lunes, 1 de junio de 2009

Homilía de Pentecostés


Hoy celebramos el Domingo de Pentecostés, la Fiesta de la efusión del Espíritu Santo sobre la Iglesia, sobre los creyentes y sobre el mundo. Y en este acontecimiento litúrgico le pedimos a Dios que renueve en nosotros la gracia del Espíritu.

El Catecismo de la Iglesia Católica dice en el nº 236 lo siguiente: “Los Padres de la Iglesia distinguen entre la "Theologia" y la "Oikonomia", designando con el primer término el misterio de la vida íntima del Dios-Trinidad, con el segundo todas las obras de Dios por las que se revela y comunica su vida. Por la "Oikonomia" nos es revelada la "Theologia"; pero inversamente, es la "Theologia", quien esclarece toda la "Oikonomia". Las obras de Dios revelan quién es en sí mismo; e inversamente, el misterio de su Ser íntimo ilumina la inteligencia de todas sus obras. Así sucede, analógicamente, entre las personas humanas. La persona se muestra en su obrar y a medida que conocemos mejor a una persona, mejor comprendemos su obrar.”
Nuestra inteligencia humana se halla limitada a la hora de conocer y comprender a Dios. Por eso si bien es posible para la razón humana conocer a Dios, es conveniente, hasta necesario, que Dios se revele a Sí mismo a través de su obrar para poder conocer el ser de Dios. Lo mismo nos pasa con las personas humanas, no podemos conocer más que lo que el obrar muestra, aunque a partir de ese conocimiento podamos conocer la interioridad y el ser del otro.
Y así es como la Iglesia a través del obrar del Espíritu puede conocer quién es. Dios se ha revelado como Uno y Trino: Padre, Hijo y Espíritu Santo. A Dios Padre podemos entender con cierta lucidez, ya que tenemos una imagen concreta de padre, ya tengamos una buena o mala imagen o experiencia de paternidad, tenemos una referencia tangible para nosotros, un parámetro. Lo mismo sucede con Dios Hijo, ya que además de comprender la categoría filiación, tenemos a Jescuristo, el hombre Dios, que es uno como nosotros, como diría San Pablo “uno como cualquiera” que nos hace accesible la idea de Dios Hijo. Pero cuando hablamos del Espíritu Santo necesitamos representaciones que nos den una idea pero no tenemos parámetro para su identidad como si lo tenemos para el Padre y el Hijo.
La Iglesia en estas lecturas que nos propone en este día nos da a contemplar ciertas imágenes que nos pueden ayudar a comprender la identidad del Espíritu Santo. Hablaremos de su “oikonomía” es decir de su obrar en nosotros.
En la lectura de los Hechos donde se nos narra el acontecimiento de la efusión del Espíritu Santo sobre María Santísima y los Apóstoles. Estando reunidos en oración el Espíritu Santo los une con lazos de profundidad inimaginable. Es el que convierte a los “Once” y se convierten en Iglesia. De otra manera no podrían estar unidos a ese nivel de darles una misma identidad. Pero además hay otro signo prodigioso de unidad. Los Apóstoles salen a predicar inmediatamente ante un auditorio sumamente dispar ya que es la Fiesta judía de Pentecostés y hay gente de todas las nacionalidades en Jerusalén, donde cada uno habla su propia lengua. Y cada uno escucha a los Apóstoles en su propio idioma. Una maravillosa y simple respuesta de Dios al episodio de Babel que se narra en Génesis 11 donde la ambición desmedida del hombre provocó la ruptura y la incomprensión mutua, signo de lo cual es la división en lenguas de la humanidad. Pentecostés es la respuesta: el Espíritu Santo une lo separado, lo distinto, lo que no podría unirse con la sola fuerza humana.
Hermosa imagen del Espíritu que une y que tanto necesitamos nosotros. En estos tiempos de cambios culturales vertiginosos sucede a veces que el hermano mayor no entiende al mas chico, quizás hay pocos años de diferencia pero ya hablan otro idioma. Ni que hablar los hijos con los padres o con los abuelos… Entonces a veces en una familia pueden ser cuatro personas que conviven en una casa y son cuatro idiomas diferentes que no pueden llegar a entenderse y por lo cual tampoco unirse, lo que a veces da lugar a situaciones dolorosas de conflictos y divisiones. Lo único que puede unir verdaderamente a nuestras familias es el Espíritu Santo que une con lazos muchísimo más profundo que los lazos de la carne y de la sangre. “La familia que reza unida permanece unida” y esto sigue siendo necesario, porque es así como nos abrimos a la acción del Espíritu, es rezando como nos abrimos a poner la unidad de nuestras familias en un fundamento que no se rompa, mucho mas estable que la propia voluntad o deseo, ya que estos son volubles, pueden cambiar.
El Espíritu Santo es el único que puede unir a la Iglesia. A veces vemos tantas diferencias que enfrentan y dividen, posturas, ideologías… Sólo el Espíritu Santo puede dar profunda unidad a la Iglesia.
También nuestra Patria necesita una unidad que venga del Espíritu. Nuestra historia marcada por la violencia, agresiones a causa de la mutua incomprensión. Violencia que genera resentimiento y este resentimiento que genera odio, y el odio que genera más violencia, y este a su vez un resentimiento aún mayor… Un circulo vicioso del que aparentemente no hay manera de salir. Sólo el Espíritu Santo puede unirnos. Llega un punto en que la fuerza humana no alcanza ya que no se trata en nuestra Patria solamente de llegar a acuerdos entre la dirigencia de todos los niveles y ámbitos. Se trata de un cambio interior donde todos estemos dispuestos a dejar de lado lo particular en orden a lo común. Apostar siempre a un bien mas grande que la propia idea, la propia parte, el propio beneficio. El problema social de nuestra Patria no pueden solucionarlo ni la política ni la economía. Sólo Dios…
Sólo Dios puede sanar y unir lo que está tan separado. En la oración colecta de esta Misa le pedíamos al Padre que el Espíritu Santo realice en nosotros grandes prodigios como al comienzo de la predicación apostólica.
Otra obra del Espíritu es la apertura de lo que está cerrado. Cerrarnos es la tentación que nos viene sobre todo cuando nos agreden o sentimos miedo u hostilidad. Pero replegarse siempre es peor. Sólo el Espíritu de Dios puede darnos la confianza y la fuerza para permanecer abiertos al mundo, aunque piense y jzgue distinto que nosotros. Cristo nos envía al mundo, a entregarnos por él, a ser luz de las gentes, de los pueblos. Sabemos que la Luz del mundo es el mismo Jesucristo. Si estamos cerrados esa luz nunca llegará a donde Dios envía a llevar. El cristiano no puede replegarse y cerrarse en sus miedos, en sus posturas, ni en sus ideas ni siquiera en sus creencias. Nunca ha de cerrarse porque es abierto como se sale al encuentro del otro. Y para abrirse necesitamos el Espíritu Santo
Este es el Espíritu de Dios el que une y abre. Y podemos entonces decir que Él mismo es como la unidad y la apertura en Dios
En su obrar une lo que está separado, abre e impulsa a salir de nuestras cárceles interiores. Pidamos este Don de Dios que es el Espíritu Santo, para que podamos unirnos y abrirnos en nuestras vidas, en nuestras familias, en nuestra Patria, en la Iglesia y en el mundo.
Que podamos experimentar esta obra que nos transforme interiormente y nos configure así con Jesucristo; como la Santísima Virgen y los Apóstoles que desde el día de Pentecostés se supieron Iglesia, sacramento de unidad y de salvación para el mundo.

2 comentarios:

  1. Muchas gracias por la reflexión Padre. No deje de compartir estos pensamientos. Saludos desde Puerto Rico.

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  2. pater un poco largo el sermon eeeee jajaja abrazo de hijo padre, pablito

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