Otro testimonio del retiro
El hecho que el retiro haya sido enteramente dedicado a la Adoración Eucarística fue lo que lo hizo especial. Fue delante del Santísimo que deposite todas mis preocupaciones, mis miedos, mis alegrías, la totalidad de mi ser. Y habiendo hecho esto, me quedé horas acompañando a Jesús expuesto, charlando, pensando, o tan solo mirándolo, admirándolo, adorándolo.
El Santo que me tocó como interceseror me dio un ejemplo de humildad que decidí entablar haciendo una promesa con Dios durante esos dos días, de pasar desapercibido, ser el último, no competir fijándome en que hacen los demás, sino más bien empezar a cultivar una relación entre Jesús y yo que quedaría entre Jesús y yo. Lo que pasa en la adoración era algo íntimo entre Dios y yo entendí que Dios existe, me lo mostró haciéndose presente a través de experiencias físicas también.
Y fue ante Dios en el altar que entendí que me ama sin condiciones, si bien no entiendo el porqué. Entendí también que ante El, mi alma esta en silencio, en admiración, en paz. Me miraba desde el altar con cariño y paciencia, la suave mirada de un Padre. Y estando ahí, no quise hacer nada más que acompañarlo, estar juntos un rato, mirarnos, escucharnos.
Hubieron momentos que no sentí nada, momentos en que me envolvía en su ser y era feliz, momentos que estuve cansado, momentos que solamente lo miraba, momentos de oración, de leer su palabra, de sentirlo presente. Pero siempre juntos, El y yo, en ese lugar.
El Santo que me tocó como interceseror me dio un ejemplo de humildad que decidí entablar haciendo una promesa con Dios durante esos dos días, de pasar desapercibido, ser el último, no competir fijándome en que hacen los demás, sino más bien empezar a cultivar una relación entre Jesús y yo que quedaría entre Jesús y yo. Lo que pasa en la adoración era algo íntimo entre Dios y yo entendí que Dios existe, me lo mostró haciéndose presente a través de experiencias físicas también.
Y fue ante Dios en el altar que entendí que me ama sin condiciones, si bien no entiendo el porqué. Entendí también que ante El, mi alma esta en silencio, en admiración, en paz. Me miraba desde el altar con cariño y paciencia, la suave mirada de un Padre. Y estando ahí, no quise hacer nada más que acompañarlo, estar juntos un rato, mirarnos, escucharnos.
Hubieron momentos que no sentí nada, momentos en que me envolvía en su ser y era feliz, momentos que estuve cansado, momentos que solamente lo miraba, momentos de oración, de leer su palabra, de sentirlo presente. Pero siempre juntos, El y yo, en ese lugar.
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