sábado, 22 de noviembre de 2008
Bendito sea Dios! una oracion de alabanza
Bendito seas Padre que estas en el Cielo
Bendito sea tu Hijo amado, Jesucristo nuestro Señor
Bendito sea tu Espíritu de Amor, que llena el alma
Bendita tu obra creadora,
reflejo de tu perfección,
espejo de tu Amor
Bendito el sol que acaricia el rostro
Bendita la luna que ilumina la noche del peregrino
Bendito el cielo donde posan las estrellas
Bendita la lluvia que brota de tu mano,
lluvia que moja la tierra seca
y la transforma en barro limpio
Bendito el viento que sopla en el prado,
viento que trae cambios,
cambios que traen vida
Bendito los animales del campo,
de la selva y de los montes
Benditas las plantas,
los árboles y los pastos
Bendito el cantar de las aves,
el rugir de los ríos y el murmullo del bosque
Bendita la fuerza de la roca y lo frágil de la hoja seca,
la firmeza del roble y el fluir de las aguas
Bendito el Hombre, imagen y semejanza tuya
Bendita su capacidad de amar y ser amado
Bendito el honroso llamado a la Santidad
Bendita la alabanza dirigida a Ti
Bendito seas Padre Bueno
Bendito sea tu nombre por siempre y eternamente
Amén
Gracias MST
viernes, 7 de noviembre de 2008
La conversion de San Agustín
Vivía a lo loco, con sus aventuras de siempre. Pero seguía inquieto y leía todo lo que caía en sus manos. Buscaba; aún no sabía qué, pero buscaba algo en su interior. Le dio por leer libros sobre ocultismo, hasta que un científico amigo suyo le aconsejó que no perdiera el tiempo con esas tonterías.
Decidió leer las Sagradas Escrituras para ver si sacaba algo en claro. Pero le pareció que la Biblia era muy inferior, indigna de compararse con los libros de los autores que le fascinaban. Se reía de los Evangelios.
“Poco a poco fui descendiendo hasta la oscuridad más completa, lleno de fatiga y devorado por el ansia de verdad. Y todo por buscarla, no con la inteligencia, que es lo que nos distingue de los animales, sino con los sentidos de la carne. Y la verdad estaba en mí, más íntima a mí que lo más interior de mí mismo, más elevada que lo más elevado de mí”.
En agosto del 86 seguía con su rutina habitual de trabajo y de clases en su cátedra. Cada día que pasaba, su deseo de Dios hacía más fuerte, pero él seguía dividido por dentro: quería encontrar la verdad... y no quería. Le pesaba demasiado su vida anterior, porque encontrar la verdad supondría cortar con determinadas costumbres, a lo que no estaba dispuesto. Al menos, todavía.
“Cuando dudaba en decidirme a servir a Dios, cosa que me había propuesto hacía mucho tiempo, era yo el que quería y yo era el que no quería, sólo yo. Pero, porque no quería del todo, ni del todo decía que no, luchaba conmigo mismo y me destrozaba”.
En esa tensión interior se decía: “¡Venga, ahora, ahora!”. Pero cuando estaba a punto... se detenía en el borde.
Era como si los viejos placeres le tirasen hacia sí, diciéndole bajito:
—“¿Cómo? ¿Nos dejas? ¿Ya no estaremos más contigo... nunca?, ¿nunca? ¿Desde ahora ya no podrás hacer eso... , ni aquello?
¡Y qué cosas, Dios mío, qué cosas me recordaban, aquel eso y aquello!”.
Los placeres seguían insistiéndole:
—“¿Qué? ¿Es que piensas que vas a poder vivir sin nosotros, tú? ¿Precisamente tú...?”.
Miró a su alrededor. Muchos lo habían logrado. “¿Por qué no voy a poder yo –se preguntó– si éste, si aquel, si aquella han podido?”.
Comprendió que habían podido gracias a la fuerza de Dios; y que por sí mismo no era capaz ni de mantenerse en pie. Debía apoyarse en él. Así lo conseguiría... Pero seguía escuchando por dentro la voz insinuante de los placeres:
—“¿Vas a poder vivir sin nosotros...? ¿Tú?”.
Un día charlando con un amigo suyo estalló por fin y le dijo:
—“¿No te das cuenta de la vida que llevamos y de la vida que llevan los cristianos? ¡Y aquí seguimos, revolcándonos en la carne y en todo tipo de espectáculos! ¿Es que no vamos a ser capaces de vivir como ellos, sólo por la vergüenza de reconocer que nos hemos equivocado? ¿Sólo por no dar nuestro brazo a torcer?”.
Su amigo –que también estaba en proceso de conversión– se quedó atónito. Agustín estaba dispuesto a resolver, de una vez por todas, aquella situación.
Salieron al jardín. Estuvieron charlando y recordando lo que había sido su vida. Aguatín tenía un libro del Nuevo Testamento entre las manos. Dejó el libro y, en un determinado momento, comenzó a llorar. Rezó por primera vez:
—“¿Cuándo acabaré de decidirme? No te acuerdes, Señor de mis maldades. ¿Dime, Señor, hasta cuándo voy a seguir así? ¡Hasta cuándo! ¿Hasta cuándo: ¡mañana, mañana!? ¿Por qué no hoy? ¿Por qué no ahora mismo y pongo fin a todas mis miserias?”.
Mientras decía esto, oyó que un niño gritaba desde una casa vecina:
—“¡Toma y lee! ¡Toma y lee!”.
¡Toma y lee! Dios se servía de ese chico para decirle algo. Corrió hacia el libro, y lo abrió al azar por la primera página que encontró. Leyó en silencio:
—No andéis más en comilonas y borracheras; ni haciendo cosas impúdicas; dejad ya las contiendas y peleas, y revestíos de nuestro Señor Jesucristo, y no os ocupéis de la carne y de sus deseos.
Cerró el libro. ésa era la respuesta. No quiso leer más, ni era necesario: “como si me hubiera inundado el corazón una fortísima luz, se disipó toda la oscuridad de mis dudas”.
Decidió leer las Sagradas Escrituras para ver si sacaba algo en claro. Pero le pareció que la Biblia era muy inferior, indigna de compararse con los libros de los autores que le fascinaban. Se reía de los Evangelios.
“Poco a poco fui descendiendo hasta la oscuridad más completa, lleno de fatiga y devorado por el ansia de verdad. Y todo por buscarla, no con la inteligencia, que es lo que nos distingue de los animales, sino con los sentidos de la carne. Y la verdad estaba en mí, más íntima a mí que lo más interior de mí mismo, más elevada que lo más elevado de mí”.
En agosto del 86 seguía con su rutina habitual de trabajo y de clases en su cátedra. Cada día que pasaba, su deseo de Dios hacía más fuerte, pero él seguía dividido por dentro: quería encontrar la verdad... y no quería. Le pesaba demasiado su vida anterior, porque encontrar la verdad supondría cortar con determinadas costumbres, a lo que no estaba dispuesto. Al menos, todavía.
“Cuando dudaba en decidirme a servir a Dios, cosa que me había propuesto hacía mucho tiempo, era yo el que quería y yo era el que no quería, sólo yo. Pero, porque no quería del todo, ni del todo decía que no, luchaba conmigo mismo y me destrozaba”.
En esa tensión interior se decía: “¡Venga, ahora, ahora!”. Pero cuando estaba a punto... se detenía en el borde.
Era como si los viejos placeres le tirasen hacia sí, diciéndole bajito:
—“¿Cómo? ¿Nos dejas? ¿Ya no estaremos más contigo... nunca?, ¿nunca? ¿Desde ahora ya no podrás hacer eso... , ni aquello?
¡Y qué cosas, Dios mío, qué cosas me recordaban, aquel eso y aquello!”.
Los placeres seguían insistiéndole:
—“¿Qué? ¿Es que piensas que vas a poder vivir sin nosotros, tú? ¿Precisamente tú...?”.
Miró a su alrededor. Muchos lo habían logrado. “¿Por qué no voy a poder yo –se preguntó– si éste, si aquel, si aquella han podido?”.
Comprendió que habían podido gracias a la fuerza de Dios; y que por sí mismo no era capaz ni de mantenerse en pie. Debía apoyarse en él. Así lo conseguiría... Pero seguía escuchando por dentro la voz insinuante de los placeres:
—“¿Vas a poder vivir sin nosotros...? ¿Tú?”.
Un día charlando con un amigo suyo estalló por fin y le dijo:
—“¿No te das cuenta de la vida que llevamos y de la vida que llevan los cristianos? ¡Y aquí seguimos, revolcándonos en la carne y en todo tipo de espectáculos! ¿Es que no vamos a ser capaces de vivir como ellos, sólo por la vergüenza de reconocer que nos hemos equivocado? ¿Sólo por no dar nuestro brazo a torcer?”.
Su amigo –que también estaba en proceso de conversión– se quedó atónito. Agustín estaba dispuesto a resolver, de una vez por todas, aquella situación.
Salieron al jardín. Estuvieron charlando y recordando lo que había sido su vida. Aguatín tenía un libro del Nuevo Testamento entre las manos. Dejó el libro y, en un determinado momento, comenzó a llorar. Rezó por primera vez:
—“¿Cuándo acabaré de decidirme? No te acuerdes, Señor de mis maldades. ¿Dime, Señor, hasta cuándo voy a seguir así? ¡Hasta cuándo! ¿Hasta cuándo: ¡mañana, mañana!? ¿Por qué no hoy? ¿Por qué no ahora mismo y pongo fin a todas mis miserias?”.
Mientras decía esto, oyó que un niño gritaba desde una casa vecina:
—“¡Toma y lee! ¡Toma y lee!”.
¡Toma y lee! Dios se servía de ese chico para decirle algo. Corrió hacia el libro, y lo abrió al azar por la primera página que encontró. Leyó en silencio:
—No andéis más en comilonas y borracheras; ni haciendo cosas impúdicas; dejad ya las contiendas y peleas, y revestíos de nuestro Señor Jesucristo, y no os ocupéis de la carne y de sus deseos.
Cerró el libro. ésa era la respuesta. No quiso leer más, ni era necesario: “como si me hubiera inundado el corazón una fortísima luz, se disipó toda la oscuridad de mis dudas”.
lunes, 27 de octubre de 2008
Contemplar a Cristo con los ojos de María
IMPOSIBLE no tener ganas de rezarlo despues de verlo...
Del Papa Juan Pablo II, sobre el Santo Rosario
Del Papa Juan Pablo II, sobre el Santo Rosario
"Queridos hermanos y hermanas:
El Santo Rosario es una oración a recuperar. Una oración tan fácil, y al mismo tiempo tan rica, merece de veras ser recuperada por la comunidad cristiana.
Me dirijo en particular a ustedes, queridos Hermanos Obispos, sacerdotes y diáconos, y a ustedes, agentes pastorales en los diversos ministerios, para que, teniendo la experiencia personal de la belleza del Rosario, se conviertan en sus fervorosos promotores.
Pienso en todos ustedes, hermanos y hermanas de toda condición, en las familias cristianas, en ustedes, enfermos y ancianos, en ustedes, los jóvenes: tomen con confianza entre las manos el rosario, descubriéndolo de nuevo.
Qué este llamamiento mío no sea en balde!"
El Santo Rosario es una oración a recuperar. Una oración tan fácil, y al mismo tiempo tan rica, merece de veras ser recuperada por la comunidad cristiana.
Me dirijo en particular a ustedes, queridos Hermanos Obispos, sacerdotes y diáconos, y a ustedes, agentes pastorales en los diversos ministerios, para que, teniendo la experiencia personal de la belleza del Rosario, se conviertan en sus fervorosos promotores.
Pienso en todos ustedes, hermanos y hermanas de toda condición, en las familias cristianas, en ustedes, enfermos y ancianos, en ustedes, los jóvenes: tomen con confianza entre las manos el rosario, descubriéndolo de nuevo.
Qué este llamamiento mío no sea en balde!"
jueves, 23 de octubre de 2008
¿Qué es ser sacerdote...?
Ser sacerdote es pertenecer a Otro. Es ser de Otro, es ser Otro…
Ser sacerdote es vivir del misterio, es no pertenecerse, y alegrarse de no pertenecerse.
Ser sacerdote es despertarse cada mañana con ansias de celebrar la Eucaristía. Es dormirse cada noche con el alma rebosante de gozo, de honda y serena alegría.
Ser sacerdote es confiar en el Corazón amoroso y tierno que sana todas las heridas.
Es tener las manos siempre listas para bendecir.
Ser sacerdote es levantar las manos para perdonar. Es extender las manos para consagrar. Es cerrar las manos sólo para rezar.
Ser sacerdote es arrodillarse cada mañana ante Jesús Eucaristía, es dejarse apaciguar por el Pastor. Es hablar de Dios, sólo de Dios, siempre de Dios.
Ser sacerdote es ser un profeta pobre, pero confiado.
Es vivir del misterio, en el misterio, para el misterio.
Ser sacerdote es desear con locura la santidad, es entregar la vida por la santidad de los demás…
Ser sacerdote es ser Cristo. Siendo tan pobres… ¡ser Cristo!
“Te doy gracias Señor por tu amor,
¡No abandones la obra de tus manos!” (Sal 137)
miércoles, 22 de octubre de 2008
Conocer a Jesús de corazón
De un discurso del Papa Benedicto
Queridos hermanos y hermanas:
En las últimas catequesis sobre san Pablo hablé de su encuentro con Cristo resucitado, que cambió profundamente su vida, y después, de su relación con los doce Apóstoles llamados por Jesús —particularmente con Santiago, Cefas y Juan— y de su relación con la Iglesia de Jerusalén. Queda ahora la cuestión de qué sabía san Pablo del Jesús terreno, de su vida, de sus enseñanzas, de su pasión. Antes de entrar en esta cuestión, puede ser útil tener presente que el mismo san Pablo distingue dos maneras de conocer a Jesús y, más en general, dos maneras de conocer a una persona.
En la segunda carta a los Corintios escribe: "Así que en adelante ya no conocemos a nadie según la carne. Y si conocimos a Cristo según la carne, ya no le conocemos así" (2 Co 5, 16). Conocer "según la carne", de modo carnal, quiere decir conocer sólo exteriormente, con criterios externos: se puede haber visto a una persona muchas veces, conocer sus rasgos y los diversos detalles de su comportamiento: cómo habla, cómo se mueve, etc. Y sin embargo, aun conociendo a alguien de esta forma, no se le conoce realmente, no se conoce el núcleo de la persona. Sólo con el corazón se conoce verdaderamente a una persona.
De hecho los fariseos y los saduceos conocieron a Jesús en lo exterior, escucharon su enseñanza, muchos detalles de él, pero no lo conocieron en su verdad. Hay una distinción análoga en unas palabras de Jesús. Después de la Transfiguración, pregunta a los Apóstoles: "¿Quién dice la gente que soy yo?" y "¿quién decís vosotros que soy yo?". La gente lo conoce, pero superficialmente; sabe algunas cosas de él, pero no lo ha conocido realmente. En cambio los Doce, gracias a la amistad, que implica también el corazón, al menos habían entendido en lo sustancial y comenzaban a saber quién era Jesús. También hoy existe esta forma distinta de conocer: hay personas doctas que conocen a Jesús en muchos de sus detalles y personas sencillas que no conocen estos detalles, pero que lo conocen en su verdad: "El corazón habla al corazón". Y san Pablo quiere decir esencialmente que conoce a Jesús así, con el corazón, y que de este modo conoce esencialmente a la persona en su verdad; y después, en un segundo momento, que conoce sus detalles.
(...)
En conclusión, san Pablo no pensaba en Jesús en calidad de historiador, como una persona del pasado. Ciertamente, conoce la gran tradición sobre la vida, las palabras, la muerte y la resurrección de Jesús, pero no trata todo ello como algo del pasado; lo propone como realidad del Jesús vivo. Para san Pablo, las palabras y las acciones de Jesús no pertenecen al tiempo histórico, al pasado. Jesús vive ahora y habla ahora con nosotros y vive para nosotros. Esta es la verdadera forma de conocer a Jesús y de acoger la tradición sobre él. También nosotros debemos aprender a conocer a Jesús, no según la carne, como una persona del pasado, sino como nuestro Señor y Hermano, que está hoy con nosotros y nos muestra cómo vivir y cómo morir.
En las últimas catequesis sobre san Pablo hablé de su encuentro con Cristo resucitado, que cambió profundamente su vida, y después, de su relación con los doce Apóstoles llamados por Jesús —particularmente con Santiago, Cefas y Juan— y de su relación con la Iglesia de Jerusalén. Queda ahora la cuestión de qué sabía san Pablo del Jesús terreno, de su vida, de sus enseñanzas, de su pasión. Antes de entrar en esta cuestión, puede ser útil tener presente que el mismo san Pablo distingue dos maneras de conocer a Jesús y, más en general, dos maneras de conocer a una persona.
En la segunda carta a los Corintios escribe: "Así que en adelante ya no conocemos a nadie según la carne. Y si conocimos a Cristo según la carne, ya no le conocemos así" (2 Co 5, 16). Conocer "según la carne", de modo carnal, quiere decir conocer sólo exteriormente, con criterios externos: se puede haber visto a una persona muchas veces, conocer sus rasgos y los diversos detalles de su comportamiento: cómo habla, cómo se mueve, etc. Y sin embargo, aun conociendo a alguien de esta forma, no se le conoce realmente, no se conoce el núcleo de la persona. Sólo con el corazón se conoce verdaderamente a una persona.
De hecho los fariseos y los saduceos conocieron a Jesús en lo exterior, escucharon su enseñanza, muchos detalles de él, pero no lo conocieron en su verdad. Hay una distinción análoga en unas palabras de Jesús. Después de la Transfiguración, pregunta a los Apóstoles: "¿Quién dice la gente que soy yo?" y "¿quién decís vosotros que soy yo?". La gente lo conoce, pero superficialmente; sabe algunas cosas de él, pero no lo ha conocido realmente. En cambio los Doce, gracias a la amistad, que implica también el corazón, al menos habían entendido en lo sustancial y comenzaban a saber quién era Jesús. También hoy existe esta forma distinta de conocer: hay personas doctas que conocen a Jesús en muchos de sus detalles y personas sencillas que no conocen estos detalles, pero que lo conocen en su verdad: "El corazón habla al corazón". Y san Pablo quiere decir esencialmente que conoce a Jesús así, con el corazón, y que de este modo conoce esencialmente a la persona en su verdad; y después, en un segundo momento, que conoce sus detalles.
(...)
En conclusión, san Pablo no pensaba en Jesús en calidad de historiador, como una persona del pasado. Ciertamente, conoce la gran tradición sobre la vida, las palabras, la muerte y la resurrección de Jesús, pero no trata todo ello como algo del pasado; lo propone como realidad del Jesús vivo. Para san Pablo, las palabras y las acciones de Jesús no pertenecen al tiempo histórico, al pasado. Jesús vive ahora y habla ahora con nosotros y vive para nosotros. Esta es la verdadera forma de conocer a Jesús y de acoger la tradición sobre él. También nosotros debemos aprender a conocer a Jesús, no según la carne, como una persona del pasado, sino como nuestro Señor y Hermano, que está hoy con nosotros y nos muestra cómo vivir y cómo morir.
AUDIENCIA GENERAL del miércoles 8 de octubre de 2008
sábado, 18 de octubre de 2008
Cuando Rafael conocio la Trapa...
De la carta del Beato Rafael, a los 19 años, contando cómo conoció la Trapa...
"Me dejásteis en el tren con el pariente de tía María a quien no hice ningún caso, pues cuando le dije que iba a la Trapa, se extrañó mucho y me dejó en paz.
Llegué a la estación con un calor sofocante; dejé las maletas al jefe de equipajes, y con mi abrigo, el maletín de viaje y con mucha ilusión, cogí, sin hablar con nadie, la carretera. Son tres kilómetros y creí que no llegaba nunca. ¡Vaya un sol! Unos metros antes de llegar a la puerta del convento, me detuve en un riachuelo que existe en un borde de la carretera, me refresqué, y una vez descansado llamé a la portería y salió un hermano muy cariñoso al que di la carta tuya para el Padre Armando". Me pasó a un cuartito que tenía en la portería, donde por lo visto el hermano Bartolomé -así se llama el portero- estaba cosiendo en una ventana, pues allí se veían agujas, carretes y todos los menesteres. Después me hizo subir a una salita que hay en la hospedería donde esperé al Padre Armando, el cual se portó conmigo como no merezco. Le dije lo que tú ya sabes; se ve que te quiere mucho, y al que manifesté mis deseos de permanecer unas horas en el monasterio.
Desde este momento es cuando yo comencé a ver y a sentir una íntima vergüenza de mí mismo, cuando al entrar a saludar al Señor en la iglesia, vi a los monjes cantar en el coro, y aquel altar con aquella Virgen, vi el respeto que tienen los monjes en la iglesia y, sobre todo, oí una salve que... querido tío Polín, sólo Dios sabe lo que sentí... Yo no sabía rezar.
(...)
Entonces me fui al campo; vi a los monjes con sus grandes sombreros, trabajando al sol. Si vieras qué pequeños parecen en esas llanuras tan grandes con tanto cielo; y, sin embargo, a los ojos de Dios, debe de ser otra cosa. Y no creas que yo al verlos y admirarlos sentía envidia, no, pues tú me has enseñado una cosa muy importante y que te la he oído decir muchas veces: que a Dios se va por muchos caminos y de muy distinto modo; unos volando, otros andando y otros, la mayor parte, a tropezones, y como así lo quiere Dios, pues así lo quiero yo.
Por fin tuve que dejar el monasterio y a pie cogí otra vez la carretera; no fui triste, pero sí con ánimo de volver, y de volver unos días.
Lo que yo gocé en la Trapa no te lo puedes figurar, pero si les conoces a ellos y me conoces a mí, puedes hacerte un poquito de cargo. De ese día me acordaré toda la vida y en los ratos que tengo de desfallecimiento, me acuerdo de mis hermanos, de su monasterio y de sus costumbres, y me animo mucho."
Llegué a la estación con un calor sofocante; dejé las maletas al jefe de equipajes, y con mi abrigo, el maletín de viaje y con mucha ilusión, cogí, sin hablar con nadie, la carretera. Son tres kilómetros y creí que no llegaba nunca. ¡Vaya un sol! Unos metros antes de llegar a la puerta del convento, me detuve en un riachuelo que existe en un borde de la carretera, me refresqué, y una vez descansado llamé a la portería y salió un hermano muy cariñoso al que di la carta tuya para el Padre Armando". Me pasó a un cuartito que tenía en la portería, donde por lo visto el hermano Bartolomé -así se llama el portero- estaba cosiendo en una ventana, pues allí se veían agujas, carretes y todos los menesteres. Después me hizo subir a una salita que hay en la hospedería donde esperé al Padre Armando, el cual se portó conmigo como no merezco. Le dije lo que tú ya sabes; se ve que te quiere mucho, y al que manifesté mis deseos de permanecer unas horas en el monasterio.
Desde este momento es cuando yo comencé a ver y a sentir una íntima vergüenza de mí mismo, cuando al entrar a saludar al Señor en la iglesia, vi a los monjes cantar en el coro, y aquel altar con aquella Virgen, vi el respeto que tienen los monjes en la iglesia y, sobre todo, oí una salve que... querido tío Polín, sólo Dios sabe lo que sentí... Yo no sabía rezar.
(...)
Entonces me fui al campo; vi a los monjes con sus grandes sombreros, trabajando al sol. Si vieras qué pequeños parecen en esas llanuras tan grandes con tanto cielo; y, sin embargo, a los ojos de Dios, debe de ser otra cosa. Y no creas que yo al verlos y admirarlos sentía envidia, no, pues tú me has enseñado una cosa muy importante y que te la he oído decir muchas veces: que a Dios se va por muchos caminos y de muy distinto modo; unos volando, otros andando y otros, la mayor parte, a tropezones, y como así lo quiere Dios, pues así lo quiero yo.
Por fin tuve que dejar el monasterio y a pie cogí otra vez la carretera; no fui triste, pero sí con ánimo de volver, y de volver unos días.
Lo que yo gocé en la Trapa no te lo puedes figurar, pero si les conoces a ellos y me conoces a mí, puedes hacerte un poquito de cargo. De ese día me acordaré toda la vida y en los ratos que tengo de desfallecimiento, me acuerdo de mis hermanos, de su monasterio y de sus costumbres, y me animo mucho."
viernes, 10 de octubre de 2008
Retiro EUCARISTICO para jovenes, con San Pablo
Testimonio del retiro:
"¡Que difícil poner en palabras lo vivido este fin de semana... que dificil poner en palabras una experiencia de Dios!
La verdad es que despues de vivir a Jesús tan profundamente lo que menos tengo son palabras para describir ese encuentro.
Luego de pasar horas y horas frente al Santísimo, rezando para que el Espíritu Santo entre en mí y me llene de su gracia, abriendo mi corazón, mi alma para que todo mi ser se inunde de Él, comencé a sentir que mi corazón ardía, que Dios llenaba todo mi ser, que me quería quedar así por mucho tiempo más... para siempre.
Cuando mi alma quedó al descubierto ante Dios, pude ver mejor, con más claridad, todas las heridas de mi corazón, las impurezas, la frialdad, los pecados... el Espíritu de Dios me inundó y me dio la gracia de poder tener los sentimientos de Jesús aunque sea por un momento.
A través del encuentro con Jesús, que es lo que iba a buscar, terminé conociendo y descubriendome a mi en lo más profundo de mi ser... porque Dios está en la esencia de mi ser. Y es por eso que al dejar que mi cuerpo y alma se llenen de Él, yo puedo mirar mejor en mi interior.
Así quiero vivir mi vida, LLENA DEL ESPÍRITU SANTO; llena de Dios. Mientras mi alma y cuerpo sean templo del Espíritu Santo nada tengo que temer... Dios va a permanecer y hacer brillar su luz sobre mí.
No es fácil vivir siendo humilde, sencilla y obediente ante Dios... pero que feliz uno se siente unida a Él!
¡Gracias Jesús por llamarme, gracias por insistir sin cesar en entrar en mi corazón... gracias por permanecer siempre junto a mí y a pesar de caer siempre ayudarme a levantar!... y después de eso, y especialmente en este retiro, ¡gracias por alcanzarme!! Fuiste vos el que me eligió a mi y no yo a vos!
¡Gracias María por ayudarme y acompañarme en este camino de seguir a Jesús!"
La verdad es que despues de vivir a Jesús tan profundamente lo que menos tengo son palabras para describir ese encuentro.
Luego de pasar horas y horas frente al Santísimo, rezando para que el Espíritu Santo entre en mí y me llene de su gracia, abriendo mi corazón, mi alma para que todo mi ser se inunde de Él, comencé a sentir que mi corazón ardía, que Dios llenaba todo mi ser, que me quería quedar así por mucho tiempo más... para siempre.
Cuando mi alma quedó al descubierto ante Dios, pude ver mejor, con más claridad, todas las heridas de mi corazón, las impurezas, la frialdad, los pecados... el Espíritu de Dios me inundó y me dio la gracia de poder tener los sentimientos de Jesús aunque sea por un momento.
A través del encuentro con Jesús, que es lo que iba a buscar, terminé conociendo y descubriendome a mi en lo más profundo de mi ser... porque Dios está en la esencia de mi ser. Y es por eso que al dejar que mi cuerpo y alma se llenen de Él, yo puedo mirar mejor en mi interior.
Así quiero vivir mi vida, LLENA DEL ESPÍRITU SANTO; llena de Dios. Mientras mi alma y cuerpo sean templo del Espíritu Santo nada tengo que temer... Dios va a permanecer y hacer brillar su luz sobre mí.
No es fácil vivir siendo humilde, sencilla y obediente ante Dios... pero que feliz uno se siente unida a Él!
¡Gracias Jesús por llamarme, gracias por insistir sin cesar en entrar en mi corazón... gracias por permanecer siempre junto a mí y a pesar de caer siempre ayudarme a levantar!... y después de eso, y especialmente en este retiro, ¡gracias por alcanzarme!! Fuiste vos el que me eligió a mi y no yo a vos!
¡Gracias María por ayudarme y acompañarme en este camino de seguir a Jesús!"
viernes, 3 de octubre de 2008
Retiro EUCARISTICO para jovenes con San Pablo
Mar adentro
Otro testimonio del retiro
Otro testimonio del retiro
El hecho que el retiro haya sido enteramente dedicado a la Adoración Eucarística fue lo que lo hizo especial. Fue delante del Santísimo que deposite todas mis preocupaciones, mis miedos, mis alegrías, la totalidad de mi ser. Y habiendo hecho esto, me quedé horas acompañando a Jesús expuesto, charlando, pensando, o tan solo mirándolo, admirándolo, adorándolo.
El Santo que me tocó como interceseror me dio un ejemplo de humildad que decidí entablar haciendo una promesa con Dios durante esos dos días, de pasar desapercibido, ser el último, no competir fijándome en que hacen los demás, sino más bien empezar a cultivar una relación entre Jesús y yo que quedaría entre Jesús y yo. Lo que pasa en la adoración era algo íntimo entre Dios y yo entendí que Dios existe, me lo mostró haciéndose presente a través de experiencias físicas también.
Y fue ante Dios en el altar que entendí que me ama sin condiciones, si bien no entiendo el porqué. Entendí también que ante El, mi alma esta en silencio, en admiración, en paz. Me miraba desde el altar con cariño y paciencia, la suave mirada de un Padre. Y estando ahí, no quise hacer nada más que acompañarlo, estar juntos un rato, mirarnos, escucharnos.
Hubieron momentos que no sentí nada, momentos en que me envolvía en su ser y era feliz, momentos que estuve cansado, momentos que solamente lo miraba, momentos de oración, de leer su palabra, de sentirlo presente. Pero siempre juntos, El y yo, en ese lugar.
El Santo que me tocó como interceseror me dio un ejemplo de humildad que decidí entablar haciendo una promesa con Dios durante esos dos días, de pasar desapercibido, ser el último, no competir fijándome en que hacen los demás, sino más bien empezar a cultivar una relación entre Jesús y yo que quedaría entre Jesús y yo. Lo que pasa en la adoración era algo íntimo entre Dios y yo entendí que Dios existe, me lo mostró haciéndose presente a través de experiencias físicas también.
Y fue ante Dios en el altar que entendí que me ama sin condiciones, si bien no entiendo el porqué. Entendí también que ante El, mi alma esta en silencio, en admiración, en paz. Me miraba desde el altar con cariño y paciencia, la suave mirada de un Padre. Y estando ahí, no quise hacer nada más que acompañarlo, estar juntos un rato, mirarnos, escucharnos.
Hubieron momentos que no sentí nada, momentos en que me envolvía en su ser y era feliz, momentos que estuve cansado, momentos que solamente lo miraba, momentos de oración, de leer su palabra, de sentirlo presente. Pero siempre juntos, El y yo, en ese lugar.
jueves, 2 de octubre de 2008
Retiro EUCARISTICO para jovenes con San Pablo
Todo brota de la EUCARISTIA, y hemos tenido la gracia de experimentarlo en el retiro del 27 y 28 de septiembre en Bella Vista.
Porque el UNICO protagonista del retiro fue JESUS EUCARISTIA. Ni el silencio, ni las meditaciones personales, ni el grupo, ni las charlas... SOLO JESUS EUCARISTIA...
Retiro de adoración permanente, día y noche, donde cada uno aportaba lo que poco que podía, sus cinco panes y dos peces... Y Dios saciaba el hambre de todos...
Fue, en definitiva, un encuentro cara a cara con Jesús.
Porque el UNICO protagonista del retiro fue JESUS EUCARISTIA. Ni el silencio, ni las meditaciones personales, ni el grupo, ni las charlas... SOLO JESUS EUCARISTIA...
Retiro de adoración permanente, día y noche, donde cada uno aportaba lo que poco que podía, sus cinco panes y dos peces... Y Dios saciaba el hambre de todos...
Fue, en definitiva, un encuentro cara a cara con Jesús.
Transcribo aquí un testimonio de uno de los participantes del retiro
"Qué haría si tuviera 1000 vidas. Qué vida elegiría, o qué elegiría para cada una de ellas.
Y llegué a la conclusión de que, si pudiera elegír, lo que no quisiera que faltara en ninguna... lo que elegiría para TODAS y cada una sería:
A Dios. A mi Fe. Porque sin Él no sería vida.
A mi familia. Porque la eligió Dios para mí, y en ella aprendí a amar, a perdonar, etc, y aprendi mi Fe.
A mis amigos. Por ellos daría mi vida. Los amo, y los elegí. De ellos aprendí y recibí muchísimo.
Los dones que Dios me dió. Sobre todo el de la alegría.
Mis virtudes y mis defectos. A todos los querría, porque tanto unos como otros me acercan a Dios, por distintos caminos...
Y si tuviera que elegir de entre los momentos de mi vida, para vivir 1000 vidas más, elegiría las horas junto a Jesús en el Sagrario. Elegiría todas las misas, y cada comunión.
Elegiría todas mis buenas acciones, y cada oportunidad en la que dí gloria a Dios.
Elegiría todos los momentos en los que acepté el dolor y cargué mi cruz; sin ellos no sería nada.
Elegiría todos los momentos en los que fui humillado, porque eso me unió a Jesús.
Elegiría todos los momentos en los que dí amor. Y todos aquellos en los que fuí amado. Eso me hizo feliz.
Elegiría todas las veces que fuí a confesarme y la misericordia de Dios descendió sobre mí.
Elegiría todos los momentos de oración. Todas las canciones que le canté a Jesús.
Elegiría la paz que da la verdad. Elegiría elegir lo que Dios quiere.
En fin. Elegiría la vida que Él eligió para mí, y todas las personas que hay en ella. Con todos sus momentos. Con todo lo que me hace reír y llorar. Con lo que me alegra y con lo que me hace sufrir. Elijo lo que me sale, y lo que me cuesta. Elijo ser un pecador, y renunciar al pecado. Renunciar al pecado, y resignarme a ser un pecador. Porque aprendí que no es contradictorio vivir en Cristo, y estar sometido a la ley del pecado.
Así lo quiere Dios, así lo quiero yo..."
Y llegué a la conclusión de que, si pudiera elegír, lo que no quisiera que faltara en ninguna... lo que elegiría para TODAS y cada una sería:
A Dios. A mi Fe. Porque sin Él no sería vida.
A mi familia. Porque la eligió Dios para mí, y en ella aprendí a amar, a perdonar, etc, y aprendi mi Fe.
A mis amigos. Por ellos daría mi vida. Los amo, y los elegí. De ellos aprendí y recibí muchísimo.
Los dones que Dios me dió. Sobre todo el de la alegría.
Mis virtudes y mis defectos. A todos los querría, porque tanto unos como otros me acercan a Dios, por distintos caminos...
Y si tuviera que elegir de entre los momentos de mi vida, para vivir 1000 vidas más, elegiría las horas junto a Jesús en el Sagrario. Elegiría todas las misas, y cada comunión.
Elegiría todas mis buenas acciones, y cada oportunidad en la que dí gloria a Dios.
Elegiría todos los momentos en los que acepté el dolor y cargué mi cruz; sin ellos no sería nada.
Elegiría todos los momentos en los que fui humillado, porque eso me unió a Jesús.
Elegiría todos los momentos en los que dí amor. Y todos aquellos en los que fuí amado. Eso me hizo feliz.
Elegiría todas las veces que fuí a confesarme y la misericordia de Dios descendió sobre mí.
Elegiría todos los momentos de oración. Todas las canciones que le canté a Jesús.
Elegiría la paz que da la verdad. Elegiría elegir lo que Dios quiere.
En fin. Elegiría la vida que Él eligió para mí, y todas las personas que hay en ella. Con todos sus momentos. Con todo lo que me hace reír y llorar. Con lo que me alegra y con lo que me hace sufrir. Elijo lo que me sale, y lo que me cuesta. Elijo ser un pecador, y renunciar al pecado. Renunciar al pecado, y resignarme a ser un pecador. Porque aprendí que no es contradictorio vivir en Cristo, y estar sometido a la ley del pecado.
Así lo quiere Dios, así lo quiero yo..."
miércoles, 1 de octubre de 2008
1 de octubre - Fiesta de SANTA TERESITA
Teresita, a los 8 años
+
Ofrenda de mí misma
como víctima de holocausto
al amor misericordioso de Dios
¡Oh Dios mío, Trinidad santa!, yo quiero amarte y hacerte amar, y trabajar por la glorificación de la santa Iglesia salvando a las almas que están en la tierra y liberando a las que sufren en el purgatorio.
Deseo cumplir perfectamente tu voluntad y alcanzar el grado de gloria que Tú me has preparado en tu reino.
En una palabra, quiero ser santa. Pero siento mi impotencia, por eso te pido, Dios mío, que seas Vos mismo mi santidad
Acto de ofrenda al Amor Misericordioso de Santa Teresita
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Ofrenda de mí misma
como víctima de holocausto
al amor misericordioso de Dios
¡Oh Dios mío, Trinidad santa!, yo quiero amarte y hacerte amar, y trabajar por la glorificación de la santa Iglesia salvando a las almas que están en la tierra y liberando a las que sufren en el purgatorio.
Deseo cumplir perfectamente tu voluntad y alcanzar el grado de gloria que Tú me has preparado en tu reino.
En una palabra, quiero ser santa. Pero siento mi impotencia, por eso te pido, Dios mío, que seas Vos mismo mi santidad
Acto de ofrenda al Amor Misericordioso de Santa Teresita
martes, 30 de septiembre de 2008
1897- 30 de septiembre - 2008
"No me arrepiento de haberme entregado al AMOR"
"Yo no muero, entro a la VIDA!"
Santa Teresita del Niño Jesús
El 30 de septiembre, el día de su muerte, durante su agonía, Santa Teresita decía:Sí, Dios mío, todo lo que quieras, ¡pero ten piedad de mí!
... ¡Dios mío, Dios mío! ¡¡Tú que eres tan bueno!!
... ¡Sí, eres bueno! Lo sé...
Todo lo que he escrito sobre mis deseos de sufrir es, con todo, una gran verdad.
... Y no me arrepiento de haberme entregado al Amor.
No, no me arrepiento, ¡al contrario!
En un determinado momento, parecía tener tan reseca la boca, que sor Genoveva, pensando aliviarla, le puso en los labios un trocito de hielo. Ella lo aceptó, dirigiéndole una sonrisa que jamás olvidaré. Era como un supremo adiós. A las seis, cuando sonó el ángelus, miró largamente la estatua de la Santísima Virgen. Por fin, a las siete y algunos minutos, habiendo despedido nuestra Madre a la comunidad, suspiró: "Madre, ¿no es esto aún la agonía...? ¿No me voy a morir...?" Sí, pobrecita mía, es la agonía, pero tal vez Dios quiera prolongarla algunas horas. Ella continuó valientemente: "Pues bien... ¡adelante...! ¡adelante...! No quisiera sufrir menos tiempo..." Y mirando al crucifijo: "¡Lo amo...!
¡Dios mío, Dios mío..., te amo, te amo...!"
Y de pronto, tras pronunciar estas palabras, cayó suavemente hacia atrás, con la cabeza inclinada hacia la derecha.
Teresita entraba a la VIDA...
"Yo no muero, entro a la VIDA!"
Santa Teresita del Niño Jesús
El 30 de septiembre, el día de su muerte, durante su agonía, Santa Teresita decía:Sí, Dios mío, todo lo que quieras, ¡pero ten piedad de mí!
... ¡Dios mío, Dios mío! ¡¡Tú que eres tan bueno!!
... ¡Sí, eres bueno! Lo sé...
Todo lo que he escrito sobre mis deseos de sufrir es, con todo, una gran verdad.
... Y no me arrepiento de haberme entregado al Amor.
No, no me arrepiento, ¡al contrario!
En un determinado momento, parecía tener tan reseca la boca, que sor Genoveva, pensando aliviarla, le puso en los labios un trocito de hielo. Ella lo aceptó, dirigiéndole una sonrisa que jamás olvidaré. Era como un supremo adiós. A las seis, cuando sonó el ángelus, miró largamente la estatua de la Santísima Virgen. Por fin, a las siete y algunos minutos, habiendo despedido nuestra Madre a la comunidad, suspiró: "Madre, ¿no es esto aún la agonía...? ¿No me voy a morir...?" Sí, pobrecita mía, es la agonía, pero tal vez Dios quiera prolongarla algunas horas. Ella continuó valientemente: "Pues bien... ¡adelante...! ¡adelante...! No quisiera sufrir menos tiempo..." Y mirando al crucifijo: "¡Lo amo...!
¡Dios mío, Dios mío..., te amo, te amo...!"
Y de pronto, tras pronunciar estas palabras, cayó suavemente hacia atrás, con la cabeza inclinada hacia la derecha.
Teresita entraba a la VIDA...
domingo, 21 de septiembre de 2008
A 25 años de la Virgen de San Nicolás
viernes, 12 de septiembre de 2008
Retiro para JOVENES sobre SAN PABLO
Video de invitación al retiro
Cinco panes y dos peces:
Para los que estén interesados en un Retiro a fin de septiembre (del 26 al 28)
Dios nos quiere santos, nos hizo para ser del todo de Dios...
Un retiro es una oportunidad para encontrarse:
1) con el AMOR permanente e incondicional de Dios;
2) con la propia vida en sus cosas buenas y no tan buenas;
3) con el deseo de TODO que vibra en nuestro corazón
Este retiro es una invitación para encontrarnos con nuestro deseo más "temerario": SER SANTOS!!!
Este retiro es para recordar que la santidad es la mayor ambición posible! "Soy un ambicioso llename de Vos"
"Quiero ser santo pero no puedo! hago el mal que no quiero y no hago el bien que quiero... pero vivo de la fe en Cristo, que me amó y se entregó por mí... Por eso PARA MI LA VIDA ES CRISTO, no porque yo lo haya alcanzado, sino porque Él me alcanzó a mí"
San Pablo
Con San Pablo (y ayudados con San Ignacio de Loyola) vamos a compartir este retiro.
Estás más que invitado!
+ DIOS TE BENDIGA
Desde el viernes 26/9 a las 19
hasta el domingo 28 a las 16
Preguntas e inscripcion en retiro@live.com.ar
Cinco panes y dos peces:
Para los que estén interesados en un Retiro a fin de septiembre (del 26 al 28)
Dios nos quiere santos, nos hizo para ser del todo de Dios...
Un retiro es una oportunidad para encontrarse:
1) con el AMOR permanente e incondicional de Dios;
2) con la propia vida en sus cosas buenas y no tan buenas;
3) con el deseo de TODO que vibra en nuestro corazón
Este retiro es una invitación para encontrarnos con nuestro deseo más "temerario": SER SANTOS!!!
Este retiro es para recordar que la santidad es la mayor ambición posible! "Soy un ambicioso llename de Vos"
"Quiero ser santo pero no puedo! hago el mal que no quiero y no hago el bien que quiero... pero vivo de la fe en Cristo, que me amó y se entregó por mí... Por eso PARA MI LA VIDA ES CRISTO, no porque yo lo haya alcanzado, sino porque Él me alcanzó a mí"
San Pablo
Con San Pablo (y ayudados con San Ignacio de Loyola) vamos a compartir este retiro.
Estás más que invitado!
+ DIOS TE BENDIGA
Desde el viernes 26/9 a las 19
hasta el domingo 28 a las 16
Preguntas e inscripcion en retiro@live.com.ar
domingo, 31 de agosto de 2008
Madre Teresa - EL AMOR DE DIOS
sábado, 23 de agosto de 2008
Gracias a Dios por AÑATUYA... (mision con el San Pablo, invierno 2008)
domingo, 17 de agosto de 2008
Juan Pablo II: ¡Vale la pena...!
Del discurso del Papa Juan Pablo a los jóvenes en Cuatro Vientos, España:
Queridos jóvenes, ¡vayan con confianza al encuentro de Jesús!, y, como los nuevos santos, ¡no tengan miedo de hablar de Él! pues Cristo es la respuesta verdadera a todas las preguntas sobre el hombre y su destino. Es preciso que ustedes, jóvenes, se conviertan en apóstoles de los otros jovenes. Sé muy bien que esto no es fácil. Muchas veces tendrán la tentación de decir como el profeta Jeremías: «¡Ah, Señor! Mira que no sé expresarme, que soy un muchacho». No se desanimen, porque no están solos: el Señor nunca dejará de acompañarlos, con su gracia y el don de su Espíritu.
Esta presencia fiel del Señor los hace capaces de asumir el compromiso de la nueva evangelización, a la que todos los hijos de la Iglesia están llamados. Es una tarea de todos. En ella los laicos tienen un papel protagonista, especialmente los matrimonios y las familias cristianas; sin embargo, la evangelización requiere hoy con urgencia sacerdotes y personas consagradas. Ésta es la razón por la que deseo decir a cada uno de ustedes, jóvenes: si sientes la llamada de Dios que te dice: ¡Sígueme!, no la acalles. Sé generoso, responde como María ofreciendo a Dios el sí gozoso de tu persona y de tu vida.
Les doy mi testimonio: yo fui ordenado sacerdote cuando tenía 26 años. Desde entonces han pasado 56. ¡56 años! ¿Cuántos años tiene el Papa? ¡Casi 83! ¡Un joven de 83 años! Al volver la mirada atrás y recordar estos años de mi vida, les puedo asegurar que vale la pena dedicarse a la causa de Cristo y, por amor a Él, consagrarse al servicio del hombre. ¡Merece la pena dar la vida por el Evangelio y por los hermanos!
Esta presencia fiel del Señor los hace capaces de asumir el compromiso de la nueva evangelización, a la que todos los hijos de la Iglesia están llamados. Es una tarea de todos. En ella los laicos tienen un papel protagonista, especialmente los matrimonios y las familias cristianas; sin embargo, la evangelización requiere hoy con urgencia sacerdotes y personas consagradas. Ésta es la razón por la que deseo decir a cada uno de ustedes, jóvenes: si sientes la llamada de Dios que te dice: ¡Sígueme!, no la acalles. Sé generoso, responde como María ofreciendo a Dios el sí gozoso de tu persona y de tu vida.
Les doy mi testimonio: yo fui ordenado sacerdote cuando tenía 26 años. Desde entonces han pasado 56. ¡56 años! ¿Cuántos años tiene el Papa? ¡Casi 83! ¡Un joven de 83 años! Al volver la mirada atrás y recordar estos años de mi vida, les puedo asegurar que vale la pena dedicarse a la causa de Cristo y, por amor a Él, consagrarse al servicio del hombre. ¡Merece la pena dar la vida por el Evangelio y por los hermanos!
Ven y sigueme
sábado, 16 de agosto de 2008
Frases de Madre Teresa
"La mayor enfermedad hoy día no es la lepra ni la tuberculosis sino mas bien el sentirse no querido, no cuidado y abandonado por todos. El mayor mal es la falta de amor y caridad, la terrible indiferencia hacia nuestro vecino que vive al lado de la calle, asaltado por la explotación, corrupción, pobreza y enfermedad."
Lo que agrada a Dios...
Video: Madre Teresa, el legado 1º parte
viernes, 15 de agosto de 2008
Juan Pablo II: la Asunción de la Virgen nos recuerda el triunfo de Dios...
"Con sus palabras y con su silencio, la Virgen María se nos presenta como un modelo en nuestro camino. Es un camino que no es fácil: por la falta de sus primeros padres, la humanidad lleva en sí la herida del pecado, cuyas consecuencias siguen experimentando los redimidos. ¡Pero el mal y la muerte no tendrán la última palabra! María lo confirma con toda su existencia, en cuanto testigo viviente de la victoria de Cristo, nuestra Pascua.
Los fieles lo han comprendido. Por este motivo vienen en masa ante la gruta para escuchar las advertencias maternas de la Virgen, reconociendo en ella a «la mujer vestida de sol» (Apocalipsis 12, 1), la Reina que resplandece ante el trono de Dios (Cf. Salmo responsorial) e intercede a su favor.
Hoy la Iglesia celebra la gloriosa Asunción al Cielo de María en cuerpo y alma. Los dos dogmas de la Inmaculada Concepción y de la Asunción están íntimamente ligados. Ambos proclaman la gloria de Cristo redentor y la santidad de María, cuyo destino humano ha sido perfecta y definitivamente realizado en Dios.
«Cuando haya ido y os haya preparado un lugar, volveré y os tomaré conmigo, para que donde esté yo estéis también vosotros», nos ha dicho Jesús (Juan 14, 3). María es la prenda del cumplimiento de la promesa de Cristo. Su Asunción se convierte para nosotros en «un signo de esperanza segura y de consuelo («Lumen gentium», n. 68)".
Los fieles lo han comprendido. Por este motivo vienen en masa ante la gruta para escuchar las advertencias maternas de la Virgen, reconociendo en ella a «la mujer vestida de sol» (Apocalipsis 12, 1), la Reina que resplandece ante el trono de Dios (Cf. Salmo responsorial) e intercede a su favor.
Hoy la Iglesia celebra la gloriosa Asunción al Cielo de María en cuerpo y alma. Los dos dogmas de la Inmaculada Concepción y de la Asunción están íntimamente ligados. Ambos proclaman la gloria de Cristo redentor y la santidad de María, cuyo destino humano ha sido perfecta y definitivamente realizado en Dios.
«Cuando haya ido y os haya preparado un lugar, volveré y os tomaré conmigo, para que donde esté yo estéis también vosotros», nos ha dicho Jesús (Juan 14, 3). María es la prenda del cumplimiento de la promesa de Cristo. Su Asunción se convierte para nosotros en «un signo de esperanza segura y de consuelo («Lumen gentium», n. 68)".
Juan Pablo II
jueves, 14 de agosto de 2008
El Papa a los jovenes: ¡No tengan miedo de soñar!
Del Discurso del Papa Benedicto XVI a los jovenes,
en Loreto, Italia, Septiembre de 2006
Queridos jovenes: Con amor y convicción, les repito a ustedes, jóvenes aquí presentes, y a través de ustedes, a los jóvenes del mundo entero: ¡No tengan miedo! Cristo puede colmar las aspiraciones más íntimas de su corazón. ¿Hay, quizá, sueños irrealizables cuando el que los suscita y los cultiva en el corazón es el Espíritu de Dios? ¿Hay algo que puede bloquear nuestro entusiasmo si estamos unidos a Cristo? Nada ni nadie, diría al apóstol Pablo, podrá separarnos del amor de Dios, en Cristo Jesús, nuestro Señor. (Cf Rm 8, 35-39).
Dejen que esta tarde yo les repita: cada uno de ustedes si permanece unido a Cristo, podrá cumplir grandes cosas. Por ello, queridos amigos, no deben tener miedo de soñar con los ojos abiertos grandes proyectos de bien, y no deben dejarse desanimar por las dificultades. Cristo tiene confianza en ustedes y desea que puedan realizar cada uno de sus más nobles y altos sueños de autentica felicidad. Nada es imposible para quien confía en Dios y se confía a Él. Miren a la joven María. El Ángel le propuso algo verdaderamente inconcebible: participar en el modo más comprometedor posible en el más grandioso de los planes de Dios, la salvación de la humanidad. Frente a tal propuesta María quedó desconcertada, advirtiendo toda la pequeñez de su ser frente a la omnipotencia de Dios, y se preguntó, ¿cómo es posible?, ¿por qué a mi?. Dispuesta sin embargo a cumplir la voluntad divina pronunció prontamente su “sí”, que cambió su vida y la historia de la entera humanidad. Es gracias a su “sí” que nosotros nos encontramos aquí esta tarde.
Ahora yo me pregunto y les pregunto: lo que Dios nos pide, por difíciles que nos puedan parecer… ¿podrán igualar aquello que fue pedido por Dios a la joven María?. Queridos chicos y chicas: aprendamos de María a decir nuestro “sí”, porque ella sabe verdaderamente que significa responder generosamente a los pedidos del Señor. María, queridos jóvenes, conoce sus aspiraciones más nobles y profundas. Conoce bien, sobre todo, ese gran deseo de amor que ustedes tienen, esa necesidad de amar y de ser amados. Mirándola, siguiéndola dócilmente descubrirán la belleza del amor, pero no de un amor “de usar y tirar”, pasajero, engañoso, prisionero de una mentalidad egoísta y materialista, sino del amor verdadero y profundo. En lo más intimo del corazón de cada chico y cada chica, que se asoma a la vida, cultiva el sueño de un amor que dé un sentido pleno al propio futuro.
Queridos jóvenes, si el Señor los llama a vivir más íntimamente a su servicio, respondan generosamente. Estén seguros: la vida dedicada a Dios no se gasta nunca en vano.
Queridos jóvenes: termino aquí mis palabras, no sin antes abrazarlos con corazón de padre, los abrazo uno a uno y cordialmente los saludo.
Dejen que esta tarde yo les repita: cada uno de ustedes si permanece unido a Cristo, podrá cumplir grandes cosas. Por ello, queridos amigos, no deben tener miedo de soñar con los ojos abiertos grandes proyectos de bien, y no deben dejarse desanimar por las dificultades. Cristo tiene confianza en ustedes y desea que puedan realizar cada uno de sus más nobles y altos sueños de autentica felicidad. Nada es imposible para quien confía en Dios y se confía a Él. Miren a la joven María. El Ángel le propuso algo verdaderamente inconcebible: participar en el modo más comprometedor posible en el más grandioso de los planes de Dios, la salvación de la humanidad. Frente a tal propuesta María quedó desconcertada, advirtiendo toda la pequeñez de su ser frente a la omnipotencia de Dios, y se preguntó, ¿cómo es posible?, ¿por qué a mi?. Dispuesta sin embargo a cumplir la voluntad divina pronunció prontamente su “sí”, que cambió su vida y la historia de la entera humanidad. Es gracias a su “sí” que nosotros nos encontramos aquí esta tarde.
Ahora yo me pregunto y les pregunto: lo que Dios nos pide, por difíciles que nos puedan parecer… ¿podrán igualar aquello que fue pedido por Dios a la joven María?. Queridos chicos y chicas: aprendamos de María a decir nuestro “sí”, porque ella sabe verdaderamente que significa responder generosamente a los pedidos del Señor. María, queridos jóvenes, conoce sus aspiraciones más nobles y profundas. Conoce bien, sobre todo, ese gran deseo de amor que ustedes tienen, esa necesidad de amar y de ser amados. Mirándola, siguiéndola dócilmente descubrirán la belleza del amor, pero no de un amor “de usar y tirar”, pasajero, engañoso, prisionero de una mentalidad egoísta y materialista, sino del amor verdadero y profundo. En lo más intimo del corazón de cada chico y cada chica, que se asoma a la vida, cultiva el sueño de un amor que dé un sentido pleno al propio futuro.
Queridos jóvenes, si el Señor los llama a vivir más íntimamente a su servicio, respondan generosamente. Estén seguros: la vida dedicada a Dios no se gasta nunca en vano.
Queridos jóvenes: termino aquí mis palabras, no sin antes abrazarlos con corazón de padre, los abrazo uno a uno y cordialmente los saludo.
Canción: "Quién soy yo"
Video del Papa en Brasil
martes, 12 de agosto de 2008
Gracias a Dios por AÑATUYA... (mision con el San Pablo, invierno 2008)
Amanecer en Canal Melero, vista desde la Capilla
Puente Bajada, actividades con niños.
Del Papa Juan Pablo II:
22 de ocutbre de 2000
Video: El Papa Juan Pablo y los jovenes
Puente Bajada, actividades con niños.
Del Papa Juan Pablo II:
El compromiso misionero brota como fuego de amor de la contemplación de Jesús y del atractivo que posee. El cristiano que ha contemplado a Jesucristo no puede menos de sentirse arrebatado por su esplendor (cf. Vita consecrata, 14) y testimoniar su fe en Cristo, único Salvador del hombre. ¡Qué gran gracia es esta fe que hemos recibido como don de lo alto, sin ningún mérito por nuestra parte! (cf. Redemptoris missio,
Esta gracia se transforma, a su vez, en fuente de responsabilidad. Es una gracia que nos convierte en heraldos y apóstoles: precisamente por eso decía yo en la encíclica Redemptoris missio que "la misión es un problema de fe, es el índice exacto de nuestra fe en Cristo y en su amor por nosotros" (n. 11). Y también: "El misionero, si no es contemplativo, no puede anunciar a Cristo de modo creíble" (ib., 91).
Fijando nuestra mirada en Jesús, el misionero del Padre y el sumo sacerdote, el autor y perfeccionador de nuestra fe (cf. Hb 3, 1; 12, 2), es como aprendemos el sentido y el estilo de la misión.
Él no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida por todos. Siguiendo las huellas de Cristo, la entrega de sí a todos los hombres constituye un imperativo fundamental para la Iglesia y a la vez una indicación de método para su misión.
Entregarse significa, ante todo, reconocer al otro en su valor y en sus necesidades. La actitud misionera comienza siempre con un sentimiento de profunda estima frente a lo que en el hombre había, por lo que él mismo, en lo íntimo de su espíritu, ha elaborado respecto a los problemas más profundos e importantes; se trata de respeto por todo lo que en él ha obrado el Espíritu, que "sopla donde quiere..."
Esta gracia se transforma, a su vez, en fuente de responsabilidad. Es una gracia que nos convierte en heraldos y apóstoles: precisamente por eso decía yo en la encíclica Redemptoris missio que "la misión es un problema de fe, es el índice exacto de nuestra fe en Cristo y en su amor por nosotros" (n. 11). Y también: "El misionero, si no es contemplativo, no puede anunciar a Cristo de modo creíble" (ib., 91).
Fijando nuestra mirada en Jesús, el misionero del Padre y el sumo sacerdote, el autor y perfeccionador de nuestra fe (cf. Hb 3, 1; 12, 2), es como aprendemos el sentido y el estilo de la misión.
Él no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida por todos. Siguiendo las huellas de Cristo, la entrega de sí a todos los hombres constituye un imperativo fundamental para la Iglesia y a la vez una indicación de método para su misión.
Entregarse significa, ante todo, reconocer al otro en su valor y en sus necesidades. La actitud misionera comienza siempre con un sentimiento de profunda estima frente a lo que en el hombre había, por lo que él mismo, en lo íntimo de su espíritu, ha elaborado respecto a los problemas más profundos e importantes; se trata de respeto por todo lo que en él ha obrado el Espíritu, que "sopla donde quiere..."
22 de ocutbre de 2000
Video: El Papa Juan Pablo y los jovenes
domingo, 10 de agosto de 2008
Gracias a Dios por AÑATUYA... (mision con el San Pablo, invierno 2008)
Cruz de Matará, primera cruz conocida de América, de 1594. En el Santuario de Matará, diócesis de Añatuya.
Los niños de la Escuela de Puente Bajada arriando la Bandera Argentina.
Capilla San Isidro Labrador, en Canal Melero, Añatuya
Procesion de San Cayetano en Llajta Mauca, Añatuya, el 7 de agosto: Imagen del santo y Cruz procesional.
Por los caminos de Llajta Mauca
La imagen de San Cayetano llega hasta el hogar de una anciana postrada
Señor, cuando nos mandas a sembrar
rebozan nuestras manos de riquezas,
sentimos en el alma la pobreza...
Y avanzamos sembrando por la noche
profetas pobres pero confiados
que Tú nos usas como humildes herramientas...
Video: "Mision Canal Melero" de Chechu
A El Gloria, (Efatá)
Los niños de la Escuela de Puente Bajada arriando la Bandera Argentina.
Capilla San Isidro Labrador, en Canal Melero, Añatuya
Procesion de San Cayetano en Llajta Mauca, Añatuya, el 7 de agosto: Imagen del santo y Cruz procesional.
Por los caminos de Llajta Mauca
La imagen de San Cayetano llega hasta el hogar de una anciana postrada
Señor, cuando nos mandas a sembrar
rebozan nuestras manos de riquezas,
sentimos en el alma la pobreza...
Y avanzamos sembrando por la noche
profetas pobres pero confiados
que Tú nos usas como humildes herramientas...
Video: "Mision Canal Melero" de Chechu
A El Gloria, (Efatá)
domingo, 3 de agosto de 2008
Irradiar a Cristo... misionando en Añatuya
¡Oh, Jesús!
Ayúdame a esparcir tu fragancia donde quiera que vaya.
Inunda mi alma de tu espíritu y vida.
Penétrame y aduéñate tan por completo de mí,
que toda mi vida sea una irradiación de la tuya.
Ilumina por mi medio y de tal manera toma posesión de mí,
que cada alma con la que yo entre en contacto pueda sentir tu presencia en mi alma.
Que al verme no me vea a mí, sino a Tí en mí.
Permanece en mí. Así resplandeceré con tu mismo resplandor,
y que mi resplandor sirva de luz para los demás.
Mi luz toda de Ti vendrá, Jesús; ni el más leve rayo será mío.
Serás Tú el que iluminarás a otros por mi medio.
Sugiéreme la alabanza que más te agrada,
iluminando a otros a mi alrededor.
Que no te pregone con palabras sino con mi ejemplo,
con el influjo de lo que yo lleve a cabo,
con el destello visible del amor que mi corazón saca de Ti.
Amén.
(Dibujo de la CRUZ DE MATARÁ, la cruz conocida más antigua de América, encontrada en Matará, Añatuya, Santiago del Estero, S XVI)
lunes, 28 de julio de 2008
¡Sólo Dios y yo! - Beato Rafael Arnaiz
Silencio en los labios
cantares en el corazón;
alma que vive de amores,
de sueños y de esperanzas...
alma que vive de Dios.
Alma que mira a lo lejos…
lejos, muy lejos del mundo,
pasando la vida en silencio...,
cantando en el corazón.
Una Trapa…,
un monasterio...,
un hombre…
¡sólo Dios y yo!
Pasan rápidos los días,
en ellos se va la vida…,
soñamos en lo pasado,
esperamos lo que ha de llegar.
El alma mira a lo lejos buscando
la única vida,
y que espera sea mejor...
Una Trapa…,
un monasterio...,
un hombre…
¡sólo Dios y yo!
Hermano Rafael
sábado, 12 de julio de 2008
El hombre de acción 2 - P Alberto Hurtado SJ
Pecados de un hombre de acción
Creerse indispensable a Dios. No orar bastante. Perder el contacto con Dios.
Andar demasiado a prisa. Querer ir más ligero que Dios. Pactar aunque sea ligeramente con el mal para tener éxito.
No darse entero. Preferirse a la Iglesia. Estimarse en más que la obra que hay que realizar, o buscarse en la acción. Trabajar para sí mismo. Buscar su gloria. Enorgullecerse. Dejarse abatir por el fracaso. Aunque más no sea, nublarse ante las dificultades.
Emprender demasiado. Ceder a sus impulsos naturales, a sus prisas inconsideradas u orgullosas. Cesar de controlarse. Apartarse de sus principios.
Trabajar por hacer apologética y no por amor. Hacer del apostolado un negocio, aunque sea espiritual.
No esforzarse por tener una visión lo más amplia posible. No retroceder para ver el conjunto. No tener cuenta del contexto del problema.
Trabajar sin método. Improvisar por principio. No prevenir. No acabar. Racionalizar con exceso. Ser titubeante, o ahogarse en los detalles. Querer siempre tener razón. Mandarlo todo. No ser disciplinado.
Evadirse de las tareas pequeñas. Sacrificar otro a mis planes. No respetar a los demás; no dejarles iniciativa; no darles responsabilidades. Ser duro para sus asociados y para sus jefes. Despreciar a los pequeños, a los humildes y a los menos dotados. No tener gratitud.
Ser sectario. No ser acogedor. No amar a sus enemigos.
Tomar a todo el que se me opone como si fuese un enemigo. No aceptar con gusto la contradicción. Ser demoledor por una crítica injusta o vana.
Estar habitualmente triste o de mal humor. Dejarse ahogar por las preocupaciones del dinero.
No dormir bastante, no comer lo suficiente. No guardar por imprudencia y sin razón valedera la plenitud de sus fuerzas y gracias físicas.
Dejarse tomar por compensaciones... sentimentales, pereza, ensueños. No cortar su vida con períodos de calma, sus días, sus semanas, sus años...
Andar demasiado a prisa. Querer ir más ligero que Dios. Pactar aunque sea ligeramente con el mal para tener éxito.
No darse entero. Preferirse a la Iglesia. Estimarse en más que la obra que hay que realizar, o buscarse en la acción. Trabajar para sí mismo. Buscar su gloria. Enorgullecerse. Dejarse abatir por el fracaso. Aunque más no sea, nublarse ante las dificultades.
Emprender demasiado. Ceder a sus impulsos naturales, a sus prisas inconsideradas u orgullosas. Cesar de controlarse. Apartarse de sus principios.
Trabajar por hacer apologética y no por amor. Hacer del apostolado un negocio, aunque sea espiritual.
No esforzarse por tener una visión lo más amplia posible. No retroceder para ver el conjunto. No tener cuenta del contexto del problema.
Trabajar sin método. Improvisar por principio. No prevenir. No acabar. Racionalizar con exceso. Ser titubeante, o ahogarse en los detalles. Querer siempre tener razón. Mandarlo todo. No ser disciplinado.
Evadirse de las tareas pequeñas. Sacrificar otro a mis planes. No respetar a los demás; no dejarles iniciativa; no darles responsabilidades. Ser duro para sus asociados y para sus jefes. Despreciar a los pequeños, a los humildes y a los menos dotados. No tener gratitud.
Ser sectario. No ser acogedor. No amar a sus enemigos.
Tomar a todo el que se me opone como si fuese un enemigo. No aceptar con gusto la contradicción. Ser demoledor por una crítica injusta o vana.
Estar habitualmente triste o de mal humor. Dejarse ahogar por las preocupaciones del dinero.
No dormir bastante, no comer lo suficiente. No guardar por imprudencia y sin razón valedera la plenitud de sus fuerzas y gracias físicas.
Dejarse tomar por compensaciones... sentimentales, pereza, ensueños. No cortar su vida con períodos de calma, sus días, sus semanas, sus años...
jueves, 10 de julio de 2008
Quien "teme" a Dios no tiene miedo
Mensaje del Papa Benedicto XVI en el Angelus del 22 de junio de 2008
“Queridos hermanos y hermanas:
En el Evangelio de este domingo tenemos dos invitaciones de Jesús: por un lado, “no temer a los hombres” y por otro “temor” de Dios (cf. Mt 10,26.28). Somos así estimulados a reflexionar sobre la diferencia que existe entre el miedo humano y el temor de Dios. El miedo es una dimensión natural de la vida. Dado que los niños experimentan formas de miedo que son imaginarias y luego desaparecen, otras sucesivamente emergen, que tienen bases precisas en la realidad: estas deben de ser afrontadas y superadas con el compromiso humano y con la confianza en Dios. Pero hay, sobre todo hoy, una forma de miedo más profundo, de tipo existencial, que en ocasiones raya en la angustia: nace de una sensación de vacío, atado a una cierta cultura permeada por la generalización de nihilismo teórico y práctico.
De frente el amplio y diverso panorama de los miedos humanos, la Palabra de Dios es clara: los que “temen” a Dios “no tienen miedo”. El temor de Dios, que las Escrituras define como “el principio de la verdadera sabiduría”, coincide con la fe en Él, con el sagrado respeto por su autoridad sobre la vida y sobre el mundo. Ser “sin temor de Dios” equivale a ponerse en su lugar, a sentirse dueños del bien y del mal, de la vida y de la muerte. Pero quien teme a Dios advierte en sí mismo la seguridad que tiene el niño en sus brazos a su madre (cf. Sal 130,2) quien teme a Dios está tranquilo aun en medio de la tempestad, porque Dios, como Jesús nos ha revelado, es Padre lleno de misericordia y de bondad.
Quien lo ama no tiene miedo: “En el amor no hay temor - escribe el apóstol Juan - por el contrario, el amor perfecto arroja el temor, porque el temor supone un castigo y quien teme no es perfecto en el amor” (1Jn 4:18). El creyente, por lo tanto, no se asusta ante nada, porque sabe que está en las manos de Dios, sabe que el mal y la irracionalidad no tienen la última palabra, sólo el único Señor del mundo y de la vida es Cristo, el Verbo de Dios encarnado, que nos ha amado hasta sacrificarse a sí mismo, muriendo en la cruz por nuestra salvación. Cuanto crezcamos más en esta intimidad con Dios, impregnada de amor, más fácilmente vencemos toda forma de miedo.
En el Evangelio de hoy, Jesús repite varias veces la exhortación a no tener miedo. Nos tranquiliza como lo hizo con los Apóstoles, como lo hizo con San Pablo apareciéndose en una visión en una noche, en un momento particularmente difícil de su predicación: “No tengas miedo – le dijo - porque yo estoy contigo” (Hch 18,9). Ante la presencia de Cristo y reconfortado por su amor, ni siquiera tuvo temor ante el martirio el Apóstol a los gentiles, por quien nos estamos preparando para celebrar el segundo milenario del nacimiento, con un especial año jubilar. Para que este gran evento espiritual y pastoral suscite en nosotros una renovada confianza en Jesucristo que nos llame a proclamar y dar testimonio de su Evangelio, sin nada que temer."
En el Evangelio de este domingo tenemos dos invitaciones de Jesús: por un lado, “no temer a los hombres” y por otro “temor” de Dios (cf. Mt 10,26.28). Somos así estimulados a reflexionar sobre la diferencia que existe entre el miedo humano y el temor de Dios. El miedo es una dimensión natural de la vida. Dado que los niños experimentan formas de miedo que son imaginarias y luego desaparecen, otras sucesivamente emergen, que tienen bases precisas en la realidad: estas deben de ser afrontadas y superadas con el compromiso humano y con la confianza en Dios. Pero hay, sobre todo hoy, una forma de miedo más profundo, de tipo existencial, que en ocasiones raya en la angustia: nace de una sensación de vacío, atado a una cierta cultura permeada por la generalización de nihilismo teórico y práctico.
De frente el amplio y diverso panorama de los miedos humanos, la Palabra de Dios es clara: los que “temen” a Dios “no tienen miedo”. El temor de Dios, que las Escrituras define como “el principio de la verdadera sabiduría”, coincide con la fe en Él, con el sagrado respeto por su autoridad sobre la vida y sobre el mundo. Ser “sin temor de Dios” equivale a ponerse en su lugar, a sentirse dueños del bien y del mal, de la vida y de la muerte. Pero quien teme a Dios advierte en sí mismo la seguridad que tiene el niño en sus brazos a su madre (cf. Sal 130,2) quien teme a Dios está tranquilo aun en medio de la tempestad, porque Dios, como Jesús nos ha revelado, es Padre lleno de misericordia y de bondad.
Quien lo ama no tiene miedo: “En el amor no hay temor - escribe el apóstol Juan - por el contrario, el amor perfecto arroja el temor, porque el temor supone un castigo y quien teme no es perfecto en el amor” (1Jn 4:18). El creyente, por lo tanto, no se asusta ante nada, porque sabe que está en las manos de Dios, sabe que el mal y la irracionalidad no tienen la última palabra, sólo el único Señor del mundo y de la vida es Cristo, el Verbo de Dios encarnado, que nos ha amado hasta sacrificarse a sí mismo, muriendo en la cruz por nuestra salvación. Cuanto crezcamos más en esta intimidad con Dios, impregnada de amor, más fácilmente vencemos toda forma de miedo.
En el Evangelio de hoy, Jesús repite varias veces la exhortación a no tener miedo. Nos tranquiliza como lo hizo con los Apóstoles, como lo hizo con San Pablo apareciéndose en una visión en una noche, en un momento particularmente difícil de su predicación: “No tengas miedo – le dijo - porque yo estoy contigo” (Hch 18,9). Ante la presencia de Cristo y reconfortado por su amor, ni siquiera tuvo temor ante el martirio el Apóstol a los gentiles, por quien nos estamos preparando para celebrar el segundo milenario del nacimiento, con un especial año jubilar. Para que este gran evento espiritual y pastoral suscite en nosotros una renovada confianza en Jesucristo que nos llame a proclamar y dar testimonio de su Evangelio, sin nada que temer."
miércoles, 9 de julio de 2008
El hombre de acción 1 - P Alberto Hurtado SJ
I. Virtudes de un hombre de acción
Hay que llegar a la lealtad total. A una absoluta transparencia, a vivir de tal manera que nada en mi conducta rechace el examen de los hombres, que todo pueda ser examinado. Una conciencia que aspira a esta rectitud siente en sí misma las menores desviaciones y las deplora: se concentra en sí misma, se humilla, halla la paz.
Debo considerarme siempre servidor de una gran obra. Y porque mi papel es el de sirviente, no rechazar las tareas humildes, las modestas ocupaciones de administración, aun las de aseo... Muchos aspiran al tiempo tranquilo para pensar, para leer, para preparar cosas grandes, pero hay tareas que todos rechazan: que esas sean -de preferencia- las mías. Todo ha de ser realizado si la obra se ha de hacer. Lo que importa es hacerlo con inmenso amor. Nuestras acciones valen en función del peso de amor que ponemos en ellas.
La humildad consiste en ponerse en su verdadero sitio. Ante los hombres, no en pensar que soy el último de ellos porque no lo creo; ante Dios, en reconocer continuamente mi dependencia absoluta respecto a El, y que todas mis superioridades frente a los demás, de El vienen.
Ponerse en plena disponibilidad frente a su plan, frente a la obra que hay que realizar. Mi actitud ante Dios no es la de desaparecer, sino la de ofrecerse con plenitud para una colaboración total.
Humildad es por tanto, ponerse en su sitio, tomar todo su sitio, reconocerse tan inteligente, tan virtuoso, tan hábil como uno cree serlo, darse cuenta de las superioridades que uno cree tener, pero sabiéndose en absoluta dependencia ante Dios y que todo lo ha recibido para el bien común. Ese es el gran principio. Toda superioridad es para el bien común (Sto. Tomás).
No soy yo el que cuento: es la obra.
No achatarme. Caminar al paso de Dios. No correr más que Dios. Fundir mi voluntad de hombre con la voluntad de Dios. Perderse en El. Todo lo que yo agrego de puramente mío, está de más; mejor: es nada. No esperar reconocimiento, pero alegrarse y agradecer los que vienen. No achicarme ante los fracasos; mirar lo que queda por hacer y saber que mañana habrá un nuevo golpe y todo esto con alegría.
Munificencia, magnificencia, magnanimidad: tres palabras casi desconocidas en nuestro tiempo. La munificencia y la magnificencia no temen el gasto para realizar grande y bello. Piensan en otra cosa que en invertir o en llenar los bolsillos de sus partidarios. El magnánimo piensa y realiza en forma digna de la humildad; ¡no se achica! Hoy se necesita tanto, porque en el mundo moderno todo está ligado. El que no piensa en grande, en función de todos los hombres, está perdido de antemano. Algunos te dirán: ¡cuidado con el orgullo...! ¿por qué pensar tan grande? Pero no hay peligro: mientras mayor es la tarea, más chico se siente uno. Vale más tener la humildad de emprender grandes tareas con peligro de fracasar, que el orgullo de querer tener éxito achicándose.
Grandeza y recompensa del militante en el gran combate que libra: sobrepasarse siempre más en el amor... ¿El éxito? Abandonarlo a Dios!!
Debo considerarme siempre servidor de una gran obra. Y porque mi papel es el de sirviente, no rechazar las tareas humildes, las modestas ocupaciones de administración, aun las de aseo... Muchos aspiran al tiempo tranquilo para pensar, para leer, para preparar cosas grandes, pero hay tareas que todos rechazan: que esas sean -de preferencia- las mías. Todo ha de ser realizado si la obra se ha de hacer. Lo que importa es hacerlo con inmenso amor. Nuestras acciones valen en función del peso de amor que ponemos en ellas.
La humildad consiste en ponerse en su verdadero sitio. Ante los hombres, no en pensar que soy el último de ellos porque no lo creo; ante Dios, en reconocer continuamente mi dependencia absoluta respecto a El, y que todas mis superioridades frente a los demás, de El vienen.
Ponerse en plena disponibilidad frente a su plan, frente a la obra que hay que realizar. Mi actitud ante Dios no es la de desaparecer, sino la de ofrecerse con plenitud para una colaboración total.
Humildad es por tanto, ponerse en su sitio, tomar todo su sitio, reconocerse tan inteligente, tan virtuoso, tan hábil como uno cree serlo, darse cuenta de las superioridades que uno cree tener, pero sabiéndose en absoluta dependencia ante Dios y que todo lo ha recibido para el bien común. Ese es el gran principio. Toda superioridad es para el bien común (Sto. Tomás).
No soy yo el que cuento: es la obra.
No achatarme. Caminar al paso de Dios. No correr más que Dios. Fundir mi voluntad de hombre con la voluntad de Dios. Perderse en El. Todo lo que yo agrego de puramente mío, está de más; mejor: es nada. No esperar reconocimiento, pero alegrarse y agradecer los que vienen. No achicarme ante los fracasos; mirar lo que queda por hacer y saber que mañana habrá un nuevo golpe y todo esto con alegría.
Munificencia, magnificencia, magnanimidad: tres palabras casi desconocidas en nuestro tiempo. La munificencia y la magnificencia no temen el gasto para realizar grande y bello. Piensan en otra cosa que en invertir o en llenar los bolsillos de sus partidarios. El magnánimo piensa y realiza en forma digna de la humildad; ¡no se achica! Hoy se necesita tanto, porque en el mundo moderno todo está ligado. El que no piensa en grande, en función de todos los hombres, está perdido de antemano. Algunos te dirán: ¡cuidado con el orgullo...! ¿por qué pensar tan grande? Pero no hay peligro: mientras mayor es la tarea, más chico se siente uno. Vale más tener la humildad de emprender grandes tareas con peligro de fracasar, que el orgullo de querer tener éxito achicándose.
Grandeza y recompensa del militante en el gran combate que libra: sobrepasarse siempre más en el amor... ¿El éxito? Abandonarlo a Dios!!
lunes, 7 de julio de 2008
Frases de Foucauld
“Los siete grandes medios que Jesús nos da para convertir y salvar infieles: Oblaciones del Santo Sacrificio, presencia en el Tabernáculo del Santo Sacramento, bondad, oración, penitencia, buen ejemplo, santificación personal –“Tal pastor, tal pueblo”. “El espíritu interior”-. La santificación de los pueblos de esta región está, pues, en mis manos: será salvada si yo llego a ser un santo.”
«Adorar la Hostia santa debería ser el centro de la vida de todo hombre».
«Cuanto más se ama, mejor se reza».
«Cada cristiano tiene que ser apóstol: no es un consejo, sino un mandamiento, el mandamiento de la caridad».
«Haré el bien en la medida en la que sea santo».
«Cuando se sale diciendo que se va a hacer algo, no se debe regresar sin haberlo hecho».
«Cuanto más abrazamos la Cruz, más estrechamos a Jesús que está clavado en ella».
«Pregúntate en cada cosa: "¿Qué habría hecho el Señor?", y hazlo. Es tu única regla, la regla absoluta».
«Adorar la Hostia santa debería ser el centro de la vida de todo hombre».
«Cuanto más se ama, mejor se reza».
«Cada cristiano tiene que ser apóstol: no es un consejo, sino un mandamiento, el mandamiento de la caridad».
«Haré el bien en la medida en la que sea santo».
«Cuando se sale diciendo que se va a hacer algo, no se debe regresar sin haberlo hecho».
«Cuanto más abrazamos la Cruz, más estrechamos a Jesús que está clavado en ella».
«Pregúntate en cada cosa: "¿Qué habría hecho el Señor?", y hazlo. Es tu única regla, la regla absoluta».
sábado, 5 de julio de 2008
Saber esperar
Del Beato Rafael
Ansias de vida eterna… Ansias de volar a la verdadera vida. Ansias del alma que, sujeta al cuerpo, gime por ver a Dios.
Grande es el sufrimiento de vivir, cuando en la vida queda la ilusión de morir… La ilusión de la muerte… la esperanza de acabar, para empezar… Duro es vivir, pero todo se suaviza con la esperanza de que todo acaba.
Ansias de vida eterna revolotean por el coro de la Iglesia, cuando aun las tinieblas de la noche envuelven al monasterio.
En el reloj suenan las cuatro y media… El frío penetra muy hondo, muy hondo; el cuerpo ligeramente alguna vez se estremece; no importa…, llegara el mediodía, y con él, el sol, y habrá calor y luz, y la alegría de su resplandor, se comunicará a ese cuerpo de hombre, que ahora tirita en el coro de la Iglesia.
El alma también tiene frío… Allá en uno de sus rincones llamea una lucecita…, una centellica muy débil de amor a Dios. El alma la ve y se esfuerza e animar esa llama que tan débil brilla en la oscuridad de todo. Ansias de amar a Dios, padece el alma…, ansias de estar con Cristo…
Es inútil volar con cadenas, y cadena fría es la vida para el alma.
Ansias de morir, deseos de libertad y de amor de Dios. En la tierra hace frío… Es el frío de la vida mortal… Es el frío del peregrino sin casa ni hogar, en una “tierra desierta en intransitable”
Suspira el alma por verse pronto libre de la carne que la aprisiona y atormenta…, todo es lucha, en el silencio de la Iglesia… El espíritu que quiere volar y la carne que se arrastra. El alma que llora de no ver aún a Dios, y unos ojos que se cierran por el sueño y la vigilia.
Señor, Señor… murmuran los labios…, como el “ciervo desea las fuentes”, como el cervatillo sediento olfatea el aire buscando con qué mitigar su sed, así mi alma suspira de sed de vida… Vida eterna, vida que es espacio y luz, vida en la cual esa centellica que tengo dentro se dilatará, se inflamará y a la vista de tu rostro, dará más luz que el sol…
Señor, Señor, como el ciervo desea las fuentes, así está mi alma .
Fuera del monasterio lucha el sol con lo último que queda de la noche… Todo llega y todo pasa. Pasarán los fríos y las nieves, pasarán los días y los años. Pasará esta noche y llegará el día… Todo consiste en saber esperar, y al final, allá, cuando se acabe la vida, nuestra alma apagará su sed en la única fuente que es Dios.
Grande es la misericordia divina, cuando pone a un alma en este estado, en el cual, todo contribuye a elevar el corazón por encima de todo lo criado y todo lo terreno. Cuando el alma pena de no ver a Dios, ¿qué le puede interesar el mundo? Cuando el espíritu se abisma en la consideración de la eternidad, ¿con qué interés puede mirar el pequeño y limitado tiempo de su vida? Cuando el corazón suspira por la patria del cielo y su unión con el eterno, ¿con qué indiferencia no mirará este valle de lágrimas que es destierro por poco tiempo?
Grande es el sufrimiento de vivir, cuando en la vida queda la ilusión de morir… La ilusión de la muerte… la esperanza de acabar, para empezar… Duro es vivir, pero todo se suaviza con la esperanza de que todo acaba.
Ansias de vida eterna revolotean por el coro de la Iglesia, cuando aun las tinieblas de la noche envuelven al monasterio.
En el reloj suenan las cuatro y media… El frío penetra muy hondo, muy hondo; el cuerpo ligeramente alguna vez se estremece; no importa…, llegara el mediodía, y con él, el sol, y habrá calor y luz, y la alegría de su resplandor, se comunicará a ese cuerpo de hombre, que ahora tirita en el coro de la Iglesia.
El alma también tiene frío… Allá en uno de sus rincones llamea una lucecita…, una centellica muy débil de amor a Dios. El alma la ve y se esfuerza e animar esa llama que tan débil brilla en la oscuridad de todo. Ansias de amar a Dios, padece el alma…, ansias de estar con Cristo…
Es inútil volar con cadenas, y cadena fría es la vida para el alma.
Ansias de morir, deseos de libertad y de amor de Dios. En la tierra hace frío… Es el frío de la vida mortal… Es el frío del peregrino sin casa ni hogar, en una “tierra desierta en intransitable”
Suspira el alma por verse pronto libre de la carne que la aprisiona y atormenta…, todo es lucha, en el silencio de la Iglesia… El espíritu que quiere volar y la carne que se arrastra. El alma que llora de no ver aún a Dios, y unos ojos que se cierran por el sueño y la vigilia.
Señor, Señor… murmuran los labios…, como el “ciervo desea las fuentes”, como el cervatillo sediento olfatea el aire buscando con qué mitigar su sed, así mi alma suspira de sed de vida… Vida eterna, vida que es espacio y luz, vida en la cual esa centellica que tengo dentro se dilatará, se inflamará y a la vista de tu rostro, dará más luz que el sol…
Señor, Señor, como el ciervo desea las fuentes, así está mi alma .
Fuera del monasterio lucha el sol con lo último que queda de la noche… Todo llega y todo pasa. Pasarán los fríos y las nieves, pasarán los días y los años. Pasará esta noche y llegará el día… Todo consiste en saber esperar, y al final, allá, cuando se acabe la vida, nuestra alma apagará su sed en la única fuente que es Dios.
Grande es la misericordia divina, cuando pone a un alma en este estado, en el cual, todo contribuye a elevar el corazón por encima de todo lo criado y todo lo terreno. Cuando el alma pena de no ver a Dios, ¿qué le puede interesar el mundo? Cuando el espíritu se abisma en la consideración de la eternidad, ¿con qué interés puede mirar el pequeño y limitado tiempo de su vida? Cuando el corazón suspira por la patria del cielo y su unión con el eterno, ¿con qué indiferencia no mirará este valle de lágrimas que es destierro por poco tiempo?
viernes, 4 de julio de 2008
Te basta mi gracia
“Tengo una espina clavada en la carne, una herida que me duele…” Con estas palabras San Pablo descubre el sufrimiento de no poder vivir lo que quisiera, de no poder estar a la altura de la sublime vocación a la santidad… “hago el mal que no quiero y no hago el bien que quiero…” dirá en otro momento.
Una herida, una espina que duele y hace sufrir. Herida que permanece junto a él. Y en medio de los dolores de esa herida, San Pablo hace lo mismo que cualquier hombre que sufre: le pide a Dios que le saque ese sufrimiento, ese dolor. Pero Dios no quita las espinas sino que sana las heridas.
Por eso ante el reiterado pedido de Pablo, “sacame esta espina”, el Señor respondió: "te basta mi gracia", “te alcanza con mi Amor”… y si lo pensamos bien, ¿qué más necesitamos además el AMOR SIN LIMITES?
como Santa Teresa que decía “quien a Dios tiene, nada le falta. ¡Sólo Dios basta!”
Que el ejemplo de Pablo nos enseñe a mirar en profundidad nuestras espinas y descubrir que nos basta con la gracia de Dios. Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?...
Cuando estamos caídos por el dolor, por las heridas, por el pecado, saber mirar hacia arriba y dejar que la mano de Dios nos levante de nuestras caídas. Nunca nos falta esa mano que viene de Dios...
Una herida, una espina que duele y hace sufrir. Herida que permanece junto a él. Y en medio de los dolores de esa herida, San Pablo hace lo mismo que cualquier hombre que sufre: le pide a Dios que le saque ese sufrimiento, ese dolor. Pero Dios no quita las espinas sino que sana las heridas.
Por eso ante el reiterado pedido de Pablo, “sacame esta espina”, el Señor respondió: "te basta mi gracia", “te alcanza con mi Amor”… y si lo pensamos bien, ¿qué más necesitamos además el AMOR SIN LIMITES?
como Santa Teresa que decía “quien a Dios tiene, nada le falta. ¡Sólo Dios basta!”
Que el ejemplo de Pablo nos enseñe a mirar en profundidad nuestras espinas y descubrir que nos basta con la gracia de Dios. Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?...
Cuando estamos caídos por el dolor, por las heridas, por el pecado, saber mirar hacia arriba y dejar que la mano de Dios nos levante de nuestras caídas. Nunca nos falta esa mano que viene de Dios...
Nada te turbe;
nada te espante;
todo se pasa;
Dios no se muda,
la paciencia
todo lo alcanza.
Quien a Dios tiene,
nada le falta.
Solo Dios basta.
jueves, 3 de julio de 2008
Santo Tomás Apostol - Señor mío y Dios mío...
La fe era para Tomás un riesgo que le costaba asumir... Para él como para muchos sólo es creíble lo que se constata, de una u otra manera. Queremos certezas, "tener garantías", en medio de tantas dificultades y pruebas que se nos presentan.
Tomás no podía superar la "crisis del Viernes Santo"... y como era un hombre de frases dijo: "si no lo veo, no lo creo", y se lo dijo a los Apóstoles que llenos de gozo le contaron LA noticia. CRISTO HABIA RESUCITADO. Pero Tomás no creyó... o quizás no quiso creer. Es posible que haya sentido celos, quizás se sintió desplazado, dejado de lado... y entonces era preferible pensar que todo era una gran mentira a asumir que de verdad el Señor había resucitado y había decidido mostrarse a todos, menos a él. Prefiró no creer a creerse olvidado.
Pero para él había preparado algo grande. Y por eso ahi culmina el Evangelio de Juan: es la confesión de fe del discípulo. Ese Señor mío y Dios mío que dijo Tomás es la confesión más clara de la divinidad de Cristo que haya hecho cualquier apostol y esa fue misión de Tomás: descubrir que más allá de todo dolor, de toda angustia, de toda crisis, permanece la firme certeza de que al final todo termina bien...
Tomás ya nunca más fue incrédulo, sino que fue para siempre un "hombre de fe", porque en el momento del encuentro con el Resucitado quizás experimentó de qué se trata la verdadera humildad. Cristo glorioso y humilde, accede a ser tocado por Tomás (y sólo por Tomas, ya que en otras ocasiones dice explícitamente que no puede ser tocado), y en esa humildad descubre su vocación de apostol: creer sin ver, sembrar sin querer cosechar, amar sin esperar nada a cambio...
Sólo el encuentro con el Resucitado pudo darle la fe viva que sostuvo todo lo que había de venir en su vida. Que Cristo Resucitado nos regale, como a Tomás, experimentar su presencia en nuestra vida y que esa presencia nos impulse a decir siempre, pese a todo, sea como fuere: "SEÑOR MÍO Y DIOS MÍO..."
Tomás no podía superar la "crisis del Viernes Santo"... y como era un hombre de frases dijo: "si no lo veo, no lo creo", y se lo dijo a los Apóstoles que llenos de gozo le contaron LA noticia. CRISTO HABIA RESUCITADO. Pero Tomás no creyó... o quizás no quiso creer. Es posible que haya sentido celos, quizás se sintió desplazado, dejado de lado... y entonces era preferible pensar que todo era una gran mentira a asumir que de verdad el Señor había resucitado y había decidido mostrarse a todos, menos a él. Prefiró no creer a creerse olvidado.
Pero para él había preparado algo grande. Y por eso ahi culmina el Evangelio de Juan: es la confesión de fe del discípulo. Ese Señor mío y Dios mío que dijo Tomás es la confesión más clara de la divinidad de Cristo que haya hecho cualquier apostol y esa fue misión de Tomás: descubrir que más allá de todo dolor, de toda angustia, de toda crisis, permanece la firme certeza de que al final todo termina bien...
Tomás ya nunca más fue incrédulo, sino que fue para siempre un "hombre de fe", porque en el momento del encuentro con el Resucitado quizás experimentó de qué se trata la verdadera humildad. Cristo glorioso y humilde, accede a ser tocado por Tomás (y sólo por Tomas, ya que en otras ocasiones dice explícitamente que no puede ser tocado), y en esa humildad descubre su vocación de apostol: creer sin ver, sembrar sin querer cosechar, amar sin esperar nada a cambio...
Sólo el encuentro con el Resucitado pudo darle la fe viva que sostuvo todo lo que había de venir en su vida. Que Cristo Resucitado nos regale, como a Tomás, experimentar su presencia en nuestra vida y que esa presencia nos impulse a decir siempre, pese a todo, sea como fuere: "SEÑOR MÍO Y DIOS MÍO..."
martes, 24 de junio de 2008
"Hasta los confines de la tierra..."
HOMILIA DEL PAPA PABLO VI EN MANILA - 29 de noviembre de 1970
¡PREDICAR A CRISTO HASTA LOS CONFINES DE LA TIERRA!
¡Ay de mi si no anuncio el Evangelio!. Para esto me ha enviado el mismo Cristo. Yo soy Apóstol y Testigo. Cuanto más lejana está la meta, cuanto más difícil es el mandato, con tanta mayor vehemencia nos apremia el amor. Debo predicar su nombre: Jesucristo es el Mesías, el Hijo de Dios Vivo;
Él es quien nos ha revelado al Dios Invisible, Él es el primogénito de toda criatura, y todo se mantiene en Él. Él es también el Maestro y Redentor de los hombres; Él nació, murió y resucitó por nosotros.
Él es el centro de la historia y del Universo; Él nos conoce y nos ama, compañero y amigo de nuestra vida, hombre de dolor y de esperanza; Él, ciertamente, vendrá de nuevo y será finalmente nuestro Juez y también, como esperamos, nuestra plenitud de vida y nuestra felicidad.
Yo nunca me cansaría de hablar de Él; Él es la Luz, la Verdad, más aún, el Camino, y la Verdad y la Vida; Él el Pan y la fuente de agua viva que satisface nuestra hambre y nuestra sed, nuestro consuelo, nuestro hermano. Él, como nosotros y más que nosotros, fue pequeño, pobre, humillado, sujeto al trabajo, oprimido, paciente. Por nosotros habló, obró milagros, instituyó el Nuevo Reino en el que los pobres son bienaventurados, en el que la paz es el principio de la convivencia, en el que los limpios de corazón y los que lloran son ensalzados y consolados, en el que los que tienen hambre de justicia son saciados, en el que los pecadores pueden alcanzar el perdón, en el que todos son hermanos.
Este es Jesucristo, de quien ya han oído hablar, al cual muchos de ustedes ya pertenecen, por vuestra condición de cristianos. A ustedes, cristianos, les repito su nombre, a todos se lo anuncio: Cristo Jesús es el Principio y el Fin, el Alfa y la Omega, el Rey del mundo, la arcana y suprema Razón de la historia humana y de nuestro destino; Él es el mediador, a manera de puente, entre la tierra y el cielo; Él es el hijo del hombre por antonomasia, porque es el Hijo de Dios, eterno, infinito, y el Hijo de María, bendita entre todas las mujeres, su madre según la carne; nuestra madre por la comunión con el Espíritu del Cuerpo Místico.
¡JESUCRISTO! Recuerdenlo siempre: Él es el objeto perenne de nuestra predicación; nuestro anhelo es que su nombre resuene hasta los confines de la tierra y por los siglos de los siglos.
Él es quien nos ha revelado al Dios Invisible, Él es el primogénito de toda criatura, y todo se mantiene en Él. Él es también el Maestro y Redentor de los hombres; Él nació, murió y resucitó por nosotros.
Él es el centro de la historia y del Universo; Él nos conoce y nos ama, compañero y amigo de nuestra vida, hombre de dolor y de esperanza; Él, ciertamente, vendrá de nuevo y será finalmente nuestro Juez y también, como esperamos, nuestra plenitud de vida y nuestra felicidad.
Yo nunca me cansaría de hablar de Él; Él es la Luz, la Verdad, más aún, el Camino, y la Verdad y la Vida; Él el Pan y la fuente de agua viva que satisface nuestra hambre y nuestra sed, nuestro consuelo, nuestro hermano. Él, como nosotros y más que nosotros, fue pequeño, pobre, humillado, sujeto al trabajo, oprimido, paciente. Por nosotros habló, obró milagros, instituyó el Nuevo Reino en el que los pobres son bienaventurados, en el que la paz es el principio de la convivencia, en el que los limpios de corazón y los que lloran son ensalzados y consolados, en el que los que tienen hambre de justicia son saciados, en el que los pecadores pueden alcanzar el perdón, en el que todos son hermanos.
Este es Jesucristo, de quien ya han oído hablar, al cual muchos de ustedes ya pertenecen, por vuestra condición de cristianos. A ustedes, cristianos, les repito su nombre, a todos se lo anuncio: Cristo Jesús es el Principio y el Fin, el Alfa y la Omega, el Rey del mundo, la arcana y suprema Razón de la historia humana y de nuestro destino; Él es el mediador, a manera de puente, entre la tierra y el cielo; Él es el hijo del hombre por antonomasia, porque es el Hijo de Dios, eterno, infinito, y el Hijo de María, bendita entre todas las mujeres, su madre según la carne; nuestra madre por la comunión con el Espíritu del Cuerpo Místico.
¡JESUCRISTO! Recuerdenlo siempre: Él es el objeto perenne de nuestra predicación; nuestro anhelo es que su nombre resuene hasta los confines de la tierra y por los siglos de los siglos.