domingo, 19 de julio de 2009
Homilía del Domingo XVI - Ciclo B
Jeremías 23,1-6
Efesios 2,13-18
Marcos 6,30-34
1. En tiempos del profeta Jeremías (Siglo VII a.C.), el pueblo de Israel sufría una profunda crisis de identidad que invadía todos sus estamentos, pero sobre todo en las políticas de los reyes que generaban violencia y corrupción social, rompiendo así la Alianza hecha con Yahveh. En este contexto de crisis Dios envía al profeta Jeremías a anunciar al pueblo una esperanza: “vendrá un día un pastor que los apacentará en serio, y ya no tendrán miedo…” Dios a través del profeta pone en el corazón de su pueblo un deseo de ser conducido y apacentado al modo de Dios… Pero ese deseo trae a la vez una expectativa mucho más grande de la que jamás el hombre pudo imaginar: el mismo Dios se promete a Sí mismo como Pastor de su pueblo. En un contexto de desconcierto, de inestabilidad política y crisis moral y religiosa que le tocó vivir a Jeremías, Dios suscita en su corazón el deseo de un “pastor” distinto para Israel. Este deseo es señal de la presencia de Dios. No se trata de un mero optimismo sino de verdadera esperanza. Porque el optimismo es pensar que las cosas van a mejorar y pone entonces una actitud positiva en el presente en virtud del futuro que seguramente será mejor. La esperanza en cambio es poder ver ya en el presente los signos de lo bueno que está viniendo; descubrir aún en la calamidad o la tragedia del hoy, un sentido que señala de algún modo un destino mejor, ya presente en lo que se está viviendo aunque de modo embrionario y hasta imperceptible a veces. Mientras que el optimismo interpreta el futuro, la esperanza interpreta el presente, he allí la diferencia. Dios no ofrece un mero optimismo sino una esperanza fundada en Él mismo, presente y vivo en la historia de su pueblo.
Jeremías encuentra en esa situación de caos la esperanza de un germen justo que es la acción de Dios, y que se manifiesta en el deseo de “más” que tiene el corazón del hombre elegido. Pero el más grande de los deseos no podría imaginar de que se trataría aquello: el Germen Justo es Jesucristo, el Dios pastor hecho hombre.
2. Jesucristo es el Pastor que nos enseña a vivir, nos enseña quiénes somos los hombres y quién es Dios, nos revela nuestra vocación y la clave para ser felices y plenos, y nos regala un corazón nuevo con el cual vemos la vida desde una perspectiva totalmente nueva.
Jesucristo es nuestro Pastor. Él es quien nos conduce aún cuando nuestras experiencias puedan resultarnos incomprensibles y dolorosas.
En el Evangelio Jesús se muestra pastor, primero de sus propios discípulos que al llegar de la misión necesitan contar lo que han vivido y Jesús le enseña a la Iglesia incipiente una actitud fundamental: todo el trabajo de la Iglesia ha de ser constantemente reinterpretado desde Jesucristo. No alcanza con hacer las cosas bien, con responder al llamado de Dios, es necesario además de eso permanecer en intimidad con Cristo que le dará sentido y contenido a todo lo que hacemos. Porque las cosas que no están hechas en Cristo están vacías, aunque sean cosas buenas. Sin Cristo algo podrá ser generosidad humana o altruismo, pero no tiene valor redentor, ni siquiera de trascendencia.
Cristo llama a la intimidad a los apóstoles y por eso lo primero para quien está llamado a seguir a Jesucristo es simplemente conocer a Jesucristo. Y nos toca ahora pensar en los pastores de la Iglesia.
3. Desde el 19 de junio pasado, por iniciativa del Santo Padre el Papa Benedicto XVI estamos viviendo el “Año Sacerdotal”, que tiene como finalidad “favorecer la tensión de todo presbítero hacia la perfección espiritual de la cual depende sobre todo la eficacia de su ministerio, y ayudar ante todo a los sacerdotes, y con ellos a todo el pueblo de Dios, a redescubrir y fortalecer más la conciencia del extraordinario e indispensable don de gracia que el ministerio ordenado representa para quien lo ha recibido, para la Iglesia entera y para el mundo, que sin la presencia real de Cristo estaría perdido.”
El año sacerdotal nos recuerda a todos, laicos y sacerdotes, hacia dónde dirigir la mirada, y sobre todo Quién es el Único y Verdadero Pastor: Jesucristo. Nos recuerda que la Iglesia necesita pastores que sigan sólo a Jesucristo y nada más. Todos por el bautismo compartimos la misión pastoral de Cristo, pero los sacerdotes de un modo muy especial están llamados a ser pastores según el corazón de Dios.
Lo único que necesita un pastor en la Iglesia, y antes que cualquier otra cosa, es estar profundamente enamorado de Jesucristo y que el fuego de Cristo le queme el corazón. Antes que capacidades humanas, antes que el esfuerzo y el trabajo, antes que los planes pastorales y las asambleas, antes que nada necesita estar profundamente convencido de que sólo Cristo salva al hombre y lo hace feliz y por eso tiene una verdadera pasión por que los demás conozcan a Cristo. Así vive el pastor según el corazón de Jesús. No importa que sea un hombre limitado si tiene el fuego de la fe. Porque siempre es preferible que le queme el corazón a que sea un genio pastoral o intelectual porque son los santos los que cambian la historia y no los “genios” a los ojos del mundo.
Dios ha suscitado el Pastor bueno que prometió a su Pueblo hace tantos siglos: ese Pastor es Jesucristo, y es Él quien llama a muchos a ser pastores para su pueblo que es la Iglesia. Llamados a ser pastores y a dejarlo todo por Cristo, sólo puede abandonar todo quien ha sido cautivado por Jesús en todas sus dimensiones humanas. Ojala seamos eso: una Iglesia enamorada de su Pastor, que lo sigue por dónde sea, a dónde sea y como sea, convencidos de que sólo Él tiene Palabras de Vida…
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"La esperanza es poder ver ya en el presente los signos de lo bueno que está viniendo..." Muchas gracias Padre!
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