Muy queridos hermanos,
hoy es el día más grande del año, el día más importante. Hoy celebramos un misterio que nunca podremos comprender del todo de qué se trata...
Fíjense que nosotros celebramos la vida Cristo y la seguimos litúrgicamente en cierto ciclo anual:
La Navidad, por ejemplo, nos enternece: Dios se hace hombre, se hace niño, y todos hemos sido niños, conocemos lo que es un nacimiento y sabemos además lo que la llegada de un niño produce en nosotros. Celebrar el Nacimiento del Señor nos es propio, porque nos conecta con experiencias humanas.
Hace apenas unos días conmemoramos la muerte del Señor. Y también sabemos de qué se trata el dolor, qué es sufrir y en última instancia qué es la muerte. Todos hemos tenido contacto más o menos cercano con al enfermedad con el sufrimiento y con la muerte, entonces representarnos a Cristo sufriente, encarcelado, torturado, lastimado y muerto en definitiva, es algo que brota de nuestra experiencia humana: todos sabemos de qué se trata que alguien sufra, o se muera.
Lo que no tenemos ningún tipo de idea, y tampoco podemos imaginar de ninguna manera es qué significa “resucitar de entre los muertos”. Al resucitar de entre los muertos Cristo nos lleva a un terreno totalmente desconocido, nos lleva hacia una vastedad inexplorada. Nos lleva hacia un concepto que no posee nuestra experiencia humana, es como si nos llevara la delantera para que, siguiéndolo a Él, podamos introducirnos a donde ni siquiera podemos imaginar. Cristo Resucitado es para nosotros la entrada definitiva del hombre en Dios. Si la Encarnación es la entrada de Dios en la vida del mundo, la Resurrección es para nosotros una manifestación de que el hombre puede llegar a la intimidad de Dios, es la sublimidad absoluta de nuestra vocación, es lo que le da sentido a todo… Es lo que hace que se ponga en tensión y tome sentido todo: los sufrimientos, las soledades, los límites, y nos da una certeza de fe: más adelante hay una plenitud que ni siquiera podemos imaginar…
La Iglesia lo expresa en un artículo de fe y lo celebra a través de los bellos signos litúrgicos de las celebraciones pascuales
El Cirio Pascual, símbolo que es luz y fuego a la vez. El Cirio Pascual entra en el templo a oscuras como signo de la vida que vence a la muerte. Cada vez que la luz de algún modo vence a las tinieblas entonces experimentamos algo de la Resurrección.
La fuente del agua bautismal, que es como la presencia de un oasis en el desierto. Así, más que ésta homilía, son los gestos y los signos de la liturgia los que nos hablan de la Resurrección: por eso ella usa del agua para hacernos sentir la vida y su fecundidad incontenible. Y nos sugiere de qué se trata la verdadera vida: la vida nueva y fecunda del Resucitado.
El canto de la liturgia también es un canto simbólico. La voz humana sirve no solo para gritar, gemir, pedir, hablar, sino que puede cantar y recrearse en nueva armonía.
Y en el centro de la Pascua está el símbolo del “Cordero”. Ya en la Pascua judía centrada en el cordero pascual. El cordero es Cristo. En el Antiguo Testamento hay una escena tremenda: el sacrificio de Abraham. En la escena ambos, padre e hijo suben a la montaña e Isaac pregunta por el cordero, Abraham, sabiendo que era su hijo el holocausto y seguramente con el corazón partido le responde “Dios proveerá”. Al llegar al lugar del sacrificio, en el momento en que Abraham quiere clavar el cuchillo en Isaac, se ve que lo que decía era cierto: el cordero estaba ahí, a la vista: Dios había provisto en la montaña.
Ese cordero es Cristo que saca al hombre de su condena de ataduras y muerte y toma su lugar. Esa es la hermosura que celebramos: el Cordero redimió a sus ovejas tomando nuestro lugar, haciéndose cargo de nuestro sufrimiento, de nuestro dolor, de nuestra condena.
Pidamos al Señor que esa Resurrección que ya aconteció sea una experiencia real para cada uno de nosotros, que el Hijo de Dios se hizo cargo de mí.
Dios ya nos ha provisto: nos dio a su Hijo, que está vivo, que tiene poder y con su VIDA de RESUCITADO nos comunica la salvación…
domingo, 4 de abril de 2010
Homilía del Domingo de Pascua
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Gracias!
ResponderEliminarmira donde te vengo a encontrar Fabiaaan!!!
ResponderEliminarMuy buena tu reflexion!!!
Felices Pascuas!!!!!
Beso grande!!!
Abril.
"Ese cordero es Cristo que saca al hombre de su condena de ataduras y muerte y toma su lugar" MUY BUENO Pater. Donde estas dando misa? Mati
ResponderEliminarGracias hermanooo!!! Qué lleno del Espíritu Santo estás para proclamar toda esta alabanza al resucitado!
ResponderEliminarAhora le tenemos que dejar actuar...porque Él quiere entrar y hacerse íntimo y amigo, pero también quiere que le digamos sí, libremente, como María...
¡Qué gran DIOS tenemos! Este año he conseguido mirar la Santa Cruz con menos culpa y más Amor, porque he dejado entrar a Jesús en mi corazón mucho más...Y ahora, abandonada como estoy a la buena de Dios, sé que los sufrimientos, problemas y dificultades que tenga los podré afrontar con su fuerza y no con la mía, y entonces, el final será bueno! Sin Él no podríamos hacer nada, así que ALELUYAAA, que reconozcamos que el Señor vive y está presente en los acontecimientos de nuestra vida cotidiana!
Gracias, Padre, lamparita iluminada!
Que Dios Padre le siga bendiciendo!
violeta