
De la Autobiografía de San Ignacio de Loyola:


Ese niño es una imagen de Jesús en cuanto que pone todo lo que tiene en la confianza de que el Padre hará de eso un milagro que alimente la multitud. A los ojos de los hombres su vida puede parecer ignota, “insignificante”, pequeña, pero su confianza en el Padre y la totalidad de la entrega en el Amor son el “Signo” que dará Vida a los hombres. Eso es Jesús. Porque Cristo al entregar su vida por nosotros alimenta a una multitud de multitudes con una Vida Nueva, la vida de los hijos de Dios. Él no solo nos salva abriendo para nosotros el corazón del Padre, sino que además permanece Él mismo como alimento que perdura hasta la Vida Eterna.
Pidamos al Señor que esa conversión sea realidad en cada uno de nosotros, que podamos poner todo como el niño del Evangelio de hoy en la confianza en el Padre, para entender que la propia vida en manos de Dios adquiere un valor infinito. La propia nada, la propia indigencia en manos de Dios adquiere una fuerza redentora inimaginable, capaz de alimentar a toda una multitud. Nadie vive porque sí, nadie tiene una vida insignificante, ya que toda vida tiene el más grande de los significados que es el llamado de Dios. Por eso cuando alguno siente que la propia vida es insignificante, que no sirve de nada, que es poca cosa, mira su vida con mirada errónea, con la mirada calculadora de la hablábamos al principio y que no deja obrar a Dios. Es la mirada de fe la que abre el espíritu a la confianza. Ninguna vida es insignificante para Dios, y Dios puede hacer grandes prodigios para bien de todos con la vida aparentemente más escondida y más pequeña.
Esta noche, prisionero en las sillas del coro, un hombre le pedía a Dios la libertad. Un hombre con ansias de libertad, no para ir por el mundo, pues ni éste ni todos los mundos creados le bastan... Con ansias de libertad para que libre del cuerpo y de la carne, pueda volar al Corazón de Dios.
Escucha de lejos sus voces, sus risas, sus llantos, sus guerras... Escucha y medita un momento. Medita en un Dios infinito..., en el Dios que hizo la tierra y los hombres, el dueño absoluto de cielos y tierras, de ríos y mares; el que en un instante, con sólo quererlo, con sólo pensarlo, creó de la nada todo cuando existe... Medita un momento en la vida de Cristo y verás que en ella no hay libertades, ni ruido, ni voces... Verás al Hijo de Dios, sometido al hombre. Verás a Jesús obediente, sumiso, y que con serena paz, sólo tiene por ley de su vida cumplir la voluntad de su Padre. Y, por último, contempla a Cristo clavado en Cruz... ¡A qué hablar de libertades!

No es un adivino del futuro sino que es un hermeneuta del presente. El no tiene la misión de vaticinar lo que ha de suceder (aunque muchas veces lo haga) sino la de interpretar el presente a la luz de la voluntad de Dios, el ve las cosas que pasan y puede poner de manifiesto cuál es el juicio que Dios hace de ese presente. Por eso el profeta interpela profundamente, porque su palabra no se adecúa a la realidad sino que sólo es fiel a la Voz de Dios que resuena en su propio corazón.
Creo en un solo Dios,
Padre todopoderoso,
Creador del cielo y de la tierra,
de todo lo visible y lo invisible.
Creo en un solo Señor, Jesucristo, Hijo único de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos:
Dios de Dios, Luz de Luz,
Dios verdadero de Dios verdadero,
engendrado, no creado,
e la misma naturaleza del Padre;
por quien todo fue hecho;
que por nosotros los hombres,
y por nuestra salvación bajó del cielo,
y por obra del Espíritu Santo
se encarnó en María, la virgen, y se hizo hombre;
y por nuestra causa fue crucificado
en tiempos de Poncio Pilato,
padeció y fue sepultado,
y resucitó al tercer día, según las Escrituras,
y subió al cielo, y está sentado a la derecha del Padre; y de nuevo vendrá con gloria,
para juzgar a vivos y muertos,
y su reino no tendrá fin.
Creo en el Espíritu Santo,
Señor y dador de vida,
que procede del Padre y del Hijo,
que con el Padre y el Hijo
recibe una misma adoración y gloria,
y que habló por los profetas.
Creo en la Iglesia,
que es Una, Santa, Católica y Apostólica.
Confieso que hay un solo bautismo
para el perdón de los pecados.
Espero la resurrección de los muertos
y la vida del mundo futuro.
Amén