El sacerdote es el hombre del amor, porque el amor victorioso de Jesucristo ha vencido todo. El sacerdote vence amando y no hay mayor amor que dar la vida. Cuando el sacerdote ama, Cristo vence.
A los sacerdotes Dios nos ha pedido que entreguemos la vida para amar más. El sacerdote que no ama más, está desconociendo su verdadera identidad, porque estamos llamados a ser padre de todos, no de algunos, de los que me caen bien, los que me convienen. Estamos llamados a amar más y a todos.
El sacerdote tiene que amar más: a su familia, a la Iglesia, a su Obispo, a sus hermanos sacerdotes, a todas las personas, especialmente a los que Dios le encomiende. Un buen cura es el que ama de verdad a la gente.
La misericordia de Dios de la que el sacerdote es testigo y ministro, nos va cambiando el corazón. Confesando los pecados de la gente, perdonándolos en nombre de Cristo somos en Él "testigos fieles" de esta hermosa verdad: el pecado no ha vencido, y Dios nos ofrece incesantemente su perdón. La última palabra no la tiene el fracaso del pecado sino la entrega de Cristo por amor.
Y la gran síntesis de entrega y amor es la EUCARISTIA. Que don de Dios es un sacerdote que ame mucho a la Eucaristía. Así como la Eucaristía no existe sin el sacerdote, el sacerdote no existe sin la Eucaristía… Así de simple, así de claro, así de necesario. Para un sacerdote más que para nadie: un día sin Eucaristía es un día perdido, incompleto, vacío de lo más necesario para su propia vida.
La Eucaristía es para el sacerdote mas necesaria que el trabajo, que el alimento, que el descanso, que la acción pastoral, que todas esas y muchas otras son cosas necesarias, pero sin Eucaristía el sacedorte no tiene razón de ser, no tiene sentido. Que no pase UN DIA DE NUESTRA VIDA SIN EUCARISTÍA…
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