sábado, 5 de diciembre de 2009

Domingo IIº de Adviento - Ciclo C


Baruc 5,1-9
Filipenses 1,4-11
Lucas 3, 1-6

"Todos los hombres verán la salvación de Dios", éste es el anuncio, la novedad, que Juan el Bautista quiere hacer llegar a Israel. Porque su predicación se centra anunciar al pueblo algo nuevo, algo distinto, algo que se espera aunque no se termine de saber bien de qué se trata. Lucas recuerda el anuncio de Isaías: “preparen el camino porque ya llega lo que están esperando”.
La esperanza es una virtud que nos hace anhelar, ansiar y tender hacia algo que no poseemos y por lo tanto no sabemos bien de qué se trata. Podemos esperar algo hermoso y grande pero hasta no tenerlo, de algún modo desconoce lo que espera. Podríamos decir, una mujer que esta esperando su primer hijo, sabe que se ser madre es algo hermoso y lo espera con ansias, pero hasta que no experimente el tener a su hijo en sus brazos no sabrá del todo de qué se trata y toda su vida será ir gustando y aprendiendo de que se trata ser madre. La experiencia nos hace conocer desde adentro las cosas; sin embargo la esperanza se yergue antes de la experiencia y abre el camino para hacer gozar y gustar más de esa experiencia.
Juan el Bautista propone una esperanza activa: “preparen el camino y allanen los senderos…” No se trata de un mero esperar sentados, de dejar pasar el tiempo hasta que llegue lo que se está esperando sino que la esperanza es preparación, es un hacer que dispone de mi corazón para que cuando llegue eso esperado lo disfrute más intensamente. Toda la vida es preparación, para gozar más de lo que se espera.
Como el alpinista que entrena arduamente durante el año para después cuando llegue a la cumbre en la montaña y se encuentre saltando en las altas cumbres, pueda gozar mucho más gracias a que se preparó tanto para gozar más intensamente de la montaña.
En definitiva, de eso también se trata el Adviento: de prepararnos para poder gozar más intensamente de los bienes que Dios nos promete, nos tiene preparados. Esos bienes no los conocemos del todo. Sabemos Dios actúa y que va a actuar e intervenir en nuestra vida aunque no sabemos cómo, y sin embargo nos preparamos para esa acción de Dios en nuestra vida personal, especialmente en la llegada de la Navidad.
Pero también esta vida es un adviento, un camino de preparación para llegar a la Vida Verdadera, de la cual no sabemos demasiado, no tenemos experiencia de qué se trata, y sin embargo sabemos que es el último y gran abrazo definitivo de Dios. La vida consiste en prepararnos para ese abrazo del cual ya nunca más tendremos que irnos. Ése es el anhelo del hombre: llegar a algún lugar del cual no tenga que irse, y pueda establecerse, llegar a ese abrazo donde pueda quedarse para siempre… Para prepararnos a ese abrazo tenemos esta vida que si bien es una vocación en sí misma sin embargo no agota en ella todo lo que Dios ha de hacer en nosotros.
Recapitulando: el tiempo de Adviento nos recuerda que estamos en un camino de preparación que no se trata del mero esperar que pase el tiempo y que llegue sino que se trata de preparar al propio corazón para hacerlo más apto para gozar de la obra de Dios que ha de llegar.
¿Y qué esperamos? Ahora inmediatamente la celebración de las fiestas navideñas. El Adviento nos prepara para que vivamos esta fiesta desde la fe y vivir en profundidad. Es un tiempo para preparar el camino para que esta Navidad sea distinta, mi fiesta con el Señor… Qué hermoso sería que el protagonista real en estas navidades sea verdaderamente Dios, que sea una Navidad cristiana. Es que cuánto más nos alejamos como sociedad del sentido central de la Navidad, con más fuerza hay que predicar la centralidad de Jesucristo. Decía San Agustín: “a grandes males, grandes remedios”, buscar soluciones y propuestas más radicales para esta Navidad, realizar “gestos proféticos” que nos hagan descubrir verdaderamente que la Navidad es tiempo de Dios, animarse a que Dios nos pida algo para estas fiestas. Pero esto requiere un tiempo de preparación, para eso está el Adviento, de cómo nos preparemos depende cómo hemos de vivir la Navidad.
La liturgia nos invita a prepararnos, a no volvernos superficiales, consumistas. En el tiempo donde más hemos de maravillarnos de la humildad de Dios, no malgastemos el tiempo y el dinero en cosas tan superficiales. Gastar en guirnaldas y manteles y lucecitas cuando hay tantos hermanos nuestros sufriendo extrema pobreza, cuando hay tanta desnutrición infantil… Las estadísticas son abrumadoras y estoy hablando de nuestra Patria, que en esta Navidad podamos mirar hacia lo profundo y poner el corazón donde de verdad importa.
La fe inquieta, si vivimos la navidad tranquilos, es que no hay suficiente profundidad de fe. La fe inquieta e interpela, nos abre el corazón y nos señala desafíos, contrastes e incoherencias del propio modo de vivir. Pidamos en este adviento mirar en profundidad este tiempo que estamos viviendo. Si queremos que esta Navidad sea de Dios hagamos signos concretos con nuestra propia vida, con nuestro dinero, con nuestras opciones.
Que este Adviento nos abra el corazón para celebrar que Dios se quiere involucrar en la vida de los hombres. Qué hermoso es descubrir que Dios da el paso que me separa de él porque quiere abrazarme y puedo no irme nunca más de ese abrazo. Ese abrazo eterno de Dios se llama Jesucristo, el Dios hecho hombre que se hace niño para que todos puedan acercarse a Él y pueda convencernos Dios desde su fragilidad cuánto nos ama y con cuánta ternura nos espera.

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