La misión y el “Año de la
fe”
"Sentire cum Ecclesia” (sentir con la
Iglesia) es una frase muy conocida y que le gustaba mucho repetir a muchos
santos, por ejemplo a San Ignacio de Loyola, y quiere significar un modo de vivir
la fe y la espiritualidad, en sintonía con lo que nos propone la Iglesia como
santa madre que es. Por eso, para sentir con la Iglesia, queremos insertar nuestros trabajos de preparación para las misiones de verano en este contexto del “Año de la fe” que estamos viviendo a
invitación del Santo Padre el Papa Benedicto XVI.
En este “Año de la fe”, que comenzó el
pasado 11 de octubre y terminará el 24 de noviembre de 2013, el Papa Benedicto
XVI nos invita a reflexionar sobre dos cosas: el lugar de la fe en nuestras
vidas y nuestra responsabilidad en hacer crecer la fe de los creyentes. Proponemos trabajar dos textos recientes del Papa que nos ayudan a pensar ambos
temas y a tratar de verlos en nuestra vida cotidiana, para mejor "sentir con la Iglesia en nuestro apostolado concreto.
“Pero —nos preguntamos— ¿la fe es
verdaderamente la fuerza transformadora en nuestra vida, en mi vida? ¿O es sólo
uno de los elementos que forman parte de la existencia, sin ser el determinante
que la involucra totalmente? Con las catequesis de este Año de la fe querríamos
hacer un camino para reforzar o reencontrar la alegría de la fe, comprendiendo
que ésta no es algo ajeno, separado de la vida concreta, sino que es su alma.
La fe en un Dios que es amor, y que se ha hecho cercano al hombre encarnándose
y donándose Él mismo en la cruz para salvarnos y volver a abrirnos las puertas
del Cielo, indica de manera luminosa que sólo en el amor consiste la plenitud
del hombre. Hoy es necesario subrayarlo con claridad —mientras las
transformaciones culturales en curso muestran con frecuencia tantas formas de
barbarie que llegan bajo el signo de «conquistas de civilización»—: la fe
afirma que no existe verdadera humanidad más que en los lugares, gestos,
tiempos y formas donde el hombre está animado por el amor que viene de Dios, se
expresa como don, se manifiesta en relaciones ricas de amor, de compasión, de
atención y de servicio desinteresado hacia el otro. Donde existe dominio,
posesión, explotación, mercantilización del otro para el propio egoísmo, donde
existe la arrogancia del yo cerrado en sí mismo, el hombre resulta empobrecido,
degradado, desfigurado. La fe cristiana, activa en la caridad y fuerte en la
esperanza, no limita, sino que humaniza la vida; más aún, la hace plenamente
humana.
La fe es recibir este mensaje
transformador en nuestra vida, es recibir la revelación de Dios, que nos hace
conocer quién es Él, cómo actúa, cuáles son sus proyectos para nosotros.
Cierto: el misterio de Dios sigue siempre más allá de nuestros conceptos y de
nuestra razón, de nuestros ritos y de nuestras oraciones. Con todo, con la
revelación es Dios mismo quien se auto-comunica, se relata, se hace accesible.
Y a nosotros, se nos hace capaces de escuchar su Palabra y de recibir su
verdad. He aquí entonces la maravilla de la fe: Dios, en su amor, crea en
nosotros —a través de la obra del Espíritu Santo— las condiciones adecuadas
para que podamos reconocer su Palabra. Dios mismo, en su voluntad de
manifestarse, de entrar en contacto con nosotros, de hacerse presente en
nuestra historia, nos hace capaces de escucharle y de recibirle. San Pablo lo
expresa con alegría y reconocimiento así: «Damos gracias a Dios sin cesar,
porque, al recibir la Palabra de Dios, que os predicamos, la acogisteis no como
palabra humana, sino, cual es en verdad, como Palabra de Dios que permanece activa
en vosotros los creyentes» (1 Ts 2, 13)”
De la Catequesis del Papa Benedicto XVI el miércoles 17 de octubre de 2012
Para pensar y
responder por grupos:
¿Qué lugar ocupa la fe en mi vida?
¿En que se nota en mí la fe? ¿Qué
efectos produce en mi vida concreta?
¿Qué sería diferente en mis actos si no
tuviera fe?
¿Cómo podrias describir y sintetizar ese "mensaje transformador" que es la revelación de Dios y del cual nos habla el Santo Padre?
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