Si tuviera que elegir de entre todos los consejos posibles un solo consejo para darle a una persona, si tuviera ocasión de decirle una sola cosa a alguien, o acaso una última recomendación o mensaje final, sin dudarlo, le diría simplemente esto: “andá a la Eucaristía”.
En la Eucaristía está todo. Porque es el TODO hecho Presencia. Si supiéramos de verdad Quién vive en el Sagrario y lo supiéramos con íntima y absoluta convicción, no dudaríamos en pasar el mayor tiempo posible en la capilla, junto al Sagrario.
Andá a la Eucaristía porque es el Señor. Es el mismo Señor que está a la derecha del Padre en la Gloria y que trae esa Gloria a nuestras capillas, a nuestras casas de oración. Ninguno de nosotros puede llegar al Cielo, pero el Cielo sí puede llegar a nosotros. Y eso es la Eucaristía, la puerta del Cielo en esta tierra, la puerta de la Gloria; la puerta del amor del Padre; la puerta del Espíritu Santo. Todo eso es la Eucaristía. Porque la Eucaristía es Cristo
Hay tanta gloria, tanta luz, tanto poder en la Eucaristía que nuestra conciencia no lo puede ver. Es como cuando recién nos despertamos y encendemos de golpe una fuerte luz o abrimos las ventanas: tanta luz nos enceguece y no vemos nada, incluso menos que en la oscuridad a la que ya estábamos acostumbrados. Lo mismo sucede con el alma que empieza a adorar la Eucaristía. No puede ver al instante tanta gloria que tiene frente a sí, y su corazón no se derrite de gozo, y su mente se distrae, y su cuerpo se incomoda… Es porque no puede ver de golpe tanta luz, el que vive en la oscuridad de esta vida, donde las cosas mas importantes no se ven. Pero de a poco, si somos fieles al “deseo de Eucaristía” que Dios pone en nuestras almas, vamos viendo con más claridad, y nos vamos dando cuenta de verdad lo que creíamos y deseábamos, y de repente un día surge como un grito interior: “¡Es verdad! ¡Es el Señor! ¡Ha resucitado!” Y entonces va creciendo el deseo de estar con Él en el Sagrario, va creciendo el gozo interior (que no siempre es a nivel del sentimiento aunque muchas veces sí), y hasta el cuerpo se serena y muchas veces nos lleva él solo hasta la capilla aunque sea unos instantes nomás.
Si tuviera que darte un consejo, uno solo, sin dudarlo te diría: andá a la Eucaristía. Porque como es Cristo, el Señor, y está vivo de verdad, y te ama con un amor que ni podemos imaginar, Él mismo se encarga de hacerte saber todo lo que necesitas, Él mismo se encarga allí de quitarte las cosas que te sobrecargan, de limpiar lo que no te deja estar en paz, de sembrarte sueños y deseos, de volver llamarte a la vida.
Quien va a la Eucaristía aprende de a poco a escuchar la voz del Señor que llama a la vida, y vida en abundancia. Si supiéramos todos los bienes que salen de la Eucaristía no dejaríamos de visitarla ni un solo día de nuestras vidas.
Por eso: te aconsejo que tengas la buena costumbre de visitar a Jesús en el Sagrario, todos los días. No importa que sea sólo un ratito, aunque sea muy poco tiempo, no importa; pero sí hacelo todos los días, y vas a ver como el mismo Señor se va encargando de llevarte cada día, de ir poniéndote el deseo de seguirlo y de estar a solas con Él…
Nunca me cansaría de hablar de la Eucaristía, porque es Jesús. Porque es fuente increíble e infinita de bienes y bendiciones. Porque ni te imaginás el bien que le hace tu adoración a tu alma, a tu familia, a tu novio/a, a tus amigos, y a todo el mundo. Cada vez que te arrodillas frente a Jesús Eucaristía viene del cielo una bendición divina para el mundo. Y cuanto más adoración, más bendición; y cuanto más adoradores, más bendición…
Por eso es que insisto y aún a riesgo de ser repetitivo quiero decírtelo una vez más:
Si tuviera que darte sólo un consejo, el más importante de todos, diría sin dudarlo: andá a la Eucaristía.
¿Qué esperás...?
En la Eucaristía está todo. Porque es el TODO hecho Presencia. Si supiéramos de verdad Quién vive en el Sagrario y lo supiéramos con íntima y absoluta convicción, no dudaríamos en pasar el mayor tiempo posible en la capilla, junto al Sagrario.
Andá a la Eucaristía porque es el Señor. Es el mismo Señor que está a la derecha del Padre en la Gloria y que trae esa Gloria a nuestras capillas, a nuestras casas de oración. Ninguno de nosotros puede llegar al Cielo, pero el Cielo sí puede llegar a nosotros. Y eso es la Eucaristía, la puerta del Cielo en esta tierra, la puerta de la Gloria; la puerta del amor del Padre; la puerta del Espíritu Santo. Todo eso es la Eucaristía. Porque la Eucaristía es Cristo
Hay tanta gloria, tanta luz, tanto poder en la Eucaristía que nuestra conciencia no lo puede ver. Es como cuando recién nos despertamos y encendemos de golpe una fuerte luz o abrimos las ventanas: tanta luz nos enceguece y no vemos nada, incluso menos que en la oscuridad a la que ya estábamos acostumbrados. Lo mismo sucede con el alma que empieza a adorar la Eucaristía. No puede ver al instante tanta gloria que tiene frente a sí, y su corazón no se derrite de gozo, y su mente se distrae, y su cuerpo se incomoda… Es porque no puede ver de golpe tanta luz, el que vive en la oscuridad de esta vida, donde las cosas mas importantes no se ven. Pero de a poco, si somos fieles al “deseo de Eucaristía” que Dios pone en nuestras almas, vamos viendo con más claridad, y nos vamos dando cuenta de verdad lo que creíamos y deseábamos, y de repente un día surge como un grito interior: “¡Es verdad! ¡Es el Señor! ¡Ha resucitado!” Y entonces va creciendo el deseo de estar con Él en el Sagrario, va creciendo el gozo interior (que no siempre es a nivel del sentimiento aunque muchas veces sí), y hasta el cuerpo se serena y muchas veces nos lleva él solo hasta la capilla aunque sea unos instantes nomás.
Si tuviera que darte un consejo, uno solo, sin dudarlo te diría: andá a la Eucaristía. Porque como es Cristo, el Señor, y está vivo de verdad, y te ama con un amor que ni podemos imaginar, Él mismo se encarga de hacerte saber todo lo que necesitas, Él mismo se encarga allí de quitarte las cosas que te sobrecargan, de limpiar lo que no te deja estar en paz, de sembrarte sueños y deseos, de volver llamarte a la vida.
Quien va a la Eucaristía aprende de a poco a escuchar la voz del Señor que llama a la vida, y vida en abundancia. Si supiéramos todos los bienes que salen de la Eucaristía no dejaríamos de visitarla ni un solo día de nuestras vidas.
Por eso: te aconsejo que tengas la buena costumbre de visitar a Jesús en el Sagrario, todos los días. No importa que sea sólo un ratito, aunque sea muy poco tiempo, no importa; pero sí hacelo todos los días, y vas a ver como el mismo Señor se va encargando de llevarte cada día, de ir poniéndote el deseo de seguirlo y de estar a solas con Él…
Nunca me cansaría de hablar de la Eucaristía, porque es Jesús. Porque es fuente increíble e infinita de bienes y bendiciones. Porque ni te imaginás el bien que le hace tu adoración a tu alma, a tu familia, a tu novio/a, a tus amigos, y a todo el mundo. Cada vez que te arrodillas frente a Jesús Eucaristía viene del cielo una bendición divina para el mundo. Y cuanto más adoración, más bendición; y cuanto más adoradores, más bendición…
Por eso es que insisto y aún a riesgo de ser repetitivo quiero decírtelo una vez más:
Si tuviera que darte sólo un consejo, el más importante de todos, diría sin dudarlo: andá a la Eucaristía.
¿Qué esperás...?
Padre, muchisimas gracias, muy hermoso y dan muchas ganas de quedarse con Jesus Eucaristía. Romi
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