sábado, 28 de enero de 2012

Santo Tomás de Aquino, insigne defensor de la razón humana


Extracto de la Catequesis realizada por el Papa Benedicto XVI el miércoles 16 de junio de 2010, durante la Audiencia General celebrada en la Plaza de San Pedro.

"Santo Tomás fundó la doctrina de la analogía, además de sus argumentaciones exquisitamente filosóficas, también en el hecho de que con la Revelación Dios mismo nos ha hablado y nos ha, por tanto, autorizado a hablar de Él. Considero importante recordar esta doctrina. Ésta, de hecho, nos ayuda a superar algunas objeciones del ateísmo contemporáneo, que niega que el lenguaje religioso esté provisto de un significado objetivo, y sostiene en cambio que tenga sólo un valor subjetivo o simplemente emotivo. Esta objeción resulta del hecho de que el pensamiento positivista está convencido de que el hombre no conoce el ser, sino sólo las funciones experimentales de la realidad. Con santo Tomás y con la gran tradición filosófica nosotros estamos convencidos de que, en realidad, el hombre no conoce solo las funciones, objeto de las ciencias naturales, sino que conoce algo del ser mismo – por ejemplo, conoce a la persona, al Tu del otro, y no sólo el aspecto físico y biológico de su ser.
A la luz de esta enseñanza de santo Tomás, la teología afirma que, aun siendo limitado, el lenguaje religioso está dotado de sentido – porque tocamos el ser –, como una flecha que se dirige hacia la realidad que significa. Este acuerdo fundamental entre razón humana y fe cristiana es visto en otro principio fundamental del pensamiento del Aquinate: la Gracia divina no anula, sino que supone y perfecciona la naturaleza humana. Esta última, de hecho, incluso después del pecado, no está completamente corrompida, sino herida y debilitada. La Gracia, dada por Dios y comunicada a través del Misterio del Verbo encarnado, es un don absolutamente gratuito con el que la naturaleza es curada, potenciada y ayudada a perseguir el deseo innato en el corazón de cada hombre y de cada mujer: la felicidad. Todas las facultades del ser humano son purificadas, transformadas y elevadas por la Gracia divina.
Una importante aplicación de esta relación entre la naturaleza y la Gracia se descubre en la teología moral de santo Tomás de Aquino, que resulta de gran actualidad. En el centro de su enseñanza en este campo, él pone la ley nueva, que es la ley del Espíritu Santo. Con una mirada profundamente evangélica, insiste en el hecho de que esta ley es la Gracia del Espíritu Santo dada a aquellos que creen en Cristo. A esta Gracia se une la enseñanza escrita y oral de las verdades doctrinales y morales, transmitidas por la Iglesia. Santo tomás, subrayando el papel fundamental, en la vida moral, de la acción del Espíritu Santo, de la Gracia, de la que brotan las virtudes teologales y morales, hace comprender que todo cristiano puede alcanzar las altas perspectivas del “Sermón de la Montaña” si vive una relación auténtica de fe en Cristo, si se abre a la acción de su Santo Espíritu. Pero – añade el Aquinate – "aunque la gracia es más eficaz que la naturaleza, con todo la naturaleza es más esencial para el hombre” (Summa Theologiae, Ia, q. 29, a. 3), por lo que, en la perspectiva moral cristiana, hay un lugar para la razón, la cual es capaz de discernir la ley moral natural. La razón puede reconocerla considerando lo que es bueno hacer y lo que es bueno evitar para conseguir esa felicidad que está en el corazón de cada uno, y que impone también una responsabilidad hacia los demás, y por tanto, la búsqueda del bien común. En otras palabras, las virtudes del hombre, teologales y morales, están arraigadas en la naturaleza humana. La Gracia divina acompaña, sostiene y empuja el compromiso ético, pero, de por sí, según santo Tomás, todos los hombres, creyentes y no creyentes, están llamados a reconocer las exigencias de la naturaleza humana expresadas en la ley natural y a inspirase en ella en la formulación de las leyes positivas, es decir, las que emanan las autoridades civiles y políticas para regular la convivencia humana.
Cuando la ley natural y la responsabilidad que esta implica se niegan, se abre dramáticamente el camino al relativismo ético en el plano individual y al totalitarismo del Estado en el plano político. La defensa de los derechos universales del hombre y la afirmación del valor absoluto de la dignidad de la persona postulan un fundamento. ¿No es precisamente la ley natural este fundamento, con los valores no negociables que ésta indica? El Venerable Juan Pablo II escribía en su Encíclica Evangelium vitae palabras que siguen siendo de gran actualidad: "Para el futuro de la sociedad y el desarrollo de una sana democracia, urge pues descubrir de nuevo la existencia de valores humanos y morales esenciales y originarios, que derivan de la verdad misma del ser humano y expresan y tutelan la dignidad de la persona. Son valores, por tanto, que ningún individuo, ninguna mayoría y ningún Estado nunca pueden crear, modificar o destruir, sino que deben sólo reconocer, respetar y promover. " (n. 71).
En conclusión, Tomás nos propone un concepto de la razón humana amplio y confiado: amplio porque no está limitado a los espacios de la llamada razón empírico-científica, sino abierto a todo el ser y por tanto también a las cuestiones fundamentales e irrenunciables del vivir humano; y confiado porque la razón humana, sobre todo si acoge las inspiraciones de la fe cristiana, promueve una civilización que reconoce la dignidad de la persona, la intangibilidad de sus derechos y a fuerza de sus deberes. No sorprende que la doctrina sobre la dignidad de la persona, fundamental para el reconocimiento de la inviolabilidad de los derechos del hombre, haya madurado en ambientes de pensamiento que recogieron la herencia de santo Tomás de Aquino, el cual tenía un concepto altísimo de la criatura humana. La definió, con su lenguaje rigurosamente filosófico, como "lo más perfecto que hay en toda la naturaleza, es decir, un sujeto subsistente en una naturaleza racional” (Summa Theologiae, Ia, q. 29, a. 3).
La profundidad del pensamiento de santo Tomás de Aquino brota – no lo olvidemos nunca – de su fe viva y de su piedad fervorosa, que expresaba en oraciones inspiradas, como esta en la que pide a Dios: “Concédeme, te ruego, una voluntad que te busque, una sabiduría que te encuentre, una vita que te agrade, una perseverancia que te espere con confianza y una confianza que al final llegue a poseerte".

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