miércoles, 17 de noviembre de 2010

17 - SEGURIDAD


Fiesta de San Juan Apóstol,
27 de diciembre de 1993

Querido padre Tomás:
Un día de invierno en Nueva Inglaterra, dos amigos míos, Bruce y Maureen Smith, me llevaban en su auto al aeropuerto. Mirábamos por la ventana dudando si el avión podría despegar. Era un día oscuro, gris, nublado y tan frío que granizaba.
El avión finalmente despegó y en pocos segundos se elevó sobre las nubes. La escena era sorprendente. Se podían ver filas y filas de nubes blancas, onduladas, matizadas con resplandores de un sol dorado.
Esto, pensé, debería ser cada hora santa. "Yo soy la Luz del Mundo" (Jn 8,12). Jesús es la luz. El Santísimo Sacramento es Jesús. El Santísimo Sacramento es la Luz del mundo. Los pensamientos negativos y depresivos vienen de de su adversario.
Cada momento que se pasa en su presencia, debería influenciar y cambiar nuestra mente hacia lo positivo. El amor es positivo. "Dios es amor" (1 jn 4,8). Jesús es Dios, por lo tanto, el Santísimo Sacramento es Amor. El poder de este amor está por encima de todo. Como el avión, el pensamiento nos lleva de lo oscuro, frío y nublado, a la cálida, despejada luz del amor positivo.
Muy frecuentemente oímos decir que esta o aquella persona es "insegura". Todos somos inseguros. Pero podemos encontrar nuestra seguridad en la profundidad de su amor Eucarístico.
Esta es la lección de la fiesta de hoy. San Juan se vio a sí mismo como "el que Jesús amaba" y se recostó en su Corazón. En la primera Eucaristía, Juan "se recostó sobre el pecho de Jesús" (Jn 13,23).
Así conseguimos nuestra seguridad, recostándonos sobre el Corazón de Cristo. Cuando nos apoyamos en nosotros mismos, nos encontramos en la oscuridad de nuestra naturaleza humana caída y por consiguiente somos inseguros.
Apoyándonos sobre el Corazón de Cristo es vernos a la luz de su amor Eucarístico. Una sola gota de agua tiene todo el derecho de sentirse insegura. Esa misma gota de agua puesta en el cáliz del vino que se convierte en la preciosísima Sangre de Jesús tiene un valor infinito.
Separados de su amor, no somos nada y nos sentirnos inseguros. Unidos a su Corazón tenemos el valor infinito de la gota de agua que se convierte en vino y que se transubstancia en la preciosísima Sangre de Jesús.
La soberbia nos aleja de Cristo. La humildad nos muestra nuestro valor infinito en Cristo, redimidos por su Sangre y protegidos por su Amor. Entonces estamos muy seguros.
No es que Jesús amaba más a Juan sino que Juan estaba más receptivo al amor personal que Jesús le tenía. Por eso se vio como "aquel a quien Jesús amaba". Él conocía, valoraba y estaba abierto al amor personal de Jesús. En Redemptor Hominis, nuestro Santo Padre nos dice que esto es lo que debemos hacer.
Para que nuestro amor sea completo, Juan Pablo II afirma que nuestro amor personal por Jesús en el Santísimo Sacramento debe ir junto a nuestro amor comunitario por Jesús en la Santa Misa.
Continúa diciendo que "El empeño esencial... es el perseverar y avanzar constantemente en la vida eucarística, en la piedad eucarística; el desarrollo espiritual en el clima de la Eucaristía".
Así como uno no puede estar expuesto al sol sin recibir sus rayos, tampoco podríamos estar en la presencia de Jesús en el Santísimo Sacramento, sin recibir sus rayos divinos y crecer espiritualmente a la luz de su amor. Una hora santa es recostarse sobre el Corazón de Jesús. Es una lección del Maestro que nos dice que cada uno de nosotros es "aquel a quien Jesús ama".
Por eso, todo católico debería decirle con vehemencia a todo evangélico y fundamentalista: "Yo tengo una relación personal con Jesús, mi Salvador".
¿Cómo puede uno desarrollar una relación personal con alguien que no está presente? El Santísimo Sacramento es Jesús en persona. "Si alguno me sirve, que me siga, y donde yo esté, allí estará también mi servidor" (Jn. 12,26).
Una larga fila de buenos servidores como Juan, el apóstol amado, lo siguen donde Él esté, en el Santísimo Sacramento.
El Papa Juan XXIII, en su autobiografía El Diario de un Alma, declara que su objetivo era hacer frecuentes visitas al Santísimo Sacramento, donde encontraba seguridad. Esto lo convirtió en el Papa alegre que el mundo llegó a amar.
El Papa Juan Pablo I encontró su seguridad en la presencia del Santísimo Sacramento, donde prefería estar en lugar de recibir los aplausos y las alabanzas del mundo. Cuando le preguntaban por qué sonreía tanto, él contestaba: "Porque Jesús en el Santísimo Sacramento me ama mucho".
El Papa Juan Pablo II hacía dos horas santas diarias y según un cardenal muy allegado a él, hacía por lo menos veinte visitas al Santísimo Sacramento por día.El obispo John Magee, de Clone, Irlanda, único en la historia que ha sido secretario de tres papas, estableció la adoración perpetua en la mayoría de las parroquias de su diócesis y las vocaciones se triplicaron en los últimos tres años. Su hermano Cahil Magee también difunde la adoración perpetua por toda Irlanda, donde hay más de cien parroquias con adoración perpetua.
San Juan Neumann propuso la devoción de las cuarenta horas a los sacerdotes de Filadelfia. La idea fue rechazada porque se pensó que sería demasiado peligroso debido a los “no-nada" ("no-nothings"), un grupo de hombres que aterrorizaban a cualquier inmigrante de Europa. Pensaban que seria demasiado peligroso en las horas de la noche.
Una semana después de la presentación, se originó un incendio en la casa del obispo. Se quemó toda su oficina y su contenido excepto un par de hojas que quedaron intactas en el suelo.
El obispo las miró maravillado. Eran su diagrama para la devoción de las cuarenta horas. Después Jesús le reveló: "Si yo puedo salvar un par de papeles sin valor de la furia del fuego, cuánto más protegeré a la gente que venga a adorarme en el Santísimo Sacramento". Tan pronto como la devoción de las cuarenta horas empezó a difundirse, los "no-nada" se desbandaron.
El padre John Randell recibió el mismo mensaje del Señor mientras hacia su hora santa frente al Santísimo Sacramento. Abrió la Biblia en Ageo y Zacarías y leyó estas palabras: "Cuando estés celoso de mi gloria en el santuario, entonces haré que las calles sean seguras para mi pueblo". El padre John interpretó el "celo" como adoración perpetua. Estaba en una zona plagada de crímenes en el centro de Providence, Rhode Island. La gente se mudaba de la parroquia porque no era un lugar seguro. El obispo pensaba cerrar la parroquia cuando el padre John recibió este mensaje. Ahora es una floreciente parroquia y el vecindario se ha convertido en un lugar seguro gracia,s a la adoración perpetua.
El testimonio del padre John movió al obispo Profugio de Lucena a hacer lo mismo. Él ha dado testimonio de que la adoración perpetua salvó a su diócesis del comunismo que amenazaba con destruirla.
John Mackenzie, lo primero que hace cada mañana cuando se despierta, es agradecer a Jesús por el amor personal que le tiene en el Santísimo Sacramento y por llamarlo a Manila a estudiar para ser Misionero del Santísimo Sacramento.
Fraternalmente tuyo en su Amor Eucarístico, Mons. Pepe

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