Una reflexión en torno a un retrato del Siervo de Dios Padre Luis María Etcheverry Boneo
"En el colegio los pasillos de las aulas eran dos, y ambos se encontraban en una esquina, porque el colegio mismo está situado en una esquina. Allí, estaban la oficina de los directivos y la sala de profesores. Justo en la esquina, donde confluían los pasillos, había una pared que ostentaba únicamente una foto, ni muy grande ni muy pequeña. Era un retrato, un primer plano del Padre fundador. A diario lo veíamos, porque siempre, indefectiblemente en algún momento del día, uno pasaba por allí…
De chico no siempre ponía la atención en aquella imagen, pero sabía que estaba allí; asentada como una roca, como una piedra angular, y de alguna forma, viva.
Las facciones de su rostro eran únicas. Me es imposible describirlo estéticamente. Estaba sonriente. Era una sonrisa suave, compasiva. Era la sonrisa de alguien que en medio de las luchas de este mundo goza en lo más profundo de su corazón del triunfo del amor de Dios Padre, manifestado en la Pascua del Hijo. A su vez, la mirada estaba afianzada en esta misma certeza.
Era una mirada tremendamente profunda. Posar los propios ojos en ella era como dejarse traspasar por aquellos oscuros, tiernos. No era una mirada inquisidora, al contrario, uno sentía la libertad de encontrarse con ella. Y lo lindo de consentir este encuentro de miradas era, de algún modo, saberse cuidado, amado. Después de todo, aquellos ladrillos de los cuales pendía el retrato habían sido puestos gracias a la entrega del retratado. Uno sabía que el Padre Luis María había sido el fundador. Lo que no sabíamos era que el Espíritu de Dios dentro del propio corazón daba gracias y bendecía a Dios por esa entrega y dedicación que habían hecho posibles tener aquel segundo hogar.
Ya pasaron unos años desde aquellos tiempos, y sin embargo, esa mirada de aquel retrato reverbera en mi corazón. En ella se encierran, a su vez, el esfuerzo y la dedicación de todos los que en el Colegio entregaron parte de su vida. Seguramente, esa mirada haya inspirado tanta donación… Hoy, me inspira a mí también. Es una inspiración serena, con aroma a Dios.
El Padre Luis María había compuesto una oración para los bachilleres que fueran a egresar del Colegio. En un momento, aquella oración reza así:
“A ti, Señor, hoy te pedimos (…) la serenidad de la esperanza en la mirada (…)”.
Ciertamente, la mirada de su rostro en aquella foto había alcanzado de Nuestro Señor la gracia que él pedía para sus egresados. Esta serenidad es la que uno percibía mirar su imagen, y que aún percibo al recordarla. Una mirada que comunica la esperanza en el triunfo de Jesucristo.
Aquel sacerdote, mediador entre Dios y los hombres, su entrega, su amor al Creador y a sus criaturas, hoy infunde esperanza y anima a la entrega. Su mirada habla del cielo. Su mirada anuncia serena, pero vivamente, que estamos hechos para Dios. Que hay un cielo para siempre con Él, y que por eso vale la pena dar la vida, como el Hijo.
Así, entonces, qué lindo caminar por este mundo con esa mirada. Hace falta pedir la gracia de esta certeza en lo más hondo del propio corazón. Pedir la gracia de la serenidad de la esperanza en la mirada, para que “sin hablar, sin pronunciar palabra” (Sal 18) anunciemos el cielo y la Vida que Dios Padre nos ha entregado en su Hijo."
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