viernes, 31 de julio de 2009

31 de julio - San Ignacio de Loyola




Hermoso testimonio de la acción de Dios por intercesión de la Santísima Virgen. San Ignacio vio a la Virgen y nunca más sufrió tentaciones de la carne. AVE MARIA PURISIMA!


De la Autobiografía de San Ignacio de Loyola:

"Y ya se le iban olvidando los pensamientos pasados con estos santos deseos que tenía, los cuales se le confirmaron con una visitación, desta manera. Estando una noche despierto, vido claramente una imagen de nuestra Señora con el santo Niño Jesús, con cuya vista por espacio notable recibió consolación muy excesiva, y quedó con tanto asco de toda la vida pasada; y especialmente de cosas de carne, que le parecía habérsele quitado del ánima todas las especies que antes tenía en ella pintadas. Así desde aquella hora hasta el Agosto de 53 que esto se escribe, nunca más tuvo ni un mínimo consenso en cosas de carne; y por este efeto se puede juzgar haber sido la cosa de Dios, aunque él no osaba determinarlo, ni decía más que afirmar lo susodicho. Mas así su hermano como todos los demás de casa fueron conociendo por lo exterior la mudanza que se había hecho en su ánima interiormente."
(Autobiografía, 1, 10)

domingo, 26 de julio de 2009

Domingo XVII - Ciclo B


2 Reyes 4,42-44
Efesios 4,1-6
Juan 6,1-15

Dos miradas contrapuestas, de perspectivas e interpretaciones diferentes se encuentran ante el Misterio de Dios. Por un lado la mirada exterior, la que queda en la superficie de los hechos, y por otro lado la mirada que se abre a que Dios pueda obrar más allá de lo que se pueda ver o entender. La primera mirada está representada en el texto que acabamos de escuchar en la respuesta de Felipe, una mirada de cálculo que llega a la conclusión lógica: no podemos alimentar a la multitud, no nos alcanza… Y por otro lado está la mirada de Andrés, el otro discípulo que tampoco tiene demasiada claridad pero que sin embargo se anima a presentarle a Dios la indigencia: “aquí hay un niño que tiene muy poco, pero ¿qué es esto para tanta gente?...” La mirada de Andrés es una mirada se abre a la confianza y es esa confianza en definitiva la que da lugar al “signo”, al milagro. El hombre no queda encerrado en sus propios criterios y nociones sino que comprende que más allá de lo que él sabe o entiende, más allá de lo que él puede delimitar con su razón, Dios puede obrar. Misteriosamente Dios se condiciona para obrar a la confianza del hombre de fe. ¡Cuántos milagros realiza la confianza…!
En este texto esa confianza esta personificada paradigmáticamente en la figura del niño que tiene los cinco panes de cebada y dos pescados, ya que de toda la escena es sin duda el que menos puede, es el aparentemente más insignificante de todos, es el indigente: hay cinco mil hombres, están los Apóstoles, esta el dinero, está el Señor, nadie pondría su mirada en el niño, pero aquí sin embargo es el niño la clave que permite el obrar de Dios. Ese niño es Jesús.
Ese niño es una imagen de Jesús en cuanto que pone todo lo que tiene en la confianza de que el Padre hará de eso un milagro que alimente la multitud. A los ojos de los hombres su vida puede parecer ignota, “insignificante”, pequeña, pero su confianza en el Padre y la totalidad de la entrega en el Amor son el “Signo” que dará Vida a los hombres. Eso es Jesús. Porque Cristo al entregar su vida por nosotros alimenta a una multitud de multitudes con una Vida Nueva, la vida de los hijos de Dios. Él no solo nos salva abriendo para nosotros el corazón del Padre, sino que además permanece Él mismo como alimento que perdura hasta la Vida Eterna.
El gran Signo de la multiplicación de los panes sigue realizándose hoy en cada Eucaristía. Venir a Misa es confiar en ese “Niño” que pone sus cinco panes al servicio de una multitud, de la humanidad. Cristo es el niño que confía en el Padre y por eso pone todo lo que tiene y lo que es y su entrega se vuelve alimento para toda la humanidad de todos los tiempos.
Y cuando Jesús dice “si no os hacéis como niños no entrareis en el Reino de los Cielos”, dice que entrar en el Reino de los Cielos es transformarse en Jesucristo. Eso es la conversión, eso es la santidad.
La santidad no consiste en hacer tal o cual cosa, en cumplir tales o cuales normas, ni siquiera en la vivencia heroica de un valor del Evangelio, todo eso será consecuencia de la santidad, reflejo de la realidad interior… Pero la santidad consiste en que el corazón de un hombre se transforma en el corazón de Cristo, y eso es tener “corazón de niño”. El santo, transformado en Jesucristo, es ese niño que puede poner todo lo que tiene en la confianza en Dios que puede alimentar a una multitud. Y basta un santo para transformar a todo un pueblo, para renovar la fe de miles y miles de personas…
Pidamos al Señor que esa conversión sea realidad en cada uno de nosotros, que podamos poner todo como el niño del Evangelio de hoy en la confianza en el Padre, para entender que la propia vida en manos de Dios adquiere un valor infinito. La propia nada, la propia indigencia en manos de Dios adquiere una fuerza redentora inimaginable, capaz de alimentar a toda una multitud. Nadie vive porque sí, nadie tiene una vida insignificante, ya que toda vida tiene el más grande de los significados que es el llamado de Dios. Por eso cuando alguno siente que la propia vida es insignificante, que no sirve de nada, que es poca cosa, mira su vida con mirada errónea, con la mirada calculadora de la hablábamos al principio y que no deja obrar a Dios. Es la mirada de fe la que abre el espíritu a la confianza. Ninguna vida es insignificante para Dios, y Dios puede hacer grandes prodigios para bien de todos con la vida aparentemente más escondida y más pequeña.
Cada uno de nosotros puede alimentar a multitudes de multitudes, evidentemente no con nuestras fuerzas, sino en la confianza de que si ponemos todo lo que somos en manos de Dios, el Dios de las desproporciones puede hacer de nuestra pobreza una riqueza incalculable. Pero sólo lo puede hacer si nos ha convertido, si nos ha santificado.
Que el Espíritu Santo nos transforme en ese niño, ese niño que se pone en medio de los grandes del mundo y da todo lo que tiene, confiando "hasta la audacia" en el infinito poder del Amor del Padre. Ese niño es Cristo, el Señor.

lunes, 20 de julio de 2009

Libertad - Hermano Rafael


15 de diciembre de 1936 - martes - 25 años
Mi cuaderno - San Isidro de Dueñas
Libertad

(...)¡¡¡Amar a Dios!!!... ¡Vivir de lo que es infinito! ¡Gozar del encierro del cuerpo y del espíritu, para que el alma vuele a Dios! ¡Para que se abisme en las infinitas bellezas del Eterno! ¡Para volar a las regiones de lo sobrenatural, en alas del amor divino! He aquí lo que es libertad.
Sin embargo, no nos engañemos..., aún hay algo, cuya palabra para expresarlo desconozco, por lo que el alma suspira..., que no es propiamente libertad. Es algo más.
Consolémonos los que aún andamos sobre la tierra. Consolémonos en la esperanza. Anímenos el saber que es Dios quien nos espera, y que la ¡regada será pronto.

Esta noche, prisionero en las sillas del coro, un hombre le pedía a Dios la libertad. Un hombre con ansias de libertad, no para ir por el mundo, pues ni éste ni todos los mundos creados le bastan... Con ansias de libertad para que libre del cuerpo y de la carne, pueda volar al Corazón de Dios.
Allá acurrucado en la oscuridad de la iglesia, miraba al Sagrario, donde estaba la "resurrección y la vida". El Señor le hizo ver que la libertad la tenía a su alcance; que la libertad en la tierra, es el corazón unido a El, y que el alma libre de todo y puesta en Dios, ¿qué más quiere?
Mas el hombre seguía arrodillado a los pies de Jesús, amando la voluntad del Eterno, gozando en la libertad de su corazón para amar a Dios... Y, sin embargo, pidiéndole esa otra libertad, fuera del mundo, por la cual suspira a todas las horas del día.
Mientras tanto, por encima del monasterio y atravesando sus fincas, corren y vuelan los hombres..., que dicen gozan de libertad..., infelices y engañados.
Yo también alguna vez allá en el mundo, corría por las carreteras de España, ilusionado de poner el marcador del automóvil a 120 kilómetros por hora... ¡Qué estupidez! Cuando me di cuenta de que el horizonte se me acababa, sufrí la decepción del que goza la libertad de la tierra..., pues la tierra es pequeña y, además, se acaba con rapidez.

Horizontes pequeños y limitados rodean al hombre, y para el que tiene un alma sedíenta de horizontes infinitos... los de la tierra no le bastan..., le ahogan. No hay mundo bastante para él, y sólo encuentra lo que busca en la grandeza e inmensidad de Dios.
¡Hombres libres que recorréis el planeta! No os envidio vuestra vida sobre el mundo. Encerrado en un convento, y a los pies de un crucifijo, tengo libertad infinita, tengo un cielo..., tengo a Dios.
¡Qué suerte tan grande es tener un corazón enamorado de El! ¡Cómo se ensancha el alma, pensando en los amores de un Dios a una pobre criatura!
¡Qué lejos se ve el mundo!... ¡qué pequeño!... ¡Qué débil es la vida material!... ¡Qué corto es el tiempo para vivir, y qué largo cuando la vida se espera más allá de la muerte, cuando se desea la verdadera libertad, cuando vemos nuestra miseria, nuestra nada y nuestra impotencia para amar a Dios!

San Juan de la Cruz, el Santo en el que encuentro tantas veces pensamientos, que parecen escritos para mí, supo expresar en sus versos la agonía de vivir aún en la tierra, separado de Dios, en aquellas estrofas que dicen:

¡Oh vida breve y dura,
quien se viese de ti ya despojado! ¡Oh estrecha sepultura,
cuándo seré sacado,
de ti, para mi Esposo deseado!
¡Oh Dios, y quién se viese
en vuestro santo amor todo abrasado! ¡Ay de mí! ¡Quién pudiese
dejar esto criado
y en gloria ser con Vos ya transformado!
¿Qué más puedo yo decir que lo que dijo el Santo?

¡Pobre Hermano Rafael!, Dios te ha herido y no te acaba de matar. Sigue esperando..., sigue esperando con esa dulce serenidad que da la esperanza cierta. Sigue quieto, clavado, prisionero de tu Dios, a los pies de su Sagrario.
Escucha el lejano alboroto que hacen los hombres al gozar breves días su libertad por el mundo.
Escucha de lejos sus voces, sus risas, sus llantos, sus guerras... Escucha y medita un momento. Medita en un Dios infinito..., en el Dios que hizo la tierra y los hombres, el dueño absoluto de cielos y tierras, de ríos y mares; el que en un instante, con sólo quererlo, con sólo pensarlo, creó de la nada todo cuando existe... Medita un momento en la vida de Cristo y verás que en ella no hay libertades, ni ruido, ni voces... Verás al Hijo de Dios, sometido al hombre. Verás a Jesús obediente, sumiso, y que con serena paz, sólo tiene por ley de su vida cumplir la voluntad de su Padre. Y, por último, contempla a Cristo clavado en Cruz... ¡A qué hablar de libertades!
"Beata es María quae credidist Domino". "Bienaventurada eres, oh María, que creíste al Señor"

domingo, 19 de julio de 2009

Homilía del Domingo XVI - Ciclo B


Jeremías 23,1-6
Efesios 2,13-18
Marcos 6,30-34

1. En tiempos del profeta Jeremías (Siglo VII a.C.), el pueblo de Israel sufría una profunda crisis de identidad que invadía todos sus estamentos, pero sobre todo en las políticas de los reyes que generaban violencia y corrupción social, rompiendo así la Alianza hecha con Yahveh. En este contexto de crisis Dios envía al profeta Jeremías a anunciar al pueblo una esperanza: “vendrá un día un pastor que los apacentará en serio, y ya no tendrán miedo…” Dios a través del profeta pone en el corazón de su pueblo un deseo de ser conducido y apacentado al modo de Dios… Pero ese deseo trae a la vez una expectativa mucho más grande de la que jamás el hombre pudo imaginar: el mismo Dios se promete a Sí mismo como Pastor de su pueblo. En un contexto de desconcierto, de inestabilidad política y crisis moral y religiosa que le tocó vivir a Jeremías, Dios suscita en su corazón el deseo de un “pastor” distinto para Israel. Este deseo es señal de la presencia de Dios. No se trata de un mero optimismo sino de verdadera esperanza. Porque el optimismo es pensar que las cosas van a mejorar y pone entonces una actitud positiva en el presente en virtud del futuro que seguramente será mejor. La esperanza en cambio es poder ver ya en el presente los signos de lo bueno que está viniendo; descubrir aún en la calamidad o la tragedia del hoy, un sentido que señala de algún modo un destino mejor, ya presente en lo que se está viviendo aunque de modo embrionario y hasta imperceptible a veces. Mientras que el optimismo interpreta el futuro, la esperanza interpreta el presente, he allí la diferencia. Dios no ofrece un mero optimismo sino una esperanza fundada en Él mismo, presente y vivo en la historia de su pueblo.
Jeremías encuentra en esa situación de caos la esperanza de un germen justo que es la acción de Dios, y que se manifiesta en el deseo de “más” que tiene el corazón del hombre elegido. Pero el más grande de los deseos no podría imaginar de que se trataría aquello: el Germen Justo es Jesucristo, el Dios pastor hecho hombre.

2. Jesucristo es el Pastor que nos enseña a vivir, nos enseña quiénes somos los hombres y quién es Dios, nos revela nuestra vocación y la clave para ser felices y plenos, y nos regala un corazón nuevo con el cual vemos la vida desde una perspectiva totalmente nueva.
Jesucristo es nuestro Pastor. Él es quien nos conduce aún cuando nuestras experiencias puedan resultarnos incomprensibles y dolorosas.
En el Evangelio Jesús se muestra pastor, primero de sus propios discípulos que al llegar de la misión necesitan contar lo que han vivido y Jesús le enseña a la Iglesia incipiente una actitud fundamental: todo el trabajo de la Iglesia ha de ser constantemente reinterpretado desde Jesucristo. No alcanza con hacer las cosas bien, con responder al llamado de Dios, es necesario además de eso permanecer en intimidad con Cristo que le dará sentido y contenido a todo lo que hacemos. Porque las cosas que no están hechas en Cristo están vacías, aunque sean cosas buenas. Sin Cristo algo podrá ser generosidad humana o altruismo, pero no tiene valor redentor, ni siquiera de trascendencia.
Cristo llama a la intimidad a los apóstoles y por eso lo primero para quien está llamado a seguir a Jesucristo es simplemente conocer a Jesucristo. Y nos toca ahora pensar en los pastores de la Iglesia.

3. Desde el 19 de junio pasado, por iniciativa del Santo Padre el Papa Benedicto XVI estamos viviendo el “Año Sacerdotal”, que tiene como finalidad “favorecer la tensión de todo presbítero hacia la perfección espiritual de la cual depende sobre todo la eficacia de su ministerio, y ayudar ante todo a los sacerdotes, y con ellos a todo el pueblo de Dios, a redescubrir y fortalecer más la conciencia del extraordinario e indispensable don de gracia que el ministerio ordenado representa para quien lo ha recibido, para la Iglesia entera y para el mundo, que sin la presencia real de Cristo estaría perdido.”
El año sacerdotal nos recuerda a todos, laicos y sacerdotes, hacia dónde dirigir la mirada, y sobre todo Quién es el Único y Verdadero Pastor: Jesucristo. Nos recuerda que la Iglesia necesita pastores que sigan sólo a Jesucristo y nada más. Todos por el bautismo compartimos la misión pastoral de Cristo, pero los sacerdotes de un modo muy especial están llamados a ser pastores según el corazón de Dios.
Lo único que necesita un pastor en la Iglesia, y antes que cualquier otra cosa, es estar profundamente enamorado de Jesucristo y que el fuego de Cristo le queme el corazón. Antes que capacidades humanas, antes que el esfuerzo y el trabajo, antes que los planes pastorales y las asambleas, antes que nada necesita estar profundamente convencido de que sólo Cristo salva al hombre y lo hace feliz y por eso tiene una verdadera pasión por que los demás conozcan a Cristo. Así vive el pastor según el corazón de Jesús. No importa que sea un hombre limitado si tiene el fuego de la fe. Porque siempre es preferible que le queme el corazón a que sea un genio pastoral o intelectual porque son los santos los que cambian la historia y no los “genios” a los ojos del mundo.

Dios ha suscitado el Pastor bueno que prometió a su Pueblo hace tantos siglos: ese Pastor es Jesucristo, y es Él quien llama a muchos a ser pastores para su pueblo que es la Iglesia. Llamados a ser pastores y a dejarlo todo por Cristo, sólo puede abandonar todo quien ha sido cautivado por Jesús en todas sus dimensiones humanas. Ojala seamos eso: una Iglesia enamorada de su Pastor, que lo sigue por dónde sea, a dónde sea y como sea, convencidos de que sólo Él tiene Palabras de Vida…

miércoles, 15 de julio de 2009

RAFAEL, corazón y alma enamorada

El domingo 11 de octubre de 2009 será proclamado santo el monje trapense Rafael Arnáiz. Este joven burgalés de familia acomodada, lo dejó todo por seguir al Señor en una vocación a la vida contemplativa en el monasterio trapense de Dueñas (Palencia). Su ilusión inicial se vio truncada por la enfermedad. Por varias veces tuvo que salir del monasterio para curarse, pero siempre volvía. Su máxima es sentirse amado por un Dios Padre bueno.

"Qué dulce es vivir así, sólo con Dios dentro del corazón. Qué suavidad tan grande es verse lleno de Dios. Qué fácil debe ser morir así.Mi centro es Dios, y Dios crucificado.
Qué poco cuesta..., mejor dicho, nada cuesta, hacer lo que Él quiere, pues se ama su voluntad, y aun el dolor y el sufrimiento, es paz, pues se sufre por amor.
Sólo Dios llena el alma..., y la llena toda.
Qué bien se vive lejos de los hombres y cerca de Ti... Cuando oigo el ruido que arma el mundo; cuando veo el sol que inunda el campo e ilumina a los pájaros en libertad; cuando me acuerdo de los días felices que transcurrí en mi hogar..., cierro los ojos, los oídos y las voces del recuerdo y digo..., qué feliz es vivir con Cristo... Nada tengo y tengo a Cristo... Nada poseo ni deseo, y poseo y deseo a Cristo... De nada gozo y mi gozo es Cristo.
Y allá adentro en mi corazón, soy absolutamente feliz, aunque ésta no es la palabra que sirve para designar el estado de mi alma.
No me importan las criaturas, si éstas no me llevan a Dios. No quiero libertad, que a Dios no me conduzca. No quiero consuelos, gozos ni placeres, sólo quiero la soledad con Jesús, el amor a la Cruz y las lágrimas de la penitencia.
Jesús mío, mi dulce amor, no permitas que me aparte de Ti."

Hermano Rafael

Rafael, corazón y alma enamorada I


Rafael, corazón y alma enamorada II

Rafael, corazón y alma enamorada III

jueves, 9 de julio de 2009

Ven y sigueme

Gran video de Mati Taussig, para contemplar...



Dice Jesús: “El que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día.” (Jn 6, 54)

¿Qué esperás para abandonarte totalmente en Áquel que te dio todo, todo, hasta su propia Vida? No te digo que no tengas dudas o miedos, sino que lo mirés siempre a Él, que lo busques siempre a Él, que te apoyes siempre en Él, que te agarres bien fuerte de Él en la Eucaristía. Cada segundo, cada latido de tu corazón, dáselo, ofrecéselo, confiá… Él VIVE! Está enfrente tuyo, dejate tomar, envolver completamente por su Presencia real en la Eucaristía… Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Cristo, el Señor, entregados para vos. Hasta la última gota, fue, y es para vos… Cristo es tuyo… Él se te dio, porque quiso, quiso y quiere seguir siendo tuyo… Ahí está. Alabémoslo, bendigámoslo. Cristo quiere hacer maravillas en nosotros… quiere hacernos suyos, quiere hacernos santos...

miércoles, 8 de julio de 2009

Jesús, siempre nuestro amigo



Miercoles 8 de julio
ADORACION JOVEN en Las Esclavas
Montevideo y Las Heras
Habrá CONFESIONES

domingo, 5 de julio de 2009

Homilía del Domingo XIV - Ciclo B


Ezequiel 2,2-5
2 Corintios 12,7-10
Mc 6,1-6

Las lecturas que la Iglesia nos propone este domingo nos ponen ante la imagen del profeta.
Por eso nos preguntamos al iniciar nuestra reflexión dominical ¿qué es un profeta? y ¿cómo es serlo hoy?
En las culturas contemporáneas al Israel del Antiguo Testamento un profeta era alguien que aprendía una determinada técnica que estudiaba en una escuela o de un maestro y a través de cierta lectura interpretativa de entrañas de animales sacrificados, o de los astros, o cualquier otro método, le podía decir a los demás lo que habría de suceder.
En Israel es diferente porque la característica fundamental del profeta bíblico es que él es “elegido”, ha sido llamado por Dios a serlo. Y además de elegido, es enviado por Dios para comunicar a su pueblo un mensaje que habría de favorecerlos o cuidarlos del error, de las tinieblas, del pecado. Es un hombre que vive en profunda intimidad con Dios y por eso puede escuchar su Voz.
No es un adivino del futuro sino que es un hermeneuta del presente. El no tiene la misión de vaticinar lo que ha de suceder (aunque muchas veces lo haga) sino la de interpretar el presente a la luz de la voluntad de Dios, el ve las cosas que pasan y puede poner de manifiesto cuál es el juicio que Dios hace de ese presente. Por eso el profeta interpela profundamente, porque su palabra no se adecúa a la realidad sino que sólo es fiel a la Voz de Dios que resuena en su propio corazón.
El profeta por antonomasia es JESUCRISTO. Él es el profeta enviado por Dios que conoce su intimidad como nadie, porque él mismo es Dios; y por eso puede poner de manifiesto ante los hombres la mirada de Dios y revelarnos desde esa intimidad divina qué es el mundo, quién es el hombre y quién es Dios. Jesucristo es la plenitud de la revelación, el profeta por excelencia.
Pero Cristo además se identifica con todos los seres humanos y está presente en ellos. San Agustín llama a esta unión: el Cristo total. Apoya su intuición en la doctrina de Pablo sobre la relación entre Cristo como la Cabeza y nosotros como el Cuerpo: "Pues del mismo modo que el cuerpo es uno, aunque tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, no obstante su pluralidad, no forman más que un solo cuerpo, así también Cristo". (1 Cor 12, 12). El Cristo total abarca tanto la cabeza como los demás miembros, y esta unión es tan íntima como la existente en un cuerpo vivo. Por esto Cristo participa de nuestra vida, y nosotros participamos de la suya. Dice el Catecismo de la Iglesia Católica: “Cristo y la Iglesia son, por tanto, el "Cristo total" (Christus totus). La Iglesia es una con Cristo” (CEC 795). Por eso podemos decir que toda la Iglesia es “profética”, porque tiene el carisma de la profecía. La Iglesia es la que unida íntimamente a Dios escucha su palabra y la anuncia con claridad y valentía a los hombres, y ese mensaje es perenne e inmutable porque viene de Dios.
Muchas veces el profeta y su palabra causan escándalo, en medio de una sociedad empeñada en llevar adelante un proyecto alternativo al reino de Dios. La vida y el mensaje de los profetas fueron y serán siempre incómodos y objeto de rechazo de parte del mundo. Y así también la Iglesia.
El Papa Pío XI decía que una de las notas de la Iglesia es el ser perseguida, y esta persecución le viene de ser incomprendido su mensaje que busca agradar sólo a Dios, y no a la cultura, a la sociedad, a la moda, a los valores sociales, a los poderes de turno.
La Iglesia siempre ha sido perseguida, el Papa Juan Pablo II decía que nunca como en el Siglo XX la Iglesia tuvo tantos mártires. Cientos de miles de hombres en todo el mundo asesinados por profesar la fe en Jesucristo. A nosotros hoy día nos protege la Constitución Nacional y los derechos humanos, por eso nadie nos va a llevar presos o asesinar por lo que creemos, al menos previsiblemente, aunque nadie conoce las vueltas de la historia… Pero hay muchas maneras de persecución religiosa que suceden hoy, que nos suceden. No hay que tener miedo ni asustarse, Jesucristo también fue incomprendido y perseguido.
La dimensión profética de la Iglesia nos exige profunda fe a los bautizados porque sin fe no podemos escuchar al Señor, y ni Dios puede hacer milagros en nuestra vida como vemos en el texto que acabamos de anunciar. Lo primero es pedir la fe, no sea que nos pase lo mismo que esos hombres de Nazaret que conocían tanto a Jesús que no supieron quién era verdaderamente, los que estaban tan cerca, que terminaron tan lejos. Hay que pedir al Señor que despierte nuestra mirada de fe y nos conceda la gracia de vivir con audacia y alegría nuestra vocación profética, plenamente concientes de que ese mensaje es palabra de Vida en abundancia.