Miércoles 28 de noviembre de 2007(día 2)
El día comenzó bien temprano, rezando el Rosario en la Iglesia, esperando la Misa, que se celebra acá a las seis y media de la mañana. La naturaleza toda despertaba, era la hora del amanecer donde se entrecruzan y conviven un rato los sonidos de la noche y del día, con el aire fresco de la mañana, con el sol que empieza a asomar dispuesto a dominarlo todo en este día. La naturaleza sigue su ritmo habitual, el mismo que hace siglos de siglos, los mismos rituales, los mismos sonidos… Dentro de la Iglesia de la Trapa de Azul un grupo de hombres cantan los salmos, alaban a Dios, han empezado su jornada a las 3 de la mañana -hace ya tres horas- porque en medio de la noche quieren esperar la llegada del Sol Naciente, como un signo de lo mismo que canta Zacarías en el “Benedictus” … aquello que cuenta el evangelista Lucas que decía el viejo Zacarías cuando recuperó el habla: “nos visitará el Sol que nace de lo alto…”
Eso hacen los monjes: despertarse para esperar en vigilia la llegada del sol. Esas tres horas en que los trapenses rezan esperando y acompañando la llegada de la luz del día se me hace que es una figura de la vida del hombre de fe. Porque es la actitud de asumir la noche, encontrarle una belleza misteriosa, y esperar la llegada de la luz. Pensaba esta mañana que quizás toda la vida sea esto: vigilar a oscuras y aguardar lo que sabemos llegará… Y Dios, que nunca duerme, busca quien no duerma.
Luego el transcurso del día en el Monasterio, entre lecturas, caminatas y silencios. Todo llama a la entrega y la "Voz" empieza a resonar dulcemente a cada paso...
Ocho y diez de la noche, exacto, acabamos de rezar las Completas. Estoy sentado frente al ventanal de la hospedería, la luz va cayendo, la noche anuncia su llegada, una fresca brisa de rocío nocturno. Mugidos se oyen a lo lejos, unos grillos cantan aquí, casi a mi lado, algún pájaro silba solitario… La naturaleza se prepara para entrar en la noche. En el corazón brota espontánea la súplica y este silencio de la noche es ahora la catedral ideal para la oración incesante.
Majesutoso el paisaje. Privilegio de locos. Estar aquí, mirando el campo gigantesco sentado frente al ventanal. Un crepúsculo de horizontes infinitos. Es la “pampa” y es “tandilia” que se encuentran por estos pagos… La “pampa” enorme, vasta, verde y eterna… Y “tandilia” de terreno oscilante que cae y vuelve a subir y vuelve a caer más atrás para volver a subir, como suaves ondas de un verde mar de tierra y pasturas. Ver cómo llega la noche, sin más ruidos que los del campo silencioso, frente a un enorme ventanal que se abre al tremendo campo del monasterio y por si fuera poco… en la Trapa.
Una brisa suave mece los árboles y el cielo se va tiñendo de negro. Llega la noche, la hora de la intimidad, en medio de este imponente silencio que invita a poner todo en Dios. A solas con Dios, a solas con el Amor.
A lo lejos se divisan las primeras estrellas que anuncian tenues un reinado que durará horas.
En la Trapa de Azul todo se apresta a dormir; todo menos el Amor. El Amor nunca duerme y quizás sea necesario pasar por la noche para aprender a dormir, sin que se duerma el amor.
Eso hacen los monjes: despertarse para esperar en vigilia la llegada del sol. Esas tres horas en que los trapenses rezan esperando y acompañando la llegada de la luz del día se me hace que es una figura de la vida del hombre de fe. Porque es la actitud de asumir la noche, encontrarle una belleza misteriosa, y esperar la llegada de la luz. Pensaba esta mañana que quizás toda la vida sea esto: vigilar a oscuras y aguardar lo que sabemos llegará… Y Dios, que nunca duerme, busca quien no duerma.
Luego el transcurso del día en el Monasterio, entre lecturas, caminatas y silencios. Todo llama a la entrega y la "Voz" empieza a resonar dulcemente a cada paso...
Ocho y diez de la noche, exacto, acabamos de rezar las Completas. Estoy sentado frente al ventanal de la hospedería, la luz va cayendo, la noche anuncia su llegada, una fresca brisa de rocío nocturno. Mugidos se oyen a lo lejos, unos grillos cantan aquí, casi a mi lado, algún pájaro silba solitario… La naturaleza se prepara para entrar en la noche. En el corazón brota espontánea la súplica y este silencio de la noche es ahora la catedral ideal para la oración incesante.
Majesutoso el paisaje. Privilegio de locos. Estar aquí, mirando el campo gigantesco sentado frente al ventanal. Un crepúsculo de horizontes infinitos. Es la “pampa” y es “tandilia” que se encuentran por estos pagos… La “pampa” enorme, vasta, verde y eterna… Y “tandilia” de terreno oscilante que cae y vuelve a subir y vuelve a caer más atrás para volver a subir, como suaves ondas de un verde mar de tierra y pasturas. Ver cómo llega la noche, sin más ruidos que los del campo silencioso, frente a un enorme ventanal que se abre al tremendo campo del monasterio y por si fuera poco… en la Trapa.
Una brisa suave mece los árboles y el cielo se va tiñendo de negro. Llega la noche, la hora de la intimidad, en medio de este imponente silencio que invita a poner todo en Dios. A solas con Dios, a solas con el Amor.
A lo lejos se divisan las primeras estrellas que anuncian tenues un reinado que durará horas.
En la Trapa de Azul todo se apresta a dormir; todo menos el Amor. El Amor nunca duerme y quizás sea necesario pasar por la noche para aprender a dormir, sin que se duerma el amor.
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