martes, 27 de abril de 2010

Meditacion sobre la Eucaristía del Padre Hurtado


El sacrificio eucarístico es la renovación del sacrificio de la cruz. Como en la cruz todos estábamos incorporados en Cristo; de igual manera en el sacrificio eucarístico, todos somos inmolados en Cristo y con Cristo.

De dos maneras puede hacerse esta actualización. La primera es ofrecer, como nuestra, al Padre celestial, la inmolación de Jesucristo, por lo mismo que también es nuestra inmolación. La segunda manera, más práctica, consiste en aportar al sacrificio eucarístico nuestras propias inmolaciones personales, ofreciendo nuestros trabajos y dificultades, sacrificando nuestras malas inclinaciones, crucificando con Cristo nuestro hombre viejo. Con esto, al participar personalmente en el estado de víctima de Jesucristo, nos transformamos en la Víctima divina. Como el pan se transubstancia realmente en el cuerpo de Cristo, así todos los fieles nos transubstanciamos espiritualmente con Jesucristo Víctima. Con esto, nuestras inmolaciones personales son elevadas a ser inmolaciones eucarísticas de Jesucristo, quien, como Cabeza, asume y hace propias las inmolaciones de sus miembros.

¡Qué horizontes se abren aquí a la vida cristiana! La Misa centro de todo el día y de toda la vida. Con la mira puesta en el sacrificio eucarístico, ir siempre atesorando sacrificios que consumar y ofrecer en la Misa.

¡Mi Misa es mi vida, y mi vida es una Misa prolongada!

martes, 6 de abril de 2010

La Verdadera Alegría...


La “Verdadera alegría” según San Francisco de Asís
La tradición y sabiduría de San Francisco de Asís nos invita desde hace ocho siglos a encontrar la “alegría perfecta.”


El mismo hermano León (discípulo y confidente de San Francisco) refirió allí mismo que cierto día el bienaventurado Francisco, en Santa María, llamó a fray León y le dijo:
- «Hermano León, escribe». El cual respondió:
- «Heme aquí preparado».
- «Escribe –dijo– cuál es la verdadera alegría. Viene un mensajero y dice que todos los maestros de París han ingresado en la Orden Franciscana; escribe: No está allí la verdadera alegría.
Y que también, todos los prelados del mundo, arzobispos y obispos; y también, el rey de Francia y el rey de Inglaterra han entrado a nuestra Orden; escribe: No está allí la verdadera alegría.
También, que mis frailes se fueron a los infieles y los convirtieron a todos a la fe; y que además tengo tanta gracia de Dios que sano a los enfermos y hago muchos milagros: Te digo que en todas estas cosas no está la verdadera alegría.

- Pero entonces... ¿cuál es la verdadera alegría?
- Regreso de Perusa y llego aquí muy de noche y es invierno, con barro y mucho frío, hasta el punto que el agua congelada en el borde de la túnica me golpea las piernas y sangran las heridas. Y lleno de barro, con el frío y el hielo, llego a la puerta y, después de mucho aporrear y llamar, viene el fraile y pregunta: ¿Quién es? Yo respondo: Fray Francisco. Y él dice: "Vete, éstas no son horas de llegar. No entrarás aquí". Y al insistir de nuevo responde: "Vete, eres un simple y un ignorante; de ningún modo vendrás con nosotros; somos tantos y tales que no te necesitamos". Y yo sigo aún en la puerta y digo: "Por el amor de Dios, hospédenme esta noche". Y él responde: "No lo haré. Ve al lugar de los Crucíferos (al hospital) y pide allí".
Yo te digo que si en todo esto conservo la paciencia y no me molesto, y sigo en paz... esa es la verdadera alegría y la verdadera virtud y salvación del alma.


San Francisco de Asís, Espejo de perfección 95.

domingo, 4 de abril de 2010

Homilía del Domingo de Pascua


Muy queridos hermanos,
hoy es el día más grande del año, el día más importante. Hoy celebramos un misterio que nunca podremos comprender del todo de qué se trata...
Fíjense que nosotros celebramos la vida Cristo y la seguimos litúrgicamente en cierto ciclo anual:
La Navidad, por ejemplo, nos enternece: Dios se hace hombre, se hace niño, y todos hemos sido niños, conocemos lo que es un nacimiento y sabemos además lo que la llegada de un niño produce en nosotros. Celebrar el Nacimiento del Señor nos es propio, porque nos conecta con experiencias humanas.
Hace apenas unos días conmemoramos la muerte del Señor. Y también sabemos de qué se trata el dolor, qué es sufrir y en última instancia qué es la muerte. Todos hemos tenido contacto más o menos cercano con al enfermedad con el sufrimiento y con la muerte, entonces representarnos a Cristo sufriente, encarcelado, torturado, lastimado y muerto en definitiva, es algo que brota de nuestra experiencia humana: todos sabemos de qué se trata que alguien sufra, o se muera.
Lo que no tenemos ningún tipo de idea, y tampoco podemos imaginar de ninguna manera es qué significa “resucitar de entre los muertos”. Al resucitar de entre los muertos Cristo nos lleva a un terreno totalmente desconocido, nos lleva hacia una vastedad inexplorada. Nos lleva hacia un concepto que no posee nuestra experiencia humana, es como si nos llevara la delantera para que, siguiéndolo a Él, podamos introducirnos a donde ni siquiera podemos imaginar. Cristo Resucitado es para nosotros la entrada definitiva del hombre en Dios. Si la Encarnación es la entrada de Dios en la vida del mundo, la Resurrección es para nosotros una manifestación de que el hombre puede llegar a la intimidad de Dios, es la sublimidad absoluta de nuestra vocación, es lo que le da sentido a todo… Es lo que hace que se ponga en tensión y tome sentido todo: los sufrimientos, las soledades, los límites, y nos da una certeza de fe: más adelante hay una plenitud que ni siquiera podemos imaginar…
La Iglesia lo expresa en un artículo de fe y lo celebra a través de los bellos signos litúrgicos de las celebraciones pascuales
El Cirio Pascual, símbolo que es luz y fuego a la vez. El Cirio Pascual entra en el templo a oscuras como signo de la vida que vence a la muerte. Cada vez que la luz de algún modo vence a las tinieblas entonces experimentamos algo de la Resurrección.
La fuente del agua bautismal, que es como la presencia de un oasis en el desierto. Así, más que ésta homilía, son los gestos y los signos de la liturgia los que nos hablan de la Resurrección: por eso ella usa del agua para hacernos sentir la vida y su fecundidad incontenible. Y nos sugiere de qué se trata la verdadera vida: la vida nueva y fecunda del Resucitado.
El canto de la liturgia también es un canto simbólico. La voz humana sirve no solo para gritar, gemir, pedir, hablar, sino que puede cantar y recrearse en nueva armonía.
Y en el centro de la Pascua está el símbolo del “Cordero”. Ya en la Pascua judía centrada en el cordero pascual. El cordero es Cristo. En el Antiguo Testamento hay una escena tremenda: el sacrificio de Abraham. En la escena ambos, padre e hijo suben a la montaña e Isaac pregunta por el cordero, Abraham, sabiendo que era su hijo el holocausto y seguramente con el corazón partido le responde “Dios proveerá”. Al llegar al lugar del sacrificio, en el momento en que Abraham quiere clavar el cuchillo en Isaac, se ve que lo que decía era cierto: el cordero estaba ahí, a la vista: Dios había provisto en la montaña.
Ese cordero es Cristo que saca al hombre de su condena de ataduras y muerte y toma su lugar. Esa es la hermosura que celebramos: el Cordero redimió a sus ovejas tomando nuestro lugar, haciéndose cargo de nuestro sufrimiento, de nuestro dolor, de nuestra condena.
Pidamos al Señor que esa Resurrección que ya aconteció sea una experiencia real para cada uno de nosotros, que el Hijo de Dios se hizo cargo de mí.
Dios ya nos ha provisto: nos dio a su Hijo, que está vivo, que tiene poder y con su VIDA de RESUCITADO nos comunica la salvación…

Del Papa Benedicto XVI: "Señor, demuestra también hoy que el amor es más fuerte..."


El alma del hombre es de por sí inmortal desde la creación, entonces... ¿qué novedad ha traído Cristo? Sí, el alma es inmortal, porque el hombre está de modo singular en la memoria y en el amor de Dios, incluso después de su caída. Pero su fuerza no basta para elevarse hacia Dios. No tenemos alas que podrían llevarnos hasta aquella altura. Y sin embargo, nada puede satisfacer eternamente al hombre si no el estar con Dios. Una eternidad sin esta unión con Dios sería una condena. El hombre no logra llegar arriba, pero anhela ir hacia arriba: "Desde el vientre del infierno te pido auxilio...". Sólo Cristo resucitado puede llevarnos hacia arriba, hasta la unión con Dios, hasta donde no pueden llegar nuestras fuerzas. Él carga verdaderamente la oveja extraviada sobre sus hombros y la lleva a casa. Nosotros vivimos agarrados a su Cuerpo, y en comunión con su Cuerpo llegamos hasta el corazón de Dios. Y sólo así se vence la muerte, somos liberados y nuestra vida es esperanza.

Éste es el júbilo de la Vigilia Pascual: nosotros somos liberados. Por medio de la resurrección de Jesús el amor se ha revelado más fuerte que la muerte, más fuerte que el mal. El amor lo ha hecho descender y, al mismo tiempo, es la fuerza con la que Él asciende. La fuerza por medio de la cual nos lleva consigo. Unidos con su amor, llevados sobre las alas del amor, como personas que aman, bajamos con Él a las tinieblas del mundo, sabiendo que precisamente así subimos también con Él. Pidamos, pues, en esta noche: Señor, demuestra también hoy que el amor es más fuerte que el odio. Que es más fuerte que la muerte. Baja también en las noches y a los infiernos de nuestro tiempo moderno y toma de la mano a los que esperan. ¡Llévalos a la luz! ¡Estate también conmigo en mis noches oscuras y llévame fuera! ¡Ayúdame, ayúdanos a bajar contigo a la oscuridad de quienes esperan, que claman hacia ti desde el vientre del infierno! ¡Ayúdanos a llevarles tu luz! ¡Ayúdanos a llegar al "sí" del amor, que nos hace bajar y precisamente así subir contigo! Aleluya. Amén.


De la Homilía de S.S. Benedicto XVI en la Vigilia de la Noche de la Santa Pascua en la Basílica de San Pedro del Vaticano, el 7 de abril de 2007.

sábado, 3 de abril de 2010

Del Oficio de Lecturas del Sabado Santo


De una antigua Homilía sobre el santo y grandioso Sábado
EL DESCENSO DEL SEÑOR A LA REGIÓN DE LOS MUERTOS

¿Qué es lo que pasa? Un gran silencio se cierne hoy sobre la tierra; un gran silencio y una gran soledad. Un gran silencio, porque el Rey está durmiendo; la tierra está temerosa Y no se atreve a moverse, porque el Dios hecho hombre se ha dormido Y ha despertado a los que dormían desde hace siglos. El Dios hecho hombre ha muerto y ha puesto en movimiento a la región de los muertos.
En primer lugar, va a buscar a nuestro primer padre, como a la oveja perdida. Quiere visitar a los que yacen sumergidos en las tinieblas y en las sombras de la muerte; Dios y su Hijo van a liberar de los dolores de la muerte a Adán, que está cautivo, y a Eva, que está cautiva con él.
El Señor hace su entrada donde están ellos, llevando en sus manos el arma victoriosa de la cruz. Al verlo, Adán, nuestro primer padre, golpeándose el pecho de estupor, exclama, dirigiéndose a todos: «Mi Señor está con todos vosotros.» Y responde Cristo a Adán: «y con tu espíritu.» Y, tomándolo de la mano, lo levanta, diciéndole: «Despierta, tú que duermes, Y levántate de entre los muertos y te iluminará Cristo.
Yo soy tu Dios, que por ti me hice hijo tuyo, por ti y por todos estos que habían de nacer de ti; digo, ahora, y ordeno a todos los que estaban en cadenas: "Salid", y a los que estaban en tinieblas: "Sed iluminados", Y a los que estaban adormilados: "Levantaos."
Yo te lo mando: Despierta, tú que duermes; porque yo no te he creado para que estuvieras preso en la región de los muertos. Levántate de entre los muertos; yo soy la vida de los que han muerto. Levántate, obra de mis manos; levántate, mi efigie, tú que has sido creado a imagen mía. Levántate, salgamos de aquí; porque tú en mí y yo en ti somos una sola cosa.
Por ti, yo, tu Dios, me he hecho hijo tuyo; por ti, siendo Señor, asumí tu misma apariencia de esclavo; por ti, yo, que estoy por encima de los cielos, vine a la tierra, y aun bajo tierra; por ti, hombre, vine a ser como hombre sin fuerzas, abandonado entre los muertos; por ti, que fuiste expulsado del huerto paradisíaco, fui entregado a los judíos en un huerto y sepultado en un huerto.
Mira los salivazos de mi rostro, que recibí, por ti, para restituirte el primitivo aliento de vida que inspiré en tu rostro. Mira las bofetadas de mis mejillas, que soporté para reformar a imagen mía tu aspecto deteriorada. Mira los azotes de mi espalda, que recibí para quitarte de la espalda el peso de tus pecados. Mira mis manos, fuertemente sujetas con clavos en el árbol de la cruz, por ti, que en otro tiempo extendiste funestamente una de tus manos hacia el árbol prohibido. Me dormí en la cruz, y la lanza penetró en mi costado, por ti, de cuyo costado salió Eva, mientras dormías allá en el paraíso. Mi costado ha curado el dolor del tuyo. Mi sueño te sacará del sueño de la muerte. Mi lanza ha reprimido la espada de fuego que se alzaba contra ti.
Levántate, vayámonos de aquí. El enemigo te hizo salir del paraíso; yo, en cambio, te coloco no ya en el paraíso, sino en el trono celestial. Te prohibí comer del simbólico árbol de la vida; mas he aquí que yo, que soy la vida, estoy unido a ti. Puse a los ángeles a tu servicio, para que te guardaran; ahora hago que te adoren en calidad de Dios.
Tienes preparado un trono de querubines, están dispuestos los mensajeros, construido el tálamo, preparado el banquete, adornados los eternos tabernáculos y mansiones, a tu disposición el tesoro de todos los bienes, y preparado desde toda la eternidad el reino de los cielos.»