domingo, 3 de marzo de 2013

"Llego una mujer a sacar agua" Un comentario de San Agustín

 
De los Tratados de San Agustín, obispo,
sobre el evangelio de san Juan
 
   Llegó una mujer. Esta mujer es figura de la Iglesia no justificada aún, pero en vías de justificación, ya que de esto trata el relato. Llegó ignorante de lo que allí le esperaba, encontró a Cristo, y éste le dirigió la palabra. Veamos qué palabras y por qué. Llegó una mujer samaritana a sacar agua. Los samaritanos no eran de raza judía, eran tenidos por extranjeros. Concuerda con el simbolismo del relato el hecho de que esta mujer, figura de la Iglesia, venga de un pueblo extranjero, ya que la Iglesia había de venir de entre los gentiles, de los que no eran de raza judía.
    Por tanto, oigámonos a nosotros en sus palabras, reconozcámonos a nosotros en ella, y en ella demos gracias a Dios por nosotros. Ella era figura, no realidad; pero ella misma comenzó por ser figura y terminó por ser realidad. Creyó, en efecto, en aquel que quería hacerla figura de nosotros. Llegó, pues, a sacar agua. Había venido simplemente a sacar agua, como acostumbraban hacer todos.
    Jesús le dijo: «Dame de beber.» Mientras tanto sus discípulos habían ido a la ciudad a comprar alguna cosa para comer. Díjole la samaritana: «¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?» Conviene saber que los judíos no alternan con los samaritanos.
    Veis cómo se trata de extranjeros: los judíos no usaban en modo alguno de sus vasijas. Y aquella mujer, que llevaba consigo una vasija para sacar agua, se admira de que un judío le pida de beber, cosa que no solían hacer los judíos. Pero el que le pide de beber, en realidad, de lo que tiene sed es de la fe de aquella mujer.
    Escucha quién es el que le pide de beber: Jesús le respondió: «Si conocieses el don de Dios y quién es el que te dice: "Dame de beber", seguro que se la pedirías tú a él y él te daría agua viva.» Pide de beber y promete una bebida. Se presenta como quien está necesitado, y tiene en abundancia para saciar a los demás. Si conocieses -dice- el don de Dios. El don de Dios es el Espíritu Santo. Pero de momento habla a aquella mujer de un modo encubierto, y va entrando paulatinamente en su corazón. Seguramente empieza ya a instruirla. ¿Qué exhortación, en efecto, más suave y benigna que ésta? Si conocieses el don de Dios y quién es el que te dice: «Dame de beber», seguro que se la pedirías tú a él y él te daría agua viva.
    ¿Qué agua había de darle, sino aquella de la que está escrito: En ti está la fuente viva? Pues no pueden ya tener más sed los que se nutren de lo sabroso de tu casa.
    Prometía el alimento y saciedad del Espíritu Santo, pero ella no lo entendía aún; y, por eso, ¿qué respondía? Exclamó entonces la mujer: «Señor, dame de ese agua, para que no sienta ya más sed ni tenga que venir aquí a sacar agua.» La necesidad la obligaba a fatigarse, pero su debilidad recusaba la fatiga. Ojalá hubiera podido escuchar aquellas palabras: Venid a mí todos los que andáis rendidos y agobiados, que yo os daré descanso. Porque todo esto se lo decía Jesús para que no tuviera ya que fatigarse, mas ella no lo entendía aún.
 


(Tratado 15, 10-12. 16-17: CCL 36, 154-156)



La Iglesia en Sede Vacante


No hay Papa.
Después de casi ocho años de la muerte del Papa Juan Pablo II, la Iglesia vuelve a experimentar la ocasional orfandad que ya ha atravesado tantas veces en su bimilenaria historia: No hay Papa.
 
Pero esta dolorosa eventualidad, es una oportunidad para recordar dos cosas: primero la absoluta primacía de la gracia en la vida de la Iglesia, que nos hace descansar serenos en la certeza de fe de que es Cristo el verdadero Pastor del rebaño. Lo otro que recordamos es la necesidad que tiene la Santa Iglesia del ministerio petrino, ejercido por el Sucesor del apóstol San Pedro, Vicario de Cristo, fundamento de la unidad y de la comunión en la fe.
No hay Papa. Pero, en la memoria bimilenaria de la Iglesia, vive la certeza de que pronto recibiremos de parte de Dios aquel que viene en Su Nombre a confirmarnos en la fe.
Por eso la Iglesia vibra en la esperanza cierta de que, aunque ahora no haya Papa, pronto, muy pronto... sí "habrá Papa".
 
Y le amaremos mucho , muchísimo, como amamos a Benedicto XVI, a Juan Pablo II, a Juan Pablo I a quien alcanzamos a amar profundamente en sus apenas treinta tres días de Pontificado, como amamos a Pablo VI, al entrañable Juan XXIII, al gran Pío XII, y podríamos seguir hasta el mismísimo apóstol Pedro, el primero de todos nuestros Papas.
La Iglesia ahora está sin Papa, pero espera al Papa que pronto Dios le enviará.
El demonio, que como dice el mismo Cristo, es "el mentiroso y padre de la mentira" (Jn 8, 44) odia a la Iglesia, y odia terriblemente al ministerio petrino, por eso busca hacer guarida en nuestros corazones a través de sus herramientas favoritas: el miedo y el engaño. Y se nos cuela a traves de cierta prensa y de muchas páginas en la web, buscando empantanarnos con mentiras y con verdades, pero dichas para engañar y para quitar la paz. Eso nunca viene de Dios.
Por eso a no temer, ¡Pronto habrá Papa! Y será el Papa que Dios en su infinito amor y compasión nos envíe como pastor y conductor de la nave en estos tiempos de tormentas.
Las herramientas del diablo son el engaño y el temor; las herramientas del Espíritu son la oración y la confianza en Dios. Cada uno sabrá cuáles elegir.
 
Queda ahora dejar un agradecimiento sentido al Papa emérito, Su Santidad Benedicto XVI. Cuando el 2 de abril de 2005 moría el Papa Juan Pablo II, nos parecía dificil amar a otro Papa tanto como a él. Pero Dios nos regaló un gran Papa, un "simple humilde trabajador en el viña del Señor" a quien llegamos a amar, escuchar, admirar y seguir mucho más de lo hubiéramos podido imaginar jamás
Gracias a Dios por el gran Papa Benedicto XVI. La Iglesia, que le debe mucho, nunca lo olvidará. Dios mío... ¡cómo le amamos!
 
Ahora, llenos de sobrenatural esperanza y confianza en Dios aguardamos la llegada de "aquel que llega en el Nombre del Señor"
 
¡Viva el Papa!