De la carta del Beato Rafael, a los 19 años, contando cómo conoció la Trapa...
"Me dejásteis en el tren con el pariente de tía María a quien no hice ningún caso, pues cuando le dije que iba a la Trapa, se extrañó mucho y me dejó en paz.
Llegué a la estación con un calor sofocante; dejé las maletas al jefe de equipajes, y con mi abrigo, el maletín de viaje y con mucha ilusión, cogí, sin hablar con nadie, la carretera. Son tres kilómetros y creí que no llegaba nunca. ¡Vaya un sol! Unos metros antes de llegar a la puerta del convento, me detuve en un riachuelo que existe en un borde de la carretera, me refresqué, y una vez descansado llamé a la portería y salió un hermano muy cariñoso al que di la carta tuya para el Padre Armando". Me pasó a un cuartito que tenía en la portería, donde por lo visto el hermano Bartolomé -así se llama el portero- estaba cosiendo en una ventana, pues allí se veían agujas, carretes y todos los menesteres. Después me hizo subir a una salita que hay en la hospedería donde esperé al Padre Armando, el cual se portó conmigo como no merezco. Le dije lo que tú ya sabes; se ve que te quiere mucho, y al que manifesté mis deseos de permanecer unas horas en el monasterio.
Desde este momento es cuando yo comencé a ver y a sentir una íntima vergüenza de mí mismo, cuando al entrar a saludar al Señor en la iglesia, vi a los monjes cantar en el coro, y aquel altar con aquella Virgen, vi el respeto que tienen los monjes en la iglesia y, sobre todo, oí una salve que... querido tío Polín, sólo Dios sabe lo que sentí... Yo no sabía rezar.
(...)
Entonces me fui al campo; vi a los monjes con sus grandes sombreros, trabajando al sol. Si vieras qué pequeños parecen en esas llanuras tan grandes con tanto cielo; y, sin embargo, a los ojos de Dios, debe de ser otra cosa. Y no creas que yo al verlos y admirarlos sentía envidia, no, pues tú me has enseñado una cosa muy importante y que te la he oído decir muchas veces: que a Dios se va por muchos caminos y de muy distinto modo; unos volando, otros andando y otros, la mayor parte, a tropezones, y como así lo quiere Dios, pues así lo quiero yo.
Por fin tuve que dejar el monasterio y a pie cogí otra vez la carretera; no fui triste, pero sí con ánimo de volver, y de volver unos días.
Lo que yo gocé en la Trapa no te lo puedes figurar, pero si les conoces a ellos y me conoces a mí, puedes hacerte un poquito de cargo. De ese día me acordaré toda la vida y en los ratos que tengo de desfallecimiento, me acuerdo de mis hermanos, de su monasterio y de sus costumbres, y me animo mucho."
Llegué a la estación con un calor sofocante; dejé las maletas al jefe de equipajes, y con mi abrigo, el maletín de viaje y con mucha ilusión, cogí, sin hablar con nadie, la carretera. Son tres kilómetros y creí que no llegaba nunca. ¡Vaya un sol! Unos metros antes de llegar a la puerta del convento, me detuve en un riachuelo que existe en un borde de la carretera, me refresqué, y una vez descansado llamé a la portería y salió un hermano muy cariñoso al que di la carta tuya para el Padre Armando". Me pasó a un cuartito que tenía en la portería, donde por lo visto el hermano Bartolomé -así se llama el portero- estaba cosiendo en una ventana, pues allí se veían agujas, carretes y todos los menesteres. Después me hizo subir a una salita que hay en la hospedería donde esperé al Padre Armando, el cual se portó conmigo como no merezco. Le dije lo que tú ya sabes; se ve que te quiere mucho, y al que manifesté mis deseos de permanecer unas horas en el monasterio.
Desde este momento es cuando yo comencé a ver y a sentir una íntima vergüenza de mí mismo, cuando al entrar a saludar al Señor en la iglesia, vi a los monjes cantar en el coro, y aquel altar con aquella Virgen, vi el respeto que tienen los monjes en la iglesia y, sobre todo, oí una salve que... querido tío Polín, sólo Dios sabe lo que sentí... Yo no sabía rezar.
(...)
Entonces me fui al campo; vi a los monjes con sus grandes sombreros, trabajando al sol. Si vieras qué pequeños parecen en esas llanuras tan grandes con tanto cielo; y, sin embargo, a los ojos de Dios, debe de ser otra cosa. Y no creas que yo al verlos y admirarlos sentía envidia, no, pues tú me has enseñado una cosa muy importante y que te la he oído decir muchas veces: que a Dios se va por muchos caminos y de muy distinto modo; unos volando, otros andando y otros, la mayor parte, a tropezones, y como así lo quiere Dios, pues así lo quiero yo.
Por fin tuve que dejar el monasterio y a pie cogí otra vez la carretera; no fui triste, pero sí con ánimo de volver, y de volver unos días.
Lo que yo gocé en la Trapa no te lo puedes figurar, pero si les conoces a ellos y me conoces a mí, puedes hacerte un poquito de cargo. De ese día me acordaré toda la vida y en los ratos que tengo de desfallecimiento, me acuerdo de mis hermanos, de su monasterio y de sus costumbres, y me animo mucho."
No hay comentarios:
Publicar un comentario