23 de febrero de 1938.
¡Señor Jesús! Tú que eres el único que en este destierro entre los hombres me consuelas; el único en quien descansa mi alma; el único que me enseña y guía, sé, Señor, también, el sostén y el apoyo en mis flaquezas y tentaciones.
¿Qué vine yo aquí a buscar? ¿Acaso a los hombres? No, Dios mío..., no... sólo a Ti y a tu Cruz deseo... Pero (siempre el "pero"), yo también soy hombre, sujeto a mudanzas y con un corazón vano y caprichoso... Yo, Señor, vine buscándote a Ti... mas he de vivir entre criaturas, ¡qué gran cruz es ésa!... queriéndote a Ti y suspirando por Ti..., he de vivir aún entre hombres. He de ver a cada paso en la tierra, o una miseria o una flaqueza o un dolor... ¡Qué duro se hace, Señor, vivir en la tierra!
Hubo un tiempo en que busqué al hombre..., busqué su consuelo..., busqué a Dios en la criatura... Vana ilusión... Cuánto me ha hecho sufrir.
Ya no espero nada de los hombres... ¿Qué me pueden dar?... Sólo Tú, Señor, eres mi única esperanza.
¿Dónde están los que te aman, Dios mío? Vine engañado al monasterio. La realidad me ha abierto los ojos... En mis luchas, Señor, me sostuviste... (aún no he dejado de luchar)... En la desilusión de mi vida, pude tirar por otro camino, el mundo, mas la misericordia de Dios me sostuvo y me sostiene... ¡¡Y qué obra de Jesús tan maravillosa!! Mi alma se ensancha y goza al ver perdida la ilusión, y se extasía al ver que sólo Dios puede llenar mi vida.
Solo en la Trapa, desprendiendo mi corazón poco a poco de todo, voy viviendo mi soledad con Dios. ¡Qué felicidad!... pero cuántas lágrimas cuesta. Qué dura se hace a veces la tentación.
El otro día vi y entendí algo que me llenó el alma de turbación... ¿Cómo es posible, Dios mío? Soy hombre y sufrí... ¿cómo no?... No sabia qué hacer si llorar o tirarme a las paredes... No podía estudiar, ni rezar, ni pensar en otra cosa... Dios mío, Dios mío ¿dónde están los que te aman?... ¿Cómo es posible vivir entre los hombres?... Señor, ten compasión de mi, yo soy el más miserable... No sé..., es algo que para entenderlo, hay que pasar por ello.
En mis pasos excitado por el noviciado, sin ya saber qué hacer..., me asomé a una ventana, en contra de mi costumbre y de mi reglamento que me lo prohíbe.
Empezaba a salir el sol. Una paz muy grande reinaba en la naturaleza... Todo empezaba a despertar..., la tierra, el cielo, los pájaros... Todo poco a poco, despertaba dulcemente al mandato de Dios... Todo obedecía a sus divinas leyes, sin quejas, y sin sobresaltos, mansamente, dulcemente, tanto la luz como las tinieblas, tanto el cielo azul como la tierra dura cubierta del rocío del amanecer... Qué bueno es Dios, pensé... En todo hay paz menos en el corazón humano.
Y suavemente, dulcemente, también Dios me enseñó por medio de esta dulce y tranquila madrugada, a obedecer...
Una paz muy grande llenó mi alma... Pensé que sólo Dios es bueno; que todo por Él está ordenado... Que qué me importa lo que hagan y digan los hombres... Para mí no debe haber en el mundo más que una cosa... Dios..., Dios que lo va ordenando todo para mi bien...
Dios, que hace salir cada mañana el sol, que deshace la escarcha, que hace cantar a los pájaros y va cambiando en mil suaves colores, las nubes del cielo...
Dios que me ofrece un rincón en la tierra para orar: que me da un rincón donde poder esperar lo que espero.. Dios tan bueno conmigo, que en el silencio me habla al corazón y me va enseñando poco a poco, quizás con lágrimas siempre con cruz, a desprenderlo de las criaturas, a no buscar la perfección más que en Él… a mostrarme a María y decirme: He aquí la única criatura perfecta... En Ella encontrarás el amor y la caridad que no encuentras en los hombres.
¿De qué te quejas, hermano Rafael?
Ámame a Mi, sufre conmigo, soy Jesús.
¡Ah!, Virgen María..., he aquí la gran misericordia de Dios... He aquí cómo Dios va obrando en mi alma, a veces en la desolación, a veces en el consuelo, pero siempre para enseñarme que sólo en Él tengo que poner mi corazón, que sólo en Él he de vivir, que sólo a Él he de amar, de querer, esperar..., en pura fe, sin consuelo ni ayuda de humana criatura.
Qué felicidad, Madre mía... Cuánto le tengo que agradecer a Dios... ¡Qué bueno es Jesús!
Cuando dejé de mirar el cielo desde la ventana del noviciado..., pensé: el Señor saca bienes de los males. Si alguien me hubiera visto, habría pensado..., un novicio que pierde el tiempo.
¿Acaso es perder el tiempo adorar entrañablemente a Dios?... Pasó la tentación, la turbación, y con ella, dejé de pensar en lo que había oído, y haciendo un acto de unión con la voluntad divina, cosa que hago siempre que me acuerdo, bajé a la iglesia a oír la santa Misa, y desde allí, a los pies del Sagrario, elevé mi corazón a Dios y a la Santísima Madre María, y se lo ofrecí, para que Él lo siguiera limpiando, y haciendo con él lo que quisiera.
¡Qué grande es la misericordia de Dios! Qué bien comprendo aquellas palabras (no recuerdo de dónde) que dicen: "Le llevó a la soledad, y allí le habló al corazón"
Sólo Tú, Dios mío, sólo Tú.
Cuanto más me he acercado a las criaturas, más me he visto lejos de ellas, y cuanto más lejos estoy del hombre, más cercano estoy a Dios.
¿Qué vine yo aquí a buscar? ¿Acaso a los hombres? No, Dios mío..., no... sólo a Ti y a tu Cruz deseo... Pero (siempre el "pero"), yo también soy hombre, sujeto a mudanzas y con un corazón vano y caprichoso... Yo, Señor, vine buscándote a Ti... mas he de vivir entre criaturas, ¡qué gran cruz es ésa!... queriéndote a Ti y suspirando por Ti..., he de vivir aún entre hombres. He de ver a cada paso en la tierra, o una miseria o una flaqueza o un dolor... ¡Qué duro se hace, Señor, vivir en la tierra!
Hubo un tiempo en que busqué al hombre..., busqué su consuelo..., busqué a Dios en la criatura... Vana ilusión... Cuánto me ha hecho sufrir.
Ya no espero nada de los hombres... ¿Qué me pueden dar?... Sólo Tú, Señor, eres mi única esperanza.
¿Dónde están los que te aman, Dios mío? Vine engañado al monasterio. La realidad me ha abierto los ojos... En mis luchas, Señor, me sostuviste... (aún no he dejado de luchar)... En la desilusión de mi vida, pude tirar por otro camino, el mundo, mas la misericordia de Dios me sostuvo y me sostiene... ¡¡Y qué obra de Jesús tan maravillosa!! Mi alma se ensancha y goza al ver perdida la ilusión, y se extasía al ver que sólo Dios puede llenar mi vida.
Solo en la Trapa, desprendiendo mi corazón poco a poco de todo, voy viviendo mi soledad con Dios. ¡Qué felicidad!... pero cuántas lágrimas cuesta. Qué dura se hace a veces la tentación.
El otro día vi y entendí algo que me llenó el alma de turbación... ¿Cómo es posible, Dios mío? Soy hombre y sufrí... ¿cómo no?... No sabia qué hacer si llorar o tirarme a las paredes... No podía estudiar, ni rezar, ni pensar en otra cosa... Dios mío, Dios mío ¿dónde están los que te aman?... ¿Cómo es posible vivir entre los hombres?... Señor, ten compasión de mi, yo soy el más miserable... No sé..., es algo que para entenderlo, hay que pasar por ello.
En mis pasos excitado por el noviciado, sin ya saber qué hacer..., me asomé a una ventana, en contra de mi costumbre y de mi reglamento que me lo prohíbe.
Empezaba a salir el sol. Una paz muy grande reinaba en la naturaleza... Todo empezaba a despertar..., la tierra, el cielo, los pájaros... Todo poco a poco, despertaba dulcemente al mandato de Dios... Todo obedecía a sus divinas leyes, sin quejas, y sin sobresaltos, mansamente, dulcemente, tanto la luz como las tinieblas, tanto el cielo azul como la tierra dura cubierta del rocío del amanecer... Qué bueno es Dios, pensé... En todo hay paz menos en el corazón humano.
Y suavemente, dulcemente, también Dios me enseñó por medio de esta dulce y tranquila madrugada, a obedecer...
Una paz muy grande llenó mi alma... Pensé que sólo Dios es bueno; que todo por Él está ordenado... Que qué me importa lo que hagan y digan los hombres... Para mí no debe haber en el mundo más que una cosa... Dios..., Dios que lo va ordenando todo para mi bien...
Dios, que hace salir cada mañana el sol, que deshace la escarcha, que hace cantar a los pájaros y va cambiando en mil suaves colores, las nubes del cielo...
Dios que me ofrece un rincón en la tierra para orar: que me da un rincón donde poder esperar lo que espero.. Dios tan bueno conmigo, que en el silencio me habla al corazón y me va enseñando poco a poco, quizás con lágrimas siempre con cruz, a desprenderlo de las criaturas, a no buscar la perfección más que en Él… a mostrarme a María y decirme: He aquí la única criatura perfecta... En Ella encontrarás el amor y la caridad que no encuentras en los hombres.
¿De qué te quejas, hermano Rafael?
Ámame a Mi, sufre conmigo, soy Jesús.
¡Ah!, Virgen María..., he aquí la gran misericordia de Dios... He aquí cómo Dios va obrando en mi alma, a veces en la desolación, a veces en el consuelo, pero siempre para enseñarme que sólo en Él tengo que poner mi corazón, que sólo en Él he de vivir, que sólo a Él he de amar, de querer, esperar..., en pura fe, sin consuelo ni ayuda de humana criatura.
Qué felicidad, Madre mía... Cuánto le tengo que agradecer a Dios... ¡Qué bueno es Jesús!
Cuando dejé de mirar el cielo desde la ventana del noviciado..., pensé: el Señor saca bienes de los males. Si alguien me hubiera visto, habría pensado..., un novicio que pierde el tiempo.
¿Acaso es perder el tiempo adorar entrañablemente a Dios?... Pasó la tentación, la turbación, y con ella, dejé de pensar en lo que había oído, y haciendo un acto de unión con la voluntad divina, cosa que hago siempre que me acuerdo, bajé a la iglesia a oír la santa Misa, y desde allí, a los pies del Sagrario, elevé mi corazón a Dios y a la Santísima Madre María, y se lo ofrecí, para que Él lo siguiera limpiando, y haciendo con él lo que quisiera.
¡Qué grande es la misericordia de Dios! Qué bien comprendo aquellas palabras (no recuerdo de dónde) que dicen: "Le llevó a la soledad, y allí le habló al corazón"
Sólo Tú, Dios mío, sólo Tú.
Cuanto más me he acercado a las criaturas, más me he visto lejos de ellas, y cuanto más lejos estoy del hombre, más cercano estoy a Dios.