domingo, 28 de octubre de 2012

La nueva evangelización concierne toda la vida de la Iglesia - Benedicto XVI

 
El Papa Benedicto XVI ofició hoy, domingo 28 de octubre de 2012, en la basílica de San Pedro del Vaticano la misa de clausura del Sínodo de Obispos para la Nueva Evangelización, en la que han participado 262 obispos de todo el mundo.
Aquí la homilía que pronunció:
 
Venerables hermanos,
ilustres señores y señoras,
queridos hermanos y hermanas
El milagro de la curación del ciego Bartimeo ocupa un lugar relevante en la estructura del Evangelio de Marcos. En efecto, está colocado al final de la sección llamada «viaje a Jerusalén», es decir, la última peregrinación de Jesús a la Ciudad Santa para la Pascua, en donde él sabe que lo espera la pasión, la muerte y la resurrección. Para subir a Jerusalén, desde el valle del Jordán, Jesús pasó por Jericó, y el encuentro con Bartimeo tuvo lugar a las afueras de la ciudad, mientras Jesús, como anota el evangelista, salía «de Jericó con sus discípulos y bastante gente» (10, 46); gente que, poco después, aclamará a Jesús como Mesías en su entrada a Jerusalén. Bartimeo, cuyo nombre, como dice el mismo evangelista, significa «hijo de Timeo», estaba precisamente sentado al borde del camino pidiendo limosna. Todo el Evangelio de Marcos es un itinerario de fe, que se desarrolla gradualmente en el seguimiento de Jesús. Los discípulos son los primeros protagonistas de este paulatino descubrimiento, pero hay también otros personajes que desempeñan  un papel importante, y Bartimeo es uno de éstos. La suya es la última curación prodigiosa que Jesús realiza antes de su pasión, y no es casual que sea la de un ciego, es decir una persona que ha perdido la luz de sus ojos. Sabemos también por otros textos que en los evangelios la ceguera tiene un importante significado. Representa al hombre que tiene necesidad de la luz de Dios, la luz de la fe, para conocer verdaderamente la realidad y recorrer el camino de la vida. Es esencial reconocerse ciegos, necesitados de esta luz, de lo contrario se es ciego para siempre (cf. Jn9,39-41).
Bartimeo, pues, en este punto estratégico del relato de Marcos, está puesto como modelo. Él no es ciego de nacimiento, sino que ha perdido la vista: es el hombre que ha perdido la luz y es consciente de ello, pero no ha perdido la esperanza, sabe percibir la posibilidad de un encuentro con Jesús y confía en él para ser curado. En efecto, cuando siente que el Maestro pasa por el camino, grita: «Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí» (Mc 10,47), y lo repite con fuerza (v. 48). Y cuando Jesús lo llama y le pregunta qué quiere de él, responde: «Maestro, que pueda ver» (v. 51). Bartimeo representa al hombre que reconoce el propio mal y grita al Señor, con la confianza de ser curado. Su invocación, simple y sincera, es ejemplar, y de hecho – al igual que la del publicano en el templo: «Oh Dios, ten compasión de este pecador» (Lc 18,13) – ha entrado en la tradición de la oración cristiana. En el encuentro con Cristo, realizado con fe, Bartimeo recupera la luz que había perdido, y con ella la plenitud de la propia dignidad: se pone de pie y retoma el camino, que desde aquel momento tiene un guía, Jesús, y una ruta, la misma que Jesús recorre. El evangelista no nos dice nada más de Bartimeo, pero en él nos muestra quién es el discípulo: aquel que, con la luz de la fe, sigue a Jesús «por el camino» (v. 52).
San Agustín, en uno de sus escritos, hace una observación muy particular sobre la figura de Bartimeo, que puede resultar también interesante y significativa para nosotros. El Santo Obispo de Hipona reflexiona sobre el hecho de que Marcos, en este caso, indica el nombre no sólo de la persona que ha sido curada, sino también del padre, y concluye que «Bartimeo, hijo de Timeo, era un personaje que de una gran prosperidad cayó en la miseria, y que ésta condición suya de miseria debía ser conocida por todos y de dominio público, puesto que no era solamente un ciego, sino un mendigo sentado al borde del camino. Por esta razón Marcos lo recuerda solamente a él, porque la recuperación de su vista hizo que ese milagro tuviera una resonancia tan grande como la fama de la desventura que le sucedió» (Concordancia de los evangelios, 2, 65, 125: PL 34, 1138). Hasta aquí san Agustín.
Esta interpretación, que ve a Bartimeo como una persona caída en la miseria desde una condición de «gran prosperidad», nos hace pensar; nos invita a reflexionar sobre el hecho de que hay riquezas preciosas para nuestra vida, y que no son materiales, que podemos perder. En esta perspectiva, Bartimeo podría ser la representación de cuantos viven en regiones de antigua evangelización, donde la luz de la fe se ha debilitado, y se han alejado de Dios, ya no lo consideran importante para la vida: personas que por eso han perdido una gran riqueza, han «caído en la miseria» desde una alta dignidad –no económica o de poder terreno, sino cristiana –, han perdido la orientación segura y sólida de la vida y se han convertido, con frecuencia inconscientemente, en mendigos del sentido de la existencia. Son las numerosas personas que tienen necesidad de una nueva evangelización, es decir de un nuevo encuentro con Jesús, el Cristo, el Hijo de Dios (cf. Mc 1,1), que puede abrir nuevamente sus ojos y mostrarles el camino. Es significativo que, mientras concluimos la Asamblea sinodal sobre la nueva evangelización, la liturgia nos proponga el Evangelio de Bartimeo. Esta Palabra de Dios tiene algo que decirnos de modo particular a nosotros, que en estos días hemos reflexionado sobre la urgencia de anunciar nuevamente a Cristo allá donde la luz de la fe se ha debilitado, allá donde el fuego de Dios es como un rescoldo, que pide ser reavivado, para que sea llama viva que da luz y calor a toda la casa.
La nueva evangelización concierne toda la vida de la Iglesia. Ella se refiere, en primer lugar, a la pastoral ordinaria que debe estar más animada por el fuego del Espíritu, para encender los corazones de los fieles que regularmente frecuentan la comunidad y que se reúnen en el día del Señor para nutrirse de su Palabra y del Pan de vida eterna. Deseo subrayar tres líneas pastorales que han surgido del Sínodo. La primera corresponde a los sacramentos de la iniciación cristiana. Se ha reafirmado la necesidad de acompañar con una catequesis adecuada la preparación al bautismo, a la confirmación y a la Eucaristía. También se ha reiterado la importancia de la penitencia, sacramento de la misericordia de Dios. La llamada del Señor a la santidad, dirigida a todos los cristianos, pasa a través de este itinerario sacramental. En efecto, se ha repetido muchas veces que los verdaderos protagonistas de la nueva evangelización son los santos: ellos hablan un lenguaje comprensible para todos, con el ejemplo de la vida y con las obras de caridad.
En segundo lugar, la nueva evangelización está esencialmente conectada con la misión ad gentes. La Iglesia tiene la tarea de evangelizar, de anunciar el Mensaje de salvación a los hombres que aún no conocen a Jesucristo. En el transcurso de las reflexiones sinodales, se ha  subrayado también que existen muchos lugares en África, Asía y Oceanía en donde los habitantes, muchas veces sin ser plenamente conscientes, esperan con gran expectativa el primer anuncio del Evangelio. Por tanto es necesario rezar al Espíritu Santo para que suscite en la Iglesia un renovado dinamismo misionero, cuyos protagonistas sean de modo especial los agentes pastorales y los fieles laicos. La globalización ha causado un notable desplazamiento de poblaciones; por tanto el primer anuncio se impone también en los países de antigua evangelización. Todos los hombres tienen el derecho de conocer a Jesucristo y su Evangelio; y a esto corresponde el deber de los cristianos, de todos los cristianos – sacerdotes, religiosos y laicos -, de anunciar la Buena Noticia.
Un tercer aspecto tiene que ver con las personas bautizadas pero que no viven las exigencias del bautismo. Durante los trabajos sinodales se ha puesto de manifiesto que estas personas se encuentran en todos los continentes, especialmente en los países más secularizados. La Iglesia les dedica una atención particular, para que encuentren nuevamente a Jesucristo, vuelvan a descubrir el gozo de la fe y regresen a las prácticas religiosas en la comunidad de los fieles. Además de los métodos pastorales tradicionales, siempre válidos, la Iglesia intenta utilizar también métodos nuevos, usando asimismo nuevos lenguajes, apropiados a las diferentes culturas del mundo, proponiendo la verdad de Cristo con una actitud de diálogo y de amistad que tiene como fundamento a Dios que es Amor. En varias partes del mundo, la Iglesia ya ha emprendido dicho camino de creatividad pastoral, para acercarse a las personas alejadas y en busca del sentido de la vida, de la felicidad y, en definitiva, de Dios. Recordamos algunas importantes misiones ciudadanas, el «Atrio de los gentiles», la Misión Continental, etcétera. Sin duda el Señor, Buen Pastor, bendecirá abundantemente dichos esfuerzos que provienen del celo por su Persona y su Evangelio.
Queridos hermanos y hermanas, Bartimeo, una vez recuperada la vista gracias a Jesús, se unió al grupo de los discípulos, entre los cuales seguramente había otros que, como él, habían sido curados por el Maestro. Así son los nuevos evangelizadores: personas que han tenido la experiencia de ser curados por Dios, mediante Jesucristo. Y su característica es una alegría de corazón, que dice con el salmista: «El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres» (Sal 125,3). También nosotros hoy, nos dirigimos al Señor, Redemptor hominis yLumen gentium, con gozoso agradecimiento, haciendo nuestra una oración de san Clemente de Alejandría: «Hasta ahora me he equivocado en la esperanza de encontrar a Dios, pero puesto que tú me iluminas, oh Señor, encuentro a Dios por medio de ti, y recibo al Padre de ti, me hago tu coheredero, porque no te has avergonzado de tenerme por hermano. Cancelemos, pues, cancelemos el olvido de la verdad, la ignorancia; y removiendo las tinieblas que nos impiden la vista como niebla en los ojos, contemplemos al verdadero Dios…; ya que una luz del cielo brilló sobre nosotros sepultados en las tinieblas y prisioneros de la sombra de muerte, [una luz] más pura que el sol, más dulce que la vida de aquí abajo» (Protrettico, 113, 2- 114,1). Amén
 
 
 
 

sábado, 27 de octubre de 2012

La misión "ad gentes" y la "nueva evangelización" - Trabajos para grupos misioneros


 
Dice el Papa Benedicto XVI:
“También en nuestro tiempo el Espíritu Santo ha suscitado en la Iglesia un nuevo impulso para anunciar la Buena Noticia, un dinamismo espiritual y pastoral que ha encontrado su expresión más universal y su impulso más autorizado en el Concilio Ecuménico Vaticano II. Este renovado dinamismo de evangelización produce un influjo beneficioso sobre las dos «ramas» especificas que se desarrollan a partir de ella, es decir, por una parte, la missio ad gentes, o sea el anuncio del Evangelio a aquellos que aun no conocen a Jesucristo y su mensaje de salvación; y, por otra parte, la nueva evangelización, orientada principalmente a las personas que, aun estando bautizadas, se han alejado de la Iglesia, y viven sin tener en cuenta la praxis cristiana.
La Asamblea sinodal que hoy se abre esta dedicada a esta nueva evangelización, para favorecer en estas personas un nuevo encuentro con el Señor, el único que llena de significado profundo y de paz nuestra existencia; para favorecer el redescubrimiento de la fe, fuente de gracia que trae alegría y esperanza a la vida personal, familiar y social. Obviamente, esa orientación particular no debe disminuir el impulso misionero, en sentido propio, ni la actividad ordinaria de evangelización en nuestras comunidades cristianas. En efecto, los tres aspectos de la única realidad de evangelización se completan y fecundan mutuamente.”

De la homilía del Papa Benedicto XVI el domingo 7 de octubre de 2012
 
Para pensar y responder por grupos:
 
-¿Qué diferencia hay entre la “misión ad gentes” y la “nueva evangelización”?
-¿Con qué acciones o iniciativas se puede “favorecer un encuentro con el Señor” de aquellos que ya creen en él?
-¿Cómo podríamos llevar este “Año de la fe” en la línea de los que nos propone el Santo Padre a nuestros lugares de misión?

El año de la fe y la misión - Trabajos para grupos misioneros

La misión y el “Año de la fe”

"Sentire cum Ecclesia” (sentir con la Iglesia) es una frase muy conocida y que le gustaba mucho repetir a muchos santos, por ejemplo a San Ignacio de Loyola, y quiere significar un modo de vivir la fe y la espiritualidad, en sintonía con lo que nos propone la Iglesia como santa madre que es. Por eso, para sentir con la Iglesia, queremos insertar nuestros trabajos de preparación para las misiones de verano en este contexto del “Año de la fe” que estamos viviendo a invitación del Santo Padre el Papa Benedicto XVI.
En este “Año de la fe”, que comenzó el pasado 11 de octubre y terminará el 24 de noviembre de 2013, el Papa Benedicto XVI nos invita a reflexionar sobre dos cosas: el lugar de la fe en nuestras vidas y nuestra responsabilidad en hacer crecer la fe de los creyentes. Proponemos trabajar dos textos recientes del Papa que nos ayudan a pensar ambos temas y a tratar de verlos en nuestra vida cotidiana, para mejor "sentir con la Iglesia en nuestro apostolado concreto.
 
Dice el Papa:
“Pero —nos preguntamos— ¿la fe es verdaderamente la fuerza transformadora en nuestra vida, en mi vida? ¿O es sólo uno de los elementos que forman parte de la existencia, sin ser el determinante que la involucra totalmente? Con las catequesis de este Año de la fe querríamos hacer un camino para reforzar o reencontrar la alegría de la fe, comprendiendo que ésta no es algo ajeno, separado de la vida concreta, sino que es su alma. La fe en un Dios que es amor, y que se ha hecho cercano al hombre encarnándose y donándose Él mismo en la cruz para salvarnos y volver a abrirnos las puertas del Cielo, indica de manera luminosa que sólo en el amor consiste la plenitud del hombre. Hoy es necesario subrayarlo con claridad —mientras las transformaciones culturales en curso muestran con frecuencia tantas formas de barbarie que llegan bajo el signo de «conquistas de civilización»—: la fe afirma que no existe verdadera humanidad más que en los lugares, gestos, tiempos y formas donde el hombre está animado por el amor que viene de Dios, se expresa como don, se manifiesta en relaciones ricas de amor, de compasión, de atención y de servicio desinteresado hacia el otro. Donde existe dominio, posesión, explotación, mercantilización del otro para el propio egoísmo, donde existe la arrogancia del yo cerrado en sí mismo, el hombre resulta empobrecido, degradado, desfigurado. La fe cristiana, activa en la caridad y fuerte en la esperanza, no limita, sino que humaniza la vida; más aún, la hace plenamente humana.
La fe es recibir este mensaje transformador en nuestra vida, es recibir la revelación de Dios, que nos hace conocer quién es Él, cómo actúa, cuáles son sus proyectos para nosotros. Cierto: el misterio de Dios sigue siempre más allá de nuestros conceptos y de nuestra razón, de nuestros ritos y de nuestras oraciones. Con todo, con la revelación es Dios mismo quien se auto-comunica, se relata, se hace accesible. Y a nosotros, se nos hace capaces de escuchar su Palabra y de recibir su verdad. He aquí entonces la maravilla de la fe: Dios, en su amor, crea en nosotros —a través de la obra del Espíritu Santo— las condiciones adecuadas para que podamos reconocer su Palabra. Dios mismo, en su voluntad de manifestarse, de entrar en contacto con nosotros, de hacerse presente en nuestra historia, nos hace capaces de escucharle y de recibirle. San Pablo lo expresa con alegría y reconocimiento así: «Damos gracias a Dios sin cesar, porque, al recibir la Palabra de Dios, que os predicamos, la acogisteis no como palabra humana, sino, cual es en verdad, como Palabra de Dios que permanece activa en vosotros los creyentes» (1 Ts 2, 13)”
 
De la Catequesis del Papa Benedicto XVI el miércoles 17 de octubre de 2012

 
Para pensar y responder por grupos:

¿Qué lugar ocupa la fe en mi vida?
¿En que se nota en mí la fe? ¿Qué efectos produce en mi vida concreta?
¿Qué sería diferente en mis actos si no tuviera fe?
¿Cómo podrias describir y sintetizar ese "mensaje transformador" que es la revelación de Dios y del cual nos habla el Santo Padre?



La Iglesia empieza con el «hacer» y el «hablar» de Dios - Benedicto XVI


 
Fragmento de la meditación improvisada del Papa Benedicto XVI en el Sínodo de los Obispos, tras la lectura breve de la Hora Tercia, el 8 de octubre de 2012.
"La cuestión para nosotros es: Dios ha hablado, ha roto verdaderamente el gran silencio, se ha mostrado, pero ¿cómo podemos hacer llegar esta realidad al hombre de hoy para que se transforme en salvación? El hecho de que haya hablado es por sí mismo la salvación, es la redención. Pero ¿cómo puede saberlo el hombre? Este punto me parece que es un interrogante, pero también una pregunta, una orden para nosotros: podemos encontrar una respuesta meditando sobre el Himno de la Hora Tercia «Nunc, Sancte, nobis Spìritus». La primera estrofa dice: «Dignàre promptus ingeri nostro refusus, péctori», es decir, oremos para que venga el Espíritu Santo, esté en nosotros y con nosotros. En otras palabras: nosotros no podemos hacer la Iglesia, podemos sólo dar a conocer lo que ha hecho Él. La Iglesia no empieza con el «hacer» nuestro, sino con el «hacer» y el «hablar» de Dios. Así, los Apóstoles no dijeron, después de algunas asambleas: ahora queremos crear una Iglesia, y con la forma de una constituyente habrían elaborado una constitución. No, ellos oraron y en oración esperaron, porque sabían que sólo Dios mismo puede crear su Iglesia, que Dios es el primer agente: si Dios no obra, nuestras cosas son sólo nuestras y son insuficientes; sólo Dios puede dar testimonio de que es Él quien habla y ha hablado.
Pentecostés es la condición del nacimiento de la Iglesia sólo porque Dios ha obrado antes, los Apóstoles pueden obrar con Él y con su presencia y hacer presente todo lo que Él hace. Dios ha hablado y este «ha hablado» es lo perfecto de la fe, pero también es siempre un presente: lo perfecto de Dios no es sólo un pasado, porque es un pasado verdadero que lleva siempre en sí el presente y el futuro. Dios ha hablado quiere decir: «habla». Y como en aquel entonces sólo con la iniciativa de Dios podía nacer la Iglesia, podía ser conocido el Evangelio, el hecho de que Dios ha hablado y habla, de esta forma también hoy sólo Dios puede comenzar, nosotros sólo podemos cooperar, pero el principio debe venir de Dios. Por eso no es una mera formalidad si empezamos cada día nuestra Asamblea con la oración: esto responde a la realidad misma. Sólo el preceder de Dios hace posible nuestro caminar, nuestro cooperar, que es siempre cooperar, no una pura decisión nuestra. Por eso es importante saber siempre que la primera palabra, la iniciativa verdadera, la actividad verdadera viene de Dios y sólo si entramos en esta iniciativa divina, sólo si imploramos esta iniciativa divina, podremos también ser -con Él y en Él- evangelizadores. Dios es el principio siempre, y siempre sólo Él puede hacer Pentecostés, puede crear la Iglesia, puede mostrar la realidad de su estar con nosotros. Pero, por otro lado, este Dios, que es siempre el principio, también quiere nuestra participación, quiere que participemos con nuestra actividad, por lo que las actividades son teándricas, es decir, hechas por Dios, pero con nuestra participación e incluyendo nuestro ser, toda nuestra actividad.
Por tanto, cuando hacemos nosotros la nueva evangelización es siempre cooperación con Dios, está en el conjunto con Dios, está fundada en la oración y en su presencia real."
 
 
 
 

jueves, 25 de octubre de 2012

La fe: un terreno sólido que nos ayuda a vivir con un sentido auténtico, incluso en la crisis, en la oscuridad - Benedicto XVI

 
De la Catequesis del Papa Benedicto XVI sobre la fe y lo que significa creer hoy en día, del 24 de octubre de 2012
 
"En la actualidad, junto con tantos signos buenos, crece también en nuestro alrededor un desierto espiritual. A veces, se tiene la sensación –ante ciertos acontecimientos de los que recibimos noticias cada día– de que el mundo no se encamina hacia la construcción de una comunidad más fraterna y pacífica, las mismas ideas de progreso y bienestar muestran también sus sombras.
A pesar de la grandeza de los descubrimientos de la ciencia y de los avances de la tecnología, el hombre de hoy no parece ser verdaderamente más libre, más humano, permanecen todavía muchas formas de explotación, de manipulación, de violencia, de opresión, de injusticia.
Además, un cierto tipo de cultura ha educado a moverse sólo en el horizonte de las cosas, en aquello que es posible, a creer sólo en lo que vemos y tocamos con nuestras manos. Pero por otro lado, aumenta también el número de personas que se sienten desorientadas y que tratan de ir más allá de una visión puramente horizontal de la realidad, que están dispuestas a creer en todo y en aquello que es su contrario.
En este contexto, surgen nuevamente algunas preguntas fundamentales, que son mucho más concretas de lo que parecen ser a primera vista: ¿Qué sentido tiene vivir? ¿Hay futuro para el hombre, para nosotros y para las generaciones futuras? ¿En qué dirección orientar las decisiones de nuestra libertad para lograr un resultado bueno y feliz ¿Qué nos espera más allá de la muerte?
De estas preguntas que no se pueden apagar, emerge cómo es que el mundo de la planificación, del cálculo exacto y de la experimentación, en una palabra, el conocimiento de la ciencia, si bien son importantes para la vida humana, no es suficiente.
Nosotros necesitamos no sólo el pan material, necesitamos amor, sentido y esperanza, un fundamento seguro, un terreno sólido que nos ayude a vivir con un sentido auténtico, incluso en la crisis, en la oscuridad, en las dificultades y problemas cotidianos. La fe nos dona precisamente esto: en una confiada entrega a un "Tú", que es Dios, que me da una certeza diferente, pero no menos sólida que la que proviene del cálculo exacto o de la ciencia.
La fe no es un mero asentimiento intelectual del hombre a las verdades particulares sobre Dios, es un acto con el cual me entrego libremente a un Dios que es Padre y que me ama, es adhesión a un "Tú" que me da esperanza y confianza. Ciertamente, esta unión con Dios no carece de contenido: con ella, sabemos que Dios se ha revelado a nosotros en Cristo, que hizo ver su rostro y se acercó realmente a cada uno de nosotros."
 
 

martes, 23 de octubre de 2012

"Lo sagrado no va nunca al museo" - Reportaje al padre Nicola Bux

El Papa Benedicto XVI en la ceremonia de canonizaciónes el pasado 21 de octubre. Usando el "fanón papal" vestimenta litúrgica reservada al Papa, y que casi no era usada hace varias décadas
Don Nicola Bux, ¿por qué Benedicto XVI ha utilizado el fanón papal?
El fanón se usa sobre la casulla, y está formado por dos mucetas superpuestas la una a la otra; la inferior es más larga que la superior. Es de tela blanca y dorada, con largas líneas perpendiculares, separadas por una franja amaranto o colorada. Sobre el pecho tiene una cruz bordada en oro.
 
¿Cuál es el significado litúrgico del fanón papal?
Simboliza el escudo de la fe (cfr. Efesios 6, 16: “Tened siempre embrazado el escudo de la fe, para que en él se apaguen todas las flechas incendiarias del maligno”) que protege la Iglesia católica, representada por el Papa. Las bandas verticales de color dorado y plateado representen la unidad y la indisolubilidad de la Iglesia latina y oriental.
 
Por primera vez, el domingo pasado, el rito de la Canonización ha sido anticipado antes del comienzo de la Misa. Había sucedido también con el Consistorio para la creación de nuevos cardenales en febrero y, aún antes, con el canto de la Kalenda la noche de Navidad. ¿Cuál es el motivo de estas opciones?
La razón es lograr que se perciba cada vez mejor la diferencia entre lo que pertenece al rito eucarístico de la Misa y lo que en cambio se añade a él excepcionalmente. Hoy cada vez más se tiende a añadir a la Misa otros ritos, o hacer mezclas indebidas, o a superponer frecuentemente otros ritos sacramentales. Todo esto termina impidiendo que los fieles perciban los márgenes del Sacrificio Eucarístico, así como de los distintos sacramentos y sacramentales, llevando a reducir la Misa a un programa que se completa a gusto.
 
¿No existe el riesgo de que a, los ojos de los creyentes y de todo el mundo, la imagen del Papa usando vestiduras litúrgicas en desuso o las continuas modificaciones en la estructura de los ritos presididos por él puedan presentar a Benedicto XVI como un Pontífice anticuado al que le gusta usar vestimentas de museo?
Ningún riesgo, sino la señal de que, en la Iglesia, hay continuidad de Magisterio: lo que era sagrado sigue siendo sagrado. El ornamento usado por primera vez por Benedicto XVI en esta Canonización ha sido usado por Juan Pablo II, así como por Pablo VI, por Juan XXIII, por Pío XII.
Aquello que hoy debe volver a comprenderse es que los ornamentos litúrgicos no siguen las modas humanas sino que quieren dar gloria a Dios. Los sacerdotes y los obispos hasta el Papa son ministros, es decir, siervos – el Papa es servus servorum Dei -, por lo tanto, frente a la Majestad divina deben presentarse con la mayor dignidad. La riqueza de los ornamentos es el signo de esto, si bien nunca bastante adecuado, y a él debe corresponder la pureza del corazón y la castidad del cuerpo, como escribe san Francisco en la Carta a los Fieles.
Lo sagrado no va nunca al museo. La actual tendencia a la exhibición en museos de los objetos sagrados tiene algo de patológico cuando no está justificada por el motivo de salvaguardar su conservación. Los ornamentos son, en gran parte, fruto de donaciones del pueblo de Dios para conferir esplendor al culto divino.
La modificación de la estructura de los ritos corresponde a la exigencia de restaurar lo que se ha deformado por el paso del tiempo o las concesiones a las modas del momento, para permitir a los ritos expresar más claramente la lex credendi de la Iglesia. A diferencia de la beatificación, la canonización, por ejemplo, es un acto solemne del Magisterio pontificio, que declara ex cathedra, es decir, de modo infalible, que algunos de sus hijos gozan con seguridad de la visión beatífica de Dios en el Paraíso, y pueden ser invocados como intercesores y señalados como ejemplos para toda la Iglesia y no sólo para las Iglesias particulares.
SS Benedicto XVI y el P. Nicola Bux

Año de la fe: una peregrinación en los desiertos del mundo contemporáneo

 
Fragmento de la homilía de la Santa Misa de Apertura del Año de la fe,
jueves 11 de octubre de 2012
"Pero debemos ahora remontarnos a aquel que convocó el Concilio Vaticano II y lo inauguró: el beato Juan XXIII. En el discurso de apertura, presentó el fin principal del Concilio en estos términos: «El supremo interés del Concilio Ecuménico es que el sagrado depósito de la doctrina cristiana sea custodiado y enseñado de forma cada vez más eficaz… La tarea principal de este Concilio no es, por lo tanto, la discusión de este o aquel tema de la doctrina… Para eso no era necesario un Concilio... Es preciso que esta doctrina verdadera e inmutable, que ha de ser fielmente respetada, se profundice y presente según las exigencias de nuestro tiempo» (AAS 54 [1962], 790. 791-792). Así decía el Papa Juan en la inauguración del Concilio.

A la luz de estas palabras, se comprende lo que yo mismo tuve entonces ocasión de experimentar: durante el Concilio había una emocionante tensión con relación a la tarea común de hacer resplandecer la verdad y la belleza de la fe en nuestro tiempo, sin sacrificarla a las exigencias del presente ni encadenarla al pasado: en la fe resuena el presente eterno de Dios que trasciende el tiempo y que, sin embargo, solamente puede ser acogido por nosotros en el hoy irrepetible. Por esto mismo considero que lo más importante, especialmente en una efeméride tan significativa como la actual, es que se reavive en toda la Iglesia aquella tensión positiva, aquel anhelo de volver a anunciar a Cristo al hombre contemporáneo. Pero, con el fin de que este impulso interior a la nueva evangelización no se quede solamente en un ideal, ni caiga en la confusión, es necesario que ella se apoye en una base concreta y precisa, que son los documentos del Concilio Vaticano II, en los cuales ha encontrado su expresión. Por esto, he insistido repetidamente en la necesidad de regresar, por así decirlo, a la «letra» del Concilio, es decir a sus textos, para encontrar también en ellos su auténtico espíritu, y he repetido que la verdadera herencia del Vaticano II se encuentra en ellos. La referencia a los documentos evita caer en los extremos de nostalgias anacrónicas o de huidas hacia adelante, y permite acoger la novedad en la continuidad. El Concilio no ha propuesto nada nuevo en materia de fe, ni ha querido sustituir lo que era antiguo. Más bien, se ha preocupado para que dicha fe siga viviéndose hoy, para que continúe siendo una fe viva en un mundo en transformación.

Si sintonizamos con el planteamiento auténtico que el beato Juan XXIII quiso dar al Vaticano II, podremos actualizarlo durante este Año de la fe, dentro del único camino de la Iglesia que desea continuamente profundizar en el depósito de la fe que Cristo le ha confiado. Los Padres conciliares querían volver a presentar la fe de modo eficaz; y sí se abrieron con confianza al diálogo con el mundo moderno era porque estaban seguros de su fe, de la roca firme sobre la que se apoyaban. En cambio, en los años sucesivos, muchos aceptaron sin discernimiento la mentalidad dominante, poniendo en discusión las bases mismas del depositum fidei, que desgraciadamente ya no sentían como propias en su verdad.

Si hoy la Iglesia propone un nuevo Año de la fe y la nueva evangelización, no es para conmemorar una efeméride, sino porque hay necesidad, todavía más que hace 50 años. Y la respuesta que hay que dar a esta necesidad es la misma que quisieron dar los Papas y los Padres del Concilio, y que está contenida en sus documentos. También la iniciativa de crear un Consejo Pontificio destinado a la promoción de la nueva evangelización, al que agradezco su especial dedicación con vistas al Año de la fe, se inserta en esta perspectiva. En estos decenios ha aumentado la «desertificación» espiritual. Si ya en tiempos del Concilio se podía saber, por algunas trágicas páginas de la historia, lo que podía significar una vida, un mundo sin Dios, ahora lamentablemente lo vemos cada día a nuestro alrededor. Se ha difundido el vacío. Pero precisamente a partir de la experiencia de este desierto, de este vacío, es como podemos descubrir nuevamente la alegría de creer, su importancia vital para nosotros, hombres y mujeres. En el desierto se vuelve a descubrir el valor de lo que es esencial para vivir; así, en el mundo contemporáneo, son muchos los signos de la sed de Dios, del sentido último de la vida, a menudo manifestados de forma implícita o negativa. Y en el desierto se necesitan sobre todo personas de fe que, con su propia vida, indiquen el camino hacia la Tierra prometida y de esta forma mantengan viva la esperanza. La fe vivida abre el corazón a la Gracia de Dios que libera del pesimismo. Hoy más que nunca evangelizar quiere decir dar testimonio de una vida nueva, trasformada por Dios, y así indicar el camino. (...) El viaje es metáfora de la vida, y el viajero sabio es aquel que ha aprendido el arte de vivir y lo comparte con los hermanos, como sucede con los peregrinos a lo largo del Camino de Santiago, o en otros caminos, que no por casualidad se han multiplicado en estos años. ¿Por qué tantas personas sienten hoy la necesidad de hacer estos caminos? ¿No es quizás porque en ellos encuentran, o al menos intuyen, el sentido de nuestro estar en el mundo? Así podemos representar este Año de la fe: como una peregrinación en los desiertos del mundo contemporáneo, llevando consigo solamente lo que es esencial: ni bastón, ni alforja, ni pan, ni dinero, ni dos túnicas, como dice el Señor a los apóstoles al enviarlos a la misión (cf. Lc 9,3), sino el evangelio y la fe de la Iglesia, de los que el Concilio Ecuménico Vaticano II son una luminosa expresión, como lo es también el Catecismo de la Iglesia Católica, publicado hace 20 años."
 

lunes, 22 de octubre de 2012

22 de octubre de 1978: Homilía de Inicio de Pontificado del Beato Papa Juan Pablo II



"«Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo» (Mt 16, 16).
Estas palabras fueron pronunciadas por Simón, hijo de Jonás, en la región de Cesarea de Filipo. Las dijo, sí, en la propia lengua, con una convicción profunda, vivida, sentida; pero no tenían dentro de él su fuente, su manantial: «...porque no es la carne, ni la sangre quien esto te ha revelado, sino mi Padre que está en los cielos» (Mt 16, 17). Eran palabras de fe.
(...)
¡Hermanos y hermanas! ¡No tengáis miedo de acoger a Cristo y de aceptar su potestad!
¡Ayudad al Papa y a todos los que quieren servir a Cristo y, con la potestad de Cristo, servir al hombre y a la humanidad entera!
¡No temáis! ¡Abrid, más todavía, abrid de par en par las puertas a Cristo!
Abrid a su potestad salvadora los confines de los Estados, los sistemas económicos y los políticos, los extensos campos de la cultura. de la civilización y del desarrollo. ¡No tengáis miedo! Cristo conoce «lo que hay dentro del hombre». ¡Sólo El lo conoce!
Con frecuencia el hombre actual no sabe lo que lleva dentro, en lo profundo de su ánimo, de su corazón. Muchas veces se siente inseguro sobre el sentido de su vida en este mundo. Se siente invadido por la duda que se transforma en desesperación. Permitid, pues, —os lo ruego, os lo imploro con humildad y con confianza— permitid que Cristo hable al hombre. ¡Sólo El tiene pala­bras de vida, sí, de vida eterna!
Precisamente hoy toda la Iglesia celebra su "Jornada Misionera mundial": es decir, ora, medita, trabaja para que las palabras de vida de Cristo lleguen a todos los hombres y sean escuchadas como mensaje de esperanza, de salvación, de liberación total."

Texto completo de la homilía en español en:
http://www.vatican.va/holy_father/john_paul_ii/speeches/1978/documents/hf_jp-ii_spe_19781022_inizio-pontificato_sp.html

Nacer de nuevo

 
Nacer de nuevo

Jesús y Nicodemo, dos hombres que se buscaron y se encontraron. El Señor nos invita también a nosotros a nacer de nuevo. Y el hombre que siente ese llamado en su coarzón puede saberlo y tenerlo todo, pero está necesitado de Dios, y entonces siente que no tiene nada.
 
Tenemos necesidad de un cambio importante en nuestra vida y entonces Jesús invita a nacer de lo alto. Una realidad que nos va a inundar y que nos va hacer a nacer de nuevo, sentir la experiencia de que es como si fuéramos otro. Al principio no entendemos como será posible… la Virgen también pregunta “¿cómo puede ser posible esto?”

Dios se va a hacer algo muy concreto, muy personal, y al principio esa cercanía con la Palabra de Dios produce choque, temor, resistencias; por eso Dios suele preceder todo lo que dice con un suave y dulce “no temas” no tengas miedo”.

¿Nacer de nuevo es corregir los errores de mi vida? ¿Es acaso mejorar las cosas malas de mi pasado? ¡No! Lo que nace de la carne es carne. Esto se trata de nacer a algo profundamente nuevo, a una nueva realidad. Y este “nacer de nuevo” va a ser algo tan fuerte que incluso todo el pasado quedará envuelto todo en esa realidad y será comprendido desde este nuevo ser que seremos. Y todas las gracias que recibamos alcanzarán incluso al pasado.

Sólo Dios puede hacer posible este nacimiento nuevo en nosotros, porque ya no será de la carne, sino del Espíritu de Dios. Y este nacimiento tiene que comenzar por abrir el corazón y dejar a Dios hacer su obra… Es que nosotros tenemos un espíritu personal en el fondo de nuestro ser, y que ese espíritu es esencialmente “amigo” del Espíritu de Dios; y que más allá de todo, de mi conciencia, de mis debilidades, de los ruidos, mi propio espíritu y el Espíritu de Dios se están llamando, y buscando y deseando con fuerza el uno al otro.

Sólo Dios puede hacerme nacer de nuevo! Y entonces ¿qué debo hacer yo? Sólo hay tres cosas: PEDIR, CREER Y ESPERAR…
 
Quizás se trate sólo de eso se trate: pedir nacer de nuevo, creer con todas las fuerzas que eso es posible y espero y obrar confiando que Dios hará realidad la santidad en la propia vida.
 
La santidad empieza entonces por pedir, creer y esperar…

26 de abril, día del Beato Rafael


Máximas espirituales del hermano Rafael Arnáiz

Qué grande es Dios! ¡Qué bien ordena los acontecimientos siempre para su gloria!

¡Sólo Dios llena el alma..., y la llena toda!

La verdadera felicidad se encuentra en Dios y solamente en Dios.

El que no tiene a Dios necesita consuelo; pero el que ama a Dios, ¿qué más consuelo?

¡Cómo se inunda mi alma de caridad verdadera hacia el hombre, hacia el hermano débil, enfermo...! Si el mundo supiera lo que es amar un poco a Dios, también amaría al prójimo.

Al amar a Jesús, forzosamente se ama lo que El ama.

La única verdad es... Cristo.

He hecho el votó de amar siempre a Jesús. Virgen Maria, ayúdame a cumplir mi voto.

Para Jesús todo, y todo, para siempre, para siempre.

No le bastó a Dios entregarnos a su Hijo en una Cruz, sino además nos dejó a Maria.

Honrando a la Virgen, amaremos más a Jesús; poniéndonos bajo su manto, comprenderemos mejor la misericordia divina.

¡Qué grande es Dios, qué dulce es María!

Ven y Sígueme, para ver y volver a ver



Un buen video para pensar en cuánto nos ama Dios.
Vale la pena verlo...

22 de octubre: día del Beato Papa Juan Pablo II

 
Fragmento de la homilía del Cardenal Antonio María Rouco Varela, Arzobispo de Madrid, en la Misa de inicio de la JMJ de Madrid, el 16 de agosto de 2011
 
"Juan Pablo II, ¡El Papa de los jóvenes! Con Juan Pablo II se inicia un periodo histórico nuevo, ¡inédito!, en la relación del Sucesor de Pedro con la juventud, y, consecuentemente, una hasta entonces desconocida relación de la Iglesia con sus jóvenes: relación directa, inmediata, de corazón a corazón, impregnada de una fe en el Señor, en Jesucristo, entusiasta, esperanzada, alegre, contagiosa. Desde aquella convocatoria primera de la Jornada de 1985 en Roma hasta esta Jornada de Madrid se ha ido desgranando una bella historia de fe, esperanza y amor en tres generaciones de jóvenes católicos y no católicos, que han visto cómo se transformaba su vida en Cristo y cómo surgían entre ellos innumerables vocaciones para el sacerdocio, la vida consagrada, el matrimonio cristiano y el apostolado. La santidad personal de Juan Pablo II brilla con un atractivo singular precisamente en este aspecto de la evangelización de los jóvenes contemporáneos. Nuestro Santo Padre Benedicto XVI no ha dudado en resaltar el amor a los jóvenes de Juan Pablo II en la Homilía de su Beatificación el primero de Mayo en la Plaza de San Pedro.
¡Que emocionante resulta imaginarse y revivir los momentos de su diálogo íntimo con el Señor cuando le pregunta si “le ama más que éstos”! ¡Cuántas veces le habrá respondido en las más críticas, doloridas y decisivas circunstancias de sus años de Pastor de la Iglesia Universal: “Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero”! El Papa sabía muy bien que apacentar las ovejas de Jesús comportaba dejase “ceñir” por otro y ser llevado adonde uno no quisiera.
Este amor apasionado a Jesucristo es precisamente lo que fascinaba y cautivaba a los jóvenes. Comprendían que de este modo ellos eran queridos y amados por el Papa de verdad: sin halagos, ni disimulos; ni interesada, engañosa o superficialmente; sino con toda la autenticidad del que sólo buscaba su bien, el bien de sus vidas: ¡su felicidad!, ¡su salvación! Y lo buscaba entregando, sin reservase nada, la propia vida. Lo intuían con el corazón más que lo razonaban con la cabeza. No es extraño, pues, que viesen en el Papa a aquel mensajero de la gracia y de la paz de Jesucristo, anunciado por el Profeta Isaías, cuando decía: “¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae la Buena Nueva, que pregona la victoria, que dice a Sión: «Tu Dios es rey»!”. Quien quiera que haya vivido las Jornadas Mundiales de Buenos Aires, Santiago de Compostela, Czestochowa, Denver, Manila, Paris, Roma, Toronto… habrá podido constatar que en la forma de recibir al Papa, con aquella mezcla tan entrañable de júbilo y respetuosa ternura, los jóvenes demostraban que le estaban reconociendo como aquel que venía a su encuentro en el nombre del Señor."
 
 

sábado, 20 de octubre de 2012

La naturaleza de la Nueva Evangelización - Sínodo de los obispos 2012


De la "Relatio post disceptationem" del Card. Donald William Wuerl, Relator General, jueves 17 de octubre de 2012


"De los debates sinodales ha emergido de manera muy clara que el fundamento de la Nueva Evangelización para la Transmisión de la Fe es, sobre todo, la acción de la Santísima Trinidad en la historia. Dios Padre envía a Su Hijo, el cual trae consigo la auténtica Buena Nueva de quién somos en la potencia del Espíritu Santo. La Iglesia participa en este movimiento de Divina Autorevelación que empieza con la Beata Virgen María cuando ésta, por la acción del Espíritu Santo, recibe en su vientre la Palabra de Dios que se encarna en ella para poder así donarse al mundo entero. Es la Palabra encarnada la que ofrece sus palabras de vida eterna a aquellos que tienen fe en él. Tras su muerte y Resurrección, Jesús envió a la Iglesia, su Esposa y nuevo Cuerpo, al mundo para que continuara su misión evangelizadora.
“Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes… enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado” (Mt 28, 19-20).
Jesús nos ha liberado del poder del pecado y nos ha salvado de la muerte. La Iglesia recibe de su Señor no solo la extraordinaria gracia que él ganó para ella, sino también el mandamiento de compartir y dar a conocer su victoria. Estamos llamados a transmitir fielmente el Evangelio de Jesucristo al mundo. La misión principal de la Iglesia es la evangelización.
En su reflexión de apertura, nuestro Santo Padre nos recordó que la Iglesia ha tomado la palabra “evangelium” y la ha interpretado de una manera nueva y vivificante para que al proclamarla participemos en el ministerio profético de los apóstoles, de la Iglesia.
En la misma reflexión, nuestro Santo Padre subrayó la primacía de Dios en la evangelización. Dios es quien habla y actúa en la historia. Nosotros, gracias al fuego del Espíritu Santo, estamos llamados a trabajar humildemente con Dios a través de nuestra profesión de fe y amor, por medio de la cual la Palabra de Dios nos atraviesa para llegar a los otros.
La Iglesia no se cansa nunca de anunciar el don que ha recibido del Señor. El Concilio Vaticano II nos recuerda que la evangelización es el verdadero corazón de la Iglesia. En Lumen Gentium, texto fundamental y núcleo de la reflexiones conciliares sobre la vida de la Iglesia, los Padres Conciliares pusieron el énfasis en que “este solemne mandato de Cristo de anunciar la verdad salvadora, la Iglesia lo recibió de los Apóstoles con orden de realizarlo hasta los confines de la tierra” (17).
El deber de anunciar la verdad salvífica no es solo responsabilidad del clero y los religiosos. Al contrario, este sínodo ha resaltado el importante papel de cada discípulo de Cristo en la misión de transmitir la fe. El debate ha acentuado esta participación crucial y vital de todo católico a la misión evangelizadora, sobre todo mediante la participación solícita y los dones de los fieles laicos.
Pregunta 1. A través del bautismo, todos los cristianos reciben una llamada personal que les otorga la dignidad de ser evangelizadores. ¿Cómo puede la Iglesia fomentar en los bautizados una mayor conciencia acerca de su responsabilidad misionera y evangelizadora?“Jesucristo es el mismo, ayer, hoy y por los siglos” (Heb 13, 8) y como tal, él hace “nuevas todas las cosas” (Ap 21, 5). Esta Buena Nueva incluye muchos momentos de evangelización. Uno de ellos es la misión ad gentes, es decir, el anuncio del Evangelio a aquellos que nunca han oído hablar de Jesucristo. Otro momento de la evangelización es la catequesis continua y el crecimiento de la fe, que normalmente forman parte del desarrollo cristiano. Y también está la Nueva Evangelización, que implica salir al encuentro de aquellos que, habiendo oído hablar de Cristo habían empezado a practicar la fe, pero por alguna u otra razón la abandonaron.
Pregunta 2. Una actividad urgente, que normalmente forma parte de la vida parroquial, incluye el primer anuncio de la fe y su desarrollo gradual. ¿Cómo puede la comunidad cristiana ser cada vez más consciente de la importancia de esta actividad catequística y educativa?"


jueves, 18 de octubre de 2012

Llevar el Evangelio hasta los confines de la tierra - día de San Lucas, evangelista


Al celebrar hoy la fiesta del Evangelista San Lucas, la Iglesia celebra su alegría por los dones de santidad que Dios sembró en nuestra historia. ¡Qué don de Dios!: el Evangelio es predicado hasta los confines de la tierra. No se trata de una enseñanza vacía o de una normativa externa,  sino que se trata de una Buena Noticia que involucra toda la existencia: la vida tiene un sentido, Dios-Amor nos ha creado y en Cristo nos llama a vivir en intimidad con Él. La vida estaba perdida pero Dios nos ha devuelto la vida y nos abre la esperanza de la salvación. Ésa es la Buena Notica de Jesucristo: Dios se hizo hombre para poder abrazar nuestra vida…
La Iglesia existe para que ese "Evangelio" llegue como sagrado anuncio hasta los confines de la tierra. Es decir hasta más allá de los límites geográficos y existenciales que nos podamos imaginar. Ninguna realidad humana  debe quedar afuera de esta misión. “La Iglesia existe para evangelizar” porque es consciente de que el mundo necesita recuperar el sentido último y verdadero de la historia y de la vida: "conocer al único Dios verdadero y a su enviado Jesucristo" (Jn 17,3)
En este AÑO de la FE, que nos propone nuestro Santo Padre el Papa Benedicto XVI, volvamos nuestra mirada al Dios de la vida y pidamos que la contemplación de su Vida Divina nos inunde de un renovado fervor apostólico, de aquel fuego que movió a los santos misioneros desde el principio de la predicación evangélica, ese fuego que los hizo superar todo obstáculo, toda barrera, todo límite y frontera con tal que el Evangelio se plasme en el corazón de los hombres.
Hoy la Iglesia necesita ese fervor de santidad, ese extraordinario amor a las almas que nos impulse a querer dejarlo todo para que el Nombre de Jesús resuene hasta los confines más recónditos de la existencia humana. Ese fervor apostólico de santidad le suplicamos al buen Dios como fruto de este Año de la fe que estamos transitando…

miércoles, 17 de octubre de 2012

Es necesario conocer, entender y orar el CREDO - Benedicto XVI

 
 
Hoy, miércoles 17 de octubre de 2012, el Santo Padre el Papa Benedicto XVI inició un nuevo ciclo de catequesis dedicado al Año de la Fe, "para retomar y profundizar las verdades centrales de la fe sobre Dios, sobre el hombre, sobre la Iglesia, sobre toda la realidad social y cósmica, meditando y reflexionando sobre las afirmaciones del Credo".
Queridos hermanos y hermanas:
Hoy quisiera presentar el nuevo ciclo de catequesis, que se lleva a cabo durante todo el Año de la Fe que acaba de empezar y que interrumpe --por este período--, el ciclo dedicado a la escuela de oración. Con la Carta apostólica Porta Fidei elegí este Año especial, justamente para que la Iglesia renueve el entusiasmo de creer en Jesucristo, único Salvador del mundo, reavive la alegría de caminar por la vía que nos ha mostrado, y testifique en modo concreto la fuerza transformante de la fe.
El aniversario de los cincuenta años de la apertura del Concilio Vaticano II es una gran oportunidad para volver a Dios, para profundizar y vivir con mayor valentía la propia fe, para fortalecer la pertenencia a la Iglesia, "maestra en humanidad", y que, a través de la proclamación de la Palabra, la celebración de los sacramentos y las obras de caridad nos lleve a encontrar y conocer a Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre. Se trata del encuentro no con una idea o con un proyecto de vida, sino con una Persona viva que nos transforma profundamente, revelándonos nuestra verdadera identidad como hijos de Dios. El encuentro con Cristo renueva nuestras relaciones humanas, dirigiéndolas, de día en día, hacia una mayor solidaridad y fraternidad, en la lógica del amor.
Tener fe en el Señor no es algo que interesa solamente a nuestra inteligencia, al área del conocimiento intelectual, sino que es un cambio que implica toda la vida, a nosotros mismos: sentimiento, corazón, intelecto, voluntad, corporeidad, emociones, relaciones humanas. Con la fe realmente cambia todo en nosotros y por nosotros, y se revela claramente nuestro destino futuro, la verdad de nuestra vocación en la historia, el significado de la vida, la alegría de ser peregrinos hacia la Patria celeste.
Pero --nos preguntamos--, ¿la fe es verdaderamente una fuerza transformadora en nuestra vida, en mi vida? ¿O solo es uno de los elementos que forman parte de la existencia, sin ser aquello determinante que la implica por completo?
Con la catequesis de este Año de la Fe nos gustaría realizar un camino para fortalecer o reencontrar la alegría de la fe, entendiendo que ella no es algo ajeno, desconectada de la vida real, sino que es el alma. La fe en un Dios que es amor, y que se ha hecho cercano al hombre encarnándose y entregándose a sí mismo en la cruz para salvarnos y reabrirnos las puertas del Cielo, indica de modo luminoso, que solo en el amor está la plenitud del hombre. Es necesario repetirlo con claridad, que mientras las transformaciones culturales de hoy muestran a menudo muchas formas de barbarie, que pasan bajo el signo de "conquistas de la civilización": la fe afirma que no existe una verdadera humanidad si no es en los lugares, en los gestos, dentro del plazo y en la forma en la que el hombre está animado por el amor que viene de Dios; que se expresa como un don, se manifiesta en relaciones llenas de amor, de compasión, de atención y de servicio desinteresado frente a los demás. Donde hay dominación, posesión, explotación, mercantilización del otro para el propio egoísmo, donde está la arrogancia del yo encerrado en sí mismo, el hombre termina empobrecido, desfigurado, degradado. La fe cristiana, activa en el amor y fuerte en la esperanza, no limita, sino que humaniza la vida, más áun, la vuelve plenamente humana.
La fe es acoger este mensaje transformante en nuestra vida, es acoger la revelación de Dios, que nos hace saber quién es Él, cómo actúa, cuáles son sus planes para nosotros. Es cierto que el misterio de Dios permanece siempre más allá de nuestros conceptos y de nuestra razón, de nuestros rituales y oraciones. Sin embargo, con la revelación Dios mismo se autocomunica, se relata, se vuelve accesible. Y nosotros somos capaces de escuchar su Palabra y de recibir su verdad. He aquí la maravilla de la fe: Dios, en su amor, crea en nosotros --a través de la obra del Espíritu Santo--, las condiciones adecuadas para que podamos reconocer su Palabra. Dios mismo, en su voluntad de manifestarse, de ponerse en contacto con nosotros, de estar presente en nuestra historia, nos permite escucharlo y acogerlo. San Pablo lo expresa así con alegría y gratitud: "No cesamos de dar gracias a Dios porque, al recibir la palabra de Dios que les predicamos, la acogieron, no como palabra de hombre, sino cual es en verdad, como palabra de Dios, que permanece activa en ustedes, los creyentes " (1 Ts. 2,13).
Dios se ha revelado con palabras y hechos a través de una larga historia de amistad con el hombre, que culmina en la Encarnación del Hijo de Dios y en su misterio de la Muerte y Resurrección. Dios no solo se ha revelado en la historia de un pueblo, no solo habló por medio de los profetas, sino que ha cruzado su Cielo para entrar en la tierra de los hombres como un hombre, para que pudiéramos encontrarle y escucharle. Y desde Jerusalén, el anuncio del Evangelio de la salvación se ha extendido hasta los confines de la tierra. La Iglesia, nacida del costado de Cristo, se ha vuelto portadora de una sólida y nueva esperanza: Jesús de Nazaret, crucificado y resucitado, salvador del mundo, que está sentado a la diestra del Padre y es el juez de vivos y muertos. Este es el kerigma, el anuncio central y rompedor de la fe. Pero desde el principio, surgió el problema de la "regla de la fe", es decir, de la fidelidad de los creyentes a la verdad del Evangelio en la cual permanecer con solidez, a la verdad salvífica sobre Dios y sobre el hombre, para preservarla y transmitirla. San Pablo escribe: "Serán salvados, si lo guardan [el evangelio] tal como se lo prediqué... Si no, ¡habrán creído en vano!" (1 Cor. 15,2).
Pero, ¿dónde encontramos la fórmula esencial de la fe? ¿Dónde encontramos la verdad que se nos ha transmitido fielmente y que es la luz para nuestra vida diaria? La respuesta es simple: en el Credo, en la Profesión de Fe o Símbolo de la Fe, nosotros nos remitimos al hecho original de la Persona y de la Historia de Jesús de Nazaret; se hace concreto lo que el Apóstol de los gentiles decía a los cristianos de Corinto: "Porque yo les transmití, en primer lugar, lo que a mi vez recibí: que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras; que fue sepultado, y que resucitó al tercer día." (1 Cor. 15,3).
Incluso hoy tenemos necesidad de que el Credo sea mejor conocido, entendido y orado. Sobre todo, es importante que el Credo sea, por así decirlo, "reconocido". Conocer, en realidad, podría ser una operación tan solo intelectual, mientras "reconocer" significa la necesidad de descubrir la profunda conexión entre la verdad que profesamos en el Credo y nuestra vida cotidiana, para que estas verdades sean real y efectivamente --como siempre fueron--, luz para los pasos en nuestro vivir, y vida que vence ciertos desiertos de la vida contemporánea. En el Credo se engrana la vida moral del cristiano, que en él encuentra su fundamento y su justificación. 
No es casualidad que el beato Juan Pablo II quisiera que el Catecismo de la Iglesia Católica, norma segura para la enseñanza de la fe y fuente fiable para una catequesis renovada, fuese configurado sobre el Credo. Se ha tratado de confirmar y proteger este núcleo central de las verdades de la fe, convirtiéndolo a un lenguaje más inteligible a los hombres de nuestro tiempo, a nosotros. Es un deber de la Iglesia transmitir la fe, comunicar el Evangelio, para que las verdades cristianas sean luz en las nuevas transformaciones culturales, y los cristianos sean capaces de dar razón de su esperanza (cf. 1 Pe. 3,14).
Hoy vivimos en una sociedad profundamente cambiada, incluso en comparación con el pasado reciente y en constante movimiento. Los procesos de la secularización y de una extendida mentalidad nihilista, en lo que todo es relativo, han marcado fuertemente la mentalidad general. Por lo tanto, la vida es vivida con frecuencia a la ligera, sin ideales claros y esperanzas sólidas, dentro de relaciones sociales y familiares líquidas, provisionales. Sobretodo las nuevas generaciones no están siendo educadas en la búsqueda de la verdad y del sentido profundo de la existencia que supere lo contingente, en pos de una estabilidad de los afectos, de la confianza. Por el contrario, el relativismo lleva a no tener puntos fijos; la sospecha y la volubilidad provocan rupturas en las relaciones humanas, a la vez que se vive con experimentos que duran poco, sin asumir una responsabilidad.
Si el individualismo y el relativismo parecen dominar el ánimo de muchos contemporáneos, no podemos decir que los creyentes sigan siendo totalmente inmunes a estos peligros con los que nos enfrentamos en la transmisión de la fe. La consulta promovida en todos los continentes, para la celebración del Sínodo de los Obispos sobre la Nueva Evangelización, ha puesto de relieve algunos: una fe vivida de un modo pasivo y privado, la negación de la educación en la fe, la diferencia entre vida y fe.
El cristiano a menudo ni siquiera conoce el núcleo central de su propia fe católica, el Credo, dejando así espacio a un cierto sincretismo y relativismo religioso, sin claridad sobre las verdades a creer y la unicidad salvífica del cristianismo. No está muy lejos hoy el riesgo de construir, por así decirlo, una religión "hágalo usted mismo". Por el contrario, debemos volver a Dios, al Dios de Jesucristo, debemos redescubrir el mensaje del Evangelio, hacerlo entrar en modo más profundo en nuestras conciencias y en la vida cotidiana.
En las catequesis de este Año de la Fe quisiera ofrecer una ayuda para hacer este viaje, para retomar y profundizar las verdades centrales de la fe sobre Dios, sobre el hombre, sobre la Iglesia, sobre toda la realidad social y cósmica, meditando y reflexionando sobre las afirmaciones del Credo. Y quisiera dejar en evidencia que estos contenidos o verdades de la fe (fides quae) se conectan directamente a nuestras vidas; exigen una conversión de vida, dando paso a una nueva manera de creer en Dios (fides qua). Conocer a Dios, encontrarle, explorar los rasgos de su rostro ponen en juego nuestra vida, porque Él entra en la dinámica profunda del ser humano.
Que el camino que realizaremos este año nos haga crecer a todos en la fe y en el amor a Cristo, para que podamos aprender a vivir, en las decisiones y acciones diarias, la vida buena y hermosa del Evangelio. Gracias.