco haciendo guardia día y noche ante el sagrario, Rafael se había dicho que aquello era lo suyo. Y un buen día, en noviembre de 1933, decide abandonarlo todo para realizar el sueño de su juventud: entregarse por completo al amor de Dios. Rafael entra en el monasterio el 15 de enero de 1934. Su alegría fue inmensa. Pero el signo de la fuerza pronto se trocó por el de la debilidad.
El joven atleta de Dios vuelve al hogar de Oviedo deshecho físicamente por la diabetes y atormentado en el espíritu: ¿No me quiere Dios en el monasterio? ¿Me he equivocado? ¿He sido presuntuoso y egoísta? Eran preguntas amargas que se agolpaban en su alma, en el momento de la desilusión de su vida, como Rafael mismo llamará a aquel momento decisivo. Pero su grandeza consiste precisamente en cómo supo entender la voluntad de Dios. Más de uno se hubiera hundido. Rafael se aplica a la oración, escucha los consejos de personas de su confianza y, por fin, después de año y medio de maduración, decide volver a pedir el ingreso en el monasterio como oblato. Era renunciar a su ilusión de ser monje y al sacerdocio monástico. Pero era la ocasión para dar un salto de gigante en el amor que movía ya su vida. Cuando escribe al abad pidiéndole volver, le dice: «Hace dos años (...) yo buscaba a Dios, pero también buscaba a las criaturas y me buscaba a mí mismo, y Dios me quiere para Él solo...»
La debilidad resultó para Rafael ser la fuerza motriz del amor más puro y mayor. Ésos eran los planes de Dios que él supo interpretar bien. Los poco más de dos años que le quedaban de vida fueron la entrega completa de su debilidad a Dios, unida en ofrenda de amor a la Cruz de Cristo. Ésa fue su gran fortaleza y la causa de una alegría indescriptible. Ésa fue su locura, como él la llama: la locura por Cristo y por su Cruz, que le hace partícipe también de su gloria. Rafael escribe más tarde, como fino teólogo sin estudios: «En el mundo se sufre mucho, pero se sufre poco por Dios. El cristiano no ama la debilidad y el sufrimiento tal como éste es en sí, sino tal como es Cristo, y el que ama a Cristo, ama su Cruz». Nada de masoquismo. Dios sufre en Cristo y quien le ama, desea estar con el sufrimiento de Dios. Es la mística del seguimiento de Cristo hasta la Cruz. Es la locura y la ciencia de la Cruz.
Una existencia y un mensaje así es precisamente lo que más necesita el mundo de comienzos del siglo XXI: la mística cristiana de siempre en el contexto materialista y hedonista de nuestros días. La realización plena de la existencia humana no es posible más que como amoroso y radical abandono en Dios. No es el progreso entendido como el conjunto de logros de la fuerza humana lo que trae la felicidad al mundo. Tal progreso es puro ruido -como escribía Rafael- si carece del silencio en el que el ser humano puede escuchar el latido del Corazón de Dios.
San Rafael Arnáiz Barón ofrece a cada uno en su propia vocación, el testimonio perenne de la mística cristiana: sólo Dios puede llenar el corazón humano. Sin tal mística, no habrá vida ni misión cristianas. Pero tampoco realización humana. «Me he dado cuenta de mi vocación -escribe Rafael-. No soy religioso..., no soy seglar..., no soy nada... Bendito sea Dios, no soy nada más que un alma enamorada de Cristo. Él no quiere más que mi amor. (...) Que mi vida no sea más que un acto de amor».
+ Juan Antonio Martínez Camino
Obispo Auxiliar de Madrid
Sec. gral del Episcopado de España

viernes, 27 de noviembre de 2009

27 de Noviembre - Día de la Virgen de la Medalla Milagrosa



El 27 de noviembre de 1830 la Virgen Santísima se apareció a Santa Catalina Labouré, humilde religiosa vicentina, y se le apareció de esta manera: La Virgen venía vestida de blanco. Junto a Ella había un globo luciente sobre el cual estaba la cruz. Nuestra Señora abrió sus manos y de sus dedos fulgentes salieron rayos luminosos que descendieron hacia la tierra. María Santísima dijo entonces a Sor Catalina:
"Este globo que has visto es el mundo entero donde viven mis hijos. Estos rayos luminosos son las gracias y bendiciones que yo expando sobre todos aquellos que me invocan como Madre. Me siento tan contenta al poder ayudar a los hijos que me imploran protección. ¡Pero hay tantos que no me invocan jamás! Y muchos de estos rayos preciosos quedan perdidos, porque pocas veces me rezan".

Entonces alrededor de la cabeza de la Virgen se formó un círculo o una aureola con estas palabras: "Oh María sin pecado concebida, ruega por nosotros que recurrimos a Ti".
Y una voz dijo a Catalina:
"Hay que hacer una medalla semejante a esto que estas viendo. Todas las personas que la lleven, sentirán la protección de la Virgen",
y apareció una M, sobre la M una cruz, y debajo los corazones de Jesús y María. Es lo que hoy se ve en la Medalla Milagrosa.

El Arzobispo de París permitió fabricar la medalla tal cual había aparecido en la visión, y al poco tiempo empezaron los milagros. (lo que consigue favores de Dios no es la medalla, que es un metal muerto, sino nuestra fe y la demostración de cariño que le hacemos a la Virgen Santa, llevando su sagrada imagen).

martes, 24 de noviembre de 2009

El sacerdote y la Eucarsitía


El sacerdote es el hombre del amor, porque el amor victorioso de Jesucristo ha vencido todo. El sacerdote vence amando y no hay mayor amor que dar la vida. Cuando el sacerdote ama, Cristo vence.
A los sacerdotes Dios nos ha pedido que entreguemos la vida para amar más. El sacerdote que no ama más, está desconociendo su verdadera identidad, porque estamos llamados a ser padre de todos, no de algunos, de los que me caen bien, los que me convienen. Estamos llamados a amar más y a todos.
El sacerdote tiene que amar más: a su familia, a la Iglesia, a su Obispo, a sus hermanos sacerdotes, a todas las personas, especialmente a los que Dios le encomiende. Un buen cura es el que ama de verdad a la gente.
La misericordia de Dios de la que el sacerdote es testigo y ministro, nos va cambiando el corazón. Confesando los pecados de la gente, perdonándolos en nombre de Cristo somos en Él "testigos fieles" de esta hermosa verdad: el pecado no ha vencido, y Dios nos ofrece incesantemente su perdón. La última palabra no la tiene el fracaso del pecado sino la entrega de Cristo por amor.
Y la gran síntesis de entrega y amor es la EUCARISTIA. Que don de Dios es un sacerdote que ame mucho a la Eucaristía. Así como la Eucaristía no existe sin el sacerdote, el sacerdote no existe sin la Eucaristía… Así de simple, así de claro, así de necesario. Para un sacerdote más que para nadie: un día sin Eucaristía es un día perdido, incompleto, vacío de lo más necesario para su propia vida.
La Eucaristía es para el sacerdote mas necesaria que el trabajo, que el alimento, que el descanso, que la acción pastoral, que todas esas y muchas otras son cosas necesarias, pero sin Eucaristía el sacedorte no tiene razón de ser, no tiene sentido. Que no pase UN DIA DE NUESTRA VIDA SIN EUCARISTÍA

jueves, 19 de noviembre de 2009

Discurso del Papa Benedicto XVI a los jóvenes y seminaristas en Nueva York


Parte del discurso que pronunció Su Santidad el Papa Benedicto XVI en la tarde del sábado 19 de abril de 2008, en su encuentro con los jóvenes y con los seminaristas en el Seminario de San José de Nueva York

"Queridos amigos, ¿qué ocurre hoy? ¿Quién da testimonio de la Buena Noticia de Jesús en las calles de Nueva York, en los suburbios agitados en la periferia de las grandes ciudades, en las zonas donde se reúnen los jóvenes buscando a alguien en quien confiar? Dios es nuestro origen y nuestra meta, y Jesús es el camino. El recorrido de este viaje pasa, como el de nuestros santos, por los gozos y las pruebas de la vida ordinaria: en vuestras familias, en la escuela o el colegio, durante vuestras actividades recreativas y en vuestras comunidades parroquiales. Todos estos lugares están marcados por la cultura en la que estáis creciendo. Como jóvenes americanos se les ofrecen muchas posibilidades para el desarrollo personal y están siendo educados con un sentido de generosidad, servicio y rectitud. Pero no necesitan que les diga que también hay dificultades: comportamientos y modos de pensar que asfixian la esperanza, sendas que parecen conducir a la felicidad y a la satisfacción, pero que sólo acaban en confusión y angustia.

Mis años de adolescente fueron arruinados por un régimen funesto que pensaba tener todas las respuestas; su influjo creció -filtrándose en las escuelas y los organismos civiles, así como en la política e incluso en la religión- antes de que pudiera percibirse claramente que era un monstruo. Declaró proscrito a Dios, y así se hizo ciego a todo lo bueno y verdadero. Muchos de los padres y abuelos de ustedes les habrán contado el horror de la destrucción que siguió después. Algunos de ellos, de hecho, vinieron a América precisamente para escapar de este terror.

Demos gracias a Dios, porque hoy muchos de su generación pueden gozar de las libertades que surgieron gracias a la expansión de la democracia y del respeto de los derechos humanos. Demos gracias a Dios por todos los que lucharon para asegurar que puedan crecer en un ambiente que cultiva lo bello, bueno y verdadero: sus padres y abuelos, sus profesores y sacerdotes, las autoridades civiles que buscan lo que es recto y justo.

Sin embargo, el poder destructivo permanece. Decir lo contrario sería engañarse a sí mismos. Pero éste jamás triunfará; ha sido derrotado. Ésta es la esencia de la esperanza que nos distingue como cristianos; la Iglesia lo recuerda de modo muy dramático en el Triduo Pascual y lo celebra con gran gozo en el Tiempo pascual. El que nos indica la vía tras la muerte es Aquel que nos muestra cómo superar la destrucción y la angustia; Jesús es, pues, el verdadero maestro de vida (cf. Spe salvi, 6). Su muerte y resurrección significa que podemos decir al Padre celestial: "Tú has renovado el mundo" (Viernes Santo, Oración después de la comunión). De este modo, hace pocas semanas, en la bellísima liturgia de la Vigilia pascual, no por desesperación o angustia, sino con una confianza colmada de esperanza, clamamos a Dios por nuestro mundo: "Disipa las tinieblas del corazón. Disipa las tinieblas del espíritu" (cf. Oración al encender el cirio pascual).

¿Qué pueden ser estas tinieblas? ¿Qué sucede cuando las personas, sobre todo las más vulnerables, encuentran el puño cerrado de la represión o de la manipulación en vez de la mano tendida de la esperanza? El primer grupo de ejemplos pertenece al corazón. Aquí, los sueños y los deseos que los jóvenes persiguen se pueden romper y destruir muy fácilmente. Pienso en los afectados por el abuso de la droga y los estupefacientes, por la falta de casa o la pobreza, por el racismo, la violencia o la degradación, en particular muchachas y mujeres. Aunque las causas de estas situaciones problemáticas son complejas, todas tienen en común una actitud mental envenenada que se manifiesta en tratar a las personas como meros objetos: una insensibilidad del corazón, que primero ignora y después se burla de la dignidad dada por Dios a toda persona humana. Tragedias similares muestran también que lo podría haber sido y lo que puede ser ahora, si otras manos, vuestras manos, hubieran estado tendidas o se tendiesen hacia ellos. Les animo a invitar a otros, sobre todo a los débiles e inocentes, a unirse a ustedes en el camino de la bondad y de la esperanza.

El segundo grupo de tinieblas -las que afectan al espíritu- a menudo no se percibe, y por eso es particularmente nocivo. La manipulación de la verdad distorsiona nuestra percepción de la realidad y enturbia nuestra imaginación y nuestras aspiraciones. Ya he mencionado las muchas libertades que afortunadamente pueden gozar ustedes. Hay que salvaguardar rigurosamente la importancia fundamental de la libertad. No sorprende, pues, que muchas personas y grupos reivindiquen en voz alta y públicamente su libertad. Pero la libertad es un valor delicado. Puede ser malentendida y usada mal, de manera que no lleva a la felicidad que todos esperamos, sino hacia un escenario oscuro de manipulación, en el que nuestra comprensión de nosotros mismos y del mundo se hace confusa o se ve incluso distorsionada por quienes ocultan sus propias intenciones.

¿Han notado ustedes que, con frecuencia, se reivindica la libertad sin hacer jamás referencia a la verdad de la persona humana? Hay quien afirma hoy que el respeto a la libertad del individuo hace que sea erróneo buscar la verdad, incluida la verdad sobre lo que es el bien. En algunos ambientes, hablar de la verdad se considera como una fuente de discusiones o de divisiones y, por tanto, es mejor relegar este tema al ámbito privado. En lugar de la verdad -o mejor, de su ausencia- se ha difundido la idea de que, dando un valor indiscriminado a todo, se asegura la libertad y se libera la conciencia. A esto llamamos relativismo. Pero, ¿qué objeto tiene una "libertad" que, ignorando la verdad, persigue lo que es falso o injusto? ¿A cuántos jóvenes se les ha tendido una mano que, en nombre de la libertad o de una experiencia, los ha llevado al consumo habitual de estupefacientes, a la confusión moral o intelectual, a la violencia, a la pérdida del respeto por sí mismos, a la desesperación incluso y, de este modo, trágicamente, al suicidio? Queridos amigos, la verdad no es una imposición. Tampoco es un mero conjunto de reglas. Es el descubrimiento de Alguien que jamás nos traiciona; de Alguien del que siempre podemos fiarnos. Buscando la verdad llegamos a vivir basados en la fe porque, en definitiva, la verdad es una persona: Jesucristo. Ésta es la razón por la que la auténtica libertad no es optar por "desentenderse de". Es decidir "comprometerse con"; nada menos que salir de sí mismos y ser incorporados en el "ser para los otros" de Cristo (cf. Spe salvi, 28).

Como creyentes, ¿cómo podemos ayudar a los otros a caminar por el camino de la libertad que lleva a la satisfacción plena y a la felicidad duradera? Volvamos una vez más a los santos. ¿De qué modo su testimonio ha liberado realmente a otros de las tinieblas del corazón y del espíritu? La respuesta se encuentra en la médula de su fe, de nuestra fe. La encarnación, el nacimiento de Jesús nos muestra que Dios, de hecho, busca un sitio entre nosotros. A pesar de que la posada está llena, él entra por el establo, y hay personas que ven su luz. Se dan cuenta de lo que es el mundo oscuro y hermético de Herodes y siguen, en cambio, el brillo de la estrella que los guía en la noche. ¿Y qué irradia? A este respecto pueden recordar la oración recitada en la noche santa de Pascua: "¡Oh Dios!, que por medio de tu Hijo, luz del mundo, nos has dado la luz de tu gloria, enciende en nosotros la llama viva de tu esperanza" (cf. Bendición del fuego). De este modo, en la procesión solemne con las velas encendidas, nos pasamos de uno a otro la luz de Cristo. Es la luz que "ahuyenta los pecados, lava las culpas, devuelve la inocencia a los caídos, la alegría a los tristes, expulsa el odio, trae la concordia, doblega a los poderosos" (Exsultet). Ésta es la luz de Cristo en acción. Éste es el camino de los santos. Ésta es la visión magnífica de la esperanza. La luz de Cristo les invita a ser estrellas-guía para los otros, marchando por el camino de Cristo, que es camino de perdón, de reconciliación, de humildad, de gozo y de paz.

Sin embargo, a veces tenemos la tentación de encerrarnos en nosotros mismos, de dudar de la fuerza del esplendor de Cristo, de limitar el horizonte de la esperanza. ¡Ánimo! Miren a nuestros santos. La diversidad de su experiencia de la presencia de Dios nos sugiere descubrir nuevamente la anchura y la profundidad del cristianismo. Dejen que su fantasía se explaye libremente por el ilimitado horizonte del discipulado de Cristo. A veces nos consideran únicamente como personas que hablan sólo de prohibiciones. Nada más lejos de la verdad. Un discipulado cristiano auténtico se caracteriza por el sentido de la admiración. Estamos ante un Dios que conocemos y al que amamos como a un amigo, ante la inmensidad de su creación y la belleza de nuestra fe cristiana."

miércoles, 18 de noviembre de 2009

Misa en cárcel comunista - Cardenal Van Thuan



Misa en cárcel comunista
Testimonio del Cardenal Van Thuan

¿Cómo celebraba la misa el cardenal vietnamita que estuvo años en un campo de concentración?
Van Thuan, el arzobispo vietnamita que estuvo años en prisión, después cardenal de la Iglesia Católica, y hoy camino a los altares, da testimonio sobre cómo logró celebrar la misa en un campo de concentración comunista.

"Cuando me arrestaron, tuve que marcharme enseguida, con las manos vacías. Al día siguiente me permitieron escribir a los míos, para pedir lo más necesario: ropa, pasta de dientes... Les puse: Por favor, enviadme un poco de vino como medicina contra el dolor de estómago. Los fieles comprendieron enseguida.

Me enviaron una botellita de vino de misa, con la etiqueta: medicina contra el dolor de estómago, y hostias escondidas en una antorcha contra la humedad.

La policía me preguntó:
¿Le duele el estómago?
–Sí.
–Aquí tiene una medicina para usted.

Nunca podré expresar mi gran alegría: diariamente, con tres gotas de vino y una gota de agua en la palma de la mano, celebré la misa. ¡Éste era mi altar y ésta era mi catedral! Era la verdadera medicina del alma y del cuerpo: Medicina de inmortalidad, remedio para no morir, sino para vivir siempre en Jesucristo, como dice Ignacio de Antioquía.

A cada paso tenía ocasión de extender los brazos y clavarme en la cruz con Jesús, de beber con Él el cáliz más amargo. Cada día, al recitar las palabras de la consagración, confirmaba con todo el corazón y con toda el alma un nuevo pacto, un pacto eterno entre Jesús y yo, mediante su sangre mezclada con la mía. ¡Han sido las misas más hermosas de mi vida!"

martes, 17 de noviembre de 2009

DE LA VERDADERA Y PERFECTA ALEGRÍA - San Francisco de Asis


El mismo fray Leonardo refirió allí mismo que cierto día el bienaventurado Francisco, en Santa María, llamó a fray León y le dijo: «Hermano León, escribe».
El cual respondió: «Heme aquí preparado».
«Escribe –dijo– cuál es la verdadera alegría.
Viene un mensajero y dice que todos los maestros de París han ingresado en la Orden. Escribe: No es la verdadera alegría.
Y que también, todos los prelados ultramontanos, arzobispos y obispos; y que también, el rey de Francia y el rey de Inglaterra. Escribe: No es la verdadera alegría.
También, que mis frailes se fueron a los infieles y los convirtieron a todos a la fe; también, que tengo tanta gracia de Dios que sano a los enfermos y hago muchos milagros: Te digo que en todas estas cosas no está la verdadera alegría.
Pero ¿cuál es la verdadera alegría?
Vuelvo de Perusa y en una noche profunda llegó acá, y es el tiempo de un invierno de lodos y tan frío, que se forman canelones del agua fría congelada en las extremidades de la túnica, y hieren continuamente las piernas, y mana sangre de tales heridas.
Y todo envuelto en lodo y frío y hielo, llego a la puerta, y, después de haber golpeado y llamado por largo tiempo, viene el hermano y pregunta: ¿Quién es? Yo respondo: El hermano Francisco.
Y él dice: Vete; no es hora decente de andar de camino; no entrarás.
E insistiendo yo de nuevo, me responde: Vete, tú eres un simple y un ignorante; ya no vienes con nosotros; nosotros somos tantos y tales, que no te necesitamos.
Y yo de nuevo estoy de pie en la puerta y digo: Por amor de Dios recogedme esta noche.
Y él responde: No lo haré. Vete al lugar de los Crucíferos y pide allí.
Te digo que si hubiere tenido paciencia y no me hubiere alterado, pues en eso está la verdadera alegría y la verdadera virtud y la salvación del alma.»

domingo, 15 de noviembre de 2009

¿Es difícil la HORA SANTA? de Mons. Fulton Sheen


La Hora Santa, ¿es difícil? Algunas veces parecería ser difícil; podría significar tener que sacrificar un compromiso social, o levantarse una hora más temprano, pero en el fondo nunca ha sido una carga, sólo una alegría.

No quiero decir que todas las Horas Santas hayan sido edificantes como, por ejemplo, aquella en la Iglesia de San Roch en París. Entré en la Iglesia alrededor de las tres de la tarde, sabiendo que tenía que tomar un tren a Lourdes dos horas más tarde. Sólo hay unos diez días al año en los que puedo dormir durante el día; y este era uno de esos. Me arrodillé, y recé una oración de adoración, y luego me senté a meditar e inmediatamente me quedé dormido. Al despertar le dije al Buen Señor:´¿Habré hecho una Hora Santa?´ Pensé que Su ángel me decía: ´Bueno, esa es la forma en la que los Apóstoles hicieron su primera Hora Santa en el huerto de Getsemaní, pero no lo hagas otra vez´.

Una Hora Santa difícil que recuerdo fue cuando tomé un tren de Jerusalén a El Cairo. El tren partió a las cuatro de la mañana; eso significó levantarse muy temprano. En otra ocasión en Chicago, una tarde a las siete, le pedí permiso al párroco para entrar a su iglesia para hacer una Hora Santa, ya que la iglesia estaba cerrada. Más tarde él se olvidó de que me había dejado entrar, y me pasé alrededor de dos horas tratando de encontrar una manera de escapar.

Finalmente salté por una pequeña ventana y aterricé en la carbonera. Esto asustó al casero, que vino en mi auxilio.Al principio de mi sacerdocio hacía la Hora Santa durante el día o a la tarde. Al acumularse los años, me volví más ocupado, y hacía la Hora temprano a la mañana, generalmente antes de la Santa Misa. Los sacerdotes, como todas las personas, se dividen en dos clases: gallos y búhos. Algunos trabajan mejor por la mañana, otros durante la noche.-

El objetivo de la Hora Santa es fomentar un encuentro personal y profundo con Jesucristo. El santo y glorioso Dios nos invita constantemente a acercarnos a Él, conversar con Él, para pedirle las cosas que necesitamos y para experimentar la bendición de la amistad con Él. Cuando recién nos ordenamos, es fácil darnos por entero a Cristo, porque el Señor nos llena entonces de dulzura, de la misma manera en que una madre le da un caramelo a su bebe para animar su primer paso. El entusiasmo, sin embargo, no dura mucho; rápidamente aprendemos el costo del apostolado, que significa dejar redes y barcos, y contar mesas. La luna de miel termina pronto, como también el engreimiento de oír por primera vez aquel estimulante título de ´Padre´.

El amor sensible o amor humano disminuye con el tiempo, pero el Amor Divino no. El primero concierne al cuerpo, que responde cada vez menos a los estímulos, pero en el orden de la gracia, la respuesta de lo Divino, a lo pequeño, los actos humanos de amor se intensifican.

Ni el conocimiento teológico, ni la acción social sola, son suficientes para mantenernos en amor con Jesucristo, a menos que ambos estén precedidos por un encuentro personal con Él.

Moisés vio la zarza ardiendo en el desierto que no se alimentaba de ningún combustible. La llama, sin alimentarse de nada visible, continuaba existiendo sin destruir la madera. Una dedicación tan personal a Cristo no deforma ninguno de nuestros dones naturales, disposiciones o carácter; sólo renueva sin matar. Como la madera se transforma en fuego, y el fuego perdura, así nos transformamos en Cristo y Cristo perdura.

He descubierto que lleva algún tiempo enfervorizarse rezando. Esta ha sido una de las ventajas de la Hora diaria. No es tan corta como para no permitir al alma abismarse, y sacudirse las múltiples distracciones del mundo. Sentarse ante Su Presencia es como exponer el cuerpo al sol para absorber sus rayos. El silencio en la Hora es como un tête-à-tête con el Señor. En esos momentos, uno no saca tanto oraciones escritas, sino que escucha más. No decimos: ´Oye, Señor, porque Tu siervo habla´, sino ´Habla, Señor, que Tu siervo escucha´.

-Arzobispo Fulton J. Sheen-
apóstol de la Hora Santa ante el Santísimo Sacramento

viernes, 13 de noviembre de 2009

Por amor a la Eucaristía...


La niña china que murió por amor a la Eucaristía,
Mártir por amor a la Eucaristía
De un reportaje al Obispo Fulton J. Sheen


Unos meses antes de su muerte el Obispo Fulton J. Sheen fue entrevistado por la televisión nacional: "Obispo Sheen, usted inspiró a millones de personas en todo el mundo. ¿Quien lo inspiró a usted? ¿Fue acaso un Papa?".

El Obispo Sheen respondió que su mayor inspiración no fue un Papa, ni un Cardenal, u otro Obispo, y ni siquiera fue un sacerdote o monja. Fue una niña China de once años de edad. (continúa)Explicó que cuando los comunistas se apoderaron de China, encarcelaron a un sacerdote en su propia rectoría cerca de la Iglesia. El sacerdote observó aterrado desde su ventana como los Comunistas penetraron en la iglesia y se dirigieron al santuario. Llenos de odio profanaron el tabernáculo, tomaron el copón y lo tiraron al piso, esparciendo las Hostias Consagradas. Eran tiempos de persecución y el sacerdote sabía exactamente cuantas Hostias contenía el copón: Treinta y dos.

Cuando los comunistas se retiraron, tal vez no se dieron cuenta, o no prestaron atención a una niñita que rezaba en la parte de atrás de la iglesia, la cual vio todo lo sucedido. Esa noche la pequeña regresó y, evadiendo la guardia apostada en la rectoría, entró a la iglesia. Allí hizo una hora santa de oración, un acto de amor para reparar el acto de odio. Después de su hora santa, se adentró al santuario, se arrodilló, e inclinándose hacia delante, con su lengua recibió a Jesús en la Sagrada Comunión. (en aquel tiempo no se permitía a los laicos tocar la Eucaristía con sus manos).

La pequeña continuó regresando cada noche, haciendo su hora santa y recibiendo a Jesús Eucarístico en su lengua. En la trigésima segunda noche, después de haber consumido la última Hostia, accidentalmente hizo un ruido que despertó al guardia. Este corrió detrás de ella, la agarró, y la golpeó hasta matarla con la culata de su rifle.

Este acto de martirio heroico fue presenciado por el sacerdote mientras, sumamente abatido, miraba desde la ventana de su cuarto convertido en celda.

Cuando el Obispo Sheen escuchó el relato, se inspiró a tal grado que prometió a Dios que haría una hora santa de oración frente a Jesús Sacramentado todos los días, por el resto de su vida. Si aquella pequeñita pudo dar testimonio con su vida de la real y hermosa Presencia de su Salvador en el Santísimo Sacramento, entonces el obispo se veía obligado a lo mismo. Su único deseo desde entonces sería, atraer el mundo al Corazón Ardiente de Jesús en el Santísimo Sacramento.

La pequeña le enseñó al Obispo el verdadero valor y celo que se debe tener por la Eucaristía; como la fe puede sobreponerse a todo miedo y como el verdadero amor a Jesús en la Eucaristía debe trascender a la vida misma.

Lo que se esconde en la Hostia Sagrada es la gloria de Su amor. Todo lo creado es un reflejo de la realidad suprema que es Jesucristo. El sol en el cielo es tan solo un símbolo del hijo de Dios en el Santísimo Sacramento. Por eso es que muchas custodias imitan los rayos de sol. Como el sol es la fuente natural de toda energía, el Santísimo Sacramento es la fuente sobrenatural de toda gracia y amor.

JESUS es el Santísimo Sacramento, la Luz del mundo.
Extracto de un artículo “Let the Son Shine" por el Rev. Martin Lucía

jueves, 12 de noviembre de 2009

LA HORA SANTA Y MI VOCACIÓN - Mons. Fulton Sheen


-Testimonio del Arzobispo Fulton J. Sheen-
apóstol de la Hora Santa ante el Santísimo Sacramento


"Es imposible para mí explicar lo útil que fue la Hora Santa para preservar mi vocación. La Escritura brinda una considerable evidencia para probar que un sacerdote comienza a fallar en su sacerdocio cuando falla en el amor a la Eucaristía. Demasiado seguido se asume que Judas cayó porque amaba el dinero. La avaricia es rara vez el principio del error, y la caída de un embajador. La historia de la Iglesia prueba que hay muchos con dinero que se han quedado en ella. El principio de la caída de Judas, y el fin de Judas, ambos giran en torno a la Eucaristía. La primera vez que se menciona que Nuestro Señor sabía quién era el que lo iba a traicionar, es al final del capítulo seis de san Juan, que es la anunciación de la Eucaristía. La caída de Judas llegó la noche que Nuestro Señor instituyó la Eucaristía, la noche de la Ultima Cena.

La Eucaristía es tan esencial para nuestra unión con Cristo, que ni bien Nuestro Señor la anunció en el Evangelio, comenzó a ser la prueba de fidelidad de Sus seguidores. Primero, perdió las masas, porque era muy duro en sus palabras, y ya no lo siguieron. En segundo lugar, perdió algunos de sus discípulos: ´Ellos ya no caminaron más con Él´. Tercero, dividió su grupo de apóstoles, ya que aquí, Judas es anunciado como el traidor.

Por lo tanto, la Hora Santa, más allá de sus beneficios espirituales, previno mis pies de deambular muy lejos. Estar atado a un Sagrario, la propia soga no es tan larga para encontrar otras pasturas. Esa tenue lámpara del tabernáculo, aunque pálida y difusa, tiene una misteriosa luminosidad para oscurecer el brillo de ´las luces brillantes´. La Hora Santa se volvió como un tanque de oxígeno para revivir el soplo del Espíritu Santo en el medio de la sucia y hedionda atmósfera del mundo. Aún cuando parecía tan poco provechoso, y carente de intimidad espiritual, todavía tenía la sensación de ser al menos como un perro en la puerta de su amo, listo en caso de que me llamase.

La Hora, también, se volvió un magisterio, y una maestra, ya que aunque antes de amar a alguien debemos conocer a esa persona, sin embargo, después sabemos, que es el Amor el que aumenta el conocimiento. Las convicciones teológicas no sólo se obtienen de las dos coberturas de un libro formal, sino de dos rodillas sobre un reclinatorio ante un Sagrario.

Finalmente, haciendo una Hora Santa cada día constituía para mí un área de la vida en la que podía predicar lo que practicaba. Muy pocas veces en mi vida prediqué ayunar en una manera muy rigurosa, ya que siempre el ayuno me pareció extremadamente difícil; pero podía pedirle a otros que hagan la Hora Santa, porque yo lo hacía."

PERMANEZCAN EN MI AMOR - Texto de la Adoración en Las Esclavas


PERMANEZCAN EN MI AMOR

Hoy Jesús nos invita a adorarlo. Nos invita a permanecer en Él. Por eso estamos aquí esta noche, porque queremos permanecer en Jesús.

Del Evangelio según San Juan:
Jesús dijo a sus discípulos:
•“Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el viñador.

•El Padre corta todas las ramas unidas a mí que no dan fruto y poda las que dan fruto, para que den más fruto.
•Ustedes ya están limpios, gracias a las palabras que les he comunicado.
•Permanezcan unidos a mí, como yo lo estoy a ustedes.
•Ninguna rama puede producir frutos por sí misma, sin permanecer unida a la vid, y lo mismo les ocurrirá a ustedes, si no están unidos a mí.
•Yo soy la vid, ustedes las ramas. El que permanece unido a mí, como yo estoy unido a él, produce mucho fruto; por que sin mí no pueden hacer nada.
•El que no permanece unido a mí, es arrojado fuera, como las ramas que se secan y luego son amontonadas y arrojadas al fuego para ser quemadas.
•Si permanecen unidos a mí y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran y lo tendrán.
•Mi Padre recibe gloria cuando producen fruto en abundancia, y se manifiestan como discípulos míos.
•Como el Padre me ama a mí, así, los amo Yo a Ustedes. Permanezcan en mi amor."


Jesús nos comunica el secreto de la santidad: estar unidos a Él como una rama está unida a la planta. Eso es ser santos: estar muy unidos a Jesús, permanecer siempre en Él.

Permanecer en Vos, eso es la santidad, aunque tantas veces nos vamos y nos alejamos de tu presencia.
Qué difícil es permanecer en Vos: constantemente buscamos la felicidad y confundidos pensamos encontrarla en lugares donde esa felicidad no está. Buscamos la felicidad del placer, pero se va rápidamente. A veces buscamos la felicidad en el alcohol o en las salidas, aunque de sobra sabemos que allí no está… Y después de tanto buscar nos damos cuenta de que estamos vacíos, más vacíos que antes… mas solos…
En estos días, ¿Dónde estas buscando la felicidad?
¿En qué lugares equivocados estás dejando tu corazón?

Queremos permanecer en Cristo, es por eso que estamos aquí frente a Él, que está vivo y a la vez escondido en la Hostia Santa. Por eso ahora te invito a que levantes tu mirada hacia Jesús Eucaristía. Él esta aquí, frente a vos, cara a cara, mirándote con amor, esperando que le abras tus brazos y tu corazón, esperando entrar en tu vida y permanecer en vos para siempre. El está aquí, y vos estas frente a Él.
Miralo a Él, poné tus ojos en Él, mira su amor y su pobreza, y en esa pequeña Hostia vas a ver todo el Cielo que se esconde para que vos puedas mirarlo y amarlo.
No mires otra cosa, acá está todo lo que necesitás. Acá está Jesús.

Permanecer en Vos, ése es nuestro deseo, esa es nuestra vocación. Nos creaste para que siempre permanezcamos en Vos, y la mejor manera de estar con Vos es adorándote en la Eucaristía.
Adorar la Eucaristía es permanecer en Vos.
Adorar la Eucaristía es aprender de Vos.
Adorar la Eucaristía es ser santificados por Vos, porque la Eucaristía nos hace santos, y eso es lo que está pasando aquí y ahora: Cristo mismo nos esta haciendo santos, enseñándonos a permanecer en Él…

Pocos días antes de morir, el Papa Juan Pablo II rezaba así por los jóvenes: “Que cada uno te ponga en el centro de su vida, que te adore y te celebre. Que crezca en su familiaridad contigo, ¡Jesús Eucaristía! Que te reciba participando con asiduidad en la santa misa dominical y, si es posible, cada día. Que de estos intensos y frecuentes encuentros contigo nazcan compromisos de entrega libre de la vida a ti, que eres libertad plena y verdadera. Que surjan santas vocaciones al sacerdocio: sin el sacerdocio no hay Eucaristía, fuente y culmen de la vida de la Iglesia. Que crezcan en gran número las vocaciones a la vida religiosa. Que broten con generosidad vocaciones a la santidad, que es la elevada medida de la vida cristiana ordinaria, en especial, en las familias. La Iglesia y la sociedad tienen necesidad de esto hoy más que nunca.”

Dice Jesús: “Quien pierda su vida por Mí la encontrará…” Aquí está el secreto: para permanecer en Jesús es necesario perderse en amor por Él. Decía San Agustín: “Nos hiciste Señor para Ti, y nuestro corazón estará inquieto hasta que no descanse en Ti.”
Andamos con el corazón inquieto, sin mucha paz, sin felicidad plena y eso es porque no le hemos dado el corazón a Jesús.
Para permanecer en Dios es necesario darle el corazón a Jesús, perder el corazón por Cristo…
Sólo cuando le entregamos nuestro corazón podemos estar en paz, podemos dar fruto.
Sí, Señor, lo sabemos: es como Vos decís: sin Vos no podemos hacer nada, sin Vos no somos nada, sin Vos no hay vida, Señor.

Por eso con el Papa Juan Pablo queremos decirte:
Jesús Eucaristía, te confiamos hoy nuestra vida y la de todos jóvenes del mundo:
Nuestros sentimientos,
nuestros afectos,
nuestros proyectos.
Te los presentamos poniéndolos en manos de María, madre tuya y madre nuestra.
Jesús, que te entregaste al Padre, ¡ámanos!
Jesús, que te entregaste al Padre, ¡sana las heridas de nuestro espíritu!
Jesús, que te entregaste al Padre, ¡ayúdanos a adorarte en la verdad y bendícenos!
Ahora y siempre.
¡Amén!

Somos mendigos de tu gracia, Señor, que siempre permanezcamos en Vos…

miércoles, 11 de noviembre de 2009

¡Te adoro escondido en la Hostia!


¡Te adoro escondido en la Hostia!

Homilía del Papa Juan Pablo II a los jóvenes. Vaticano, 15 de marzo 2005, veinte días antes de morir

"Elevemos juntos la mirada a Jesús Eucaristía; contemplémosle y repitámosle juntos estas palabras de santo Tomás de Aquino, que manifiestan toda nuestra fe y todo nuestro amor: Jesús, ¡te adoro escondido en la Hostia!

En una época marcada por odios, por egoísmos, por deseos de falsas felicidades, por la decadencia de costumbres, la ausencia de figuras paternas y maternas, la instabilidad en tantas jóvenes familias y por tantas fragilidades y dificultades que sufren los jóvenes, nosotros te miramos a ti, Jesús Eucaristía, con renovada esperanza. A pesar de nuestros pecados, confiamos en tu divina misericordia. Te repetimos junto a los discípulos de Emaús «Mane nobiscum Domine!» , «¡Quédate con nosotros, Señor!».

En la Eucaristía, tú restituyes al Padre todo lo que proviene de él y se realiza así un profundo misterio de justicia de la criatura hacia el creador. El Padre celeste nos ha creado a su imagen y semejanza, de él hemos recibido el don de la vida, que cuanto más reconocemos como preciosa desde el momento de su inicio hasta la muerte, más es amenazada y manipulada.


Te adoramos, Jesús, y te damos gracias porque en la Eucaristía se hace actual el misterio de esa única ofrenda al Padre que tú realizaste hace dos mil años con el sacrificio de la Cruz, sacrificio que redimió a la humanidad entera y a toda la creación.

«Adoro Te devote, latens Deitas!»
¡Te adoramos, Jesús Eucaristía! Adoramos tu cuerpo y tu sangre, entregados por nosotros, por todos, en remisión de los pecados: ¡Sacramento de la nueva y eterna Alianza!

Mientras te adoramos, ¿cómo es posible no pensar en todo lo que tenemos que hacer para darte gloria? Al mismo tiempo, sin embargo, reconocemos que san Juan de la Cruz tenía razón cuando decía: «Adviertan, pues, aquí los que son muy activos, que piensan ceñir al mundo con sus predicaciones y obras exteriores, que mucho más provecho harían a la Iglesia y mucho más agradarían a Dios, dejado aparte el buen ejemplo que de sí darían, si gastasen siquiera la mitad de ese tiempo en estarse con Dios en oración».

Ayúdanos, Jesús, a comprender que para «hacer» algo en tu Iglesia, incluso en el campo tan urgente de la nueva evangelización, es necesario ante todo «ser», es decir, estar contigo en adoración, en tu dulce compañía. Sólo de una íntima comunión contigo surge la auténtica, eficaz y verdadera acción apostólica.

A una gran santa, que entró en el Carmelo de Colonia, santa Benedicta Teresa de la Cruz, Edith Stein, le gustaba repetir: «Miembros del Cuerpo de Cristo, animados por su Espíritu, nosotros nos ofrecemos como víctimas con él, en él, y nos unimos a la eterna acción de gracias».

«Adoro Te devote, latens Deitas!». Jesús, te pedimos que cada uno desee unirse a ti en una eterna acción de gracias y se comprometa en el mundo de hoy y de mañana para ser constructor de la civilización del amor.

Que te ponga en el centro de su vida, que te adore y te celebre. Que crezca en su familiaridad contigo, ¡Jesús Eucaristía! Que te reciba participando con asiduidad en la santa misa dominical y, si es posible, cada día. Que de estos intensos y frecuentes encuentros contigo nazcan compromisos de entrega libre de la vida a ti, que eres libertad plena y verdadera. Que surjan santas vocaciones al sacerdocio: sin el sacerdocio no hay Eucaristía, fuente y culmen de la vida de la Iglesia. Que crezcan en gran número las vocaciones a la vida religiosa. Que broten con generosidad vocaciones a la santidad, que es la elevada medida de la vida cristiana ordinaria, en especial, en las familias. La Iglesia y la sociedad tienen necesidad de esto hoy más que nunca.

Jesús Eucaristía, te confío a los jóvenes de todo el mundo: sus sentimientos, sus afectos, sus proyectos. Te los presento poniéndolos en manos de María, madre tuya y madre nuestra.

Jesús, que te entregaste al Padre, ¡ámalos!
Jesús, que te entregaste al Padre, ¡sana las heridas de su espíritu!
Jesús, que te entregaste al Padre, ¡ayúdalos a adorarte en la verdad y bendícelos! Ahora y siempre. ¡Amén!


A todos imparto mi bendición con afecto."

martes, 10 de noviembre de 2009

La Hora Santa Diaria, testimonio del Arzobispo Fulton Sheen


LA HORA QUE DA SENTIDO A MI DÍA
-Arzobispo Fulton J. Sheen-
apóstol de la Hora Santa ante el Santísimo Sacramento


"En el día de mi Ordenación, tomé dos decisiones:

1. Que ofrecería la Sagrada Eucaristía todos los sábados, en honor a la Santa Madre, para implorar su protección sobre mi sacerdocio. (La Epístola a los Hebreos ordena al sacerdote ofrecer sacrificios no sólo por los demás, sino también por sí mismo, ya que sus pecados son mayores debido a la dignidad de su oficio).

2. Resolví también que todos los días pasaría una Hora Santa en presencia de Nuestro Señor en el Santísimo Sacramento.
He mantenido ambas decisiones en el curso de mi sacerdocio. La Hora Santa se originó en una práctica que desarrollé un año antes de ser ordenado. La capilla grande del Seminario de San Pablo cerraba a las seis de la tarde; todavía había capillas privadas disponibles para devociones privadas y oraciones nocturnas. Esa tarde en particular, durante el recreo, caminé durante casi una hora, de un lado a otro, por la parte de afuera de la capilla mayor. Un pensamiento me surgió –¿Por qué no hacer una Hora Santa de adoración en presencia del Santísimo Sacramento?-

Empecé al día siguiente, hoy la práctica ya lleva más de sesenta años.

Expondré brevemente algunas razones por las que he mantenido esta práctica, y por lo que la he fomentado en los demás.


Primero, la Hora Santa no es una devoción; es una participación en la obra de la Redención. En el Evangelio de san Juan, Nuestro Santísimo Señor usó las palabras ´hora´ y ´día´ en dos connotaciones totalmente diferentes. ´Día´ pertenece a Dios; la ´hora´ pertenece al maligno. Siete veces en el Evangelio de san Juan, se usa la palabra ´hora´, y en cada instancia se refiere al demonio, y a los momentos en los que Cristo ya no está en las Manos del Padre, sino en las manos de los hombres. En el huerto de Getsemaní, Nuestro Señor contrastó dos ´horas´ –una era la hora del mal ´esta es vuestra hora´– con la que Judas pudo apagar las luces del mundo. En contraste, Nuestro Señor preguntó: ´¿No pueden velar una hora Conmigo?´ En otras palabras, Él pidió una hora de reparación para combatir la hora del mal; una hora de unión víctima con la Cruz para sobreponernos al anti-amor del pecado.

En segundo lugar, la única vez que Nuestro Señor les pidió algo a sus Apóstoles, fue la noche de su agonía. No se lo pidió a todos... tal vez porque sabía que no podía contar con su fidelidad. Pero al menos esperaba que tres le fueran fieles, Pedro, Santiago y Juan. Desde ese momento, y muy seguido en la historia de la Iglesia, el mal está despierto, pero los discípulos están durmiendo. Es por eso que de Su angustiado y solitario Corazón salió el suspiro:´¿No pueden velar tan solo una hora Conmigo?´.El no rogaba por una hora de actividad, sino por una hora de compañía.

La tercera razón por la que mantengo la Hora Santa es para crecer más y más a semejanza de Él.
Como lo plantea san Pablo: ´Nos transformamos en aquello en lo que fijamos nuestra mirada´. Al contemplar el atardecer, la cara toma un resplandor dorado. Al contemplar al Señor Eucarístico una hora, transforma el corazón de un modo misterioso, así como el rostro de Moisés se transformó luego de Su compañía con Dios en la montaña.

Nos pasa algo parecido a lo que les pasó a los discípulos de Emaus, el domingo de Pascua por la tarde, cuando el Señor los encontró. Él les preguntó por qué estaban tan tristes, y después de pasar algún tiempo en Su presencia, y oír nuevamente el secreto de la espiritualidad –´El Hijo del Hombre debe sufrir para entrar en Su Gloria´– el tiempo de estar con Él terminó, y sus ´corazones ardían´.

jueves, 5 de noviembre de 2009

"Habrá alegría en el cielo por un pecador que se convierta"


+Lectura del santo Evangelio según san Lucas 15, 1-10

Todos los publicanos y pecadores se acercaban a Jesús para escucharlo. Los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: «Este hombre recibe a los pecadores y come con ellos.»
Jesús les dijo entonces esta parábola: «Si alguien tiene cien ovejas y pierde una, ¿no deja acaso las noventa y nueve en el campo y va a buscar la que se había perdido, hasta encontrarla? Y cuando la encuentra, la carga sobre sus hombros, lleno de alegría, y al llegar a su casa llama a sus amigos y vecinos, y les dice: "Alégrense conmigo, porque encontré la oveja que se me había perdido".
Les aseguro que, de la misma manera, habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta, que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse».

Y les dijo también: «Si una mujer tiene diez dracmas y pierde una, ¿no enciende acaso la lámpara, barre la casa y busca con cuidado hasta encontrarla? Y cuando la encuentra, llama a sus amigas y vecinas, y les dice: "Alégrense conmigo, porque encontré la dracma que se me había perdido."
Les aseguro que, de la misma manera, se alegran los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierte».

miércoles, 4 de noviembre de 2009

"El que no renuncie a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo" dice el Señor


+ Lectura del santo Evangelio según san Lucas 14, 25-33

Junto con Jesús iba un gran gentío, y él, dándose vuelta, les dijo: Cualquiera que venga a mí y no me ame más que a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y hermanas, y hasta a su propia vida, no puede ser mi discípulo. El que no carga con su cruz y me sigue, no puede ser mi discípulo.
¿Quién de ustedes, si quiere edificar una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, para ver si tiene con qué terminarla? No sea que una vez puestos los cimientos, no pueda acabar y todos los que lo vean se rían de él, diciendo: «Éste comenzó a edificar y no pudo terminar».
¿Y qué rey, cuando sale en campaña contra otro, no se sienta antes a considerar si con diez mil hombres puede enfrentar al que viene contra él con veinte mil? Por el contrario, mientras el otro rey está todavía lejos, envía una embajada para negociar la paz.
De la misma manera, cualquiera de ustedes que no renuncie a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo...