sábado, 8 de enero de 2011

Homilía en Misa de esponsales de Pedro y Flor



Génesis 1, 26-28. 31
Romanos 12, 1-2. 9-18
Juan 2,1-11

1. Nos hemos reunido con gozo esta noche en esta Basílica del Pilar, para asistir al matrimonio de Pedro y Flor. Ha llegado el día para ustedes, y con espíritu de fe compartimos esta Eucaristía que es el marco espiritual y litúrgico para esta unión matrimonial.
El matrimonio -nos enseña la Iglesia- es para un cristiano una auténtica vocación sobrenatural, es decir no tiene su origen en la tierra sino en el cielo, y tiene su término en el Cielo. Vocación sobrenatural, por eso San Pablo dice “Gran misterio es éste, que yo refiero a Cristo y a la Iglesia”. El matrimonio instituido por Jesucristo es un signo sagrado que santifica eternamente, una acción del Espíritu Santo que llena el alma de los que se casan; y los invita a seguir a Cristo más de cerca. El matrimonio cristiano es vocación y por lo tanto misión.
Corresponde entonces ahora que consideremos atentamente esta misión a la que son llamados por Dios y que ustedes han de desempeñar en el mundo y en la Iglesia, que consideremos la grandeza de la vocación matrimonial.

2. No hay más que una vocación en la vida: la santidad. Ese es el fin de la vida del hombre, ése -y no otro- es el sentido verdadero de la existencia humana: ser santos. Que hermoso es pensar que este sacramento, no es otra cosa que Dios mismo apostando por ustedes. El sacramento transforma toda la vida matrimonial y la convierte en un altar divino en la tierra. Por eso la Iglesia en la Oración introductoria de esta Misa de Esponsales le pedía a Dios que ustedes se unan y procuren la mutua santidad. El sacramento del Matrimonio viene a especificar esa vocación sobrenatural en la vida de ustedes dos: procurar la mutua santidad…
Pedro, tu camino de santidad se llama Flor.
Flor, tu camino de santidad se llama Pedro.
No lo olviden nunca.

3. Las lecturas que Ustedes han elegido para esta noche iluminan este acontecimiento, y nos ayudarán a contemplar este misterio:
En la primera lectura, del libro del Génesis, se nos recuerda que todo es gracia, es decir, que todo es parte del plan de Dios, que llama a los esposos al amor y a la fecundidad realizada sobre todo en los hijos y especialmente en la santidad de los hijos. Porque ésta ésa es la verdadera fecundidad: los frutos de santidad de sus vidas y las de sus hijos. Todo lo que Dios ha hecho es bueno dice la Biblia, y como ustedes decían los otros días al preparar las lecturas de esta celebración, eso nos recuerda la trascendencia y profundidad de este momento, que tiene su origen y fundamento último en el plan eterno de Dios.
En la segunda lectura San Pablo nos exhorta a un cambio sincero y profundo, a una permanente conversión y apertura del alma para descubrir en todo momento cuál es la voluntad de Dios: lo que es bueno, lo que le agrada, lo perfecto. Este texto de la epístola a los Romanos es una invitación a la armonía espiritual que nace de la paz, y de la escucha sincera de la voz del Señor. Pedro y Flor vivan así ustedes: ofreciéndose día a día a Dios, alegres en la esperanza, pacientes en la tribulación y perseverantes en la oración. Nunca dejen de rezar, que no pase un día de su vida matrimonial sin que compartan la oración. Me permito contar aquí que hacia fines de su vida, tu querido abuelo, Pedro, recordaba con profunda gratitud el Rosario diario rezado con su esposa, tu abuela, y que siguió rezando hasta el último día de su vida como signo de fidelidad y trascendencia del amor que los unió. Sólo Dios sabe cuánto bien ha hecho en la vida de todos ustedes, sus hijos y nietos, esa oración diaria y oculta, seguramente fuente de gracias imposibles de imaginar…
Pedro, Flor, nunca dejen de rezar juntos.
En el Evangelio vemos cómo Jesús, para comenzar sus signos, signos de la Nueva Alianza, busca el ambiente festivo y sugerente de unas bodas. Él mismo se presenta como el Esposo que dará a su Esposa, la Iglesia, el vino nuevo y sobreabundante del Reino de Dios.
Podemos realmente afirmar que ahora se realiza nuevamente aquello que la narración de las bodas de Cana nos ha presentado. Ustedes, que dentro de breves instantes serán nuevos esposos, han invitado a su boda a Jesús mismo. Lo han invitado para que bendiga su amor y ésta unión que quieren hacerla EN ÉL. Ante Él quieren prometerse amor para toda la vida. Y me consta cuánto desean los dos que la vida conyugal que hoy inician sea siempre conforme con el plan salvador de Dios sobre el hombre y la mujer, ratificado por el mismo Jesucristo en su Evangelio: no se unen así, sin más, sino que se casan “en el Señor”.
Pedro, Flor, estén en paz. Este texto del Evangelio nos recuerda la presencia permanente de Cristo en todos los momentos de su matrimonio, la intervención de la Virgen siempre atenta a las necesidades, y la certeza de que el mismo Señor pondrá lo que falte. Cuando lo humano ya no tenga recursos propios, ahí vendrá Cristo a convertir las tinajas en el mejor vino que se pueda imaginar: el vino del amor humano transformado en santidad.

4. Por ultimo quiero recordar el pensamiento del Siervo de Dios Padre Luis María Etcheverry Boneo:
“Tenemos que ir al cielo construyendo la tierra… pero tenemos que construir la tierra teniendo presente que todos nuestros pasos en ella deben conducirnos al cielo…” “Sin Jesucristo, Nuestro Señor, no se puede absolutamente construir nada a fondo”
Pedro, Flor, construyan así su matrimonio, fija la mirada en el cielo, fijo el corazón en Jesucristo. No le tengan miedo a la santidad, que siempre viene con sufrimiento y cruz. No tengan miedo a la santidad porque Dios mismo se hace cargo de su llamada y todo lo podemos en Aquel que nos conforta.
Que la Santísima Virgen de Luján acompañe siempre esta vocación a la santidad de su matrimonio y de todos los matrimonios cristianos.
La Patria necesita matrimonios santos.
El mundo necesita familias cristianas.
La Iglesia necesita santidad matrimonial.
Que su matrimonio sea siempre DON de Dios para la Patria, para la Iglesia y para el mundo.
Que Dios los bendiga y que por la intercesión de la Santísima Virgen María, los haga santos, felices y muy fecundos. Que así sea.

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