Artículo de monseñor Héctor Aguer, arzobispo de La Plata, publicado el diario “El Día” de La Plata (4 de agosto de 2011)
He recogido la perplejidad de algunas personas, y las quejas de otras, que esperan de la Iglesia -de los obispos, más bien- orientaciones que les ayuden a discernir su voto en este año electoral. Una intervención en ese orden podría ser útil no sólo a los católicos sino también a los demás ciudadanos.
Mucha gente vota de acuerdo a una filiación política o una inclinación ideológica que ha heredado de su familia; deciden de ese modo sin una detenida reflexión, más o menos espontáneamente. Otros son sensibles a la propaganda, que finalmente los convence; la propaganda invasiva, abrumadora, que emplea todos los medios de comunicación disponibles, otorga ciertamente una ventaja al partido con mayores recursos. La mayoría calcula si está un poco mejor o algo peor que antes; la cuestión se reduce a cómo se percibe la situación económica personal y familiar. No se especula demasiado al respecto; no resulta fácil estudiar las estadísticas para establecer si el país ha progresado efectivamente, si además de crecimiento económico se ha logrado un avance hacia el desarrollo integral.
Algunos temas pueden ser decisivos en un momento determinado. Por ejemplo: desde hace varios años preocupa la insoportable proliferación del delito. Se ha dicho que la inseguridad es una sensación; pues bien, si "sentimos" fuertemente que el Estado -el gobierno- no es capaz de custodiar vida y bienes de la población, buscamos quién puede ofrecernos una alternativa. ¿Habrá alguien que además de declaraciones retóricas y voluntaristas ofrezca un proyecto, habida cuenta de la complejidad y los matices del problema? Asimismo, si una persona informada o un padre de familia en virtud de su cercana experiencia cae en la cuenta del descalabro educativo nacional y del fracaso de las sucesivas reformas del sistema, intentará que su voto contribuya a remediar la ruina inclinándose -si la encuentra- por una propuesta razonable, ajena al ideologismo que ha imperado en el área hasta el presente. Todas las causales reseñadas tienen su importancia.
Una referencia
Si se aspira a una orientación de la Iglesia podemos fijarnos en un pasaje de la encíclica "Centesimus annus" de Juan Pablo II: "La Iglesia aprecia el sistema de la democracia en la medida en que asegura la participación de los ciudadanos en las opciones políticas y garantiza a los gobernados la posibilidad de elegir y controlar a sus propios gobernantes, o bien la de sustituirlos oportunamente de manera pacífica. Por esto mismo no puede favorecer la formación de grupos dirigentes restringidos que por intereses particulares o por motivos ideológicos usurpan el poder del Estado. Una auténtica democracia es posible solamente en un estado de derecho y sobre la base de una recta concepción de la persona humana".
El párrafo es por demás elocuente; bastaría proyectarlo sobre la realidad argentina para formarse un juicio exacto sobre ella. Podemos ver en esas palabras una invitación a considerar razones más profundas que nos inclinen a determinada opción electoral. Además de la situación económica, de la inseguridad, de las falencias educativas, la referencia del texto al estado de derecho que hace posible una auténtica democracia y a la verdadera concepción de la persona humana como base de la misma, nos sugiere reparar en el bien común político y en los bienes culturales de la sociedad. Las instituciones de la república forman parte de ese bien común y el estado de derecho implica la efectiva división de poderes: si el órgano legislativo reduce su acción a suscribir las decisiones del ejecutivo y si éste además resta independencia al judicial, no se puede afirmar que el estado de derecho tenga plena vigencia. Lo mismo se puede afirmar si cualquiera de los poderes del Estado menoscaba la Constitución o si falta la necesaria seguridad jurídica. Estos bienes inmateriales deben ser tutelados; la aspiración a conservarlos y mejorarlos tendrían que influir en la elección que decidan los ciudadanos.
La recta concepción de la persona humana como base de una auténtica democracia es el criterio para juzgar de los cambios culturales que se van imponiendo por presión ideológica y que alcanzan desgraciadamente sanción legislativa. Otras veces he advertido que la sociedad argentina está sometida a un proceso de transformación inadvertida de paradigmas culturales, del modo de pensar y sentir de la gente, que cuenta con el apoyo "transversal" de varias fuerzas políticas. Se promulgan leyes que no responden a las convicciones de la mayoría de la población. Ha ocurrido en el caso del mal llamado matrimonio igualitario y puede ocurrir con la ominosa perspectiva de legalización del aborto. A propósito, conviene recordar como criterio electoral los "valores no negociables" que enumeró Benedicto XVI: el derecho a la vida desde la concepción hasta la muerte natural, la familia basada en el matrimonio de un varón y una mujer, la libertad de los padres en la educación de sus hijos y la promoción del bien común en todas sus formas. Respecto a estos puntos, el Papa exhortaba a los bautizados, especialmente a los políticos, a una "coherencia eucarística". El concepto alude, obviamente, a la Eucaristía, su vivencia, su práctica. Pero aquellos valores no negociables son también sostenidos por muchos que no van a misa, por muchos no bautizados que profesan una recta concepción de la persona humana.
Mons. Héctor Aguer, arzobispo de La Plata