4 de agosto de 2009
En Francia entre el 8 de mayo de 1786 y el 4 de agosto de 1859, vivió un gran hombre: el Santo Cura de Ars. Ars era un pequeño pueblo del centro Francia, y sigue siéndolo hoy, ustedes saben muchachos que actualmente no tiene más de 300 habitantes, así que imaginen lo que sería Ars hacia principios del Siglo XIX. El futuro Santo Cura llego enviado como joven sacerdote a ese pueblo, ustedes saben que muchos dicen que a este gigante de la santidad lo ordenaron sacerdote un poco de lástima, sus informes del Seminario eran bastante negativos en cuanto al estudio, no sabia latín, no sabía nada de filosofía… Cuando fue ordenado sacerdote fue enviado junto a su padre espiritual el P. Balley, pero ante sus pocas luces el Obispo no le concedió el permiso para confesar. Fíjense chicos, cómo son las cosas de Dios, el que luego pasaría gran parte de su vida en un confesionario, no debía tener las facultades para confesar... Mas tarde, el Padre Balley habló con las autoridades eclesiásticas y él mismo fue su primer penitente. A la muerte del Padre Balley el Padre Vianney fue enviado a Ars.
Les cuento muchachos que en los círculos clericales Ars era mirado como si fuera Siberia. Era un lugar de mala fama y se decía que la desolación espiritual era aún mayor que la material. Ars era el lugar donde la gente de los alrededores iba a divertirse en tabernas o en "casas no santas" de diversión, que abundaban allí pese a ser un pueblo tan chiquito. En los primeros días de Febrero de 1818, que el Padre Vianney recibió la notificación oficial de su traslado a Ars. El Vicario General le dijo: "No hay mucho amor en esa parroquia, tu le infundirás un poco". Y esa fue su vida: poner amor en su Parroquia, llevar a todos el amor de Dios…
El Santo Cura llegó a Ars con su fe y su pobreza. Pero basta la fe de un hombre para transformar a todo un pueblo, basta un hombre santo para cambiar una sociedad e incluso el mundo. Porque saben chicos, después de cuarenta años en el pueblito de Ars no quedaba una sola taberna abierta, porque ya nadie iba a esas casas a divertirse y en cambio multitudes de toda Francia venían a ver y a tratar de confesarse con el Santo Cura. Todo había cambiado.
¿Su secreto? Se pasaba largas horas al día confesando, casi no dormía… Dicen que comía papa hervida para no perder el tiempo ni en cocinar ni en comer. Su vida era la Confesión y la Eucaristía. Hay testimonios de lo hermoso que era verlo celebrar la Misa, y dicen que era frecuente entrar a la Iglesia y ver al cura arrodillado frente al Sagrario.
Cuentan que siendo ya viejito, no tenía dientes, y no se entendía nada cuando predicaba, pero multitudes iban a escucharlo, y al sólo verlo hablar de Dios, la gente se conmovía profundamente. Se cuenta que en cierta ocasión llegó al Obispo una denuncia de que su teología al predicar era tremendamente pobre, entonces se decidió enviar de incognito a un sacerdote experto en doctrina para escucharlo y evaluarlo. En el informe este experto decía: “no es muy claro en sus ideas, casi no se entiende lo que dice, y es muy largo al predicar, pero la gente al escucharlo se conmueve profundamente, todos se acercan a Dios, se confiesan y cambian de vida”. De más está decir que la denuncia fue desechada, era evidente que el Espíritu de Dios hablaba en él…
Hoy estamos celebrando su día, el día de su entrada al cielo. Un día como hoy, hace 150 años, San Juan María Vianney, el Santo Cura de Ars, entraba al cielo, y por este acontecimiento que celebramos hoy, el Santo Padre el Papa Benedicto XVI quiso llamar a toda la Iglesia a un “Año Sacerdotal” hasta el 11 de junio de 2010, Solemnidad del Sagrado Corazón del próximo año.
Si algo necesitamos los sacerdotes, queridas chicas y muchachos, es la absoluta e íntima convicción de que la única fecundidad del ministerio sacerdotal es la santidad de vida. El sacerdote no es mejor sacerdote cuando sabe hacer mejor las cosas, cuando predique bien, o porque sea muy simpático, o porque sepa organizar bien, trabajar mucho y bien… no es mejor sacerdote por sus dotes humanas, porque todo eso termina siendo muy superficial. Ustedes son todos muy jóvenes, pero cuando pasan los años se ve que las cosas verdaderamente importante no son las superficiales. El Papa nos llama a tomar conciencia de eso cuando propone como figura sacerdotal al Santo Cura, un hombre cuya grandeza era su gran amor a Jesucristo y su deseo de estar permanentemente con él desde su ministerio sacerdotal.
Ustedes saben queridos chicos y chicas que todos somos sacerdotes… ¡Sí! Ustedes también lo son, aunque les sorprenda. Hay un sacerdocio bautismal que hace a toda la Iglesia un Pueblo Sacerdotal. O sea, lo digo en fácil, ustedes como laicos también ejercen el único Sacerdocio de Cristo cuando ofrecen al Padre lo que les toque ofrecer en la vida… Por ejemplo cuando sus madres se levantan temprano y hacen sus tareas de madre preparándoles el desayuno, o cuando haces las tareas domesticas, o cuando sus padres pasan horas de su día trabajando en la oficina, o cuando ustedes están estudiando por ejemplo “Derecho Tributario”, y pasan horas frente a un libro estudiando, o haciendo ejercicios de Análisis Matemático… lo que hacen entonces chicos es ejercer su sacerdocio bautismal. Es el sacerdocio de los laicos, que le entregan a Dios lo cotidiano. Cristo es el Único Sacerdote, el que ofrece el mundo al Padre. Cuando ustedes ejercen su sacerdocio bautismal ofrecen a Dios el mundo, haciendo sagrado lo cotidiano. Y eso es lo propio del laico: santificar con su vida y su fe las realidades temporales, al entregar a Dios lo que hacen, en Cristo hacen sagrada la vida humana. Pero además, Dios elige a hombres de este pueblo para que participen de su sagrada misión de apacentar al rebaño en nombre de Cristo y de encarnar a Cristo Buen Pastor en medio de la Iglesia: estos son los sacerdotes.
Seamos claros muchachos, no está mal que lo digamos: muchas veces parece que muchos sectores de la sociedad están enemistados con la Iglesia y más específicamente con los sacerdotes. Hoy día los sacerdotes hemos perdido el prestigio que teníamos en otras épocas, y muchas veces la gente al ver un sacerdote piensa mal, influenciados por los medios, o por simples prejuicios ambientales. Hoy es casi un desprestigio ser sacerdote., y hasta cierra muchas puertas a diferencia de otras épocas… Y aunque esto sea una realidad dolorosa y difícil y muchísimas veces injusta, sin embrago creo que es un gran regalo de Dios pasar por esta prueba. Y digo un regalo de Dios porque nos impulsa a los sacerdotes a llevar una vida más pobre y despojada, la pobreza de sentirse nada. Hace algunos años nadie se atrevía a contradecir a un sacerdote, había un respecto quizás excesivo… Hoy ya no es así, y está bien que así sea, porque hoy la gente en general es muy cuestionadora, los tiempos han cambiado y esto a nosotros nos sirve para que pongamos los sacerdotes nuestra mirada y nuestro apoyo UNICAMENTE en Jesucristo, el Señor.
Así es, muchachos, lo único que tiene el sacerdote para dar es su vida. Ni sus capacidades humanas, ni sus logros, nada de eso vale en sí mismo: todo lo que tiene para dar es su vida, porque la vida es fecunda cuando en manos de Dios produce grandezas en su propia vida y en la de los demás. ¿Y saben por qué? Porque su vida es la vida Cristo, y Cristo es la Gracia que hace meritoria toda ofrenda humana...
La Iglesia necesita sacerdotes santos y los sacerdotes necesitamos de la oración de la Iglesia. El Papa Benedicto XVI pedía hace poco a las consagradas que ejerzan una suerte de “maternidad espiritual” para con los sacerdotes. Los sacerdotes necesitan la oración de todos los fieles.
En este día del Cura de Ars que bueno si cada uno de nosotros nos sentimos llamados a interceder por los sacerdotes, es un don y una gracia. Necesitamos sacerdotes santos y eso le pedimos a Dios. Y que Dios llame a muchos a entregar su vida a Cristo como sacerdotes Suyos para su pueblo. Estoy totalmente seguro que Dios llama a muchos jóvenes HOY a que sean sacerdotes. Estoy convencido que Dios ha sembrado en muchos la semilla de la vocación sacerdotal, es verdad que quizás esa semilla no ha caído en tierra fértil, pidamos a Dios la gracia que muchos sigan a Cristo. Eso le pedimos a Dios en este día del Cura de Ars: que muchos muchachos como ustedes (quizás de entre ustedes también) sientan el deseo hondo de ser sacerdotes y tengan el valor para decirle “sí” al Señor. Que muchos jóvenes quieran ser sacerdotes, no por lo que ven, sino por lo que desean, no porque vean cosas que les atraigan sino porque esperan maravillosas obras de Dios a través del ministerio sacerdotal.
Que María la Madre de la Iglesia, la Madre de los sacerdotes interceda siempre por nosotros, para que nunca nos falten sacerdotes santos, felices, llenos de fe, que nos den el perdón de Dios y que nos alimenten con su Palabra y con la Eucaristía.
Les cuento muchachos que en los círculos clericales Ars era mirado como si fuera Siberia. Era un lugar de mala fama y se decía que la desolación espiritual era aún mayor que la material. Ars era el lugar donde la gente de los alrededores iba a divertirse en tabernas o en "casas no santas" de diversión, que abundaban allí pese a ser un pueblo tan chiquito. En los primeros días de Febrero de 1818, que el Padre Vianney recibió la notificación oficial de su traslado a Ars. El Vicario General le dijo: "No hay mucho amor en esa parroquia, tu le infundirás un poco". Y esa fue su vida: poner amor en su Parroquia, llevar a todos el amor de Dios…
El Santo Cura llegó a Ars con su fe y su pobreza. Pero basta la fe de un hombre para transformar a todo un pueblo, basta un hombre santo para cambiar una sociedad e incluso el mundo. Porque saben chicos, después de cuarenta años en el pueblito de Ars no quedaba una sola taberna abierta, porque ya nadie iba a esas casas a divertirse y en cambio multitudes de toda Francia venían a ver y a tratar de confesarse con el Santo Cura. Todo había cambiado.
¿Su secreto? Se pasaba largas horas al día confesando, casi no dormía… Dicen que comía papa hervida para no perder el tiempo ni en cocinar ni en comer. Su vida era la Confesión y la Eucaristía. Hay testimonios de lo hermoso que era verlo celebrar la Misa, y dicen que era frecuente entrar a la Iglesia y ver al cura arrodillado frente al Sagrario.
Cuentan que siendo ya viejito, no tenía dientes, y no se entendía nada cuando predicaba, pero multitudes iban a escucharlo, y al sólo verlo hablar de Dios, la gente se conmovía profundamente. Se cuenta que en cierta ocasión llegó al Obispo una denuncia de que su teología al predicar era tremendamente pobre, entonces se decidió enviar de incognito a un sacerdote experto en doctrina para escucharlo y evaluarlo. En el informe este experto decía: “no es muy claro en sus ideas, casi no se entiende lo que dice, y es muy largo al predicar, pero la gente al escucharlo se conmueve profundamente, todos se acercan a Dios, se confiesan y cambian de vida”. De más está decir que la denuncia fue desechada, era evidente que el Espíritu de Dios hablaba en él…
Hoy estamos celebrando su día, el día de su entrada al cielo. Un día como hoy, hace 150 años, San Juan María Vianney, el Santo Cura de Ars, entraba al cielo, y por este acontecimiento que celebramos hoy, el Santo Padre el Papa Benedicto XVI quiso llamar a toda la Iglesia a un “Año Sacerdotal” hasta el 11 de junio de 2010, Solemnidad del Sagrado Corazón del próximo año.
Si algo necesitamos los sacerdotes, queridas chicas y muchachos, es la absoluta e íntima convicción de que la única fecundidad del ministerio sacerdotal es la santidad de vida. El sacerdote no es mejor sacerdote cuando sabe hacer mejor las cosas, cuando predique bien, o porque sea muy simpático, o porque sepa organizar bien, trabajar mucho y bien… no es mejor sacerdote por sus dotes humanas, porque todo eso termina siendo muy superficial. Ustedes son todos muy jóvenes, pero cuando pasan los años se ve que las cosas verdaderamente importante no son las superficiales. El Papa nos llama a tomar conciencia de eso cuando propone como figura sacerdotal al Santo Cura, un hombre cuya grandeza era su gran amor a Jesucristo y su deseo de estar permanentemente con él desde su ministerio sacerdotal.
Ustedes saben queridos chicos y chicas que todos somos sacerdotes… ¡Sí! Ustedes también lo son, aunque les sorprenda. Hay un sacerdocio bautismal que hace a toda la Iglesia un Pueblo Sacerdotal. O sea, lo digo en fácil, ustedes como laicos también ejercen el único Sacerdocio de Cristo cuando ofrecen al Padre lo que les toque ofrecer en la vida… Por ejemplo cuando sus madres se levantan temprano y hacen sus tareas de madre preparándoles el desayuno, o cuando haces las tareas domesticas, o cuando sus padres pasan horas de su día trabajando en la oficina, o cuando ustedes están estudiando por ejemplo “Derecho Tributario”, y pasan horas frente a un libro estudiando, o haciendo ejercicios de Análisis Matemático… lo que hacen entonces chicos es ejercer su sacerdocio bautismal. Es el sacerdocio de los laicos, que le entregan a Dios lo cotidiano. Cristo es el Único Sacerdote, el que ofrece el mundo al Padre. Cuando ustedes ejercen su sacerdocio bautismal ofrecen a Dios el mundo, haciendo sagrado lo cotidiano. Y eso es lo propio del laico: santificar con su vida y su fe las realidades temporales, al entregar a Dios lo que hacen, en Cristo hacen sagrada la vida humana. Pero además, Dios elige a hombres de este pueblo para que participen de su sagrada misión de apacentar al rebaño en nombre de Cristo y de encarnar a Cristo Buen Pastor en medio de la Iglesia: estos son los sacerdotes.
Seamos claros muchachos, no está mal que lo digamos: muchas veces parece que muchos sectores de la sociedad están enemistados con la Iglesia y más específicamente con los sacerdotes. Hoy día los sacerdotes hemos perdido el prestigio que teníamos en otras épocas, y muchas veces la gente al ver un sacerdote piensa mal, influenciados por los medios, o por simples prejuicios ambientales. Hoy es casi un desprestigio ser sacerdote., y hasta cierra muchas puertas a diferencia de otras épocas… Y aunque esto sea una realidad dolorosa y difícil y muchísimas veces injusta, sin embrago creo que es un gran regalo de Dios pasar por esta prueba. Y digo un regalo de Dios porque nos impulsa a los sacerdotes a llevar una vida más pobre y despojada, la pobreza de sentirse nada. Hace algunos años nadie se atrevía a contradecir a un sacerdote, había un respecto quizás excesivo… Hoy ya no es así, y está bien que así sea, porque hoy la gente en general es muy cuestionadora, los tiempos han cambiado y esto a nosotros nos sirve para que pongamos los sacerdotes nuestra mirada y nuestro apoyo UNICAMENTE en Jesucristo, el Señor.
Así es, muchachos, lo único que tiene el sacerdote para dar es su vida. Ni sus capacidades humanas, ni sus logros, nada de eso vale en sí mismo: todo lo que tiene para dar es su vida, porque la vida es fecunda cuando en manos de Dios produce grandezas en su propia vida y en la de los demás. ¿Y saben por qué? Porque su vida es la vida Cristo, y Cristo es la Gracia que hace meritoria toda ofrenda humana...
La Iglesia necesita sacerdotes santos y los sacerdotes necesitamos de la oración de la Iglesia. El Papa Benedicto XVI pedía hace poco a las consagradas que ejerzan una suerte de “maternidad espiritual” para con los sacerdotes. Los sacerdotes necesitan la oración de todos los fieles.
En este día del Cura de Ars que bueno si cada uno de nosotros nos sentimos llamados a interceder por los sacerdotes, es un don y una gracia. Necesitamos sacerdotes santos y eso le pedimos a Dios. Y que Dios llame a muchos a entregar su vida a Cristo como sacerdotes Suyos para su pueblo. Estoy totalmente seguro que Dios llama a muchos jóvenes HOY a que sean sacerdotes. Estoy convencido que Dios ha sembrado en muchos la semilla de la vocación sacerdotal, es verdad que quizás esa semilla no ha caído en tierra fértil, pidamos a Dios la gracia que muchos sigan a Cristo. Eso le pedimos a Dios en este día del Cura de Ars: que muchos muchachos como ustedes (quizás de entre ustedes también) sientan el deseo hondo de ser sacerdotes y tengan el valor para decirle “sí” al Señor. Que muchos jóvenes quieran ser sacerdotes, no por lo que ven, sino por lo que desean, no porque vean cosas que les atraigan sino porque esperan maravillosas obras de Dios a través del ministerio sacerdotal.
Que María la Madre de la Iglesia, la Madre de los sacerdotes interceda siempre por nosotros, para que nunca nos falten sacerdotes santos, felices, llenos de fe, que nos den el perdón de Dios y que nos alimenten con su Palabra y con la Eucaristía.
Muy interesante Fabi, abrazo.
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