De los escritos de San Rafael Arnáiz
"Mi Cuaderno"
20 de enero de 1937
a sus 25 años
Meditación de unas palabras de Kempis
Qué equivocados andamos a veces los que buscamos la verdadera paz de Dios. Qué humanamente pensamos lo que es paz. Cuánto egoísmo encierran a veces nuestros deseos de paz... Pero es que, la que buscamos, muchas veces no es la de Dios..., sino la del mundo.
Había en cierto monasterio, un novicio, ni muy piadoso ni muy disipado; cumplía con regularidad su Regla, y no se metía con nadie..., ni más, ni más menos. Este novicio era feliz. Tenía lo que él llamaba «mucha paz». Nada del mundo le atraía; nadie con él se metía. En su silencio amaba a Dios, se enternecía con los trinos de los pájaros del cementerio... En fin, no le faltaba más que comer perdices como en los cuentos de hadas. Nuestro Señor que le quería y le quiere mucho, le mimaba y se reía de él... También se reían los ángeles del cielo, con aquel novicio tan cándido, que decía tenía paz y era feliz porque hacían muy bonito las cogullas blancas de los monjes, mezcladas a las notas del órgano y a las campanas del monasterio... ¿Se puede dar más inocencia? Tenía la paz del mundo..., y algo de la de Dios.
Cuando el mundo habla de paz..., así se la figura. Cuando el mundo busca la paz..., así la concibe..., silencio, quietud, amor sin lágrimas,... mucho egoísmo oculto. El hombre busca esa paz, para descansar, para no sufrir. Busca la paz humana, la paz sensible... Esa paz que el mundo pinta en un claustro con sol, con cipreses y con pájaros. Esa paz sin tentaciones y sin cruz, en que la vida es una sonrisa de desprecio al mundo, y una mirada tranquila en Dios... Efectivamente, en todo eso hay paz..., pero no es la verdadera. La paz de aquel novicio..., era el cebo de Dios.
Aquel novicio..., ya no es novicio. Dios le quiere mucho..., mucho más de lo que él se figura. A aquel novicio, Dios le quitó la salud... Le hizo ver que las campanas a veces tienen grietas y suenan mal... Que el sol, también a veces se oculta, y que enmudecen los pájaros... Le cambió el paisaje, le mandó la cruz... […] Ya no tiene fuerzas para trabajar..., pero sigue cantando coplas. Llegaron las pruebas, las tentaciones..., a veces le pesa la cruz; por un lado, el mundo; por otro, su soledad..., todo mezclado con muchas miserias, con muchas flaquezas..., con contrariedades... Pero llega Cristo y me dice: Ahí está tu paz.
Efectivamente, hoy no me cambiaría por aquel novicio de antaño. Hoy bendigo desde el fondo de mi alma, a ese Dios que tanto me quiere, y me lo demuestra porque me quiere como es Él..., clavado en Cruz, besando sus llagas, y acompañándole en sus agonías... Me quiere con mis miserias, mis pecados, mis lágrimas y mis alegrías. Me quiere en esa paz […] Amo más a Cristo, cuanto más me prueba... Goza mi alma de paz... quizás en la agonía, no sé cuándo sufro, pues sufro por Cristo, y sufro con gusto. Por nadie me cambio, pues tengo lo mejor que un cristiano puede tener..., la Cruz de Jesús muy dentro del corazón. […] es grande todo lo que de Él me viene. Y me viene sin yo buscarlo y sin yo merecerlo. ¡Qué grande es Dios!
La paz de mi alma, es la paz del que nada, de nadie espera... Solamente Dios, solamente la Cruz de Cristo, solamente el deseo de vivir unido a su voluntad, es lo que el alma en el mundo espera, y la espera es tranquila; es con paz, a pesar de que el no ver aún a Dios, es un triste penar; el acompañarle en la Cruz, cuesta a veces copiosas lágrimas, y el verse que aún tenemos voluntad propia y, por tanto, miserias, defectos y pecados, no deja de causar pesar.
Aquí en la enfermería de una Trapa, hay un hombre a quien mucho quiere Dios..., y él lo sabe. Sabe, además, que dentro de muy poco tiempo todo terminará. Sabe que solamente en el cielo con Jesús y con María será feliz, y eso no ha de tardar. ¿Se puede acaso quejar? ¿Qué más paz quiere?... Hay una voz interior que le dice..., ánimo, hermano Rafael, ni del mundo ni del hombre esperes nada..., sólo Dios..., y esperar.
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