Fiesta de San Martín de Porres,
3 de noviembre de 1993
Querido padre Tomás:
Leí en el diario de esta mañana que un hombre de Tailandia debería recibir el premio Nobel por sus servicios humanitarios. Cada fin de semana baja a Bangkok desde su pueblo en la montaña. Va a buscar jóvenes raptadas, secuestradas, llevadas engañadas a uno de los cientos de burdeles de la ciudad.
Estas jóvenes tienen entre doce y catorce años y sirven alrededor de diez clientes por noche. Él viaja desde lejos, no recibe pago y arriesga su vida para salvarlas. Ha logrado devolver más de 400 niñas a sus padres y familias. ¿Te imaginas la alegría de un padre o de una madre cuando ven volver a su pequeña niña sana y salva después de tan terrible odisea? Piensa cuán agradecidos deben estarle esos padres por haber salvado a sus hijas.
Querido Tomás, eso no es nada comparado con el agradecimiento que Dios Padre te tendrá por tener adoración perpetua en tu parroquia. Por esto el Papa Juan Pablo II beatificó a Dina Belanger.
Era una mujer canadiense muy devota a la oración ante el Santísimo Sacramento. Antes de su hora santa Jesús le mostraba multitudes de almas al borde del precipicio del infierno. Luego podía ver estas mismas almas en las manos de Dios después de su hora santa.
Jesús le dio a la venerable Dina un mensaje para transmitir a la Iglesia. El valor de una hora santa es tan grande, que lleva a multitudes de almas de la orilla y borde del infierno, a las mismas puertas del cielo.
Piensa Tomás que San Martín de Porres era insultado y maltratado porque era negro e ilegítimo. Se identificó con Jesús, ignorado y maltratado en el Santísimo Sacramento. Mientras se consolaban mutuamente, Martín se hizo más caritativo, amable y servicial. Pasaba hasta ocho horas diarias en oración ante el Santísimo Sacramento.
Esto agradó tanto a Jesús que hizo a Martín un autor de milagros. Llevaba un canasto de pan fresco del monasterio para repartir por las calles a los pobres. Con un solo canasto daba pan a un barrio entero.
Martín alimentaba a cientos de hambrientos con un solo canasto de pan. Tú, querido Tomás, salvas cientos de personas del infierno con tan sólo rezar una hora anta ante el Pan Vivo bajado del Cielo.
Esta es la razón por la que Carlos de Foucauld pasó toda su vida ante el Santísimo Sacramento, en un desierto de Arabia. Su única oración era: "Dios mío, conduce a todos los hombres a la salvación".
Establece la adoración perpetua en tu parroquia, querido Padre y Dios te estará infinitamente más agradecido a ti, que los padres de Tailandia lo están con el hombre que salva a sus hijas en los burdeles. Dios pasará toda la eternidad agradeciéndote por las innumerables almas que salvaste.
¡Cuál podría ser una mayor razón para tener adoración perpetua que esta quinta gracia de salvación!
Fraternalmente tuyo en Su Amor Eucarístico, Mons. Pepe
No hay comentarios:
Publicar un comentario