domingo, 6 de abril de 2008

La cruz de Cristo es la alegría del mundo



Testimonio del Padre Lucio GERA:

Un confesor debe tener la disposición a no escandalizarse de cualquier cosa que oiga. Sin embargo, que al comienzo de mi práctica pastoral de sacerdote, en un tiempo relativamente corto, entre enero y la Semana Santa, haya yo escuchado narrarme (o, en algunos casos, “susurrarme” rápidamente) una amplia gama de los pecados que se cometen en el mundo, me emocionó de tal forma que espontáneamente pensé en el “Viernes Santo”. Y no pensaba entonces, que aquel era el día en que se han perdonado los pecados del mundo, sino que más bien me interrogaba por la eficacia de esa muerte: ¿En qué quedó el Viernes Santo? También los Apóstoles quedaron desconcertados ante el Viernes Santo.
Mi primer tiempo de experiencia pastoral me concentraba en las variables constantes del acontecer humano: la muerte, el amor, la vida, el pecado: ¿Cuál es el sentido de todo esto? Mi experiencia pastoral “me daba a pensar”.
De este modo, desde mis experiencias pastorales como sacerdote, surgía o se confirmaba la inclinación a pensar en el horizonte de la fe. En el seno de mi experiencia pastoral se insinuaba una inclinación al pensar teológico. En aquellos primeros tiempos hacía algunas lecturas, tomaba alguno apuntes, buscaba redactar algunas sugerencias de mi reflexión sobre el amor y el matrimonio, sobre la interpretación de la muerte en diversas culturas, en cuadernos que prestaba a algunos amigos y que acabaron por perderse. No eran escritos de importancia. Solo eran comienzos que buscaban encontrar una síntesis entre tantas realidades dispersas y aún adversas que me salían al paso en mi vida sacerdotal. Me faltaba madurar mucho para percibir que las síntesis definitorias se expresan en forma de paradojas, como aquella de que nadie tiene mayor amor que el que da la vida por sus amigos, o la paradoja de que la cruz de Cristo clavada en el centro de esta historia es la que sostiene la historia de no caer en el vacío.
No dejo una obra teológica de envergadura. No he puesto por escrito ninguno de los cursos que dicté en la Facultad de Teología. Sé muy bien que quedo en deuda. Había yo pensado que, al pasar a ser profesor emérito, dispondría de tiempo suficiente para redactar un texto sobre Eclesiología cuyo proyecto ya había comenzado a bosquejar. Pero mi estado de salud y el consecuente aislamiento ya no me dejaron fuerzas para ello.
Ya mi vista no me deja leer todo lo que quisiera; mis oídos no me dejan escuchar con suficiente claridad a los demás, inclusive a penitentes que vienen a confesarse; pero mi pensar retorna a los viejos temas del comienzo: la muerte, el amor, la vida, la cruz de Cristo que reúne en sí las mayores paradojas del misterio de Dios y del hombre. Cristo en la cruz enlaza el amor con la muerte para dar vida. La Cruz de Cristo es la alegría del mundo...


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