sábado, 22 de noviembre de 2008

Bendito sea Dios! una oracion de alabanza


Bendito seas Padre que estas en el Cielo
Bendito sea tu Hijo amado, Jesucristo nuestro Señor
Bendito sea tu Espíritu de Amor, que llena el alma

Bendita tu obra creadora,
reflejo de tu perfección,
espejo de tu Amor

Bendito el sol que acaricia el rostro
Bendita la luna que ilumina la noche del peregrino
Bendito el cielo donde posan las estrellas

Bendita la lluvia que brota de tu mano,
lluvia que moja la tierra seca
y la transforma en barro limpio

Bendito el viento que sopla en el prado,
viento que trae cambios,
cambios que traen vida

Bendito los animales del campo,
de la selva y de los montes
Benditas las plantas,
los árboles y los pastos

Bendito el cantar de las aves,
el rugir de los ríos y el murmullo del bosque
Bendita la fuerza de la roca y lo frágil de la hoja seca,
la firmeza del roble y el fluir de las aguas

Bendito el Hombre, imagen y semejanza tuya
Bendita su capacidad de amar y ser amado
Bendito el honroso llamado a la Santidad

Bendita la alabanza dirigida a Ti
Bendito seas Padre Bueno
Bendito sea tu nombre por siempre y eternamente

Amén

Gracias MST

viernes, 7 de noviembre de 2008

La conversion de San Agustín


Vivía a lo loco, con sus aventuras de siempre. Pero seguía inquieto y leía todo lo que caía en sus manos. Buscaba; aún no sabía qué, pero buscaba algo en su interior. Le dio por leer libros sobre ocultismo, hasta que un científico amigo suyo le aconsejó que no perdiera el tiempo con esas tonterías.
Decidió leer las Sagradas Escrituras para ver si sacaba algo en claro. Pero le pareció que la Biblia era muy inferior, indigna de compararse con los libros de los autores que le fascinaban. Se reía de los Evangelios.
“Poco a poco fui descendiendo hasta la oscuridad más completa, lleno de fatiga y devorado por el ansia de verdad. Y todo por buscarla, no con la inteligencia, que es lo que nos distingue de los animales, sino con los sentidos de la carne. Y la verdad estaba en mí, más íntima a mí que lo más interior de mí mismo, más elevada que lo más elevado de mí”.

En agosto del 86 seguía con su rutina habitual de trabajo y de clases en su cátedra. Cada día que pasaba, su deseo de Dios hacía más fuerte, pero él seguía dividido por dentro: quería encontrar la verdad... y no quería. Le pesaba demasiado su vida anterior, porque encontrar la verdad supondría cortar con determinadas costumbres, a lo que no estaba dispuesto. Al menos, todavía.
“Cuando dudaba en decidirme a servir a Dios, cosa que me había propuesto hacía mucho tiempo, era yo el que quería y yo era el que no quería, sólo yo. Pero, porque no quería del todo, ni del todo decía que no, luchaba conmigo mismo y me destrozaba”.
En esa tensión interior se decía: “¡Venga, ahora, ahora!”. Pero cuando estaba a punto... se detenía en el borde.
Era como si los viejos placeres le tirasen hacia sí, diciéndole bajito:
—“¿Cómo? ¿Nos dejas? ¿Ya no estaremos más contigo... nunca?, ¿nunca? ¿Desde ahora ya no podrás hacer eso... , ni aquello?
¡Y qué cosas, Dios mío, qué cosas me recordaban, aquel eso y aquello!”.
Los placeres seguían insistiéndole:
—“¿Qué? ¿Es que piensas que vas a poder vivir sin nosotros, tú? ¿Precisamente tú...?”.
Miró a su alrededor. Muchos lo habían logrado. “¿Por qué no voy a poder yo –se preguntó– si éste, si aquel, si aquella han podido?”.
Comprendió que habían podido gracias a la fuerza de Dios; y que por sí mismo no era capaz ni de mantenerse en pie. Debía apoyarse en él. Así lo conseguiría... Pero seguía escuchando por dentro la voz insinuante de los placeres:
—“¿Vas a poder vivir sin nosotros...? ¿Tú?”.

Un día charlando con un amigo suyo estalló por fin y le dijo:
—“¿No te das cuenta de la vida que llevamos y de la vida que llevan los cristianos? ¡Y aquí seguimos, revolcándonos en la carne y en todo tipo de espectáculos! ¿Es que no vamos a ser capaces de vivir como ellos, sólo por la vergüenza de reconocer que nos hemos equivocado? ¿Sólo por no dar nuestro brazo a torcer?”.
Su amigo –que también estaba en proceso de conversión– se quedó atónito. Agustín estaba dispuesto a resolver, de una vez por todas, aquella situación.

Salieron al jardín. Estuvieron charlando y recordando lo que había sido su vida. Aguatín tenía un libro del Nuevo Testamento entre las manos. Dejó el libro y, en un determinado momento, comenzó a llorar. Rezó por primera vez:
—“¿Cuándo acabaré de decidirme? No te acuerdes, Señor de mis maldades. ¿Dime, Señor, hasta cuándo voy a seguir así? ¡Hasta cuándo! ¿Hasta cuándo: ¡mañana, mañana!? ¿Por qué no hoy? ¿Por qué no ahora mismo y pongo fin a todas mis miserias?”.
Mientras decía esto, oyó que un niño gritaba desde una casa vecina:
—“¡Toma y lee! ¡Toma y lee!”.
¡Toma y lee! Dios se servía de ese chico para decirle algo. Corrió hacia el libro, y lo abrió al azar por la primera página que encontró. Leyó en silencio:
No andéis más en comilonas y borracheras; ni haciendo cosas impúdicas; dejad ya las contiendas y peleas, y revestíos de nuestro Señor Jesucristo, y no os ocupéis de la carne y de sus deseos.
Cerró el libro. ésa era la respuesta. No quiso leer más, ni era necesario: “como si me hubiera inundado el corazón una fortísima luz, se disipó toda la oscuridad de mis dudas”.