Martes 27 de noviembre de 2007
Esta mañana, pasadas las ocho y media, el padre Gastón pasó a buscarme por Santa María... Vinimos unos días de silencio y oración a la Trapa...
Trescientos cincuenta kilómetros de ruta, en el viaje alternamos las charlas profundas y alegres, con los recuerdos de siempre, la clásica compartida de sueños y preocupaciones... Viaje de mate y dialogo compartido, de rosario de misterios dolorosos. Una buena hamburguesa “full” (doble carne y doble queso) en Azul, y el último tramo hasta la Trapa…
Llegamos al Monasterio cerca de la una del mediodía y lo primero que hicimos, ni bien bajamos del auto, fue entrar en la Iglesia. Entré a ese templo como se entra al misterio, invadido por muchas sensaciones que no podría definir pero que podría sintetizar con las palabras gozo y paz… Buscamos al hospedero, el hermano Omar, que nos recibió con su sonrisa de trapense simple y bueno, con cara de que estaba en la mitad de una siesta que nuestra llamada interrumpió, pero con una expresión como si nuestra llegada fuera la alegría más grande de su día. Nos ubicamos en la hospedería y así, lentamente, entramos a silencio.
Por la tarde, un silencio sobrecogedor, el ruido a pampa es lo único que se oye, una verdadera sinfonía de pájaros que cantan sonidos bien distintos, pero muy armónicos… Alguna puerta se cierra a lo lejos, pasos por el pasillo, todos ruidos que parecen querer rendirse ante el tremendo silencio que se respira. Dios mismo llama a silencio...
La Trapa es esconderse con Cristo en Dios, es esconderse no para escaparse o evadirse, sino para escuchar más de cerca “Esa Voz”, Voz que llama, seduce, y cautiva, que hace posible todo lo que somos; Voz que le da sentido a todas las otras voces escuchadas y a todas las palabras dichas. Esconderse para escuchar la Voz. Para eso está la Trapa...
Esta mañana, pasadas las ocho y media, el padre Gastón pasó a buscarme por Santa María... Vinimos unos días de silencio y oración a la Trapa...
Trescientos cincuenta kilómetros de ruta, en el viaje alternamos las charlas profundas y alegres, con los recuerdos de siempre, la clásica compartida de sueños y preocupaciones... Viaje de mate y dialogo compartido, de rosario de misterios dolorosos. Una buena hamburguesa “full” (doble carne y doble queso) en Azul, y el último tramo hasta la Trapa…
Llegamos al Monasterio cerca de la una del mediodía y lo primero que hicimos, ni bien bajamos del auto, fue entrar en la Iglesia. Entré a ese templo como se entra al misterio, invadido por muchas sensaciones que no podría definir pero que podría sintetizar con las palabras gozo y paz… Buscamos al hospedero, el hermano Omar, que nos recibió con su sonrisa de trapense simple y bueno, con cara de que estaba en la mitad de una siesta que nuestra llamada interrumpió, pero con una expresión como si nuestra llegada fuera la alegría más grande de su día. Nos ubicamos en la hospedería y así, lentamente, entramos a silencio.
Por la tarde, un silencio sobrecogedor, el ruido a pampa es lo único que se oye, una verdadera sinfonía de pájaros que cantan sonidos bien distintos, pero muy armónicos… Alguna puerta se cierra a lo lejos, pasos por el pasillo, todos ruidos que parecen querer rendirse ante el tremendo silencio que se respira. Dios mismo llama a silencio...
La Trapa es esconderse con Cristo en Dios, es esconderse no para escaparse o evadirse, sino para escuchar más de cerca “Esa Voz”, Voz que llama, seduce, y cautiva, que hace posible todo lo que somos; Voz que le da sentido a todas las otras voces escuchadas y a todas las palabras dichas. Esconderse para escuchar la Voz. Para eso está la Trapa...
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